1 En el principio fueron los medios de comunicación. Son ellos los que transmitieron y dieron forma a la noticia del atentado de Oslo y luego de la matanza en la isla de Utøya. Lejos de informar sobre lo que realmente se sabía, los periodistas incorporaron sin recato alguno todo tipo de especulaciones sobre […]
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En el principio fueron los medios de comunicación. Son ellos los que transmitieron y dieron forma a la noticia del atentado de Oslo y luego de la matanza en la isla de Utøya. Lejos de informar sobre lo que realmente se sabía, los periodistas incorporaron sin recato alguno todo tipo de especulaciones sobre la autoría, reflejo de una agenda política que lleva elaborándose desde hace años. Cuando no se dispone de datos, las hipótesis posibles son infinitas, pero en esta ocasión sólo una se repitió invariablemente: «probablemente» se trataba de Al Qaeda, o un grupo islamista afín al mismo en respuesta a la publicación de las caricaturas de Mahoma o a la participación de Noruega en la ocupación de Afganistán, que tanto da. No hace falta un José María Aznar que llame a los directores de los diarios. El mecanismo se ha interiorizado de tal modo y se ha vuelto tan rutinario que la redacción se vuelve un acto reflejo.
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No es preciso apoyar la información con datos contrastados. Basta la opinión de los expertos en la construcción ideológica del enemigo. De nuevo su papel fue fundamental a la hora de difundir lo que luego se demostró que era falso. Por lo que toca a España, no hay atentado o suceso atribuido a los islamistas que no motive la publicación inmediata en El País de una pieza de opinión del «investigador principal de terrorismo en el Real Instituto Elcano y catedrático en la Universidad Rey Juan Carlos«, Fernando Reinares. Pues bien, tras las masacres de Oslo y Utøya El País digital no tardó en publicar un artículo suyo que vinculaba «la amenaza terrorista contra Noruega» con «los procesos de radicalización yihadista que se observan en algunos segmentos de las comunidades musulmanas del país«. Aunque la columna concluía admitiendo que «Esta es una hipótesis plausible sobre lo ocurrido ayer en Noruega, pero no la única«, lo cierto es que Reinares se centraba exclusivamente en la tesis Al Qaeda. De ahí que ya no sea posible encontrar el texto: El País lo retiró de la edición digital a petición del propio autor y nunca llegó a ser publicado en la versión impresa*, aunque de momento Google lo mantiene en caché.
Captura de pantalla del artículo «¿Para qué en Noruega?», escrito por Fernando Reinares, publicado por El País el 23 de julio de 2011 y luego retirado a petición del propio autor.
Como cuenta Fernando Reinares en respuesta a lo escrito en un blog, el artículo fue redactado «de urgencia» y publicado tras conocerse el atentado en Oslo, pero antes de que tuviera conocimiento de la matanza en la isla. Y antes de que se pudiera confirmar cómo fue cometido el propio atentado de Oslo. Reinares no necesitaba nada más para preparar un cóctail con las palabras «radicalización», «yihadismo global» y «comunidades musulmanas». Si el autor o autores del atentado se hubiera(n) limitado a poner una bomba en Oslo y Anders Behring Breivik no se hubiera dejado ver ametrallando a los jóvenes laboristas congregados en Utøya, el artículo se hubiera mantenido. Tales son los criterios éticos y profesionales que se manejan en los estudios sobre «terrorismo», que fundamentalmente sirven para legitimar la mirada policial frente a la política y para articular «redes» -por usar un término recurrente- que unen a determinados centros de investigación, los gobiernos que los financian, los analistas que trabajan para ambos y los medios que amplifican sus voces.
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Tras la confirmación de que los atentados fueron obra de un individuo -tal vez asociado con otros- de nacionalidad noruega, blanco y de ultraderecha, la prensa osciló entre la consideración de su acción como el acto aislado de un perturbado (sobre todo en Estados Unidos) y una poco disimulada incomodidad a la hora de seguir calificándola como «terrorista» (sobre todo en Europa). Haciendo de la necesidad virtud, ahora se trata de insistir en el mismo mensaje pero de otra manera. El editorialista de El País brilla en retórica y estilo:
«los hechos habrían confirmado (…) que la prevención de los ataques terroristas no puede ni debe orientarse solamente hacia el frente yihadista. Hay patologías sociales, quizá con un componente religioso más impreciso, pero recargadas de la fiebre racista, la soledad y la frustración, que pueden aterrorizar a las sociedades más avanzadas. Parte de estas patologías, por su carácter narcisista, se exhiben en las redes sociales. Una vez más, las amenazas latentes en las páginas web no se han tenido en cuenta o, sencillamente, no se disponía de los medios necesarios para controlarlas.»
