Profesor titular de Sociología en la Universidad Jaume I de Castellón, Andrés Piqueras es autor y/o director de numerosos estudios sobre migraciones, mundialización, identidades e intervención de los sujetos colectivos en el ámbito social y político. Entre sus libros más recientes cabe destacar Capital, migraciones e identidades (2007) y la obra colectiva del Observatorio Internacional […]
Profesor titular de Sociología en la Universidad Jaume I de Castellón, Andrés Piqueras es autor y/o director de numerosos estudios sobre migraciones, mundialización, identidades e intervención de los sujetos colectivos en el ámbito social y político. Entre sus libros más recientes cabe destacar Capital, migraciones e identidades (2007) y la obra colectiva del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC), del cual es miembro, El colapso de la globalización (2011). Nuestra conversación se centra en su último libro publicado por Anthropos en su colección Cuadernos A
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-Nos habíamos quedado en este punto: ¿existen condiciones para la realización de la opción reformista en el capitalismo actual? El pensamiento de Keynes, ¿puede ser aprovechado por la izquierda en tu opinión? Me temo, señalabas, «que tengo que contestar con sendas negaciones a las dos preguntas. Explico cada una». La segunda, la primera estaba explicada.
-Todo modo de producción, mientras sigue vivo, tiene que establecer uno u otro modelo de regulación entre las clases y sectores sociales que le dan vida. Presionar al Sistema para que adquiera una nueva versión reformista podría ser útil para la izquierda como forma de lucha política de cara a forzar las contradicciones de un capitalismo en decadencia no sólo económica, sino también social, democrática, de legitimación; en la medida, entonces, en que pudiera hacer estallar aquellas contradicciones y visibilizar las impotencias de un modo de producción senil, con miras a trascenderle. En cambio, la defensa del reformismo como objetivo en sí mismo, estratégico, no aporta nada a la izquierda. Con ello se engaña a sí misma al tratar de hacer volver al capitalismo al pasado, a un pasado que, precisamente, no puede volver. Keynes intentó salvar al capitalismo de sí mismo frente a su Gran Crisis y al empuje de las fuerzas del Trabajo. Tuvo la valentía, aprovechando lo elaborado por otros autores algo más progresistas, de proponer la opción que al capital le podía salvar en esos momentos. A la izquierda en el presente nada de eso la fortalece, porque la lleva a perseguir un espejismo en lugar de concentrar sus esfuerzos en preparar de una forma un poco planificada una sociedad post-colapso, una sociedad post-capitalista que no sea una pura barbarie, sino que conlleve un aterrizaje lo más suave posible para desarrollar nuevas relaciones sociales de producción y de vida en general.
Si este Sistema todavía estuviera en una edad fuerte, creciendo a un ritmo «sano», podría encontrar una salvación muy pasajera en una suerte de «keynesianismo global» (de hecho, China es el único actor estatal que está intentando algo parecido a eso), pero ya no hay ni recursos ni tampoco capacidad de acumulación por parte del capital para ello.
-Me imagino la respuesta pero tengo que preguntártelo. ¿Crees que estamos en una fase decadente del capitalismo?
-Por supuesto. Hemos entrado en un periodo de alta inestabilidad sistémica e incertidumbre propio de un capitalismo que no encuentra una nueva vía excepcional de acumulación para su «normal» situación de estagnación, y que muestra cada vez más síntomas de agotamiento, como detallo en el libro de La opción reformista: creciente incapacidad de convertir el dinero en capital, creciente incapacidad de asalarización de la población mundial, crecientes límites ecológicos (tanto de recursos como aún más probablemente, de sumideros), creciente ingobernabilidad global, creciente contradicción entre valorización y realización, entre otras muy serias cuestiones. También he dedicado a ello buena parte de otro libro que recién está saliendo: Capitalismo mutante, en el que intento sopesar esos y otros procesos para comprobar si el Sistema ha comenzado su fase degenerativa.
-Antes hablabas de la izquierda, pero ¿qué entiendes por «izquierda»? ¿hay diferentes formas de ser de izquierdas?
-¿Qué significa a la postre ser de izquierda o derecha? Históricamente la gran diferencia ha venido expresada en la prelación y relación entre intereses individuales y colectivos. La derecha indica una forma de ver los propios intereses como contrapuestos o en competencia con los de los demás (en cualquier caso, por tanto, con una prelación clara: «primero yo y después si sobra, el resto»). La izquierda, por el contrario, va unida al reconocimiento de que los intereses particulares se consiguen mejor a través de la persecución de intereses colectivos (es decir, de la realización del bienestar, o mejor del bienvivir de las grandes mayorías). Por ello cualquier accionar, para ser de izquierda, debe buscar siempre rehacer lo dado en orden a que el bienvivir afecte a más y más capas de población, lo que tiende (aunque no siempre es condición necesaria) a implicar la toma de partido por la parte más débil en cualquier relación social. La derecha, en cambio, tiene su razón de ser en su permanente intento de preservar para uno mismo determinadas ventajas en las oportunidades de vida (y por ende su tendencia a preservar poderes).
