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Los bárbaros contra Roma

Fuentes: Rebelión

Soberbia, confiada, durante siglos Roma se entregó a los placeres del cuerpo. Y ¿quién lograría impedírselo a la «eterna»? Roma la poderosa, la displicente, se creía situada en el fin de los tiempos. Después de ella, el Diluvio. Hegel supuso que la historia se detendría en el Estado prusiano. El «ideal». Luego todo derivaría en […]

Soberbia, confiada, durante siglos Roma se entregó a los placeres del cuerpo. Y ¿quién lograría impedírselo a la «eterna»? Roma la poderosa, la displicente, se creía situada en el fin de los tiempos. Después de ella, el Diluvio.

Hegel supuso que la historia se detendría en el Estado prusiano. El «ideal». Luego todo derivaría en la placidez de la evolución, sin cambios bruscos. El tristemente célebre Fukuyama pensó lo mismo tras la caída del Muro de Berlín. Neoliberalismo como apoteosis de la civilización. Llegada, que no punto intermedio, o de partida.

Pero bástenos mirar en derredor, poner la oreja sobre el pasto húmedo o la arena calcinada. Veremos pasar la sombra del salto inevitable. Escucharemos un subterráneo retumbar, que irá (va) creciendo, hasta hacerse sonido ambiente, total. Tambores. Redoblar de de una tumultuosa marcha contra Roma.

El cerebro humano está hecho a la analogía. Porque, obviamente, refleja la realidad, y en la realidad lo sucedido podría estar sucediendo de nuevo, en condiciones distintas. A principios del siglo XXI un redivivo Rómulo Augústulo estaría asediado por las huestes de Odoacro, rey de los hérulos. Y no representa esto mera lucubración. Inequívocos signos apuntan a que el actual «sacrosanto» imperio resulta penetrado, más que cercado, por multiplicadas hordas de «bárbaros». La londinense Picadilly Street rebosa de negros africanos y caribeños, interminables filas de magrebíes y «sudacas» (sudamericanos) atraviesan diariamente la madrileña Puerta del Sol, París semeja una colonia árabe, en los Estados Unidos el español con acento de la otra América deviene segunda lengua…

Los periodistas teclean obsesivos ante lo que aparenta reciente descubrimiento. ¿Recuerdan? «En dos días 58 inmigrantes chinos perdieron la vida a las puertas del paraíso europeo y por poco 36 marroquíes aumentan tan siniestra cifra por su empeño, reiterado, de buscar una vida mejor, una vida más digna.»

España, el Reino Unido, