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Libertad tecnológica y subversión semántica

Fuentes: De Igual a Igual .net

Luigino Bracci Roa, en su artículo Millones de venezolanos a punto de ser engañados por Microsoft y falsos revolucionarios… ¿lo permitirás?, denunciaba la estrategia recurrente del gigante de Redmond en relación con el ingente esfuerzo que viene realizando Venezuela en su migración desde el software privativo hacia al software libre. Estrategia cuyo «modus operandi» se […]

Luigino Bracci Roa, en su artículo Millones de venezolanos a punto de ser engañados por Microsoft y falsos revolucionarios… ¿lo permitirás?, denunciaba la estrategia recurrente del gigante de Redmond en relación con el ingente esfuerzo que viene realizando Venezuela en su migración desde el software privativo hacia al software libre. Estrategia cuyo «modus operandi» se resume en la subversión semántica: llamar libre a lo privativo (las aplicaciones de Microsoft); abierto a lo cerrado (el formato que sustenta las prestaciones de su suite ofimática Microsoft Office 2007, propuesto ante la International Organization for Standardization (ISO) (Organización Internacional para la Estandarización) con el engañoso nombre de Office OpenXML; estándar a lo exclusivo (sólo Microsoft lo implementa); y XML a lo no XML (sigla que resume normativas a las que el formato de marras no se ajusta, pese a que su denominación induzca a creer lo contrario).

La densidad de estos términos y siglas configura el espacio de una contienda internacional en la que Microsoft acaba de perder una primera batalla pero no la guerra contra la libertad tecnológica. El mapa actual de correlación de fuerzas conlleva un subtítulo sugestivo: The 1st World Wide Format War (Primera Guerra Mundial de Formatos). Los pertrechos de la multinacional son primordialmente semánticos y apuntan hacia su objetivo con considerables dosis de subrepción y cinismo. Y hasta con atisbos pintorescos. En las especificaciones de su mentado Office OpenXML, como consecuencia de un error que se acarrea en sus productos desde bastante tiempo atrás, el año 1900 se considera bisiesto. Esta especificación contradice lo estipulado en el calendario gregoriano vigente. Cuando el papa Gregorio XIII lo promulgó en 1582, y ordenó quitar diez días al almanaque respectivo (pasando del jueves 4 de octubre al viernes 15), su motivación principal fue enmarcar la celebración del Domingo de Pascua dentro de lo que preceptuara al respecto el Concilio de Nicea (325 d. C.). El equinoccio vernal de ese entonces -relevante para el simbolismo pascual- ocurría el 21 de marzo. Esta fecha se fijó normativa para el cálculo pascual de los años posteriores. Con el devenir de los siglos, el comienzo de la primavera se fue corriendo hacia comienzos de marzo. La reforma gregoriana corrigió el desfase. Con la originalidad de cambiar el calendario en vez de ajustar la norma -en una suerte de homenaje a los padres conciliares- para que el equinoccio vernal de 1583 y los venideros volvieran a ocurrir el 21 de marzo. Para perpetuar este estándar, los años seculares posteriores a la reforma sólo son bisiestos cada cuatrocientos años (1600, 2000, …). ¿Habremos de reformar nuevamente el calendario -en una suerte de homenaje a Bill Gates- para perpetuar su «estándar» y conferir estatus de tal a su flamante suite ofimática?

«Cambiemos la definición de socialismo para que todo lo capitalista pueda hacerse pasar por socialista«, ironizaba Bracci Roa. Y a continuación recordaba la frase antológica de «cierto ex director del CNTI» venezolano (Centro Nacional de Tecnologías de Información), quien en una entrevista periodística había afirmado que las tecnologías libres incluyen todas las tecnologías: las libres y las no libres.

Si Microsoft es exponente ejemplar del capitalismo neoliberal, que ha hecho de la mentira su verdad más elocuente, es llamativo constatar cómo, en el párrafo que contiene aquella frase, su emisor haya tomado las debidas precauciones para no caer en la tontería de «repetir el oscurantismo de la Edad Media«. Veamos su transcripción textual, desde la fuente citada por Bracci Roa en su nota 4: El espacio de Lubrio. En la entrevista conducida por el periodista Edgar Rincón, el entrevistado Jorge Berrizbeitia, haciendo referencia al Ministerio de Ciencia y Tecnología venezolano (MCT), se expresaba en los siguientes términos:

Yo creo que en el MCT tenemos una posición mucho más amplia que en otros grupos en relación a las tecnologías libres. Para nosotros, las tecnologías libres incluyen todas las tecnologías: incluye (sic) las tecnologías libres y las no libres. No podemos sesgarnos sólo a un segmento del conocimiento, porque eso sería tonto, sería repetir el oscurantismo de la Edad Media, decir que sólo nos vamos a concretar en el conocimiento de algún tipo de tecnología.

Ante este compendio antológico -que no ya mera frase-, no puedo menos que recordar a un preclaro apologista de la Edad Media: Gilbert Keith Chesterton, considerado maestro de la paradoja, y cuya obra hoy, a más de setenta años de su muerte y a modo de reconocimiento a aquella cualidad, es reivindicada desde la izquierda (habiendo sido él un pensador de derechas). Comparto lo expresado en tal sentido por Santiago Alba Rico en su Defensa del sedentarismo andante, título con el que prologara en 2004 una gozosa obra del gran pensador inglés, dada a luz noventa años antes: The Flyinng Inn (La taberna errante). Transcribo el párrafo final de este prólogo:

Nos hacen reír las cosas claras, las cosas grandes, las cosas muy ruidosas. Nos reímos también de comprender, de haber comprendido. LA TABERNA ERRANTE puede hacer gozar a todo el mundo, pero el que no sea feliz con este libro entre las manos jamás podrá ser un revolucionario.

Complementando a Alba Rico, propongo la lectura de la última novela de Chesterton, que data de 1926 y no es menos propicia para la alforja cultural revolucionaria: The return of Don Quixote (El regreso de Don Quijote). En este entrañable homenaje a Cervantes se describe el efecto operado en la subjetividad de Michael Herne -bibliotecario experto en hititas remotos mas poco versado en cuestiones medievales-, con motivo de una función teatral en la que se le invita a interpretar el papel de segundo trovador en una obra alusiva a Ricardo Corazón de León. La misma honestidad intelectual que en principio induce a Herne a declinar la invitación, le motiva luego a aceptarla -veinticuatro horas de estudio mediante en lo alto de las estanterías de su biblioteca-, a profundizar en el conocimiento de la época y finalmente a asumir -como consecuencia de vicisitudes de la novela- el papel de rey. Conforme a la trama teatral, Ricardo renuncia a las prerrogativas de su trono para convertirse en caballero andante. El bibliotecario se compenetra de tal modo en el personaje y en su metamorfosis que ya no le sería posible mudarse de ropa después de la representación. Ataviado con un símbolo de veracidad y sinceridad, no podría ya soportar la vestimenta cotidiana convencional, figurativa de todo lo contrario. Respondiendo inquisitorias de quienes se inquietaban por tal actitud, explica a uno de sus interlocutores:

 

-Quiero decir que la vieja sociedad fue veraz y sincera, y quiero decir también que usted anda enredado en una maraña de mentiras, o por lo menos de falsedades -respondió Herne-. Eso no supone que la vieja sociedad llamara siempre a las cosas por su nombre real, entendámonos… Aunque entonces se hablaba al menos de déspotas y vasallos, como ahora se habla de coerciones y desigualdad. Vea usted que, así y todo, se falsea ahora más que entonces el nombre cristiano de las cosas. Todo lo defienden aludiendo a los nuevos tiempos, a las cosas diferentes. Tienen un rey, pero dicen que ese rey no puede serlo como es debido. Tienen una Cámara de los Lores y dicen que viene a ser lo mismo que la Cámara de los Comunes. Cuando quieren adular a un obrero o a un campesino lo llaman caballero, que es como tratarlo de vizconde. Y cuando quieren adular a un caballero dicen que no hace uso de su título nobiliario. Dejan a un millonario sus millones y luego lo ensalzan diciendo que es un hombre la mar de sencillo… Creen, en fin, que hay algo bueno en el oro, y no es precisamente su brillo. Excusan a los clérigos diciendo que ya no existe la clerecía, y nos aseguran enfáticamente que está bien que los clérigos jueguen al cricket como cualquiera… Tienen maestros que desprecian la doctrina de enseñar, y doctores de las cosas divinas que en realidad se mofan de todo lo divino… Todo es falso, cobarde, vergonzoso… En este tiempo cada cosa prolonga su existencia mediante la negación de que existe.

 
  CHESTERTON Gilbert K., The Return of Don Quixote, traducción castellana por José Luis Moreno-Ruiz (El regreso de Don Quijote, Madrid, VALDEMAR [ENOKIA S.L.], 2004, pp. 92-93).

La subversión semántica de prolongar la existencia de algo «mediante la negación de que existe«, gestada acaso en los albores del siglo XVI, consolidada en la Inglaterra victoriana que viera nacer a Chesterton, y exacerbada en el modernismo imperante en la época en que resplandeciera su genio novelístico, ha alcanzado hoy -en la idiosincrasia imperial heredera-, ribetes nunca antes vistos. Y alcances geográficos inéditos, por cuanto sus rasgos distintivos predominan en todo nuestro planeta.

Integro diversas listas de correo electrónico en las que leo con frecuencia mensajes de compañeros que defienden a rajatabla su «libertad» de elegir entre soluciones informáticas libres y no libres… Me consta su sinceridad. En reconocimiento a ella -y a la de quienes piensen y sientan de igual forma-, creo oportuno esbozar una síntesis aclaratoria, fundada en la distinción de dos criterios predominantes en ámbitos vinculados al software libre: el ético, cuyo referente institucional es The Free Software Foundation (Fundación de Software Libre); y el pragmático, cuyo referente institucional es The Open Source Initiative (Iniciativa de Código Abierto).

El criterio ético prioriza la utilización de programas informáticos que respeten estrictamente las cuatro libertades que definen al software libre: la de ejecutarlo con cualquier propósito; la de estudiar su funcionamiento y adaptarlo a las propias necesidades (lo cual implica acceder al código fuente); la de hacer copias y distribuirlas; y la de introducir y publicar las mejoras que se estimen oportunas (el acceso al código fuente es también requisito). Nótese el espíritu solidario de las dos últimas libertades.

El criterio pragmático admite la mezcla de software libre con privativo o no libre, entendiendo por tal a cualquiera que no cumpla con las cuatro libertades mencionadas. En pro de esta mezcla se aducen razones de eficiencia, argumentando que, si bien el software libre ha alcanzado un desarrollo relevante, algunos de sus exponentes no cubrirían aún las prestaciones ofrecidas por el privativo, de hecho muy arraigado en proyectos empresariales. Y cuando las empresas apremian y los resultados urgen, comúnmente se opta por soluciones combinadas. Máxime teniendo en cuenta los múltiples tipos de licencias en juego, cuya interrelación impide a veces el ejercicio pleno de aquellas cuatro libertades.

Mas si ésta es la opción, si por razones prácticas las soluciones se prefieren combinadas o -para decirlo en términos de lógica matemática más afines al argot informático-, si la disyuntiva entre ética y pragmatismo no se estima excluyente sino incluyente, no forcemos el lenguaje para legitimar nuestra renuncia a la libertad. No incurramos en la debilidad de afirmar que adoptamos soluciones de compromiso entre los dos criterios. El presunto pragmatismo ético es muy parecido al capitalismo solidario, expresión que ha dado título a más de un libro de sesgo reaccionario y cuya puesta en práctica ha sido denunciada por Noam Chomsky como instrumento de degradación de la democracia estadounidense (cf. Ampliando el piso de la jaula (entrevista de David Barsamian)).

Revistámonos del digno atuendo con el que Michael Herne denunciara estas veleidades semánticas y emulemos la honestidad medieval de utilizar «el nombre cristiano de las cosas«. Y, en consecuencia, digamos clara, consciente y sinceramente que nuestro criterio -en cuanto a utilización o promoción de software- no es el ético sino el pragmático. No habremos alcanzado aún el grado de libertad propugnado por Richard Stallman en su artículo Linux, GNU y la libertad. Pero habremos alcanzado al menos un cierto umbral de coherencia semántica. En cuyo ejercicio deberíamos avanzar para de alguna manera zafar de la torre de Babel que nos aprisiona. Tal vez sea éste el paso decisivo para realmente migrar desde el criterio pragmático hacia el ético: interiorizar la conversión vivida por Michael Herne (y la del software vendrá por añadidura). Cual escribiera Stallman en el último párrafo del artículo precitado: «Valore su libertad, o la perderá, nos enseña la historia. ‘No nos molestéis con política‘, responden aquellos que no quieren aprender.»

