El mes pasado pude escuchar a Amelia Valcárcel, Catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED, en una conferencia a propósito de sus lecturas, dentro del Ciclo «La biblioteca de…» en la Biblioteca Nacional de Madrid. La presentación corrió a cargo de Rosa Regás que resaltó el hecho de que la invitada fuera desde […]
El mes pasado pude escuchar a Amelia Valcárcel, Catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED, en una conferencia a propósito de sus lecturas, dentro del Ciclo «La biblioteca de…» en la Biblioteca Nacional de Madrid.
La presentación corrió a cargo de Rosa Regás que resaltó el hecho de que la invitada fuera desde julio de 2006 la segunda mujer miembro del Consejo de Estado, algo de lo que Rosa Regás señaló debía sentirse especialmente orgullosa y satisfecha, «dado lo infrecuente del acceso de las mujeres a los puestos de poder y prestigio»; también se refirió a ella como una de las luchadoras feministas más influyentes. A continuación, Amelia Valcárcel comenzó su conferencia sobre sus lecturas y su biblioteca personal diciendo que a diferencia de la gente de hoy (me sentí desde luego aludida), la gente de su generación tiene biografía más que currículum, y no se alejó mucho de esta frase, en realidad, a lo largo de la hora en que estuve escuchándole hablar.
Este tipo de conferencias me resultan cada vez más vacías de contenido, pues Amelia Valcárcel no cesó de contarnos anécdotas personales (¡la biografía!), en exceso autocomplacientes (para regusto de un público fiel, narcotizado), en lugar de analizar en profundidad los libros que había leído y formaban parte de su extensísima biblioteca de 18 000 ejemplares, como bien se encargó de recordarnnos a los asistentes.
Empezó la conferencia con una serie de disquisiciones generales sobre el origen de las bibliotecas y el uso de los libros por parte de las clases pudientes y su no uso por parte de las clases populares (usó el término «familia obrera» incluso), sobre sus lecturas infantiles y sobre aspectos muy generales de los libros y las bibliotecas actuales. De sus lecturas hablaba más bien poco, porque como ya decía antes, cada título se asociaba a una anécdota biográfica en una especie de «revival» de tiempos pretéritos, donde me pareció que Valcárcel quería dar una imagen de heroína paradigmática. Sin embargo, de contenidos de los libros no se hablaba para nada, y eso que había comenzado diciendo que en sus comienzos la lectura le había planteado el porqué de las cosas, así que empecé a sentirme algo defraudada intelectual y literariamente.
La facilidad que tiene nuestra clase intelectual oficial, aquella que no cuestiona el capitalismo ni en la intimidad, en caer en el autobombo, las bromas pseudo biográficas y el ombliguismo es preocupante. Durante unos tediosos minutos asistí, casi flipando, al relato de Amelia sobre los libros de su biblioteca, que se reproducen, hablan entre ellos, salen por la noche a buscar pareja, escalan estantes y son capaces de hasta irse por su cuenta a la casa de veraneo. Sinceramente, no era esto lo que me esperaba de alguien que ha sido Consejera de Cultura de Asturias y miembro del Consejo de Estado; se pueden hacer bromas para distender la conferencia, pero si resulta que antes se ha estado hablando de libros y de su contenido, no insistir en la broma, cuando es lo que llevaba haciendo Amelia casi la mayor parte del tiempo. Decidí permanecer sentada y completar el esperpento hasta ver de qué más era capaz.
Sinceramente, no me sentí defraudada, pues Amelia Valcárcel dijo también cosas que merecen un análisis más detenido. En su primera parte definió los libros como propiedades y como ocio, en lo que me pareció una defensa muy evidente y descarada de la literatura como consumo y entretenimiento; sin embargo, parecía preocuparle mucho que la imagen esté sustituyendo a marchas forzadas al libro como ocio, entonces se me ocurrió cuál sería la respuesta de Amelia a la pregunta: ¿por qué temer que la imagen suplante al libro como ocio si este es considerado meramente como ocio en sí mismo? La concepción de la literatura como ente transformador, que busca el cambio a través de la reflexión y la crítica del sistema dominante, no parecía ser del interés de Amelia Valcárcel que a lo largo de la conferencia dio grandes muestras de no querer cambiar apenas nada, y yo que pensaba que el feminismo quería cambiar el orden de las cosas y que Amelia era un ejemplo de feminista que busca ese cambio aterrizando en las instituciones, vaya chasco.
En el debate posterior pude escuchar, como ya me temía, dos loas a la autora, que no preguntas, y ya por fin tres personas plantearon cuestiones variadas y fue un momento para las ideas, breve, pero se pudieron escuchar afirmaciones que me hicieron despertar de las letanías de Amelia. Le preguntaron a Amelia Valcárcel (y por alusiones a Rosa Regás) por qué desde el punto de vista de una mujer con empleo precario y que no tiene acceso a la lectura (y menos a una biblioteca de 18 000 ejemplares) es de agradecer que una mujer como ella esté en el Consejo de Estado, qué utilidad tiene que ella sea la segunda mujer en ese órgano para una mujer en las condiciones anteriores.
La respuesta tan esperada, por cierto, debido a la pomposa loa inicial fue que, en definitiva, era incapaz de explicar por qué era útil para la mujer que ella estuviera en el Consejo de Estado, que se sumaban muchas particularidades para poder explicarlas, pero sorprendentemente no especificó ninguna de ellas. Sin embargo, al principio, cuando Rosa Regás dijo que debía sentirse orgullosa de ello, pude ver como ambas asintieron al unísono. Me parecía que los engaños en las distancias cortas se notan más y me sentí engañada; en un intervalo no mayor de una hora no se puede crear una paradoja tan burda con un público que, al menos, tiene memoria y no precisamente como la de los peces. Amelia Valcárcel había declarado que para hacer teoría política hay que moverse en los círculos de poder, pero con la respuesta anterior me quedó muy claro cual es su teoría política, es decir, ninguna, que todo siga igual, pero con una mujer más en las reuniones del Consejo de Estado. La conclusión que pude sacar es que el feminismo de ambas se queda en tocar el mismo poder que los hombres, para una vez instaladas, disfrutar de él y no cambiar nada, sino acaparar más poder, siempre, eso sí, en nombre de la mujer. Me molesta ese gesto de mostrar cierta solidaridad para con la mujer desfavorecida desde el púlpito y no con un trabajo transformador desde las altas esferas.
Sobre su situación privilegiada como propietaria de dos casas y de 18.000 libros, dijo Valcárcel que los libros los había ido consiguiendo con su cuenta corriente poco a poco y que habían crecido de «aquella manera» (me sigo resistiendo a pensar que se refería al cuento ya reseñado), pero no explicó cual era la manera. Ante otras preguntas que vinieron después, Valcárcel definió un poco más su teoría política al considerar la monarquía española como una monarquía republicana, ya que el rey no gobierna y dijo que para ella la monarquía era una forma de consolidar un foco de estabilidad para que las cosas pudieran cambiar (no especificó qué cambiaba y en qué se convertía, para variar, claro). Resumiendo, un discurso recurrente, es decir, una habitual y sempiterna defensa superficial de la transición española y elogios indirectos al rey, defendiendo la monarquía a la par que la república, que encuentro muy de moda en algunos sectores de la izquierda oficial.
Según hablaba, iba completándonos su teoría política, a ella le parece mal que «El País» (y cualquier periódico, apostilló) publique anuncios de contactos, pero no solo no hace nada desde su puesto en el Consejo de Estado, sino que además no tiene ningún pudor en escribir artículos en ese mismo periódico de título «¿La prostitución es un modo de vida deseable?», cuando unas hojas más adelante se dedican cuatro hojas del periódico a anuncios de contactos que el periódico cobra y publica todos los días. A ella solo se le ocurría que el joven que le preguntaba escribiese una «carta al director», pero no iba jamás a mover un dedo por cambiar eso; insisto en su discurso otra vez, solidaridad con las nuevas generaciones, pero solo moral, claro.
La continuación de su compendio ideológico no se hizo esperar. Le preguntaron por los libros que le habían inspirado intelectualmente para desarrollar lo que ella llama «el mal que sería capaz de girar el sentido actual del mundo», recordando unas declaraciones suyas al respecto. En su intervención, fue incapaz de citar un solo libro, para después echarle en cara a su interlocutor que solo citase declaraciones y no lecturas, ironizó sobre su desconocimiento de lo que podía ser «el sentido actual del mundo», cuando era una expresión suya, y acabó concluyendo que a la mujer le corresponde la mitad del poder aunque este sea abominable, «vamos a tener una parte de la abominación» (sic). En mi opinión, su idea es bien clara, ella prefiere tener la mitad del pastel, que luchar para que el pastel sea para todos, pero para ella hablar de eso es sencillamente perderse en disquisiciones culinarias, como bien le dijo a su interlocutor, recurriendo de nuevo a la ironía en lugar de al debate de ideas, lo que por segunda vez me produjo cierta vergüenza ajena en un personaje que me habían presentado con tanto empaque intelectual.
Su público no entendía como se le podía interpelar a Valcárcel con contenidos, en vez de con anécdotas, como ella llevaba haciendo la mayor parte del tiempo, así que rápidamente alguien intervino, no para hacer una pregunta claro, sino de nuevo para defender una idea de la literatura como bálsamo espiritual, como conocimiento profundo de los escritores y escritoras, como simbiosis de mundos diferentes, el del lector y el del autor, con un tufillo a ya no sé qué. Definitivamente, Amelia había encontrado solidaridad en las generaciones jóvenes, el relevo se había producido, le sacaban las castañas del fuego con un discurso retórico.
En su intervención final para cerrar el acto, Rosa Regás tampoco contestó a la pregunta de por qué había que estar orgullosa de la presencia de Amelia en el Consejo de Estado; sin embargo, olvidó que la trabajadora que había preguntado en primer lugar tenía un trabajo «precario», la pregunta de la Directora de la Biblioteca Nacional al dirigirse a ella fue «¿cómo has dicho que era tu trabajo?». «Pre-ca-rio», contestó la chica. Y entonces la acuso de victimism afirmando las cosas tampoco habían sido faciles para ella. Habría que recordarle a Rosa Regás, cuyo patrimonio inmobiliario no parce ser el mismo que el de la chica que le hizo la pregunta, que el que las cosas no fueran fáciles para su generación, no le da derecho ni supremacía moral para acusar de victimismo a la generación que protesta aquí y ahora contra el estado de las cosas y, en particular, contra la precariedad de su empleo, pues no hay más que echar un vistazo al mundo para ver en qué lo está convirtiendo el capitalismo. Por cierto, yo no pude hacer mi pregunta pues dijeron que ya era muy tarde. Seguiremos informando.