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Proponen una vuelta a la “normalidad irracional”

¿Lo peor ya pasó?

Fuentes: APM

Como siempre, Estados Unidos y su sistema corporativo superarán los inconvenientes en forma mucho más acelerada que el resto de las naciones, obligadas a ser que espectadoras y víctimas de lujo.

Del mismo modo que nadie pudo predecir con precisión cuándo estallaría la actual crisis económica internacional, tampoco nadie puede aseverar con certeza cuándo ésta va a finalizar. No obstante, pareciera que los paquetes multimillonarios que las potencias aplicaron para salvar primero al sistema financiero y luego al productivo comienzan a dar sus resultados.

En este contexto, algunos indicadores macroeconómicos nos muestran un horizonte a mediano plazo no tan alarmista. Al menos, para las variables macro. Las materias primas básicas, como el petróleo, han aumentado su precio en las últimas semanas. Misma suerte han corrido otras «commodities», como la soja. China, que cumplía el rol de «segunda locomotora» del crecimiento global -detrás de Estados Unidos- ahora parece encaminada a ser la única economía con capacidad de impulsar al orbe.

Además, por las características del gigante asiático, su crecimiento tiende a arrastrar principalmente a las economías del Tercer Mundo. Su voracidad por materias primas o «commodities» -petróleo del Medio Oriente y Venezuela, soja de Argentina y Brasil, hierro de Australia, cobre de Chile- impulsa las economías que basan sus exportaciones en bienes poco elaborados.

Las cifras indican que China redujo su tasa de expansión de 11 por ciento promedio de las últimas dos décadas, a un 7 por ciento; la envidia de todas las naciones, con excepción de un minúsculo grupo para el que sobran los dedos de una mano para enumerar.

Las buenas noticias no vienen sólo del Lejano Oriente. También Brasil parece haber superado lo peor del temporal. La nación liderada por Lula da Silva espera volver a tasas de crecimiento positivas antes de que finalice 2009 y continuar con su expansión moderada, en torno al cuatro por ciento anual.

Además, los datos que llegan desde Wall Street sobre el desempeño de las corporaciones confirman que los peores diagnósticos fueron exagerados. Cabe la aclaración de que las empresas no muestran balances con ganancias extraordinarias, sino que las pérdidas son menores de las esperadas. No obstante, los «inversores» se permiten arriesgar en activos reales, situación muy distinta a la ocurrida tras el «crac» de la bolsa neoyorquina en 1929 y que diera origen a la crisis del 30.

A pesar de la discusión justificada sobre la fiabilidad de las cifras oficiales, Argentina también exhibe indicadores que muestran un «aterrizaje moderado» del alto crecimiento sostenido durante el último lustro.

Al respecto, el propio secretario de Programación Económica -una suerte de viceministro de Economía-, Roberto Feletti, sostuvo en una entrevista con la prensa en Buenos Aires que los responsables de Hacienda aguardan una recuperación a partir del último trimestre de este año, la que va a acentuarse el año que viene. Y que a partir del segundo y tercer trimestre de 2010 va a estar consolidado el proceso de recuperación.

Más allá del aparente carácter optimista de este artículo, no deben olvidarse las nefastas consecuencias de la actual crisis originada en el sector financiero estadounidense.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) sostiene que cincuenta millones de personas van a perder el trabajo en todo el mundo. Los sistemas de seguridad social, en aquellos países en los que existe, se ven sobrepasados por la coyuntura. Países como España exhiben los peores indicadores en décadas. Estados Unidos ha visto caer sus mercados inmobiliarios y automotrices a valores anteriores a la década de los ’70. Y Japón no logra superar su anemia productiva, a pesar de su liderazgo tecnológico indiscutible.

Si los pronósticos favorables se convierten en hechos, sólo el tiempo lo dirá. Pero resulta evidente que, en lo esencial, no se aguardan cambios de fondo en el esquema de poder internacional.

El propio presidente estadounidense, Barak Obama, admitió la semana pasada que el futuro va a tener a su nación, junto a China, como los grandes decisores sobre el futuro de todos. Quizás entonces se acelere el proceso irrefrenable para que el país asiático se convierta en la segunda economía mundial (aún debe superar a su vecino Japón).

Muchas de las empresas que impulsan el crecimiento chino son filiales de corporaciones estadounidenses, europeas o japonesas. El gigantesco superávit comercial de Beijing se invierte en bonos del Tesoro de Estados Unidos, lo que sostiene el insostenible gasto de ese país. Al convertirse en el principal prestamista de Washington, las autoridades «comunistas» lo último que desean es una caída del dólar.

Por los motivos enunciados, son demasiadas las voluntades a favor de una vuelta a la normalidad irracional que primó fundamentalmente desde la mitad de los ’70. Lo que parece fácil de advertir es que el país donde se generó este caos va a superar más rápidamente los inconvenientes que muchas naciones que sólo fueron espectadoras y víctimas de lujo.