Y éste es, a mi entender, el quid de la dialéctica que condiciona delimitación de competencias y flexibilidad de plazos en torno a los actuales proyectos de migración desde el software privativo hacia el libre. Quienes «no quieren aprender«, presuntamente abstemios en materia política o a lo sumo partidarios de lo políticamente correcto (que no es muy diferente…), utilizan con sutileza argumentos que aluden a ambos componentes. Veámoslo sucintamente:

Lo políticamente correcto en materia informática:

  • Delimitación de competencias.  Dejar en manos expertas las cuestiones técnicas, bien separadas de las cuestiones políticas, es estrategia habitual del poder hegemónico. Y es también prédica explícita -de larga data- de los intereses comerciales mundiales involucrados en Internet (cf. voz de las empresas en la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información (CMSI) desarrollada en Túnez en noviembre de 2005).

  • Flexibilidad de plazos.  Quienes proclaman su adhesión al software libre pero a la vez critican al Presidente Chávez por pretender imponerlo en tiempo exiguo en la administración pública venezolana, muy probablemente demoren más de la cuenta en llevarlo a buen puerto en su propio ámbito. Carlos Filgueira, actual presidente del CNTI mencionado al comienzo de este artículo, ha destacado el carácter revolucionario del decreto respectivo, único en el mundo. Y ha señalado también que, de no haber mediado la urgencia estipulada, aún se estaría viendo cuándo y cómo se implementaría (cf. Venezuela: La migración al software libre se cumple y punto). Acaba de vencer el plazo que el Presidente Chávez impusiera en su decreto. Y el propio Filgueira ha reconocido que la celeridad que conllevó, lejos de haber sido un obstáculo para su implementación, fue por el contrario un incentivo decisivo para su éxito. (cf. Luigino Bracci en su nuevo artículo Ministro Chacón: El Estado no adquirirá más software propietario).

Resulta elocuente constatar que quienes sutilmente apelan a la versatilidad del lenguaje para legitimar su preferencia por el software privativo, o, en el mejor de los casos, su opción por el criterio pragmático, con la finalidad no confesa -o al menos no consciente- de mitigar o aplazar los efectos revolucionarios del software libre, son los primeros en aplicar criterios taxativos a las cuestiones técnicas, para cuyo tratamiento prescriben una suerte de asepsia o alejamiento de la arena política. Y comúnmente son también ellos (quienes así opinan) los primeros en pontificar que no se puede migrar hacia el software libre o construir el socialismo de la noche a la mañana. ¿Acaso puede estudiarse con similar premura una documentación técnica de seis mil páginas, como la presentada por Microsoft -en relación con su Office OpenXML– a los países signatarios de la Organización Internacional para la Estandarización? El previsible desconcierto motivó la abstención de unos cuantos a la hora de votar. La agresiva política de la multinacional pretendía la estandarización fast track de su formato (adopción mediante vía rápida).

La dialéctica que pondero, las contradicciones, manipulaciones e inoperancias que denuncio, se inscriben en la forja de la nueva izquierda que pugna por nacer desde las entrañas de nuestra Patria Grande. Junto a los genuinos artífices de este alumbramiento, estarán quienes describan sus opciones con laxitud de léxico, o, por el contrario, con precisiones analíticas (según convenga a sus intereses). Estarán también (pues muy probablemente sean los mismos) los agoreros proclives a la sempiterna postergación. Por la vía de lo políticamente correcto hemos llegado al colmo de la subversión semántica: llamar socialistas a países, gobiernos y proyectos subsumidos en exponentes relevantes del capitalismo neoliberal. Muy occidentales y cristianos… Mas nada propensos a venerar «el nombre cristiano de las cosas«.

http://www.deigualaigual.net/filosofia-libre/tecnologia-subversionsemantica-dam.html