Es posible que tenga fundamento la ideología liberal. De hecho, los que la detestamos pero somos capaces siempre de encontrar alguna base para las teorías sobre los sistemas políticos de todos los tiempos, somos comprensivos y no descartamos que el liberalismo económico no pueda tener también alguna virtud (a diferencia de ellos, los que defienden […]
Es posible que tenga fundamento la ideología liberal. De hecho, los que la detestamos pero somos capaces siempre de encontrar alguna base para las teorías sobre los sistemas políticos de todos los tiempos, somos comprensivos y no descartamos que el liberalismo económico no pueda tener también alguna virtud (a diferencia de ellos, los que defienden el liberalismo económico, que en cuanto oyen comunismo sacan a relucir a Stalin y el muro de Berlín, sin aportar ninguna raz ón concreta en contra del socialismo real más allá de la reacción explosiva de las sociedades donde los abusos de los poderosos llegaron hasta el paroxismo).
Así es que si el liberalismo puede tener alguna justificación, su manejo en general es terriblemente abusivo por parte de quienes lo profesan, lo enseñan y lo practican, en unos países menos y en otros más, como España. Haciendo del sistema y de ellos mismos además un compendio de cinismo insoportable. Pues quienes lo profesan, lo enseñan y lo practican presencian el mismo espectáculo que nosotros y sin embargo no les parece razón suficiente para proscribirlo: abusos escandalosos escudados en la ideología y contradicciones exasperantes y constantes de ésta que afloran cuando aquellos, triunfantes, están en el poder, no les lleva a reconocer que el liberalismo por sí mismo acaba siendo siempre un gigantesco pozo de injusticia social, desde luego en España. Pues en el liberalismo están aquí, tanto el partido político que lo profesa sin tapujos, como la socialdemocracia y sus tibios gobiernos que, sin enarbolarlo aparatosamente, lo consienten y a menudo lo apoyan en beneficio final de todos o parte de sus miembros, sobre todo cuando han salido de ellos…
Por eso somos honestos y decimos que bien está la iniciativa privada, la libre concurrencia, el mérito y la excelencia como motores de la prosperidad y de la economía. Pero la pedagogia sobre la iniciativa privada que da fundamento al liberalismo, incluye las pérdidas, la quiebra y la ruina. Es decir, el fracaso. (Y todo ello podría explicar también el por qué de la excitación vital que en una sociedad el liberalismo introyecta a la sociedad, a diferencia de la apatía que la falta de competencia puede originar en otras sociedades de socialismo real en sus primeras fases).
Quiero decir con todo lo anterior que crujen los pilares del liberalismo y del sistema en España por muchos motivos, pues está muy claro que los liberales son principales enemigos del sistema que defienden. Pues no hacen más que ponerlo en evidencia y llevar los abusos a unos extremos escandalosos. Y ahora la última fechoría escandalosa es que la o las sociedades mercantiles de 8 autopistas en quiebra no pagan las consecuencias de su pésimo cálculo cuando sus consejos de administración decidieron, y por tanto se arriesgaron , a explotarlas ahora comprobado que sin éxito. Ellos y sus accionistas sencillamente se han arruinado. Sin embargo el Estado español, campeón del liberalismo económico -que somos a fin de cuentas los 47 millones de españoles- se apresta a rescatar a esas empresas y a pagar los platos rotos de sus malas cabezas, resarciendo a dichos accionistas con millones de euros (sin haber movido en cambio un dedo para aliviar la situación penosa de miles de preferentistas). Una situación pública más que tensa a la sociedad española en conjunto, dominada por necios relativamente ilustrados y por malhechores de todas clases. Pues no hay asunto que no esté contaminado por el despojo, por el latrocinio, por el cinismo o por la mentecatez de los gobernantes y por los sinsentidos del odioso Mercado…
Jaime Richart es antropólogo y jurista.
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