Revisado por Caty R.
Ayer, recibí con sorpresa la llamada de un viejo amigo con el que no hablaba desde hace 36 años. Nos conocimos siendo estudiantes en la Universidad Católica de Lovaina (francófona) cuando ésta aún tenía su sede en la antigua ciudad medieval de Leuven, ciudad que compartía con la Universidad Católica de Lovaina flamenca.
Mi amigo, doctor en sociología de Lovaina, actualmente es profesor en Quebec. Nacido en Córdoba, Argentina, se especializó en temas relacionados con Latinoamérica. Su discurso giró alrededor del tema de democracia y cultura en nuestro subcontinente. Sin el menor complejo debemos reconocer, me decía, que el promedio de los latinoamericanos es muy inculto en asuntos ciudadanos. Que la democracia a la que se idealiza jamás se alcanzará y sólo será una nueva frustración que sugerirá otra salida no necesariamente mejor como el autoritarismo al que muchos gobiernos nos acostumbraron y a veces dieron mejores resultados que estas democracias espurias.
Creo, y ahora incorporo mi pensamiento y lo fusiono con las ideas de mi amigo, al que sin embargo debo no sólo sus ideas sino también su estímulo, que la mayoría de nuestros conciudadanos de Latinoamérica jamás leyó la Constitución de su país, y cree que Chávez es un dictador que pincha los ojos a los niños, que Evo y Correa son sus discípulos comprados con el dinero del petróleo y que a su vez Chávez es un «esbirro» de Fidel. La mayor parte de mis conciudadanos no tiene una idea de qué es el socialismo pero piensa que es una ideología perversa hija del comunismo soviético, que por años nos enseñaron que fue una experiencia demoníaca, que terminó gracias a que los estadounidenses los acorralaron. Recordemos amigos que la Guerra Fría se libró también en las calles y los campos de nuestros países, sobre todo en Argentina, Brasil, Uruguay, El Salvador y Nicaragua. Salvo algunos jóvenes libertarios el resto de la población, incluidas las Fuerzas Armadas estaban, a veces son sutileza y burdamente otras, instruidas por la propaganda de Estados Unidos. Además, a muchos miembros de nuestras Fuerzas Armadas los educaron para la represión y la tortura en la Escuela de las Américas. Ni que hablar del socialismo del siglo XXI de Chávez, Evo, Correa y Fidel. No hay conciencia de la diferencia con el socialismo soviético del siglo XX, ni con la socialdemocracia embanderada con el neoliberalismo que ni siquiera se acerca a la de la Segunda Internacional. Confunden el «socialismo» de Bachelet, de los Kirchner, de Lula, de Rodríguez Zapatero, con el socialismo de Chávez, que por sus evidentes diferencias aumentan aún más la confusión semántica.
Para rematarla, el socialismo del siglo XXI aún está en etapa de formación y sólo queda claro que se diferencia del socialismo del siglo XX o socialismo histórico en que se basa en la democracia participativa y en la propiedad común, no en la propiedad del Estado. Es cierto que en muchos casos es una ventaja pues es una democracia con principios no negociables, pero con detalles que pueden adaptarse a cada país y cultura. Pero los huecos como si tendrá una economía con planificación central o una economía con mercado regulado… lo que requiere una flexibilidad conceptual que a veces la hace difícil de incorporar.
Por fin debemos reconocer que la ignorancia es un mal muy difícil de erradicar pero no nos referimos a la ignorancia de la ciencia y la tecnología, sino la ignorancia de lo que significa vivir en comunidad y las estrategias más convenientes para lograr una sociedad feliz. Nos enfermaron con el consumismo, el individualismo, los extraños valores «que aseguran la felicidad» a saber: el dinero y el poder. Nos enseñaron desde niños que debemos competir (aún hoy se escucha que debemos ser más competitivos, cuando en realidad habría que decir simplemente que trabajemos mejor, pero no para destruir a nuestros hermanos sino por nosotros mismos), que la solidaridad le da ventaja al enemigo (que en realidad también es nuestro hermano) al que debemos destruir.
Armados con ese bagaje nuestros pueblos se lanzan a la «democracia», que por el respaldo racional e irracional inculcado se transforma naturalmente en votar periódicamente por algún sinvergüenza para el ciudadano común, o a buscar algún puesto para enriquecerse para los «políticos».
Eso no es democracia, es una porquería. ¡Cómo no vamos a fracasar!
Cae de maduro que América Latina necesita mejorar su conocimiento, salir de su ignorancia nefasta. Recordemos que Atenas, cuna de la democracia (sólo para los ciudadanos, claro), tenía la Paideia, escuela de convivencia en comunidad en la que se privilegiaba toda idea y toda acción que beneficiase a la comunidad (a la polis).
Debo necesariamente aprovechar el talento de un prócer intelectual y rindiéndole honores incluyo uno de sus poemas que nos señala el camino:
Loa al estudio
¡Estudia lo elemental! Para aquellos
cuya hora ha llegado
no es nunca demasiado tarde.
¡Estudia el «abc»! No basta, pero
estúdialo, ¡No te canses!
¡Empieza! ¡Tú tienes que saberlo todo!
Estás llamado a ser un militante.
¡Estudia, hombre en el asilo!
¡Estudia, hombre en la cárcel!
¡Estudia, mujer en la cocina!
¡Estudia, sexagenario!
Estás llamado a ser un militante.
¡Asiste a la escuela, desamparado!
¡Persigue el saber, muerto de frío!
¡Empuña el libro, hambriento! ¡Es un arma!
Estás llamado a ser un militante.
¡No temas preguntar, compañero!
¡No te dejes convencer!
¡Compruébalo tú mismo!
Lo que no sabes por ti,
No lo sabes
Repasa la cuenta,
Tu tienes que pagarla.
Apunta con tu dedo a cada cosa
Y pregunta: «Y esto, ¿de qué?»
Estás llamado a ser un militante.
Bertolt Brecht (1933)
Nota: Me tomé el atrevimiento de cambiar la palabra «dirigente» que usaba Brecht por «militante», que conviene más a nuestras necesidades. ¡Al final, no todos deben ser dirigentes!
Guillermo F. Parodi es escritor, profesor universitario, miembro del Observatorio Internacional de la Deuda y de los colectivos Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística. Este artículo se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la revisora y la fuente.