Esta vez el editorial del periódico procura no mencionar en su condena de los hechos la religión cristiana de Anders Behring Breivik, sus ideas fascistas, el hecho de que su «fiebre racista» se inspire nada menos que en John Stuart Mill, su admiración por expertos neoconservadores como Daniel Pipes o gobiernos como el de Israel, su inspiración en políticos como Geert Wilders, o sus vínculos con partidos europeos de extrema derecha. La referencia vaga a las «patologías sociales» permite alertar, de otra manera, sobre los peligros de la radicalización, e insistir en la necesidad de controlar Internet y la sociedad en general, con carácter «preventivo». Son frecuentes los comentarios acerca de la «candidez» e «inocencia» de las autoridades noruegas, incapaces de haber previsto lo que por lo general resulta imposible de prever.
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Si la literatura sobre el «yihadismo global» permite estigmatizar a comunidades enteras en Europa, las variantes sobre el «extremismo» o la «radicalización» permiten recrear a voluntad otras figuras del enemigo y establecer dispositivos de control adecuados a las mismas. Pero si echamos un vistazo a la lista de «ataques realizados, fallados y abortados» en 2010, por Estado miembro y por afiliación ideológica, que elabora anualmente Europol, nos encontramos con lo siguiente:
Fuente: TE-SAT 2011 EU Terrorism situation and trend report, Europol.
En primer lugar, llama la atención la escasa incidencia de acciones calificadas como «terroristas» y vinculadas al islamismo. Cifras que más o menos coinciden con las de años anteriores. En segundo lugar, la inmensa mayoría de los «ataques» aluden a una única organización, ETA, de ahí que Francia y España concentren el grueso de las cifras. Y ello a pesar de que en 2010 el único incidente destacable fue el tiroteo del 16 de marzo que provocó la muerte de un gendarme francés. En realidad, en la mayor parte de los casos se trata de supuestas acciones abortadas por la policía o hechos que tienen más que ver con el mal llamado «entorno» que con la organización armada en sí. En tercer lugar, después de ETA los ataques más reseñados son los atribuidos a la «extrema izquierda» en los países del sur de Europa, y especialmente en Grecia. Finalmente, a la extrema derecha no se le atribuye ni una sola acción, ni realizada, ni fallida, ni frustrada por la policía. ¿Acaso ultraderechistas, neonazis, fascistas y demás se dedicaron en 2010 únicamente a escribir en foros y blogs y a ejercer de trolls en Internet? Por supuesto que no.
En realidad, las acciones violentas de personas o grupos de extrema derecha suelen ser calificados como acciones «vandálicas» o «ataques racistas«, pero casi nunca como «terroristas». Lo cual tiene importantes consecuencias: por las mismas acciones las personas calificadas como «separatistas» o de «extrema izquierda» se enfrentan a penas muy superiores a los considerados como de «extrema derecha», que por otra parte son objeto de un celo policial mucho menor, cuando no coinciden abiertamente en ambientes, foros y objetivos.
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Políticamente, Noruega no escapa al viraje conservador y racista del resto de Europa, al igual que otros países escandinavos. El Partido del Progreso, con un discurso neoliberal y antiinmigrante, y al que perteneció Breivik, es ya el segundo partido político del país, con un 22,9 % de los votos en las últimas elecciones legislativas. Pero en Noruega, cuya tasa de desempleo es la más baja de todo el continente europeo (3,4%), el nuevo discurso nativista y antiinmigrante permea incluso el gobernante (en coalición) Partido Laborista, que apuesta por endurecer las leyes migratorias, y se apoya no tanto en razones económicas como en argumentos culturales, al tiempo que adopta un individualismo marcadamente hostil contra el Estado del Bienestar. En esta síntesis la educación, la cultura, los valores comunes, la religión, se vuelven criterios de selección y (re)segmentación de las multitudes en el mercado laboral, mientras la promoción de la «guerra de todos contra todos» (contra los bárbaros, pero también contra los que permiten la «invasión») convierte a las multitudes en una turba de de depredadores que se despedazan entre ellos.
Frente a los Anders Behring Breivik de Europa, o a los que creemos que pueden acabar como él, no caben soluciones policiales. Constituye una inmensa hipocresía, bien explotada por la extrema derecha islamófoba, espantarse por la deriva criminal y racista de algunos mientras los gobiernos «populares» o «progresistas» refuerzan regímenes de semi-servidumbre laboral, niegan derechos ciudadanos a determinados «extranjeros» y consolidan legislaciones antiterroristas incompatibles con las libertades fundamentales. Frente a las opciones genocidas, la única alternativa es política, y se expresa en la construcción de una fuerza democrática arrolladora como la que hoy se ha producido en Madrid.
* Actualización: Me comentan que el artículo finalmente sí fue publicado en la edición impresa de El País.
Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/lo-que-revela-utya
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR