En los últimos días ha circulado un artículo del periodista y escritor uruguayo Raúl Zibechi denominado Desafiar la lógica geopolítica; en el Zibechi analiza la relación entre las disputas geopolíticas mundiales -particularmente las marcadas por el tensamiento de las relaciones inter-imperialistas entre Estados Unidos y Europa por un lado, y Rusia, China y otros sectores […]
En los últimos días ha circulado un artículo del periodista y escritor uruguayo Raúl Zibechi denominado Desafiar la lógica geopolítica; en el Zibechi analiza la relación entre las disputas geopolíticas mundiales -particularmente las marcadas por el tensamiento de las relaciones inter-imperialistas entre Estados Unidos y Europa por un lado, y Rusia, China y otros sectores como los BRICS por otro- y el desarrollo de las luchas de los movimientos sociales que enfrentan a los gobiernos como el de Dilma y el PT en Brasil, Putin en Rusia o Xi Jinping en China.
Zibechi critica la visión de algunos analistas, de un buen sector de la izquierda del llamado socialismo del siglo veintiuno y de la gran mayoría de intelectuales orgánicos de dichos gobiernos, quienes sostienen erradamente que las tareas de la izquierda en relación a estos gobiernos que confrontan, aunque sea muy mínimamente, al eje del imperialismo occidental, es precisamente la unidad con ellos e incluso su defensa irrenunciable.
Coincidimos con Zibechi en dos asuntos fundamentales: el primero, el considerar objetivamente a estos gobiernos (Rusia, China, Brasil, y aún más, nosotros agregaríamos Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, etc.) como parte del entramado del capitalismo mundial, gobiernos capitalistas que no rompen la lógica de acumulación de capital, de destrucción masiva de la naturaleza y la fuerza de trabajo y, más aún, que ni siquiera abandonan el modelo neoliberal; Segundo, que, consecuentemente con ello, alinearse en unidad o defensa de estos gobiernos es políticamente regresivo, es decir, en última instancia, nefasto para los pueblos del mundo, en tanto que se pasa a defender gobiernos que no rompen la lógica del capitalismo, ni están por hacerlo, mientras se abandona toda posibilidad de aprovechar las grietas o contradicciones de los monopolios y las relaciones monopólicas interestatales a escala mundial como táctica de búsqueda y de orientación al movimiento de masas para utilizar estas contradicciones en beneficio de la revolución social; más aún, se abandona el campo propio de desarrollo del movimiento de masas con independencia de los capitalistas, un principio pregonado por el marxismo desde su nacimiento.
Sin embargo, y a pesar de estas coincidencias, tenemos que decir que no estamos de acuerdo con algunos puntos importantes del análisis de Zibechi, particularmente de aquellos que refieren a cuestiones más de orden teórico. Aquí exponemos, a fin de construir el conocimiento de manera colectiva y como una herramienta más de lucha para los pueblos del mundo, nuestros desacuerdos con Zibechi.
Los Estados y la revolución mundial
Zibechi dice -después de explicar cómo Stalin y la III internacional después de Lenin arremeten contra la revolución China, apoyando al Kuomintang de Chiang Kai Shek, el partido de la burguesía China, y subordinando con ello a los comunistas chinos y al movimiento obrero y campesino, a una dirección burguesa, ajena a sus interés de clase- que «Los estados, aunque estén administrados por revolucionarios, tienen siempre intereses conservadores, en particular en la arena geopolítica. Calculan qué impactos pueden tener las luchas de los pueblos en los equilibrios globales».
Y como consecuencia de esta idea, sostiene que «En la historia de los procesos revolucionarios, el primer paso en falso fue el apoyo irrestricto a los estados que administraron las revoluciones triunfantes, como Rusia y China. Aun al precio de bloquear revoluciones, como sucedió en Grecia al finalizar la Segunda Guerra Mundial».
Zibechi saca conclusiones erradas de premisas justas. En efecto, el centro de dirección de los procesos revolucionarios a nivel mundial instalado en Moscú y, lo que no dice Zibechi, en Cuba, en el caso de América Latina, arremetieron en más de una vez, no solo contra la revolución China o Griega, apoyando a partidos de la burguesía o reconstruyendo regímenes destruidos por procesos revolucionarios (o, en su defecto, en el caso concreto de la URSS, invadiendo otros estados obreros como Hungría en 1956 y, aunque tal vez en menor medida, Checoslovaquia en 1968), sino que también fueron una fuerte presión para que algunos de los procesos revolucionarios del África (particularmente Angola, Mozambique y, talvez, Argelia) y América Latina (particularmente Nicaragua y El Salvador) terminarán francamente en la derrota, y para que la reconstrucción de los Estados burgueses del Este Europeo, destruidos después de la derrota del nazismo en la segunda guerra mundial, fuese un hecho.
Pero de allí no podemos sacar concusiones tan aparentemente tajantes, pero falsas como las de que «En la historia de los procesos revolucionarios, el primer paso en falso fue el apoyo irrestricto a los estados que administraron las revoluciones triunfantes», en primer lugar porque tal actitud nos lleva hacia un total inmovilismo, en el mejor de los casos, cuando no a una vil complicidad con el imperialismo y las fuerzas contrarrevolucionarias a nivel mundial.
Podríamos estar de acuerdo con Zibechi si el planteamiento fuese que es un paso en falso el apoyar irrestrictamente a los gobiernos del eje que se enfrentan en alguna medida, aunque sea mínima, al eje del imperialismo de Estados Unidos y Europa; es más, apoyar a estos gobiernos es ya un paso en falso y, mucho más, hacerlo de manera irrestricta. Pero una cosa distinta es extender esta consideración al siglo XX, particularmente porque la gran mayoría de procesos y movimientos revolucionarios apoyaron el logro obtenido por los Estados obreros, o administrados por revolucionarios, como gusta Zibechi; y esto no fue un grave error histórico o un primer paso en falso para los movimientos revolucionarios; la defensa de los Estados no capitalistas del Este Europeo, China, Cuba, etc. es una tendencia natural del movimiento revolucionario a nivel mundial.
Ahora bien, este apoyo irrestricto, o defensa irrefutable de los Estados no capitalistas del siglo XX, ante -supongamos- algún ataque del imperialismo o de cualquier sector de las fuerzas contrarrevolucionarias a nivel mundial, no implica la obediencia a ciegas a sus direcciones, en el caso concreto del siglo XX, a Fidel Castro, el Kremlin, el maoísmo chino, etc. Tampoco implica, como podría creerse, el inmovilismo político frente a regímenes dirigidos por sectores burocráticos que por años han arremetido contra las fuerzas revolucionarias y, digámoslo abiertamente, impedido el triunfo de revoluciones en muchas partes del mundo. El movimiento revolucionario debió defender la conquista económica de los Estados no capitalistas del siglo XX, a saber: la economía planificada, la propiedad colectiva de los medios de producción y el monopolio del comercio exterior por el Estado. Es decir, la base económica de los Estados, nunca la forma política que revestía.
Ahora bien, en algo tenemos que darle la razón a Zibechi: el grueso de los movimientos revolucionarios nunca defendió únicamente la base económica de los Estados no capitalistas, sino los Estados en su conjunto: su base económica y su superestructura política e ideológica y con ello se condenó así misma al fracaso: al defender la superestructura política e ideológica de los Estados no capitalistas del siglo XX no pudo más que verse subordinada a sus líneas políticas, orientaciones estratégicas, tácticas y programáticas.
El resultado es evidente en cualquier parte del mundo donde hubo procesos revolucionarios en el siglo pasado: Nicaragua, una revolución triunfante que no expropia al imperialismo y a la burguesía nacional, por recomendación de Fidel, y no digamos de Moscú, ni establece un Estado obrero, sino que reconstruye los aparatos del Estado burgués: las fuerzas armadas, el aparato democrático burgués, etc. hoy en día, Nicaragua es una semi-colonia del imperialismo norteamericano; en El Salvador, por su parte, las fuerzas revolucionarias abandonan la toma del poder en los años de 1979-1980 y, luego de sumergirse en una cruenta guerra de doce años, en 1992 termina pactando un acuerdo, potenciado por Oscar Arias desde Costa Rica, y de la mano de Reagan y Fidel Castro desmovilizan al movimiento de masas. Hoy día el FMLN gobierna El Salvador, ejecuta los planes neoliberales más rapaces, entrega el país a los tratados de libre comercio, la dolarización, los megaproyectos, etc. El mismo análisis podríamos hacer de los países del Este Europeo y los procesos revolucionarios de África.
Sobre la ética y los «cálculos políticos»
Si queremos reconocer a uno de los más grandes «calculadores políticos» del siglo XX tendremos que remitimos a Lenin. Lenin, a quien sin duda no puede acusársele de reformista, aplicó en variadas ocasiones la «formula» del llamado cálculo político. La paz de Brest Litovsk con Alemania no es sino una muestra de este cálculo: Lenin firmo con la Alemania imperialista el tratado de Brest como la única forma de sostener en el poder a los bolcheviques y los soviets; y lo más importante, no lo hizo sin oposición: Nikólai Bujarin y otros revolucionarios como Alexandra Kollontai e incluso la fracción de la llamada Oposición Comunista y el mismo León Trotsky en un principio, se opusieron al cálculo leninista. Es más, el ala izquierda de los socialistas revolucionarios abandonaron el gobierno de los bolcheviques a consecuencia del tratado de Litovsk.
