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«El mundo árabe sólo ha conocido una revolución, la revolución nacional, en la que confluyeron algunas otras: intelectual (nacimiento del individuo y de la persona), social (nacimiento de la democracia), económica (nacimiento del cálculo social y de la preocupación por la producción): pero, debido a esta confusión de objetivos y aspiraciones, ninguna de ellas se ha realizado verdaderamente.
Mientras los arabistas, los politólogos y los medios de comunicación se ocupaban extensamente del supuesto «choque de civilizaciones», los árabes les han tomado por sorpresa. Nada parece haberla anunciado, aunque hace décadas todos los indicadores mostraban la progresiva pauperización de las sociedades árabes. Sin embargo, lo que queda claro hoy es que la relación entre dichos indicadores y un posible levantamiento general como el que estamos presenciando hoy, no es de ninguna manera necesaria. Ninguna «ley de la historia» podría haber determinado aquello, ni ningún «saber» podría haberlo predecido. Más bien, el levantamiento tiene lugar como el acontecimiento de lo político con la que los árabes han interrumpido el feliz carro de la Historia. Hace años atrás, el pueblo palestino -que no es sino la «vanguardia» de los pueblos árabes- le dio un nombre a dicho acontecimiento: intifada, esto es, una rebelión de carácter popular cuya característica no es la de la fundación de nuevas instituciones (como ocurre con la revolución), sino mas bien, en la de su revocación radical en la forma del boicot a la ocupación israelí. El levantamiento general árabe es, en este sentido, una intifada cuyo efecto más prístino será el de haber abierto una brecha a través de la cual se vuelve posible contemplar la historia árabe de los últimos trescientos años como una sola catástrofe.
Museo.
El acontecimiento de la intifada árabe visibiliza al mentado «patrimonio cultural de la humanidad», visibilizado en la forma museo, como parte de dicha catástrofe. Por eso, ahora que la intifada ha tenido lugar, podemos preguntar ¿qué es el patrimonio cultural de la humanidad sino el «botín» que se llevan las potencias occidentales después de años de expropiación? ¿Que es el «patrimonio» sino la expropiación de un pasado y su acumulación museística en la forma de la equivalencia general? Diremos que, en particular en Egipto, la intifada árabe ha debido desactivar al dispositivo museo. La museificación es un movimiento que sacraliza a los objetos del mundo e impide, con ello, su uso en común. La sacralización de dichos objetos no es más que la fetichización de los mismos en la forma general de la mercancía propia del mercado mundial. Con ello, el pasado deja de constituir una fuerza histórica en común, para volverse un pasado historiográficamente datable. La fuerza histórica del pasado es capturada por el museo convirtiéndola en un mero objeto que se ofrece a un conjunto de saberes. Allí, la museificación del pasado será lo que dará origen al orientalismo que, como bien señalaba Said, se presenta como un conjunto de saberes sobre Oriente capaces de gobernarle.
Si la intifada árabe comenzó con un «saqueo» no es porque dichas acciones hayan sido conducidas por delincuentes, sino más bien, porque expresaban nada más ni nada menos, que la profanación de un lugar sagrado, la ruptura de la intifada para con el orientalismo del dispositivo museo. Toda intifada que se preste de tal tendrá que profanar el dispositivo museo. Sobre todo Egipto que, como tal, parece exhibirse como un verdadero país museo. En efecto, durante los primeros días de la intifada en Egipto, los medios de comunicación occidentales, se horrorizaban con los «saqueos» a los museos. Sin embargo, nada decían, ni nada dijeron nunca, sobre los asesinatos, prisioneros políticos, exiliados y desaparecidos que abundaron durante todo el régimen de Mubarak. Es como si, para ciertas cadenas informativas, Egipto sólo tuviera sentido como museo. Egipto, totalmente adecuado a la imagen orientalista de haber tenido un gran pasado y un pobre presente. La intifada egipcia ha conmocionado a dicho dispositivo: el pasado y el presente están co-existiendo en la vida del propio movimiento. De ahí que, frente a la sacralidad de los objetos sometidos al dispositivo museo (que como tales, no se pueden tocar, ni usar), la intifada egipcia ha dicho: Egipto no es un museo, sino un pueblo vivo.
