Recomiendo:
0

Cronopiando

Llamado urgente

Fuentes: Rebelión

Porque a veces resulta inevitable tener que hacer un alto en el camino y volver a sopesarlo todo al paso, a quienes alguna vez en el pasado estrecharon mi mano, me legaron un beso o compartieron conmigo un abrazo, debo haceros saber, porque tenéis derecho a no ignorarlo, que estoy… contaminado. Y ni siquiera sé […]

Porque a veces resulta inevitable tener que hacer un alto en el camino y volver a sopesarlo todo al paso, a quienes alguna vez en el pasado estrecharon mi mano, me legaron un beso o compartieron conmigo un abrazo, debo haceros saber, porque tenéis derecho a no ignorarlo, que estoy… contaminado.

Y ni siquiera sé cómo me he contaminado, si han sido los vecinos, los amigos o el alcalde. Ignoro si se trata de una contaminación sobrevenida o de que me sobrevino una contaminación, pero lo cierto es que estoy contaminado. Es posible que hasta mi familia también esté contaminada. O acaso haya sido ella, mi propia familia, la que me ha contaminado. Es más, ahora que lo pienso… la verdad es que no confío en Haizea así se ampare en sus tres años de vida. Sólo porque lo sepan y entiendan mis razones para la sospecha, ayer le pregunté:

-¿Y que has comido en la escuela?

Y Haizea, luego de ponerle otro ganchito más a su muñeca, no quiso dejarme sin sonrisa y me contestó:

-Caca.

Yo fingí dar por bueno el primer plato e insistí:

-¿Y después, mi hija? ¿Qué te dieron después?

Para alivio de su muñeca, Haizea desechó el enésimo ganchito y, muy seria, me respondió como si no entendiera mi inquietud por su alimentación:

-Pedo.

Dado el escatológico y reiterado menú, yo opté por concluir mis pesquisas.

-Ya… y de postre te dieron moco ¿verdad?

-No aitá, de postre me dieron yogurt.

Pues bien, sí pudo ser Haizea. Y tampoco es la primera vez que la supongo contaminada. En cualquier caso, fuese Haizea la causa o mi maldita memoria que todo lo contamina, la realidad es que estoy contaminado, que este ordenador también lo está y que en la misma medida en que te lo estoy contando y tú lo estás leyendo, temo, también te estoy contaminando a ti. La contaminación te sobreviene inevitable y sigue su curso, a tu pesar o con tu venia, contaminándolo todo, tu persona, tu umbral, tu entorno…A partir de ahora siempre habrá alguien que pueda alegar en tu contra que alguna vez me leíste. Peor todavía… y que después te pusiste a escribir, saliste a la calle, hablaste con el de la tienda, saludaste a un viejo amigo… los contaminaste a todos.

Como si jugáramos a La Oca, vamos de contaminación en contaminación y contagio porque me toca, infectándolo todo, tú, yo, aquella, el otro, la de más allá…

Lo peor, sin embargo, no es ignorar cómo me he contaminado, sino no saber de qué.

Por más vueltas que le he dado a mi vida, por más huellas que he estado desandado, tratando de encontrar en el pasado la raíz de ese brote contagioso, sigo sin saber de qué estoy contaminado.

Hay, afortunadamente, una manera de descubrirlo que, al mismo tiempo, terminaría con el contagio: Contaminarnos todos. Sí, inyectarnos una dosis de humana solidaridad o de humanismo a secas, que nos inmunice contra la intolerancia y el olvido, para salir entonces a la calle dispuestos a encontrarnos, a hablar, a compartir y comulgar juntos una maravillosa y fraterna contaminación.

Tal y como lo cantara Pedro Guerra que, sin saberlo, se convirtió hace ya unos cuantos años en un precursor de la contaminación compartida, hoy más que nunca es necesario aquel «contamíname, mézclate conmigo, que bajo mi rama tendrás abrigo».

Y ese ansiado y contagioso encuentro, no tiene porqué ser a través de Facebook o por medio de un mensaje al móvil. Mejor en la calle y a pecho descubierto (esto es una metáfora) o en la plaza del pueblo, de 12 a 1 del día, por ejemplo, y mejor el domingo, que es fiesta… todavía.

Basta con que nos encontremos, con que nos demos la mano, intercambiemos un beso, un abrazo, una palabra, para que todas y todos acabemos contagiados y la contaminación desaparezca. Y sólo hace falta ponerle fecha y hora a ese contagioso encuentro.

Quedará entonces la feliz idea común, el sueño compartido, de un mundo mejor que, además de posible, es imprescindible.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.