(Ponencia en el ENCUENTRO INTERNACIONAL DE «PROPUESTAS ALTERNATIVAS EN AGRICULTURA, ACCESO A MERCADOS, COMERCIO Y MEDIO AMBIENTE, ANTE LA MINISTERIAL DE LA OMC»)
A raíz de la independencia de Panamá de España, Bolívar manifestó que nuestra Acta de Independencia era el «documento más glorioso» que podía darse al mundo; que un Canal en Panamá sería como el de Corinto para los griegos, y que, si alguna vez el mundo tuviera que escoger su capital, Panamá sería el sitio indicado para ello. Aceptamos su reto para que la profecía del Libertador se haga realidad.
Ingeniera Edmée Betancourt, ministra de Industrias Ligeras y Comercio,
Autoridades del Servicio Autónomo de la Propiedad Intelectual.
Distinguido auditorio:
Hace más de siete siglos, mucho antes de que los europeos se tropezaran con el continente americano, la China copaba el comercio por mar y tierra en una zona extensa que cubría toda Asia hasta Europa y África. Desde Corea y Japón, hasta Tailandia, Malasia, Indonesia, Calicut en la India y la costa oriental de África, y más allá de Persia por la Ruta de la Seda, los chinos comerciaban pacíficamente con todos, y a todos con quienes negociaba, el Celeste Imperio les ofrecía protección a cambio, defendiéndolos de piratas y otros depredadores que imponían condiciones leoninas de comercio a pueblos incapaces de defenderse. Entonces comerciar era una necesidad, pero también una forma de civilizar.
Hoy, los que dominan e imponen las reglas del comercio mundial para su beneficio unilateral y egoísta no tienen que defender a los pueblos débiles de enemigos externos porque ellos son los enemigos externos; ellos no son amigos ni socios de los pueblos avasallados y expoliados, cuya única posible protección y defensa radica en el derecho a la resistencia y la lucha coordinada para asegurarse el derecho a la vida.
Porque el comercio mundial está regido por los opresores que vinieron surgiendo y conspirando desde la noche de los tiempos es que, en una época caracterizada por el rápido desarrollo del derecho internacional y de las normas de convivencia, paradójicamente brillan por su ausencia el sentido de igualdad, la reciprocidad, el espíritu de cooperación, la equidad, el respeto y el beneficio mutuo. En cambio, prevalecen las guerras, las agresiones, las amenazas y las presiones contra los pueblos y regiones que no acatan las políticas imperialistas encaminadas a robarles sus recursos y riquezas, su independencia, y que rechazan ser utilizados como peones en la contienda intercapitalista o la geopolítica de la globalización.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde que el comercio se realizaba con espíritu civilizatorio. Ciertamente no fue ese el caso de la conquista de América por los españoles ni el genocidio y exterminio de los pueblos originarios de Norteamérica por los anglosajones y otros de Europa. Allí ni siquiera hubo comercio desigual sino abierta aniquilación, saqueo, suplicio, y, en el mejor de los casos, la disyuntiva entre el campo de concentración o la vida, o entre la espada y la cruz. Los que no se acogieron a la cruz tuvieron que vérselas con la espada.
Es curioso advertir que el mandato que Dios le dio a Estados Unidos para civilizar a los salvajes, conocido por ese motivo como «Destino Manifiesto», surgió en la misma década de 1840 cuando los ingleses en primer lugar, seguido de Francia y otros países, sin excluir a Estados Unidos, desataron las conocidas «Guerras del Opio», que se extendieron hasta principios de siglo XX con la «Rebelión de los Boxers» para implantar extraterritorialmente sus leyes en suelo chino, someter a China a infames reglas de comercio, apoderarse de sus puertos, extender su comercio ríos arriba y tierras adentro, revestirse de inmunidad completa y erigir sus tribunales soberanos para juzgar a la población local.
¡Y qué decir de cómo los ingleses avasallaron a la India o de cómo un país tan pequeño como Holanda se enseñoreó sobre Indonesia, más extensa que toda Europa!
Estados Unidos barrió con la población originaria, le robó extensos territorios a México, les impuso por la fuerza tratados comerciales a Corea y Japón y, en 1898, planificó y pretextó una guerra de agresión contra España para despojarla de Guam, las Filipinas, Puerto Rico, y Cuba.
Estados Unidos enunció la «Doctrina Monroe» en 1823, en complicidad con Inglaterra, cuya única finalidad era apoderarse del espacio económico y comercial que iba dejando una decadente y derrotada España para iniciar el reinado anglosajón en América: «América, para los americanos». No para la América India, la América mestiza, la América criolla.
Si con el «Destino Manifiesto» Estados Unidos se apoderó de vastos mercados mediante su poderío militar y ventaja tecnológica, con la «Doctrina Monroe», que prohibía la colonización y la intervención europea en las repúblicas latinoamericanas recién independizadas, fue echando raíces el predominio comercial de Estados Unidos, sin excluir a Inglaterra, en este continente.
El poder militar de Estados Unidos no solamente sirvió para asegurar ventajas comerciales y mercados: se empleó para ejercer control estratégico en diversas regiones, mares, océanos y estrechos; es decir, para clavar su bandera en aquellos espacios que son claves para el comercio internacional, y esos enclaves fueron obtenidos mediante tratados y acuerdos espúreos, amañados y leoninos, es decir, tratados viciados de nulidad. Tales fueron, entre otros de Mesoamérica, los casos de Cuba y Panamá.
Abundan los testimonios de generales de Estados Unidos que, desde el siglo XIX, han reconocido que las invasiones e intervenciones a ellos encomendadas han tenido como propósito asegurar mercados para sus productos agrícolas e industriales, de la misma manera que importantes funcionarios de la inteligencia de Estados Unidos admiten que las intervenciones, las agresiones y las invasiones jamás tuvieron como finalidad sembrar la democracia ni los derechos humanos en los países atacados sino afianzar una hegemonía económica y comercial.
Sin dejar de reconocer factores diversos en el origen de las guerras, incluyendo las guerras frías, podemos afirmar sin equivocarnos que, al final, las causales más importantes de las contiendas bélicas internacionales fueron la lucha por los mercados, las rivalidades intercapitalistas y el hegemonismo económico, político y financiero.
A la luz de la historia, el «libre comercio» es un eufemismo que entraña un conflicto semántico, una contradicción intrínseca. ¿Qué libertad le reconocieron los europeos a los pueblos africanos cuando se repartieron su continente sin pedirles permiso a los verdaderos dueños? ¿Qué libertad tenían esos pueblos africanos cuando se les obligó a firmar cientos de acuerdos comerciales y territoriales, todos los cuales fueron violados por los europeos? ¿Qué libertad tenían los pueblos africanos si ni siquiera libertad tenían para ser personas, cuando fueron sometidos a la esclavitud, a la trata y el comercio de esclavos, para enriquecer tanto a Europa como a Estados Unidos en las plantaciones, en las fábricas y ciudades? ¿Qué libertad tenían los pieles rojas, los Sioux, los Cheyennes y otras nacionalidades de Norteamérica para reglamentar su comercio con los invasores cuando la única libertad que se les permitió fue la de entregar incondicionalmente todas sus riquezas, posesiones y patrimonios, todas sus vidas? ¿Qué libertad tenían las cubanos cuando les impusieron en 1903 la Enmienda Platt y cuando ocuparon Guantánamo? ¿Qué libertad tenían los panameños cuando en 1903 Estados Unidos les impuso un Tratado que firmó un extranjero, mediante el cual el Canal a ser construído para el «libre comercio» quedaría a perpetuidad en manos de Estados Unidos, sin que se permitiese a Panamá siquiera comerciar en la antigua Zona del Canal?
Allí están, en las Secretaría General de las Naciones Unidas, los reclamos de estos pobladores indígenas al gobierno federal de Estados Unidos por las violaciones de cientos de tratados suscritos en el siglo XIX.
En el «libre comercio» de hoy no hay más libertad que la que tenían los esclavos y siervos para comerciar su mano de obra, es decir, su producción, su patrimonio y su vida, con los esclavistas y señores feudales. En otras palabras, ¡ninguna! Y ésta es la realidad de nuestro sistema internacional y del comercio internacional: su carácter es profundamente asimétrico y feudal.
No hay libre comercio cuando las partes negociantes o contratantes gestionan desde una base profundamente desigual de poder. No hay libre comercio cuando el objeto de la negociación – el comercio internacional – está rodeado de circunstancias estructuradas que se manifiestan en beneficio de una de las partes y notoriamente en perjuicio de la otra. No hay libre comercio cuando el propósito de la negociación es en sí mismo un objeto ilícito, algo no susceptible de negociación, como lo es la forma y contenido de vida de los pueblos. No hay libre comercio cuando la negociación conlleva la aceptación de compromisos que atentan contra la ética, la solidaridad humana y el derecho a la vida.
No hay libre comercio si los acuerdos son el resultado predeterminado y lógico de las condiciones y estructuras que rodean la negociación. No hay libre comercio si no se produce la voluntad de las partes contratantes mediante su libre consentimiento. No hay libre consentimiento si la voluntad de una de las partes fue forzada, por los medios que sea, a aceptar un acuerdo. No hay libre comercio si las partes negociantes o contratantes carecen de capacidad jurídica para comprometer el destino de nuestros pueblos. Y si en las negociaciones no se verifican ni el libre consentimiento ni la capacidad de las partes contratantes o negociantes, los acuerdos comerciales quedarán viciados de nulidad y carecerán de validez jurídica.
Los conceptos doctrinales emergen del Derecho de Tratados, conforme al cual los tratados desiguales — desiguales no sólo por su contenido sino también por las condiciones que rodean las negociaciones — son nulos ab initio, nulos ipso facto por su propia naturaleza, denunciables y susceptibles de ser llevados ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, entre otros tribunales.
¿Pueden nuestros gobiernos acordar el ALCA o los Tratados de Libre Comercio sin que cumplan los requisitos para suscribir tratados? ¿Pueden nuestros gobiernos acordar el ALCA o los Tratados de Libre Comercio en violación de nuestras constituciones políticas? ¿Pueden nuestros gobiernos acordar el ALCA o los Tratados de Libre Comercio si éstos tendrán el efecto de dejar en suspenso o anular automáticamente buena parte de los derechos económicos, políticos y sociales consagrados en nuestras constituciones políticas? ¿Pueden nuestros gobiernos acordar el ALCA o los Tratados de Libre Comercio sin la aprobación de nuestros pueblos?
No se diga que para eso están las asambleas, los senados, los parlamentos en nuestros países, porque todo conocemos la incapacidad de nuestros diputados y legisladores para representar a nuestros pueblos. No, ellos sólo representan a sus partidos políticos, a sus grupos de presión, a sus familias, y a los intereses de Estados Unidos. Habrá que llamar, pues, a plebiscitos en toda la región.
A la presión internacional creada por las estructuras del comercio internacional a favor del ALCA y de los Tratados de Libre Comercio hay que añadir la expansión militar creciente de Estados Unidos en la región, resultante del Proyecto del Nuevo Siglo Americano, de la Doctrina de Seguridad Nacional para el Siglo XXI, de la Guerra Preventiva, de la llamada Guerra contra el Terrorismo y de la arquitectura regional de seguridad de Estados Unidos para la región.
Estados Unidos gasta más de 540 mil millones de dólares en Defensa, suma superior al monto del resto del mundo dedicado a gastos militares. Estados Unidos tenía 702 bases militares en 2003; en 2005 cuenta con 770 bases en 40 países. Estados Unidos tiene 1,418,000 soldados, de los cuales 400,000 se encuentran fuera de sus fronteras nacionales. Estados Unidos posee unas 10,350 ojivas nucleares, la mitad de ellas operativas, la mitad en reserva, y esta cantidad supera a la totalidad de las ojivas nucleares que detenta el resto del mundo.
Estados Unidos tiene bases en Comalapa, en El Salvador; Soto Cano, en Honduras; Hato Rey en Curazao, Reina Beatriz en Aruba; Siete Esquinas y Leticia, en Colombia; Iquitos en Perú; Manta, base aeronaval, en Ecuador; Mariscal Estigarrabía, en Paraguay; Guantánamo, en Cuba; Fort Buchanan y Roosevelt Roads, en Puerto Rico; presencia de 16,000 soldados de Estados Unidos en Paraguay, cercana a la Triple Frontera de Argentina, Paraguay y Brasil; tres radares fijos en Perú; tres radares fijos en Colombia; once radares móviles y secretos en seis países andinos y caribeños, para supuestas tareas antinarcóticos, pero que cumplen, todas, labores de contrainsurgencia.
A estas bases militares se añaden los diversos acuerdos militares secretos o públicos que permiten el libre paso por territorio de Latinoamérica, los derechos de atracar o aterrizar en puertos y aeropuertos sin quedar sometidos a las leyes nacionales; los acuerdos de inmunidad ante crímenes de guerra, de lesa humanidad y otros; los tratados que les confieren a las fuerzas armadas y federales de Estados Unidos privilegios, exenciones y derechos diplomáticos, incluyendo de extraterritorialidad.
Se añaden, igualmente, los programas de asistencia militar y capacitación a las fuerzas armadas de Latinoamérica y el Caribe; los programas presuntamente humanitarios tipo «Nuevos Horizontes»; el incremento de los Cuerpos de Paz en toda la región; la fuerte presencia del FBI con sede dentro de las embajadas de Estados Unidos, responsables de la represión antiterrorista y otros delitos; la implantación de la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos dentro de los aparatos de seguridad de la región.
No menos importante, se cierne sobre el horizonte la creación de una fuerza militar multinacional bajo la tutela del Comando Sur; de una fuerza naval latinoamericana, coordinada por el Comando Sur, cuyo embrión pudieran ser las Maniobras Navales Multinacionales conocidas como «Panamax», realizadas desde 2003 hasta 2005 en Panamá bajo la coordinación del Comando Sur para hacerle frente a presuntas amenazas terroristas a Panamá y el Canal.
De esta forma, las negociaciones del ALCA y de los Tratados de Libre Comercio tienen un marco de referencia amplio marcado por las estructuras opresivas del comercio internacional y las presiones diplomáticas y militares de Estados Unidos en Latinoamérica y el Caribe.
¿Puede, en estas condiciones, hablarse de libre comercio, libre contratación, libre consentimiento?
No deseo terminar sin señalar algunos hitos importantes, a mi juicio, derivados de la reciente visita del presidente George W. Bush a Panamá los días 6 y 7 de noviembre pasado.
El presidente Bush manifestó que aceleraría la conclusión del TLC con Panamá y que Panamá debía impulsar el tema en Estados Unidos. Pero hasta la llegada de Bush a Panamá, las negociaciones del TLC estaban estancadas por falta de acuerdos. El ministro de Comercio, Alejandro Ferrer, declaró el pasado enero que no habrá acuerdo si no hay condiciones favorables para Panamá, especialmente en el tema prioritario, el agro.
El presidente Bush manifestó su interés en las inversiones en el Canal, en participar en la ampliación del Canal, en tener acceso a las compras y servicios de la Autoridad del Canal, en una garantía de no discriminación. Ya con anterioridad se sabía que Estados Unidos estaban interesado en un cláusula de seguridad en los puertos, para monitorear las cargas y verificar que no haya armas ilícitas, especialmente armas de destrucción masiva. El TLC con Panamá sería el único en el mundo en incorporar una cláusula de seguridad.
Ahora, súbitamente desaparecen, al parecer, todas las desavenencias. Una delegación de Panamá viajó a Estados Unidos, y al parecer todo marcha sobre ruedas.
Un alto funcionario se enorgulleció al decir que el presidente Bush les había dado un «mandato» para suscribir el TLC sin más, revelando que las negociaciones tienen que cerrarse a como dé lugar. Todo lo anterior se produce después de que, en la Tercera Cumbre de Presidentes de Mar del Plata, el canciller panameño, Samuel Lewis Navarro, introdujera la manzana de la discordia al proponer que se discutiera el ALCA, un tema no contemplado en la agenda, apoyado por Perú, Canadá y otros países.
Pero el presidente Bush también añadió que, de acordarse el ALCA, Estados Unidos y Latinoamérica «podrían hacerle frente al reto que representa la República Popular China». Y yo le pregunto al presidente Bush: ¿qué le hace pensar que Latinoamérica quiere convertirse en un peón de Estados Unidos en su rivalidad comercial con China? ¿Qué le hace pensar, señor presidente, que Latinoamérica no desea comerciar libremente con China, India o Rusia bajo sus propias prioridades y criterios, es decir, con independencia de Estados Unidos?
¿Por qué China, señor presidente, no ha expresado que desea utilizar a Latinoamérica en una presunta confrontación con Estados Unidos? ¿Será que usted, señor presidente, recela de llidad de que China brinde alguna ayuda y proteja a sus socios comerciales de los piratas y depredadores belicosos como los hiciera desde antes del siglo XV cuando el comercio era bandera de civilización y no, como hoy, el medio a través del cual la humanidad se hunde cada vez más en el foso infame de la degradación?
¡Viva Venezuela!
¡Viva la unidad latinoamericana!
¡Abajo el ALCA!
¡Abajo la OMC!
Caracas, 16 de noviembre de 2005.