Ello no significa, en cambio, que la intifada egipcia simplemente haya destruido el dispositivo museo para siempre. Más allá de ello, los propios ciudadanos se han organizado para resguardar el museo de los saqueos promovidos por las mafias, en la medida que éstas, roban perpetuando la forma mercancía. Ello muestra que el pueblo egipcio está sacudiendo el pasado construido por el orientalismo de las potencias occidentales que incorporaron el dispositivo museo desde la invasión napoleónica a Egipto. Por eso, los primeros saqueos a los museos, constituye la signatura que traza las posibilidades de una nueva apropiación del pasado por parte del pueblo egipcio, mostrando cómo es que una intifada de estas proporciones necesariamente consiste en un cambio radical de un pueblo respecto de su pasado histórico. La reciente renuncia de Hawass, famoso arqueólogo egipcio y ministro de cultura y designado por el régimen de Mubarak, indica que la intifada egipcia está luchando para con su propio pasado en función de la apropiación de su fuerza histórica.
Policía.
Pero una intifada no sólo debe profanar al dispositivo museo, sino también, al dispositivo policía cuyas redes se tejieron por años para apuntalar al trono de Mubarak. Así, a principios de Marzo, en el barrio residencial de Medinet Nasr cientos de manifestantes egipcios ingresaron a la sede de la policía para apoderarse de documentos que registran con detalle las actividades de los organismos de seguridad. Acusados de torturas sistemáticas, persecución, desaparición y encarcelamiento de ciudadanos, la policía se aprestaba a quemar dichos documentos para borrar todo registro de estas actividades. La intifada egipcia tiene absolutamente claro que no pueden abrirse espacios democráticos si es que no se desactiva el poder de la policía.
Que el problema de la policía sea central en las nuevas formas de la intifada árabe, se advierte en la importancia que tenía para el régimen de Mubarak, Omar Suleiman, jefe de la policía egipcia. Asimismo, la lucha en Túnez parece concernir al modo en que las otrora fuerzas de seguridad se han constituido en grupos de asalto sobre la población que parecen intentar multiplicar la sensación de inseguridad en función de que la propia población termine extrañando al otrora Estado policial de Ben Ali. En otros términos, la intifada parece tener claridad que la urgencia es la desactivación de las redes policíacas que el «antiguo régimen» parece haber dejado como herencia. Porque la intifada árabe sólo podrá prosperar si desactiva las redes policiales y se convierte, esencialmente, en un movimiento anti-policial. Al respecto, tenemos dos antecedentes importantes: en primer lugar, en Egipto se impidió que Suleiman liderara la transición política, en segundo lugar, en Túnez los manifestantes rechazaron que Ganuchi integrara el consejo de la transición.
Pero, la dimensión policial no se agota en la política interior a los países, sino que se expande en las formas hegemónicas con las que las fuerzas de EEUU ejercen su poder. Si la seguridad es el paradigma de la política actual, los EEUU hace ya tiempo que no operan como ejércitos regulares sino como operaciones globales de policía. Así, sobre los EEUU no habría que preguntar si van a intervenir o no, sino cómo. Porque EEUU ya está operando hace tiempo. Puso a Mubarak e intentó sacarlo para conservar intacto sus intereses. Claramente, éstas han tenido un rol decisivo en la configuración de las dictaduras árabes, tanto en su apuntalamiento policíaco, como en su subyugación a las políticas israelíes. Desde el primer minuto, los EEUU han estado presentes. Tanto para apoyar a Mubarak, como, después, para apoyar a los manifestantes. En este último punto, la intifada se ha ganado a los EEUU, pero ¿tendrá EEUU la capacidad de ganarse a dicha intifada?
