No pocas veces lo que se quiere eclipsa a lo que se necesita. No pocas veces se confunden y son pocas, comparativamente, las veces en que coinciden. Cada necesidad contiene el poder de lo imperativo, no puede no ser, en cambio, los gustos se mueven en márgenes más anchos y, en muchos casos, son prescindibles. […]
No pocas veces lo que se quiere eclipsa a lo que se necesita. No pocas veces se confunden y son pocas, comparativamente, las veces en que coinciden. Cada necesidad contiene el poder de lo imperativo, no puede no ser, en cambio, los gustos se mueven en márgenes más anchos y, en muchos casos, son prescindibles. No obstante, en la realidad impuesta por el capitalismo, sobre todo bajo el reino la burguesía caprichosa y adicta al despilfarro, se nos impone el reino de los gustos sobre el de las necesidades para hacernos creer que el infierno de las privaciones puede ser muy placentero.
Los niños no necesitan ir a Disneylandia. Es otra de las consecuencias de la crisis de sobre-producción del capitalismo, es otra de las consecuencias de la necesidad burguesa por encajarnos sus mercancías, a como de lugar y a cualquier costo crediticio. Es otra de las consecuencias de la lógica de la acumulación que nos presiona sin clemencia para que saturemos nuestras vidas con objetos y pensamientos que no necesitamos pero que nos gustan mucho. Y la balanza esta totalmente desvencijada. El pato Donald no es indispensable.
Quienes espían nuestras vidas desde los aposentos de las cuentas bancarias y los movimientos de las tarjetas de crédito, saben muy bien cuánta mercancía se adquiere bajo el influjo del gusto que eclipsa las necesidades. Ellos saben bien que deben activar los oropeles de la publicidad para que, en el hervidero de sus ambigüedades, caigamos presas con el condimento de la moda, de lo que queda lindo, de lo que da prestigio o de lo que ensalza egos aunque, en términos concretos, sea mayormente inútil en nuestras vidas. La compañía «Disney» está valorada en, al menos, 65.900 millones de dólares.
No hay mercancía que no deba pasar por el debate de la necesidad y del gusto. A todo lo que le metemos mano para saciar sed y apetito -en todos sus sentidos- se debe interponer la crítica rigurosa de la utilidad, de la duración y de sus vínculos con el ego. Aunque eso le moleste mucho a la burguesía. A todo lo que nos venden, a diestra y siniestra, debemos interponerle la exigencia de calidad, en la forma y en el contenido, para dilucidar, a toda velocidad y a contrapelo de los antojos, qué clase de homenaje le rendirá nuestro salario a objetos o pensamientos que en poco tiempo (a veces minutos) pueden caducar bajo el torbellino incesante de ofertas y tentaciones nuevas.
Mickey Mouse no pagará las cuentas. Para la mayoría de los adquirientes (target le llaman los publicistas) el límite de los gustos suele determinarse por los precios, eso no niega la existencia de aventureros de la compra cuya irresponsabilidad es resultado de la embriaguez, con elixires de consumismo, que se lanzan al abismo de la adquisición de baratijas no sólo innecesarias sino, además, onerosas. Enredados en la telaraña de los placeres mercantiles muchos trabajadores sucumben a los gustos antes que a las necesidades y luego han de luchar vehementemente para explicar ante sí, y ante otros, cuál es la diferencia. Tiene buenas razones Mattelart. [1] «No debe extrañar, por lo tanto, que cualquier insinuación sobre el mundo de Disney sea recibida como una afrenta a la moralidad y a la civilización toda. Siquiera susurrar en contra de Walt es socavar el alegre e inocente mundo de la niñez de cuyo palacio él es guardián y guía.»
El problema se complica cuando se entra a ese reino resbaladizo de la ideología dominante, falsa conciencia, donde el «consumidor» ya no sabe exactamente, o sabe con muchas dificultades, a qué gustos obedece ni a qué necesidades responde. Incluso las necesidades primarias. Con grados de adicción muy diversos la compradera es efecto de haber perdido la brújula y vivir apasionado por los gustos que la burguesía impone mientras se desdibuja el papel de las necesidades para someterlas al plano de lo negociable a cambio de placeres, rentables, claro. Buena parte del trabajo sucio que hace la ideología de la clase dominante consiste en confundir la conciencia y, acaso, por es Engels decía: «la necesidad sólo es ciega mientras no se la comprende. La libertad no es otra cosa que el conocimiento de la necesidad». [2]
Un trabajo necesario (que no puede no ser) en la Batalla de las Ideas, consiste en reacomodar el orden de las necesidades y atenderlas como se debe socialmente, en colectivo. Esa es la tarea del pensar crítico, del pensar revolucionario, capaz de romper con el orden de los «valores» o «antivalores» burgueses y reponer a las necesidades su jerarquía humana en contra del imperialismo del mercado y del consumismo capitalista. Es trabajo socialmente necesario luchar contra las máquinas de guerra ideológica que operan, especialmente, en el fondo de las cabezas y de los corazones, haciendo de las suyas para alterar la conciencia al servicio de la locura más macabra que la humanidad ha padecido y que no es otra que el capitalismo con sus fuentes de «falsa conciencia» contaminantes del mundo.
Un día de estos, La Batalla de las Ideas logrará, paulatinamente, convertir en placer enorme el hecho social e histórico de resolver las necesidades personales y sociales con justicia. Logrará que, de cada cual, se consiga el mejor talento y el mejor trabajo y que cada cual obtenga lo que necesita para que nunca más sea esclavo de sus necesidades ni siervo de quien las manipule. La ética será la estética del futuro. Habremos derrotado a Disneylandia. También.
Notas
[1] Para leer el pato Donald: https://www.google.com.ar/url?
[2] http://www.
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