En Gran Bretaña y Estados Unidos se ha encendido una hoguera con las protecciones del interés público y los únicos beneficiarios serán los millonarios. La libertad que nos prometieron es la libertad de los ricos para explotarnos
Libertad pero… ¿para quién? EFE
La propaganda funciona santificando un solo valor, como la fe o el patriotismo. Cualquiera que lo cuestione se coloca fuera del círculo de las opiniones respetables. Este valor sagrado se usa para ocultar las intenciones de aquellos que lo defienden. Hoy ese valor es la libertad. Es una palabra que los poderosos utilizan para acabar con el pensamiento.
Cuando los think tanks y los millonarios hacen un llamamiento por la libertad, se cuidan de no especificar a la libertad de quién se refieren. Sugieren que la libertad de unos es sinónimo de libertad para todos. En algunos casos es verdad. Uno puede ejercer la libertad de expresión, por ejemplo, sin perjudicar a otros, en otros casos, la libertad de uno es el cautiverio de otro.
Cuando las corporaciones se libran de los sindicatos, coartan la libertad de sus trabajadores. Cuando los muy ricos se libran de pagar impuestos, otros sufren las consecuencias de contar con servicios públicos en quiebra. Cuando los financieros son libres para diseñar extraños instrumentos financieros, los demás pagamos por la crisis que causan.
Por encima de todo, los millonarios y las organizaciones que piden libertad ante algo que denominan «el papeleo». Lo que quieren decir por papeleo son los instrumentos para la protección del interés público. Un artículo del Telegraphde la semana pasada llevaba el siguiente titular: «Acabad con el papeleo que ahoga a Gran Bretaña tras el brexit para liberarlo de las cadenas de Bruselas». Efectivamente, nos ahogamos, pero no por el papeleo. Nos ahogamos porque el Gobierno desprecia las normativas europeas sobre calidad del aire. La contaminación resultante sí que libera a miles de almas de sus cuerpos.
Arrancar esas medidas de protección del interés público significa que millonarios y corporaciones estarán libres de las restricciones de la democracia. De esto van el brexit y Donald Trump. La libertad que nos prometieron es la libertad de los muy ricos para explotarnos.
Hay que reconocerle al Telegraph -un periódico inmerso en una campaña para desregular la economía británica en su totalidad una vez que abandone la UE- una inusual sinceridad sobre quiénes serán los verdaderos beneficiados. Según explica «el fin último de todo este proceso debería ser… liberar a los creadores de la riqueza«. (Creadores de riqueza: un eufemismo para referirse a los millonarios). Entre los supuestos premios que enumera se encuentran cambios en la clasificación de los plátanos -lo que permitiría que plátanos muy curvos sean considerados como Clase 1-, una vuelta a las bombillas incandescentes y la libertad para matar tritones crestados.
Sospecho que a los hermanos Barclay, los millonarios dueños del Telegraph, los plátanos no les importan un carajo. Pero dado que su imperio de negocios incluye hoteles, transporte de mercancías, venta de coches, ventas a domicilio y repartos varios, puede que les interesen enormemente las directivas europeas sobre horarios de trabajo y otros aspectos de las leyes laborales, impuestos, estudios de impacto ambiental, así como la directiva sobre derechos de los consumidores, leyes sobre seguridad marítima y un amplio abanico de similares medidas de protección del interés público.
Si el Gobierno acepta esta «hoguera del papeleo» ganaríamos plátanos curvados y privilegios para matar tritones. Por otro lado, podríamos perder nuestros derechos al empleo justo, a un mundo vivo duradero, al aire limpio, al agua limpia, a la seguridad pública, a la protección del consumidor, a los servicios públicos funcionales y a los demás aspectos que caracterizan a una civilización. Qué difícil elección, ¿no creen?
Por si quedaba alguna duda, el Sunday Telegraph entrevistó a Nick Varney, director ejecutivo de Merlin Entertainments, para un artículo en el que afirmó que «el lastre del papeleo» es demasiado pesado para las empresas cotizadas. Se refirió a algunas de las normas para la protección del interés público que las empresas tienen que cumplir como un «maldito lastre».
Lo que no hizo el artículo fue conectar estas afirmaciones al maldito lastre que su propia compañía causó por su decisión unilateral de deshacerse del papeleo. Como resultado de saltarse el mecanismo de seguridad de una de sus atracciones en las Torres Alton -que estaba funcionando en medio de fuertes vientos en contra de la normativa- 16 personas resultaron heridas, entre ellas dos mujeres jóvenes que sufrieron la amputación de sus piernas. Por eso necesitamos protecciones públicas como las que quiere destruir el Telegraph.
El mismo ideario, con las mismas justificaciones, impregna a la administración Trump. El nuevo director de la agencia de protección ambiental, Scott Pruitt, busca revocar las normas que protegen los ríos de la contaminación, a los trabajadores de la exposición a pesticidas y a todos del colapso medioambiental. No es que la agencia fuera especialmente estricta anteriormente: una de las razones para el envenenamiento masivo ocurrido en la ciudad de Flint, Michigan, fue su catastrófico fracaso a la hora de proteger a la gente del agua corriente contaminada con plomo. Un fracaso que ahora afecta a 18 millones de estadounidenses.
De la misma manera que intenta desmantelar el programa del Gobierno para el cambio climático, Trump ha declarado la guerra incluso contra las formas más débiles de protección. Por ejemplo, tiene intención de retirarle los fondos a una comisión del área de seguridad en la industria química que se dedica a investigar incidentes mortales en el sector. Averiguar qué pasó y por qué coartaría la libertad.
A ninguno de los lados del Atlántico estos esfuerzos se encuentran sin resistencia. El asalto de Trump contra las protecciones públicas ha provocado ya decenas de demandas. El Consejo europeo le ha dicho al Gobierno de Reino Unido que, si quiere comerciar con la UE en términos favorables después del brexit, las compañías británicas no pueden reducir gastos vertiéndolos sobre el resto de la sociedad.
Esto es algo que desquicia a los líderes del brexit. Como resultado de la paradoja de la contaminación (las compañías menos limpias tienen que gastar más dinero en el sistema político, para acabar conviertiéndose en dueños del mismo), políticos como Boris Johnson y Michael Gove tienen un aliciente para defender la libertad de empresas irresponsables. Y también les pone en un aprieto. Su principal argumento para la desregulación es que hace más competitivas a las empresas, y si esas empresas no pueden comerciar con la UE, el argumento se desmorona.
Van a intentar encender la hoguera de todas maneras, ya que esta es una cuestión de poder y cultura, así como de dinero. No hay que escuchar mucho a los millonarios para darse cuenta de que ellos mismos se consideran como los «independientes» homenajeados por Friedrich Hayek en La Constitución de la Libertad, o como John Galt, quien lideró una huelga de millonarios contra el gobierno en la novela de Ayn Rand La Rebelión de Atlas. Al igual que Hayek, consideran la libertad por encima de la democracia como un derecho absoluto, sin importar el perjuicio que puedan causar a otros, o incluso a ellos mismos.
Cuando nos enfrentamos a un sistema propagandístico, nuestra primera tarea es desenmasacararlo. Hay que comenzar por cuestionar su valor sagrado. Cada vez que escuchemos la palabra libertad, debemos preguntarnos «¿libertad para quién y a costa de quién?»
Traducido por José Manuel Rodríguez Guzmán
George Monbiot es autor de los éxitos de ventas The Age of Consent: a manifesto for a new world order y Captive State: the corporate takeover of Britain. Escribe una columna semanal para el periódico The Guardian. Visite su sitio en la web en www.monbiot.com.
Fuente: http://www.eldiario.es/theguardian/Liberar-explotar-pobres-Trump-Brexit_0_631687525.html