Algo de esto parece avizorarse en Libia: las fuerzas rebeldes parecen estar divididas entre aquellas que parecen haber decidido seguir solas y otras que están por recibir apoyo de armamento norteamericano que les permita contrarrestar los ataques de Gadhafi. Sin embargo, el peligro es éste: que el apoyo de los EEUU (operando desde la OTAN con el apoyo moral y jurídico de la ONU, pues la administración Obama no se atrevería al modelo «monárquico» desplegado por Bush, sino al modelo «multilateral» prometido en campaña) pueden producir un efecto de deslegitimación de la intifada árabe, haciendo pasar dicho movimiento como una invasión extranjera para terminar dándole razón al otrora nacionalismo de Gadhafi. ¿No sería el momento que los revolucionarios árabes de Egipto y Túnez solidaricen políticamente con sus pares libios? ¿Como hacerlo si aún egipcios y tunecinos inician una transición y las antiguas redes de los regímenes anteriores siguen merodeando los asientos del poder?
Más aún, el posible ingreso de los EEUU a Libia significará reproducir el «modelo» iraquí, según el cual, la única manera de entrar en el negocio petrolero es invadir «estabilizando» normativamente la zona que el gobernante «amigo» ya no puede estabilizar. Obama tendrá la legitimidad internacional suficiente para esconder el oscuro negocio bajo el discurso sobre los derechos humanos, al punto, de hacer aparecer esta intifada árabe como una verdadera revolución liberal que pone fin al último bastión dictatorial de los países árabes. En efecto, las empresas petroleras presentes en Libia son españolas, rusas, chinas, e italianas, pero no norteamericanas. ¿No sería ésta una buena oportunidad para aplicar el «modelo iraquí» y dar curso al business petrolero nuevamente?
Islam.
Se podría decir que todo el siglo XX es el siglo en que el islam se convierte, progresivamente, en un discurso político. Sobre todo después de 1967 y, en particular, desde la Revolución islámica de irán en 1979, el islam se ha convertido en el discurso político por excelencia de los últimos 30 años en el mundo árabe. Situación que se radicaliza cuando, en el año 2006, Hamas -facción política de los Hermanos musulmanes en Palestina- gana las elecciones parlamentarias. Con ello, el islam sustituye al otrora discurso pan-árabe articulado por Nasser por un discurso pan-islámico que, dependiendo de los lugares en que circunscribe su presencia, se hace cargo del discurso de resistencia, anti-colonial y nacional.
La politología occidental, dedicada al mundo árabe había comenzado a interiorizarse en la dimensión política del islam. Véase, por ejemplo, el clásico libro de Bernard Lewis El lenguaje político del islam (publicado a fines de los años 80) o de Samuel Huntington El choque de civilizaciones para terminar en el discurso de Obama en la Universidad de Al Azhar en El Cairo donde decía: «(…) he venido hasta aquí para buscar una nueva relación entre EEUU y los musulmanes (…)» en el año 2009. Como se ve, por un largo tiempo un enorme contingente de «saberes» se orientaron a comprender la raíz política del islam. Algunos entrando en la forma del «choque de civilizaciones» otros en la forma de su «diálogo», pero, en cualquier caso, el nuevo sujeto político de la politología neo-conservadora parecía ser la «civilización».
La intifada árabe terminó mostrando que el islam político está en retirada. Al respecto es decisivo que sea en Egipto donde ello ocurra, toda vez que ha sido Egipto la cuna de los Hermanos musulmanes. Su retirada en esta intifada se debe, básicamente, a su concesión al régimen de Mubarak, así como su negativa a sumarse inmediatamente a la emergente intifada. Mas aún, diremos que el islam político nunca ha prendido sustantivamente en el mundo árabe y que, si bien éste sigue siendo un actor importante al interior de las fuerzas árabes contemporáneas, nunca ha sido tan importante como Occidente dio en creer. De hecho, el caso palestino muestra exactamente esto: que el triunfo de Hamas no fue otra cosa que una derrota de Al Fatah y que la fuerza del primero reside no tanto en el discurso islamista, sino mas bien, en la apropiación de las demandas nacionalistas palestinas frente a las que el Fatah pareció haber renunciado por largo tiempo. Quizás, el caso de Arabia Saudita sea, en este sentido, una excepción y en ningún caso, la regla.
