Ocho décadas de vida y aún hoy con la inalterable fuerza vital de los que día a día, sin pausa ni excusas, se juegan los restos en lo suyo. Santiago García, el hombre de teatro vivo más importante de Colombia, cumple este diciembre 80 años. Por ello su nombre debe ser ahora motivo forzoso de […]
Ocho décadas de vida y aún hoy con la inalterable fuerza vital de los que día a día, sin pausa ni excusas, se juegan los restos en lo suyo. Santiago García, el hombre de teatro vivo más importante de Colombia, cumple este diciembre 80 años. Por ello su nombre debe ser ahora motivo forzoso de recordación y reconocimiento por parte de sus compatriotas, como lo fue recientemente en Cuba con diversas y muy destacadas celebraciones. Ahora bien, cuando decidimos conmemorar su exitosa travesía existencial con este texto, la memoria nos condujo de inmediato -cómo no- a la Universidad Nacional de la Bogotá de los años sesenta. Allí germinaba por entonces con insólita excitación una fiebre teatral a cargo de algunos jóvenes que como Santiago García, Carlos Duplat, Fausto Cabrera, Dina Moscovici y otros, la emprendían tan en serio y exitosamente desde el Teatro Estudio de la Universidad, que por ello hoy sería imposible hablar de Santiago de otra forma que no sea ubicándolo primero allí y recreando en la nostalgia personal obras suyas tales como «Galileo Galilei» y «El jardín de los cerezos» de Chejov.
Era la época maravillosa en la que a Bertolt Brecht, el más trascendente de los dramaturgos del siglo XX, se le aparecían como un «fantasma» al final de su vida, Beckett, Fernando Arrabal o Ionesco, todos ellos notables representantes del teatro del absurdo, y a Santiago, entre tanto, tan fiel y cercano al mismo Brecht, le surgía en medio de su trabajo febril la figura inextinguible de Patricia Ariza para darle vehemencia y cuerpo a su vida sentimental y aguijonazos certeros a sus afanes creativos, añadiéndole a ello el premio de una hija, Catalina, fruto de aquella larga y fecunda historia común.
Actor, tanto de cine como de teatro y televisión, director, autor de obras propias o de creación colectiva, escritor y pintor, este «adaptador de teorías brechtianas», no obstante, ha hecho de su vida una sola marcha en dirección definida hacia la absorbente praxis teatral. Es lo suyo, y con ello va todo. De él, nadie puede imaginar nada distinto al verbo, la pluma, los movimientos corporales, la enseñanza y la acción prevaleciendo apasionadamente en el mundo multiforme de las tablas.
Tras sus estudios de arquitectura y Bellas Artes, se inclinó por la formación actoral. Comenzó en Bogotá con el director japonés SekiSano, ampliando más tarde sus conocimientos en Praga, en el Instituto Universitario de Venecia, en Nueva York, París y Vincennes, en Francia. Inmerso ya en lo que sería su mundo inevitable, hace parte en 1958 del grupo de fundadores de El Búho, a donde llevó a escena «A la diestra de Dios Padre», de Enrique Buenaventura, y en el 66 marca uno de los hitos en la cultura colombiana de la centuria pasada fundando la Casa de la Cultura que habría de devenir en el emblemático teatro de La Candelaria, pionero de colectivos escénicos en Latinoamérica y del cual ha sido y es su director irremplazable.
Entonces, a partir de ahí, vienen en abundante cosecha sus acreditadas ejecutorias y sus premios. Dirige grupos y montajes en Colombia, México, Estados Unidos, Cuba y Costa Rica; hace talleres permanentes de investigación y formación; oficia la pedagogía teatral; dicta conferencias; escribe artículos en periódicos y revistas especializadas; viaja sin sosiego y recibe el galardón de Ollantay (1985) que concede el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit), con sede en Caracas. Igualmente, obtiene la Medalla al Mérito de Colcultura, la Medalla al Mérito Artístico del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá, la Medalla al Mérito «10 Años al Paso», el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional y el Premio El Gallo de La Habana, como parte del Teatro La Candelaria.
Son obras suyas, «Diálogo del rebusque», «Corre, chasqui Carigueta», «Maravilla Estar», «La trifulca», «Manda Patibularia» y «El Quijote de la Mancha», además del muy conocido ensayo «Teoría y Práctica del Teatro». Y de creación colectiva, entre otras, «Nosotros los comunes», «La ciudad dorada», «Guadalupe años sin cuenta», la más renombrada de todas y con la cual en 1975 alcanzara el Premio Casa de las Américas, premio que vino a repetir en 1977 con «Los diez días que estremecieron al mundo». Y están, también, «Golpe Fuerte», «El Paso», «En la Raya» y, recientemente, «A título personal».
A Santiago García y a Enrique Buenaventura podría singularizárseles como los símbolos del Nuevo Teatro colombiano, pero a García habrá de abonársele, por añadidura, el Teatro La Candelaria. Es su mayor obra y así lo registrará la historia.
En Cuba, lo conocen bien, y lo quieren más. Es allí famoso. El pasado 14 de mayo, en La Habana, le fue otorgado el título de Doctor Honoris Causa en Arte con estas palabras de Vivian Martínez Tabares, directora de Teatro de la Casa de las Américas: «El Instituto Superior de Arte, su claustro y su estudiantado, los artistas de la escena cubana y nuestra cultura toda se regocijan con este doctorado Honoris Causa en Artes, que reconoce su estatura artística y ética, su humanismo y su condición de intelectual latinoamericano comprometido -sin temor al término ni al sentido que encierra-, con su gente y con su tiempo».
Pero veamos, para terminar con sus propias palabras, lo que este bogotano nacido el 20 de diciembre de 1928, piensa de su oficio:
«Creo en un teatro para un público, nuestro público, desconfiado, inconforme, incrédulo, pero con una gran disposición a la credulidad. Creo en un público para mi futuro teatro, como lo soñara Brecht, un público de entendidos al igual que los apasionados del fútbol o del boxeo, de conocedores fervorosos de lo que pasa en la escena; el público que me imagino para hoy es el que ayer llenaba las plateas de los tiempos de Shakespeare, marineros, putas, comerciantes, truhanes, bullangueros y procaces, un público que haga que el actor antes de salir a la escena o a la arena sienta las tripas del torero.»
*Escritor colombiano