Tal vez haya una fuerza telúrica que a uno le mueva a ser escritor. Quizá el descubrimiento de que entre uno y el mundo algo se resquebraja, de que no funciona adecuadamente el engranaje. Son las anomalías que le impiden sentirse «normal» e «integrado». Pero el autor ha de conservar además la ingenuidad y la […]
Tal vez haya una fuerza telúrica que a uno le mueva a ser escritor. Quizá el descubrimiento de que entre uno y el mundo algo se resquebraja, de que no funciona adecuadamente el engranaje. Son las anomalías que le impiden sentirse «normal» e «integrado». Pero el autor ha de conservar además la ingenuidad y la inocencia, la capacidad de sorpresa. Operan estos principios en el escritor Juan José Millás, pero también una capacidad enorme para la ironía y la invención de historias a partir de hechos -aparentemente nimios- de la vida cotidiana. No hace mucho un periodista le dijo en Galicia, no sin cierta agresividad: «Tú ves entrar una mosca por la ventana y ya tienes resuelta la columna». Se refería a una mañana en que Millás estaba escribiendo, solo, en su casa y le atacó un antojo banal, pero extraño en el novelista: tomarse una cerveza. No hizo caso y continuó escribiendo, pero la cerveza permanecía instalada en la mente. Decidió acercarse a la nevera y abrir la puerta, de donde salió una mosca. ¿Por qué extraños mecanismos telepáticos la mosca propició que la cerveza surgiera en la cabeza del novelista para así salvar su vida?
En el Espai Cultural Rambleta de Valencia Juan José Millás ha presentado su último libro, «Desde la sombra», editado por Seix Barral. La novela parte de un personaje, Damián, que un día tiene la tentación de robar un pisacorbatas en un mercadillo de antigüedades. Uno de los vigilantes ha advertido el hurto y le sigue. El protagonista entra en la zona de los muebles y se introduce en un gran armario antiguo de tres cuerpos. Allí permanece un tiempo, a la espera del momento para escapar. Inesperadamente, cargan el armario en un camión para trasladarlo al hogar de una familia, donde encontrará hueco en la habitación principal. Damián sigue sin encontrar el momento para escaparse. Se trata de un personaje algo desubicado en la vida, con pocas habilidades sociales que, finalmente, ya no tiene la necesidad de abandonar el armario. Ha encontrado su lugar en el mundo: comunica el mueble de tres cuerpos con el «empotrado», sale como un fantasma cuando la familia se marcha a trabajar, arregla el hogar, toma alimentos de la nevera… A partir de este punto se desarrolla la historia, que tuvo trasunto real en Japón.
En diálogo con la periodista Mariola Cubells, Juan José Millás hace referencia a un libro de filosofía editado por Cátedra, en el que se contaba la historia de un matrimonio francés que, pese a desearlo, no podía tener descendencia. Pero al final ella se quedó encinta y el médico, que no daba crédito, dijo que aquel suceso le parecía formidable. Esa fue la razón por la que los padres llamaron al vástago «Formidable», aunque se tratara de un niño enclenque y con poco vigor. El niño creció, encontró trabajo en correos y tuvo que soportar día tras día que la gente hiciera chanza de su nombre. Falleció joven. En el lecho de muerte, su esposa le preguntó por el epitafio. «Pon lo que quieras», le dijo, con tal de que no figurara el nombre de pila que le había amargado la vida. En la lápida quedó finalmente impreso: «Aquí yace un hombre que amó a su mujer y le fue fiel toda la vida». El memorial permaneció expuesto en la puerta de la casa, de manera que la gente pasaba por allí, leía y exclamaba: «Mira, es formidable». Como en el complejo de Edipo, cuando más se alejaba del fantasma, éste más le perseguía.
De Millás corre la leyenda de que es un hombre metódico hasta el exceso (todos los días llama a la radio a las 7:42 de la mañana) y muy devoto de sus rutinas. «Mi perro murió hace siete años, pero en mi casa sigo llamándolo y digo que lo saco a pasear; a veces hay visitas, y no lo entienden… Algunas veces llego por la noche al hogar, veo una sombra y pienso que es el fantasma de mi perro… Y lo saco a pasear». El escritor también es muy obsesivo con la limpieza de sus zapatos: «Ha de tener alguna relación con el sexo, pero no sé cuál». Entre los aullidos de las radios y las columnas, Juan José Millás transmite un sosiego tocado de ironía. Confiesa que toma ansiolíticos para estar tranquilo, pues «la ansiedad desgasta mucho» («a veces el mundo está dentro de ti, aunque tú estés fuera del mundo»). Sin embargo aconseja que nadie tome «dormidina», producto que se vende en las farmacias sin receta y que provocó que olvidara, después de 30 años, el número de su tarjeta de crédito. Estaba en una plaza gallega y se tuvo que volver a Madrid…
Como en el columnismo hay excesiva barahúnda política, el autor de «La mujer loca» y «Vidas al límite» prefiere escribir en los periódicos lo que llama el «Articuento». Hace muchos años que se propuso centrarse en lo cotidiano, aunque siempre «rescatando el punto de misterio». En ocasiones la realidad se torna muy agresiva, y hay que responder, pero prefiere contar historias como la de la mosca y la nevera. En el fondo, las dificultades con la realidad empiezan de niño, lo que es común a escritores, cineastas, pintores y todo tipo de artistas. Puede que no todos hayan tenido una infancia desgraciada, pero sí coinciden en un problema de relación con el mundo, una separación de la realidad y un conflicto que se canaliza a través del arte. «Entre el escritor y el lector no hay mucha diferencia», apunta el autor de «Desde la sombra», «uno empieza a leer o escribir porque no se encuentra bien». «¿Qué habría sido de Dali si no hubiera pintado?» ¿Y si uno no experimenta esa separación de la realidad? «No pasa nada, estudia Derecho, se casa y lleva una vida normal…».
La noción de «normalidad» da también mucho de sí, como pudo comprobarse en una entrevista a Millás del humorista y presentador Andreu Buenafuente. «Con los años te estás quedando un poco Buster Keaton», fue la bienvenida. Hablaron sobre un proyecto de programa de televisión que buscara, en un casting, a la persona más «normal» de España. Primero, por autonomías, y después se trataba de seleccionar al personaje más «normal» de todas las comunidades. «Al final seguro que resultaría un loco de atar», auguró el escritor. «¿Te imaginas a 300 personas normales, juntas, haciendo cosas normales?» Habría más conflicto que en las familias pautadas y convencionales. Los ocho hermanos de Juan José Millás se han integrado perfectamente en la vida, pero él emprendió otro rumbo. Ha conseguido vivir de la «anormalidad», aunque no ha sido un camino sencillo. En su casa, de niño, ya planteaba problemas lingüísticos, por ejemplo por qué si pronunciaba la palabra «casa» se imaginaba una construcción doméstica (entera), pero la mitad del vocablo (la sílaba «ca») no se asociaba en la mente a media casa. En el colegio, los problemas no se los creaban los compañeros de aula o los profesores, sino más bien él mismo. «Con mis problema de dicción, de niño yo decía que era francés». «Lo irreal y el delirio atraviesan el 70% de nuestras vidas, son mucho más importantes que la realidad».
Armado con un digestivo gin-tonic, el escritor continúa encadenando historias y compartiendo ingenio. En el colegio tenía un amigo íntimo cuyo padre era dependiente de una ferretería. Un día esta amistad le confesó que su progenitor era verdaderamente un agente de la Interpol, y que la tienda funcionaba como tapadera. La revelación cuadraba bien con las fantasías de los niños, por los crímenes, pesquisas y operativos policiales, del FBI y de la Interpol, que se estilaban en la época. Juan José iba a menudo a la ferretería, donde se admiraba por lo bien que disimulaba el dependiente. «¿Cuándo interpolaría?» Años después, cuando estaba escribiendo la novela «El orden alfabético», el escritor invitó a comer a su amigo. Quería resolver el arcano. «Tú que tenías dos padres, uno vendedor en la ferretería y otro agente de la Interpol, ¿cuál de los dos fue más importante», le espetó. «El de la Interpol», respondió el viejo camarada. Y, para zanjar el asunto, le contó una de las últimas conversaciones con su ambiguo padre en el lecho de muerte. «Mira, papá: tú has sido para mí un agente de la Interpol», le confesó en aquel fatídico diálogo. «¿Pues sabes que algo había notado yo…?»