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Lo viejo y lo nuevo

Fuentes: Canarias-semanal.com

Lenin es muy actual para las personas que son anticapitalistas. No es un capricho mío ni de otro que se haya vuelto loco. No es porque sí. Es porque sin él hoy no hay nada que decir para construir una alternativa al capitalismo. La izquierda lleva ya unas cuantas décadas buscando lo nuevo, sin encontrarlo. […]

Lenin es muy actual para las personas que son anticapitalistas. No es un capricho mío ni de otro que se haya vuelto loco. No es porque sí. Es porque sin él hoy no hay nada que decir para construir una alternativa al capitalismo. La izquierda lleva ya unas cuantas décadas buscando lo nuevo, sin encontrarlo. Y no es por incapacidad de sus pensadores, que son muchos y de considerable potencia, sino porque no hay nada que pueda ser nuevo. Lo nuevo no existe. Lo nuevo es volver aún a lo más viejo. Lo nuevo es más viejo que el mismo Lenin. Lo nuevo del PCE de Carrillo, que fue el eurocomunismo y su desafección de Lenin, no fue otra cosa que su colapso y desaparición. Lo nuevo del PCI de Achille Occhetto a finales de los ochenta, cuando se inventaron La Cosa, no fue a ninguna parte y terminó en el Partido Demócrata de Walter Veltroni, que no es nada nuevo, que es tan viejo como los viejos partidos de los filibusteros del siglo XIX, o de los piratas oportunistas que sólo atracaban barcos cerca de la costa en los siglos precedentes.

Lo nuevo no es más que una excusa para poder navegar en las tempestuosas aguas del neoliberalismo, engañando a los demás diciendo que, mientras buscas lo nuevo, no queda más remedio que jugar al juego que los de siempre proponen. Aceptando las reglas de su divertimiento favorito; joder a los demás mientras me hago rico, y si no te gusta tengo una policía estupenda preparada para darte unos porrazos en la cabeza hasta que entres en razón, y si aún la cosa se pone peor, tengo un ejército muy preparado y equipado de manera muy sofisticada con los últimos avances, para poderte reventar de verdad a ti y a todos los que son como tú.

Así que olvida a tu viejo Lenin y abraza a nuestro joven y siempre jovencísimo Adam Smith, o a nuestro aún más joven, David Ricardo. Puedes jugar a todo lo que quieras mientras no juegues a jodernos el negocio. Hazte gay, multicultural, new age, cosmopolita, grunge, antiamericano, nacionalista, ecologista, feminista, pero no se te ocurra putear nuestro negocio. Nuestro negocio es la propiedad privada y el capitalismo y no vamos a permitir que eso lo pongas en solfa. Elige dentro de todo lo que te dejamos elegir y no fastidies queriendo elegir por fuera de la bacinilla. Así que olvídate de Lenin. Porque ese ha sido el único maldito cabrón que de verdad intentó reventarnos el negocio, y tardamos setenta años en que todo volviera a su sitio, de donde nunca debió haber salido. Y tuvimos que inventar cosas estúpidas como el welfare y llegar a acuerdos para repartir, generando sanidad y educación pública y todas esas mierdas, pero eso ya se acabó. Ahora todo vuelve a como debe ser y vas a trabajar 65 horas como en 1870, justo en el mismo año en que nació Lenin.

Las mil y unas izquierdas alternativas surgidas tras el final de la historia dan la razón a Fukuyama. La historia se terminó. No nos queda otra que el capitalismo y la democracia. Democracia a cañonazos como en Irak o democracia con guante de seda como en España o Portugal, o Chequia u otras por ahí. Esa izquierda sin horizonte, en la que cualquiera se hace un hueco, desde un ególatra con micrófono hasta un tarado mental con margarita, es imposible que desbroce algún camino por el que transitar. La ruina de la izquierda fue y es abandonar el anticapitalismo, la crítica de la economía política, su estudio y su puesta al día, y dar por supuesto que la democracia liberal es el modelo político del cual hay que partir. Y eso es mentira. De la democracia liberal no se parte a ningún lugar porque la democracia es la pata de apoyo de la propiedad. La madre del cordero. En 1917 y ahora, ser revolucionario es ser anticapitalista y eso significa atreverse a romper completamente con el orden establecido. Mientras nosotros retrocedemos, el capital y su burocracia se refuerzan y rearman legal y tecnológicamente.

La historia llegó al final y lo peor es que ahora comienza a recular. El final no era un lugar inmóvil sino el comienzo del retorno al pasado. A las 65 horas semanales, a draconianas leyes económicas que fulminan las economías de los asalariados, a racistas leyes de inmigración, a leyes de seguridad que violan todos los derechos y libertades de la propia democracia liberal, a estrategias neocolonialistas más brutales que las del siglo XIX, porque hoy se apoyan sobre armamentos devastadores que asolan los territorios y las poblaciones por decenios y hasta por centurias. En este retorno al capitalismo decimonónico, en este retorno al pasado, dicho en lenguaje hollywoodiense, nos encontramos de nuevo con Lenin, (Zizek) recordándonos que su apuesta es que verdad universal y fidelidad, el gesto de tomar partido, no sólo no son mutuamente excluyentes, sino condición una de la otra, que la verdad es por definición unilateral. Y la verdad que está en juego es, si queremos repartir de verdad. O si lo que queremos es hacer filigranas para pasar la vida diciendo que queremos repartir, pero no repartiendo nunca. La verdad es situarse en uno de los lados con todas las consecuencias. En cada lado existe una verdad distinta. Hay que escoger una. Cada uno debe elegir la suya.