Lenin no renunció a su «cálculo político» ni siquiera ante las propuestas tentadoras de Bujarin, que sostenían que ante la real situación de inexistencia de un ejército en el pleno sentido de la palabra, debía combatirse a Alemania por el método de guerra de guerrillas. La forma de razonar de Lenin fue siempre el estudio concreto de los casos concretos: trasladar el gobierno bolchevique hacia Frente Oriental, hubo de decir Lenin, significa abandonar las bases obreras de San Petersburgo que sostenían, en última instancia, el poder bolchevique y soviético.
Otros ejemplos talvez menos importantes abundan en la literatura bolchevique y leninista en particular. En ese sentido pues, cabe preguntarse ¿Fue ético el tratado Brest Litovsk, un tratado que entregaba a los alemanes a Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia?
La cuestión no tiene salida dentro del esquema de Zibechi. Nosotros consideramos que la ética también está cruzada por intereses de clase concretos y situaciones particulares, donde los cálculos políticos no son menos importantes. Qué hubiese pasado, por ejemplo, si los bolcheviques no hubieses firmado la paz con Alemania, en esperas del alzamiento de los obreros europeos: quizás el gobierno bolchevique hubiera caído derrotado bajo las botas del imperialismo alemán… Pero esto no hay forma de saberlo.
Por eso es que no estamos de acuerdo con Zibechi cuando afirma que «En realidad se trata de ética, de cómo nos posicionamos ante la resistencia de la gente común frente a los poderosos. Cualquier otro cálculo sería desastroso.» Nosotros creemos que por el contrario, se trata de relaciones de fuerza reales (y no la vacua abstracción que plantean mafiosamente los gobiernos del eje de los BRICS, Rusia, China, Venezuela, Ecuador, etc.), de inteligencia política, de avance y repliegue en los momentos necesarios, por supuesto sin abandonar los principios revolucionarios; pero los principios, como la ética, no son algo muerto, sino en movimiento, dialécticos.
Algunas conclusiones
A riesgo de ser repetitivo, nos parece necesario apuntalar de manera breve algunas conclusiones obtenidas hasta acá:
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Estamos de acuerdo con Zibechi sobre el carácter capitalistas de los Estados que hoy en día se oponen, aunque sea mínimamente, al imperialismo norteamericano y europeo (¿Brasil?, Rusia, China, etc.) y, consecuentemente, nos parece que estos no representan en absoluto ninguna alternativa para los pueblos del mundo.
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Como derivación de ello, defender o realizar unidad con estos gobiernos es negativo para el desarrollo del movimiento de masas y, consecuentemente, frena el desarrollo de alternativas reales al capitalismo mundial, es decir frena el desarrollo de alternativas socialistas.
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Sin embargo, nos parece que el planteamiento de Zibechi, correcto en cuanto a la política de los movimientos revolucionarios hacia aquellos gobiernos, es teóricamente incorrecta. Particularmente porqué a su base no se encuentra una concepción dialéctica del desarrollo y la interrelación de la geopolítica y las luchas de clases, sino una concepción incrustada de elementos metafísicos e idealistas, en tanto que considera que «Los estados, aunque estén administrados por revolucionarios, tienen siempre intereses conservadores, en particular en la arena geopolítica». Zibechi considera estos estados en abstracto, sin estudiar las condiciones de fuerza reales a su interior (particularmente aquella disputa entre los sectores obreros democráticos, consejistas o soviéticos en el sentido leninista y los sectores burocráticos de la caricatura pseudo-soviética del estalinismo) y sus consecuencias para la revolución mundial; Zibechi toma de conjunto los Estados sin hacer referencia a las profundas diferencias de estos, de uno a otro momento, particularmente deja de lado el estudio del clásico ejemplo del Estado bolchevique de los primeros años y el mismo durante la etapa abierta luego del encaramamiento de fracciones políticamente representantes de los sectores de la aristocracia obrera.
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La ética y los cálculos políticos no son antagónicos, ni el primero supone la pureza revolucionaria, ni el segundo la traición descarada; ambos están cruzados por las relaciones de fuerza reales y las luchas de clases, a nivel nacional, regional y mundial y no son pues, en manos de revolucionarios, cartas que deben jugarse inevitablemente, sino quiere caerse en la ruina. Tal es la verdadera concepción dialéctica: ética y cálculos políticos realizan una unidad y están cruzados por las luchas de clases y las relaciones de fuerzas entre estas clases, en un momento histórico determinado.
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