Es por eso que los avances de la Humanidad de cara a la igualdad y emancipación de las grandes mayorías se dieron siempre a través del accionar de izquierdas, a veces contra la propia institucionalización de opciones y agentes que fueron previamente «izquierda».
La izquierda de cada momento, como todo el resto de lo humano, es producto de su interacción dialéctica con específicas circunstancias históricas, que por su parte no son «entidades externas» a los individuos, sino que a su vez son resultado de ellos mismos, en una espiral dialéctica sin fin. A lo largo del tiempo las luchas emancipatorias de la Humanidad, sin seguir ninguna línea evolutiva predeterminada al respecto, han ido a intervalos incorporando la conciencia de nuevas fracturas, oposiciones y poderes, luchando contra ellos, y por tanto enriqueciendo la democracia (de ahí el desfase en la proyección y en la capacidad transformadora de quienes no incorporaron esos enriquecimientos en las siguientes generaciones de lucha). Así, lo que en un momento pudo ser una praxis «de izquierdas», en otro puede no serlo o no serlo tanto si no atiende a las nuevas escisiones sentidas e identificadas entre los seres humanos y a las cambiantes condiciones socio-históricas a que responden.
-No quiero dejar pasar la ocasión de hacerte esta pregunta, aunque parezca que se aleja un tanto de lo que estamos tratando. El en su momento denominado socialismo real, ¿qué era para ti realmente? ¿Socialismo o Capitalismo de Estado?
-Ni una cosa ni la otra. Fue uno de los nombres dados al conjunto de sociedades que en el siglo XX comenzaron un proceso de desconexión con el capitalismo y de construcción de una vía socialista que se vio truncada más o menos pronto según los casos, y que quizás, como dice Erik Olin Wright, se convirtió en una suerte de «estatismo». Recordemos que el modelo típico de transición en el siglo XX se caracterizó porque en él no había propiedad privada de los medios de producción, no existía compra-venta de la fuerza de trabajo, los productos perdieron parte de su calidad de mercancías en virtud de sus valores de uso (distribuidos o subsidiados), no había producción regida por el valor (tasa de ganancia), ni reinversión acumulativa de parte de la plusvalía social, y la acumulación estuvo en su mayor parte acotada a ciertos privilegios de consumo (nunca provenientes de la plusvalía directamente extraída a costa del trabajo ajeno). Esto muy difícilmente podría ser llamado «capitalismo», ni de Estado ni de nada. Otra cosa es que fuera «socialismo». Más bien se quedó como un engendro («estatismo») a medio camino: no desligado del todo de la ley del valor capitalista pero dotado de una economía planificada, sin propiedad privada de los medios de vida, pero sin socialización de los mismos. A la postre, la estatalización de la acumulación dio paso a un modelo de regulación burocrático.
Sin verdadera democratización del conjunto de las relaciones sociales de producción, el paso al socialismo se bloquea. Lo cual no quiere decir, de todas formas, que los pueblos que en el siglo XX emprendieron ese camino no consiguieran un avance muy importante en sus condiciones de vida, en comparación con la situación que hubieran tenido de seguir inmersos en el capitalismo subordinado, de miseria, que les había tocado vivir.
Hoy, tendemos a ver esas experiencias como abortos del socialismo que fueron reabsorbidos en el útero capitalista. Pero quizás, con la degeneración que muestra ya este Sistema, podríamos comenzar a verlas como los primeros aldabonazos de la Humanidad en la consecución de un mundo socialista, en el logro de una sociedad post-capitalista abierta a la emancipación humana.
-¿Qué tipo de sociedad serían entonces la China actual o Cuba, o países como Bolivia, Ecuador o Venezuela?
-Los dos primeros son prototípicos de esas experiencias de «desconexión» con el modo de producción capitalista y su «mundo», que desembocaron en un estatismo. Ahora bien, en un «mundo» capitalista el estatismo no tiene un recorrido muy largo, o avanza hacia el socialismo o lo más probable es que involucione para ser reabsorbido por el capitalismo. Sin embargo, tanto China como increíblemente Cuba se han mantenido como «estatismos en hibernación» en un mundo capitalista. Su tendencia hacia la involución (en forma de «capitalismo de Estado») hace tiempo que es manifiesta, sin embargo, ahora que aquel «mundo capitalista» empieza él mismo su degeneración, las posibilidades de que se den diversos desenlaces vuelven a abrirse, especialmente en China por su enorme fortaleza. A Cuba, desgraciadamente, EE.UU. la está dando el «abrazo del oso» para intentar abortar cualquier evolución socialista futura en ella.
En cuanto a los países latinoamericanos que nombras, tanto aquéllos como otros del ALBA son intentos de construir un capitalismo de Estado en el que (por primera vez en las periferias del mundo capitalista) se abra paso la opción reformista, lo que traducido a otros tiempos significa emprender un cierto ‘keynesianismo’. Aprovechan para eso la energía con la que cuentan en un mundo cada vez más carente de ella. Veremos qué viabilidad tienen esos intentos cuando se haga más patente la onda degenerativa, si no son capaces de dar un salto hacia adelante en pro de un eco-socialismo.
En la dramática coyuntura mundial que tenemos por delante confluyen dos procesos de enorme gravedad. Por un lado, la Segunda Gran Crisis del capitalismo, que arrastramos con altibajos desde los años 70 del siglo XX, y que parece no encontrar vías para la reactivación del capital productivo (razón por la cual el Sistema emprendió una loca deriva financiera). Por otra parte, el colapso de la hegemonía económica de EE.UU. Los dos pilares en los que todavía se sustenta ésta, el dólar (o el mundo financiero en general) y el complejo industrial-militar, dan señales de desmoronamiento.
-¿Cuál es el papel de China en todo esto?
-Veamos. El futuro control del precio del petróleo en particular y de la energía en general estará a partir de ahora cada vez más en manos de China y Rusia. China cuenta con las principales tenencias de oro (físico) y con la mayor parte de «metales raros» de alto valor, mientras que Rusia posee grandes reservas y variedad de energía. Con ello estaría pronto en sus manos dejar caer al dólar como moneda internacional de referencia (lo cual pudiera suceder de todas formas en cualquier momento si Arabia Saudí, que enfrenta el dilema de seguir aceptando dólares-chatarra por las últimas reservas de su preciado oro a cambio de «protección militar» norteamericana, pasa a exportarlo en cualquier otra moneda, por ejemplo en yuanes o rublos).
EE.UU. está emprendiendo una ofensiva desesperada para mantener artificialmente el dólar como moneda refugio e intercambio internacional. Uno de sus puntos de anclaje para ello es crear inseguridad en torno a los recursos energéticos y especialmente al petróleo. Esto es así porque al pagarse el petróleo en dólares, si hay una crisis petrolera subirá el precio del «oro negro» y con ello la demanda de dólares, permitiendo la revalorización del papel verde. Otra manera de intentar llegar al mismo sitio resulta paradójica con ésta, y pasa por hacer creer al mundo que puede autonomizarse energéticamente (a través del gas de esquisto) y con ello también dar fuel todavía al crecimiento capitalista mundial.
El otro punto importante en la baza estratégica de EE.UU. en este sentido es generar inestabilidad político-militar para hacer ver que sólo la moneda del más fuerte puede tener alguna seguridad. Por último, pero unido a esto, EE.UU. trata por todos los medios (y digo todos) de desbaratar la potencialidad de Eurasia.
Donde EE.UU. con sus aliados han intervenido hasta ahora han sembrado la destrucción y han dejado el caos detrás. Tanto en Asia Central y Occidental, como también en gran parte de África, han descuartizado los Estados no dóciles, de manera que detrás no quede nada parecido a una institucionalidad central que pueda tener un control del territorio, poblaciones y recursos. El resultado han sido tierras arrasadas en manos de «señores de la guerra», a menudo destacando como principal poder Al Qaeda, el Estado Islámico o alguna de sus ramificaciones. Territorios barbarizados sin Estado (Iraq, Afganistán, Libia, Somalia, República Centroafricana…). En casi todos ellos cobra más y más auge, como no podía ser de otra forma ante la destrucción de las sociedades civiles, el llamado «islamismo radical». Pero éste es en realidad la manifestación más palpable hoy del fascismo transnacional, la versión que adquiere en Asia occidental y Central, y ha sido posibilitado cuando no alimentado y a menudo ayudado a crearse por las potencias autodenominadas «occidentales», o algunos de sus más directos «aliados», como Israel o los países del Golfo, especialmente Arabia Saudí. Por cierto este último país sigue siendo principal sospechoso de la financiación directa del Estado Islámico. Algo no cuadra, entonces, si pensamos que quienes dicen sufrir y combatir el terrorismo presentan sus credenciales de amistad y respeto a la bárbara dinastía feudal saudí.
-Sigo con estos temas.
-De acuerdo.
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