La primera muestra en Argentina del reconocido artista norteamericano Bill Viola, considerado figura clave en el desarrollo del video como género del arte contemporáneo, es una reflexión sobre los límites de la vida y la muerte que, en su cruce con la Historia, produce una curiosa sensación de ciclo cumplido y, a la vez, de […]
La primera muestra en Argentina del reconocido artista norteamericano Bill Viola, considerado figura clave en el desarrollo del video como género del arte contemporáneo, es una reflexión sobre los límites de la vida y la muerte que, en su cruce con la Historia, produce una curiosa sensación de ciclo cumplido y, a la vez, de reversibilidad.
Nada garantiza la plenitud de una experiencia artística. Muchas cosas pueden provocarla pero muchas otras, también, interferirla. A veces es el ruido de la calle, otras veces el ruido de la mente, o un diálogo que no se arma entre el fenómeno artístico y el espacio que lo aloja. Otras veces las vibraciones de sonidos afines multiplican el volumen y el efecto. Este último es el caso de Punto de partida, la muestra de Bill Viola en el Parque de la Memoria. Este artista, residente en California desde principios de los ’80, es considerado una de las figuras clave en el desarrollo del video como género del arte contemporáneo, tanto por la profundidad de los temas que toca como por el virtuosismo técnico con el que construye una obra que incluye video monocanal, instalaciones, proyecciones, experiencias sonoras y musicales, ligadas en general a su exploración de las tradiciones budista, sufí y cristiana. A pesar de la relevancia de su figura, ésta es su primera exhibición individual en Buenos Aires.
Para verla hay que hacer un pequeño viaje hasta la costanera, uno de los pocos puntos en la ciudad en que la vista del Río de la Plata se ofrece sin obstáculos, generosa y abierta. Una vez allí, para llegar a la sala PAyS se camina bordeando los muros con los nombres tallados de los desaparecidos por el terrorismo de Estado. Si pasamos rápido al lado de ese archivo, quedan en la retina los números 28, 31, 35, 16, 22. Rara vez sube el promedio de edades de esos muertos, cada tanto vemos un 44, un 50. Para cuando llegamos finalmente a la sala quizá ya estamos pensando no tanto en lo corta que la vida es, sino en el significado irreductible y bárbaro de una masacre dirigida y perpetrada contra un grupo tan específico de la edad humana. Es decir, llegamos pensando en la muerte no como un hecho natural, sino como una horrible aceleración de la Historia. Si la vista del río pudiera servirnos como consuelo por su belleza, la luz que refulge en su superficie, justo ahí, no nos tranquiliza: ésta es el agua que devoró silenciosamente a miles de víctimas, y ese dato nunca será borrado de la memoria.
La primera y la segunda sala alojan seis obras instaladas: Surrender, Observance, Three Women, Ancestors, The Messenger, Acceptance. La tercera alberga una proyección de The Passing, un video de 54 minutos que es, sin duda, una de las obras maestras en la historia del videoarte. Las piezas van desde el año 1991 al 2012, ninguna de ellas fue hecha específicamente para esta muestra, sino que forman parte de la producción clásica de Viola, una obra que versa en torno del tema de los ciclos vitales y, sobre todo, de los límites entre la vida y la muerte, el espacio afectivo alrededor de la partida, el momento exacto en que ocurre el desprendimiento, el corte. En ese sentido, las obras de las primeras dos salas tienen una estructura similar: todo prepara para ese momento, todo es la espera de ese segundo en que una figura humana sale de la penumbra, o entra en el foco de la cámara, o se desarma un reflejo en el agua.
El agua, sin duda, es un elemento protagónico de toda la muestra y ahí es donde las resonancias de la obra en el lugar se intensifican. Los personajes de estos videos pasan un umbral acuático y al hacerlo se vuelven nítidos, recuperan el color, los gestos y los contornos. En reverso, cada vez que los cuerpos vuelven al agua, los colores desaparecen y todo cobra un tono plomizo. Daría la sensación de que el agua en estas obras cumple un papel simbólico asociado a la muerte misma. La vida es lo seco, el fuego, la luz, el cuerpo y sus ropajes. Siguiendo este sentido, podemos ver esa misma dicotomía en The Passing, un trabajo que Viola realizó en relación con la muerte de su madre. Vemos, aquí y allá, algunas imágenes de una mujer anciana internada, inconsciente, como pequeñas anclas dentro de una deriva onírica por paisajes domésticos y luego desérticos, las luces de un auto en una ruta pedregosa, la llama de una vela, fósforos, faroles, el reflector de un tren. Intercalándose en este recorrido empieza a aparecer el hijo del artista, caminando en la arena, bajo el sol, filmaciones caseras triviales que se vuelven homenajes a la vida, a lo seco. Sólo hay una escena del niño ligada a la humedad y es cuando acaba de nacer, pero en seguida vemos unas manos extendiendo un paño, secando su cabeza. Llegando al final, vemos una escena increíblemente poética: una mesa y una silla en un espacio oscuro, con una lámpara encima, portarretratos, un florero, cosas de escritorio. De repente algo tira de las patas del mueble y todo empieza a caer, en cámara lenta. La cámara lenta es uno de los recursos favoritos del autor, una manera de usar la lente como prótesis para percibir lo que el ojo no vería, pero acá el video nos tiene preparada una sorpresa, no se trata de un efecto de la máquina, sino del medio: la escena entera ocurre bajo el agua y las cosas no terminan nunca de caer. Como si el infierno fuera un reino acuático, como si lo que esperara a los personajes, del otro lado, fuera el líquido informe que diluye la identidad de las cosas y las personas.
Al final del recorrido aparece una sensación de ciclo cumplido pero, extrañamente, también de reversibilidad. Los trucos del video, las imágenes que pueden rebobinarse, verse hacia atrás, ralentizarse, son demostraciones de dominio sobre la materia. La obra de Viola nos señala el dolor irreductible de la muerte, pero también la posibilidad de aceptarla como parte de la naturaleza humana. Al salir de la muestra, en cambio, el sentido es el contrario: primero nos recibe la belleza del paisaje en todo su esplendor. Unos pasos después, volvemos a ver el muro con los nombres y a recordar lo irreversible y lo inaceptable de la Historia.
Punto de Partida de Bill Viola se puede ver en el Parque de la Memoria-Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado, Av. Costanera-Rafael Obligado 6745, hasta el 2 de septiembre. Más información sobre la muestra en http://www.parquedelamemoria.org.ar y sobre el artista en http://www.billviola.com
Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-9052-2013-08-13.html