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Ley «Twenty-Four» o el fin del estado de derecho

Fuentes: Mosca Cojonera

«No me ocuparé de ti uno, dos, tres u ocho días, ni algunas semanas, sino durante medio año o uno entero, o durante toda tu vida, hasta que confieses; y si no confiesas, te torturaré hasta la muerte y finalmente serás quemado» (Verdugo oficial de Dreissigacker, Alemania, 1631). Toda caza de brujas es esencialmente una […]

«No me ocuparé de ti uno, dos, tres u ocho días, ni algunas semanas, sino durante medio año o uno entero, o durante toda tu vida, hasta que confieses; y si no confiesas, te torturaré hasta la muerte y finalmente serás quemado» (Verdugo oficial de Dreissigacker, Alemania, 1631). Toda caza de brujas es esencialmente una operación judicial. Desde el inicio al fin la lógica jurídica acompaña los procesos de persecución a lo largo de la historia humana. Uno de ellos, siempre y en todo lugar, es la aceptación de la tortura como procedimiento normal y rutinario. En el latín tardío tortura poseía el significado de retorcer algo, realizar un tortus sobre algo, un cuerpo humano, por ejemplo. La palabra nacía semánticamente del instrumento: el torque. Se entiende que cuando la tortura científica e instrumental llega a la carne no es sino la coronación de un largo ciclo. Ciclo que empieza con la formulación, la transición y la recepción crédula del concepto acumulativo de persecución y tortura por los miembros de la elite gobernante y culta. Ésta es la condición sine qua non. Sin esas creencias, asentadas intelectual, cultural, política y propagandísticamente, la tortura no podría existir, ni los propios torturadores y verdugos. Simplemente hacer que cada vez sea más fácil perseguir, incoar y torturar con cobertura legal. Las innovaciones legales y judiciales ayudan a explicar porqué la tortura intensiva como razón de estado surge en un momento determinado. Pero esas innovaciones son el corolario y el remate final de un terreno finamente abonado con anterioridad. La tortura es la última etapa del encausamiento de un delito potencial y oculto, no demostrado, ser un terrorista latente o estar en vías de serlo, o serlo efectivamente. Si antes al acusado de brujería se le obligaba a transportar un hierro caliente durante un trecho para demostrar su culpabilidad, hoy no hay espacio para tal limbo. Es una nueva versión, posmoderna, de la lex talionis. Se ha vuelto a las prácticas de la infamia, viejo mecanismo de la Iglesia, el mero rumor de informantes, la mala reputación como equivalente legal de una acusación del estado. Pero la adhesión al derecho probatorio romano complica un poco las cosas: seguimos dependiendo de la confesión para obtener fallos condenatorios. ¿Y cuando el reo no confiesa, sea por el motivo que sea? Los poderes tienen el recurso de la tortura. Procedimiento inquisitorio y tortura son las dos caras de la misma moneda. Uno depende del otro y dónde vemos el establecimiento de la tortura detrás está la inquisición. Hay que diferencias la tortura como castigo de un delito (retributiva, punitiva) con la tortura interrogatorio, la tortura judicial. Ésta es un medio utilizado para obtener de una persona acusada, un testigo recalcitrante, su sospechoso obstinado la confesión o una información oculta. En la Antigüedad los hombres libres no podían ser torturados, no lo permitían ni siquiera los reinos bárbaros. Por eso cuando en Occidente se reintroduce a niveles estatales la tortura judicial (que implica, lo repetimos, no sólo el acto per se de tortura sino todo el ciclo inquisitorial) debemos ver en ello una reimplantación más que una innovación. La primera prueba documental del uso de la tortura más o menos moderna procede de las leyes de la romántica ciudad de Verona en 1228, al que le siguieron con el sano ejemplo otras ciudades-estado italianas, del Sacro Imperio germano, el Reino de Castilla y la Iglesia (con la autorización del papa Inocencio IV). La herejía era el crimen oculto por excelencia, el crimen exceptum y el hereje era el terrorista de la época. Resultaba especialmente indicado torturar a los sospechosos de herejía por que era el equivalente eclesiástico a la traición y los primeros romanos libres si traicionaban la República podían ser sometidos a tormentos físicos y psicológicos. La utilización moderna de la tortura judicial se basa en la suposición de que una persona confesará siempre la verdad si es sometida a dolor físico durante un lapso de tiempo. La letra con sangre sale. Un suposición basada en supuestos pavlovianos, en una idea del ser humano conductista y primitiva. Los especialistas estatales llegaron a una escalation: que una forma especialmente cruel de tortura, cada vez más extrema y brutal, si los acercaría a la verdad, tendría éxito donde otras técnicas habían fracasado.

La tortura ha demostrado ser poco fiable para descubrir la verdad, genera confesiones desesperadas, falsificaciones engañosas, nueva cadenas de sospechosos. Cuando la tortura es lo suficientemente dolorosa y excesiva hasta la persona más inocente y reservada cometerá perjurio contra sí mismo y confesará prácticamente lo que quieran sus verdugos. Loa arquitectos modernos y posmodernos de la tortura conocen las fallas estructurales del cadalso. Y que podían perjudicar los derechos del sospechoso y provocar penas sin justificación. Pero los verdugos trabajaban codo a codo con los intelectuales orgánicos y tratadistas legales para solucionar el pequeño problema, haciendo digerible el sistema. Un catálogo mínimo aseguraba ciertas reglas de uso mínimas, la más ampliamente reconocida fue que la tortura judicial no provocara la muerte de la víctima. Otra era que había clases de gentes a los que no se podía torturar: niños y mujeres en avanzada edad de embarazo. Para impedir confesiones falsas que permitían detener el dolor se evitaban preguntas capciosas o con sentido ambiguo que permitían al prisionero detectar lo que el interrogador quería oír. El testimonio directo de la tortura no valía, debía repetirlo «libremente» dentro de un período de veinticuatro horas. Sí, veinticuatro horas…

En 2002, no muchos meses después del 11-S, la CIA y el Pentágono decidieron ser más creativos en sus métodos de interrogatorio. Diseñaron e hicieron aprobar la «Patriotic Act», en sus versiones I y II. Ya tenían en su poder muchos supuestos terroristas capturados en Afganistán y había que sacarles toda la información posible. Rebuscaron entre los archivos y encontraron lo que necesitaban. La mejor fuente de información estaba en un programa de los años cincuenta llamado SERE (Survival-Evasion-Resistance-Escape). SERE fue un programa de entrenamiento preparado para pilotos que pudieran caer en manos del enemigo y se los preparaba para resistir interrogatorios Lubianka Style. No se trataba tanto de arrancar uñas o romper huesos. Cosas más sutiles: privación del sueño durante días, obligar al preso a mantener posiciones físicamente insoportables, exposición a calor o frío extremos de forma sucesiva, y la técnica llamada en inglés Waterboarding. En América Latina se ha conocido como técnica del submarino. La paradoja de la soberanía burguesa consiste en que el soberano está, al mismo tiempo, fuera y dentro del ordenamiento jurídico, él es el que tiene el poder reconocido de proclamar el estado de excepción y de suspender la validez del orden jurídico mismo, situarse legalmente fuera de la Ley. El acto constituyente del 11-S es haber declarado el estado de emergencia mundial perpetuum y la lucha contra el terrorismo no sólo suspende derechos civiles y naturales milenarios en Occidente, sino que define quién es democrático y quién no. La lucha antiterrorista realiza la abolición de la distinción entre enemigo y criminal; la guerra (antes con reglas claras y convenciones humanitarias respetadas por ambos bandos) se reduce a simples operaciones policiales contra los Rogue States, los estados canallas del mundo. Operaciones que incluso se legitiman moralmente. «Gran Bretaña tiene el derecho moral a invadir o intervenir en otros países» declaró el ministro de Exterior británico, David Miliband, «el imperativo moral de Gran Bretaña para intervenir en países- en algunos casos de forma militar-es para esparcir la democracia por el mundo». Pero como se disuelve la frontera, la distinción binaria de Schmitt «amigo-enemigo» es la única lógica legítima para el poder. En este contexto el derecho penal conquista un rol constituyente, debe ser un acto de autoridad suprema y terminal. La legislación antiterrorista hace primar el procedimiento de excepción sobre la ley misma, ya que se considera a la nación en el centro de una guerra total goebbelsianne. El procedimiento de excepción sustituye a la Constitución y a la ley como forma de organización de lo político. Y dentro del procedimiento viene la misma tortura. La aparición de la tortura judicial como procedimiento legítimo no es anecdótica: se trata de un desmantelamiento del Estado de Derecho, tanto en la forma como en el contenido. Se trata de una distorsión total y global de la relación entre la sociedad y el estado.

«El número de escenas de tortura de las series televisivas ha aumentado significativamente en los últimos cinco años y los personajes que torturan han cambiado. Antes sólo los villanos solían torturar en televisión. Ahora, los ‘buenos’ también torturan, así como los personajes heroicos norteamericanos. Y esa tortura se presenta a los espectadores como necesaria, efectiva e incluso patriótica». Este párrafo es la traducción de la presentación de la última campaña de Human Rights First. «Todo va a estallar si no le saco la verdad a este [sujeto intercambiable] en los próximos dos minutos» dice el personaje de una serie. Es un apotegma viejo y anquilosado de la razón de estado. Un arcana imperii. Bush y el Eje del Bien lo utilizan como verdadero shibbolet. Se puede defender los derechos humanos violándolos sistemáticamente. La necesidad tiene cara de herejía, máxime cuando se ponen en juego los arcanos de un estado. La tortura no mala per se, hay que contextualizarla en tiempo y lugar. Si la hace el enemigo es diabólica; si la hacemos nosotros es una necesidad para llegar a una meta provechosa para todos. La popularidad, si puede llamarse así, del gobierno republicano encabezado por Bush, Cheney y Rumsfeld está bajo suelos. El último sondeo, de Associated Press-Ipsos, da a Bush un apoyo menor al 30%. Por debajo de eso ya sólo queda Britney Spears. Junto con el héroe vaquero mesiánico se derrumba en paralelo otro héroe ideológico, el otro yo: el special agent Jack Bauer. El primer superhéroe diseñado con la propaganda post-11S se lucía (una manera de decir) en la terror-thriller del grupo News Corps: «24». El líder en uso de medios malísimos para lograr fines éticos. Sin sadismos (nada personal, como decía Stalin) pero con eficacia profesional, Bauer torturaba a todo aquel que supiera algo con lo que continuar su frenética pero al mismo tiempo kafkiana investigación. ¿Cómo es Bauer? Sus cualidades son las que algunas personas valoran en un perro o en un gurkha: defiende la casa (Blanca), responde al adiestramiento, tiene olfato, instinto, reflejos, agresividad y una fidelidad a prueba de bombas nucleares, gases nerviosos y patadas del amo. La unidad antiterrorista en la que trabaja cuenta para mayor productividad con su propio «Black Room», una sala de torturas para obtener información contra reloj y contra la ética. En uno de sus trabajos sucios pero necesarios logra una confesión en tiempo récord: sólo veinte segundos; luego ejecuta sin odio a su víctima. La narrativa se imponía por sí sola: romper un brazo, disparar un tiro en la rodilla o presionar una herida de bala eran el precio que había que pagar para impedir un atentado de proporciones monstruosas. Los enemigos eran siempre raros genotipos de razas lejanas: árabes, chinos, mongoles. Sus nombres no encajan en el alfabeto occidental: Fayed, Gredenko… Sus razas son eslavas o semitas. Bauer se equivoca muchas veces: bueno, inocentes que mueren, daño colateral, el precio a pagar por la hegemonía de la libertad jeffersoniana. Bauer era creativo como no se vio desde McGyver: improvisando una picana con un velador, para que aprendan los ejércitos torpes del patio trasero que siempre piden más y más logística. Hasta la propia edición de vídeo es coherente: lejos de apartarse piadosamente, la cámara (en modo macro) se regodea con el armado de los instrumentos de tortura (nos enteramos de los últimos gadgets en la materia) y con la carne vejada, mientras se nos explica que «no hay otra alternativa: el enemigo debe sufrir para que se salven miles». La misma lógica de bombardear civiles indiscriminadamente en Japón y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de seis temporadas, el personaje interpretado por Kiefer Sutherland ha probado la resistencia al dolor de cinco antagonistas. Ha matado a 47. Howard Gordon, uno de los guionistas, asegura que él se inventa las torturas en lo que él llama «improvisaciones en sadismo» (otro eufemismo) y reconoce que le cuesta no repetirse. Además, confesó, se ha guiado por manuales de la propia CIA. En el episodio número doce de la segunda temporada («7 p.m. a 8 a.m.»), Bauer interroga al supuesto terrorista Syed Ali. Para presionar una confesión, Bauer lo amenaza con matar a sus hijos, apoyado en un video en el que aparece su familia secuestrada. La familia como rehén: un invento de los ingleses en la guerra colonial contra los Boers en el siglo XIX. Al final, el sospechoso cede. ¿Y si no lo hubiera hecho? El presidente George Bush sintonizando en un discurso en septiembre del 2006 defendió el uso de «procedimientos alternativos» (siempre que nos encontramos con un eufemismo en el discurso político significa, casi infaliblemente, que nos hemos topado con un tema delicado) por parte de la CIA «para salvar vidas». El vicepresidente Dick Cheney ha defendido en una entrevista la aplicación de la técnica ‘waterboarding» en los interrogatorios. En pocas palabras, hacer creer al detenido que se va a ahogar arrojándole una gran cantidad de agua sobre su cara cubierta por un plástico. Waterboarding es una palabra que persigue a la Administración de Bush desde entonces. Consiste en colocar al preso sobre una superficie inclinada, taparle la boca con un trozo de tela y volcar sobre él litros y litros de agua. El preso siente que se está ahogando y de hecho es lo que ocurre, porque en breves segundos el agua empieza a inundar sus pulmones. En menos de dos minutos, dirá todo lo que quieran escuchar sus torturadores. Así fue cómo Jaled Mohamed, el arquitecto del 11-S, contó todos los pormenores de los atentados. La hemos utilizado, dice Cheney, no la consideramos tortura y la CIA seguirá empleándola en sus interrogatorios. El director de la CIA ha reconocido en sede parlamentaria, una comisión del Senado, que tres miembros de Al Qaeda fueron torturados con la técnica del Waterboarding. En la caza de brujas medieval era muy común en Alemania, España y Francia que los tribunales hicieran tragar a los reos grandes cantidades de agua. En estos tiempos de innovaciones tecnológicas, tranquiliza saber que los servicios de inteligencia norteamericanos no desdeñan los métodos tradicionales, los de siempre. Si ese catalán creativo llamado Nicolás Eymeric había escrito un prolijo manual de tortura para inquisidores en el reino de Aragón en 1376, la C.I.A. lo re escribió aggiornándolo a los nuevos herejes del Siglo XXI y updateándolo con las enseñanzas insustituibles de la GeStaPo y la NKVD. «24» acompañó a la cruzada: solo en las primeras cinco temporadas, la institución americana The United Nations Convention Against Torture contó sesenta y siete escenas de este tipo en la serie. Los derechos humanos, ese fetiche de la Ilustración y la Revolución Francesa, son un obstáculo para la lucha contra el Mal. Es más: la ley juega siempre a favor de los fanáticos. El Pentágono, nos lo recuerda cuando le preguntan por los 800 detenidos en Guantánamo, sin acusación legal ni defensa formal, «son una amenaza internacional». Bauer se los recordaba a los diecisiete millones de televidentes ansiosos en sus sofás: la nación está insegura, siempre y en todo momento. Durante cinco años se sinceró cara a cara con los teleadictos: yo hago el trabajo sucio para que ustedes puedan ponerse las pantuflas, llenarse de nachos y llenar su 4×4 con gasolina barata. Para los niños no hay problema: tenemos el vídeojuego para Playstation (Japón es parte del Eje del Bien). Aparte de protegerlos y crearles falsa conciencia, de paso les venderemos marcas y logos. El product placement no se riñe con la violación de los derechos humanos. Bauer tortura mientras navega con una Apple, se comunica con móviles Nokia, sistemas de seguridad de Cisco (contratista de la administración, no faltaba más), vehículos Ford. Bauer es un clandestino: oculta pruebas y desinforma a esos ex hippies de «Amnesty Global». Y el contrato audiopolítico se aceptó. Hasta ahora. Hoy el jefe mediático de la tortura, está en decadencia total. No es casualidad pero los índices de aprobación de Bush van en afinidad electiva con los de la serie. Los picos de audiencia de «24» coincidían con las grandes maniobras de agitprop de Bush y acciones militares: la invasión de Afganistán e Irak, la captura y juicio de Saddam Husein y la elecciones turbias de 2004. Reinventar la serie «24» es reinventar el gobierno Bush desde el imaginario audivisual, una tarea de Sisífo que ni la propia Fox sabe que podrá realizar. ¿Qué hacemos con Bauer (y Bush jr.) cuando un 69% de los norteamericanos cree ahora que la técnica del Waterboarding es una forma de tortura, a pesar de la ambigüedad calculada y el eufemismo discursivo de las autoridades, y un 58% sostiene que no debería utilizarse para sacar información a los terroristas?. Preguntan a Bush en la BBC por la tortura del waterboarding. Contra los que sostienen altos cargos del Departamento de Justicia, Bush responde que todo es legal y, qué demonios, pregunte a los familiares de las víctimas del atentado del 7-J en Londres (o a las del 11.S). Bush razona con los protocolos del linchamiento cow-boy:

«To the critics, I ask them this: when we, within the law, interrogate and get information that protects ourselves and possibly others in other nations to prevent attacks, which attack would they have hoped that we wouldn’t have prevented?… And so, the United States will act within the law. We’ll make sure professionals have the tools necessary to do their job within the law… He claimed the families of victims of the July 7 terror attacks in London would understand his position. «I suspect the families of those victims understand the nature of killers. What people gotta understand is that we’ll make decisions based upon law. We’re a nation of law.»

Eso sí, que nadie dude de los valores de EEUU y de su defensa de los derechos humanos: «We believe in human rights and human dignity. We believe in the human condition. We believe in freedom». ¿Quién dijo que no se pueden defender los derechos humanos en las cámaras de tortura? ¿No disfrutaban con las aventuras de Bauer? ¿No es el héroe de nuestro tiempo? Hasta el inefable derechista Vargas Llosa lo defiende: «la filosofía de Jack Bauer es la adecuada, dadas las circunstancias: al terrorista contemporáneo solo se lo derrota con sus propias armas». Los tiempos cambian. En 1947, un tribunal militar de EEUU condenó a 15 años de trabajos forzados a un oficial japonés por crímenes de guerra. ¿Qué hizo ese japonés para merecer la condena? Efectivamente, ‘Waterboarding’.

El jurista garantista italiano Luigi Ferrajoli razonaba que «la lucha contra la tortura es también la lucha contra toda forma de secretismo e incluso de opacidad o de no transparencia en las condiciones de vida de la persona privada de libertad personal. Es también, en síntesis, la batalla a favor del habeas corpus, en el sentido literal de la expresión: como intangibilidad del cuerpo, garantizada por su sustracción al secreto y a la invisibilidad pública… la batalla contra la tortura, quizás la más infame de entre las violencias institucionales desreguladas, no es sólo una batalla en defensa de la democracia y de los derechos humanos. Es también una batalla de la razón en defensa de las garantías mismas de la seguridad, las cuales dependen, hoy más que nunca, de la credibilidad moral antes que jurídica de los llamados valores de Occidente. Y es, antes que nada, una gran batalla cultural, dirigida a denunciar y a poner fin al horror de la tortura, que tiene su terreno de cultivo en la ignorancia, la indiferencia y el desinterés de la opinión pública». El candidato republicano John McCain apareció en un capítulo y el vicepresidente Dick Cheney es un fan declarado. El productor de «24», Joel Surnow, es un raro ejemplar neoconservador en la fauna de Hollywood que atesora la bandera de EEUU que ondeó en la capital iraquí en 2003 en su penthouse-oficina en una urna de vidrio blindado. Bueno, Bush tiene como trofeo en el Salón Oval la pistola bañada en oro de Husein. No sólo «24»: las escenas de tortura como algo normal o natural aparecen en ‘Alias’, ‘Perdidos’ y ‘Ley y Orden’, por enumerar algunas. Incluso en una vuelta de tuerca, ya hay tortura y mutilaciones «buenas», la lex talionis de «Dexter». La periodista Debra Watson revela que en noviembre de 2001 y raíz del 11-S, el consejero político de Bush Karl Rove se reunió con las cabezas de la industria cinematográfica y televisiva de Hollywood para pedirles ayuda (ideológica, se entiende) en la llamada «guerra contra el terror». ¿Qué programa eligió Rupert Murdoch, capo de Fox, para tan loable misión? Adivinaron.

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