El egoísmo a ultranza, la corrupción, el robo, la mentira, la traición, la ilegalidad y todos los antivalores clasificados como tales a través de la historia son la esencia del sistema capitalista. Con tal de que el individuo tenga la posibilidad de enriquecerse todo se vale. En sus inicios aún existía algo de decencia, por ella existió la ética, es decir, amasar grandes fortunas pero evitando traspasar las barreras legales, incluyendo los credos religiosos. Al mismo tiempo que se ha ido concentrando la riqueza material del planeta en unos pocos grupos y personas se han abandonado esas prácticas altruistas y tirado a la basura esos principios morales positivos, sustituyéndolas por prácticas deshonestas, antihumanas, por la bajeza de la conciencia que justifique cualquier acto inmundo de la vida cotidiana.
En el reino de la competencia no existen barreras que la regulen: si hay que mentir, mienta, si hay que engañar, engañe; si hay que robar, robe; si hay que amenazar, amenace y si hay que sacar a alguien del camino, mátenlo para que no estorbe; si hay que dar coimas, delas. Todo está permitido con tal de no dejarse coger, manteniendo los escondites para no permitir que los sapos, los lambones encargados de perseguir a los que así actuamos, logren descubrirlo. Y como el derecho a la propiedad privada no tiene topes, y el mundo es de los vivos, aproveche y haga crecer su patrimonio. Y eliminemos también a quienes pregonan ideas contrarias a las nuestras, a esos que difunden cuentos como la necesidad de igualdad social, de justicia, de democracia real, de acabar con la corrupción. A propósito de democracia recuerde que ésta se compra y su ejercicio depende del tamaño de su riqueza, a mayor riqueza más democracia; con dinero se compra la voluntad de mucha gente.
La clave de todo está en tener el poder y conservarlo a como dé lugar, mediante los medios que sean posibles, incluyendo la dictadura sangrienta, una Constitución y unas leyes que nos favorezcan y le quiten posibilidades a nuestros enemigos, comprando las conciencias de aquellos más débiles y más necesitados, sobre todo las de quienes también tienen poder: senadores, representantes, jueces, magistrados y unos muy importantes, los encargados de los organismos de control.
Si la clase gobernante, apoderada del Estado, brinda estos ejemplos de vida, con qué autoridad moral puede exigirles a los sectores populares empobrecidos, excluídos, hambrientos, ignorantes, que se comporten decentemente, aplicando los auténticos valores tradicionales: honradez, verdad, paz, legalidad, convivencia, tolerancia, etc., etc.