A esta luz, la intifada árabe quizás ha mostrado que el «saber» occidental en torno al islam montado en las últimas tres décadas, no era más que la estrategia gubernamental que intenta posicionar a los EEUU en la forma de una policía global después de la caída del Muro de Berlín. Así, la intifada árabe ha denunciado a la politología (con sus conceptos, sus estadísticas, sus proyecciones) como un aparato de normalización global de las formas políticas. En otras palabras, ha mostrado a la politología como una estrategia gubernamental global que normaliza en base a la instalación policial de lo que esa misma politología da en llamar «democracia» y que en el caso de los países árabes, no ha constituido más que una fachada para la explotación incondicionada del petróleo.
Palestina.
La expansión de esta intifada traerá enormes cambios a nivel regional. Uno de ellos será preguntarse por el lugar de Israel en el nuevo contexto regional. ¿Aceptará la intifada árabe egipcia mantener el status quo de los tratados internacionales que Egipto tiene para con Israel? ¿No es Egipto mismo, quien amenaza a la hegemonía israelí en la región? En efecto, cuando Israel se plantea como la «única democracia en Medio oriente» significa dos cosas. En primer lugar, que frente a las dictaduras que el propio Israel conjuntamente con los EEUU han podido sostener en los países árabes, Israel constituye una «democracia» liberal para los ciudadanos israelíes. En segundo lugar, dicha afirmación significa que Israel pretende ser el «único» aliado de los EEUU y que, por tanto, le interesa mantener gobiernos dictatoriales y serviles a su propio poder hegemónico.
Aquí nos encontramos con un detalle no menor. Las manifestaciones en Egipto han estado acompañadas de diversos carteles que el periodismo no necesariamente subraya. En particular, pancartas de Nasser y carteles que superponen la estrella de David con la svástica nacionalsocialista. Todo ello, indica que en toda esta intifada árabe la cuestión palestina constituye el núcleo de la revuelta. «Núcleo», en tanto ello determina la hegemonía israelí en la región. De hecho, es sabido que sobre todo Netanyahu, ha sido uno de los más interesados en conservar a Mubarak en el poder. La cuestión palestina es, así, el núcleo de la intifada árabe, porque a Israel le interesa mantener la exclusividad de su «democracia» en la región. ¿Estamos asistiendo al fin de un ciclo político que comienza en 1967 y culmina en el 2011 con el cuestionamiento de la hegemonía israelí en la región? Pues ¿que ocurriría con Israel si Turquía y Egipto arman un nuevo referente regional?
Quizás ahora más que nunca, la antigua fórmula leninista, según la cual, habría que dar «todo el poder a los soviets» sería necesario citarla de otra forma: todo el poder a las intifadas. Todo el poder a esta rebelión popular cuya singularidad parece no mostrar signos de agotamiento. A diferencia de la auto referente glorificación mediática, según la cual, la intifada árabe habría sido articulada desde las redes de internet, habría que decir que si bien éstas redes fueron importantes éstas no fueron decisivas. Ello, porque la intifada árabe se apuntala desde las paupérrimas condiciones económicas, sociales y políticas que atraviesan a gran parte de los países de la región, desde la cual salta una rebelión popular a través de la cual los jóvenes de una burguesía profesional, sin espacios de desarrollo en sus respectivas sociedades, se han podido arrimar para colaborar. Todo el poder a la intifada ha de ser la única fórmula que mueva a los árabes y a
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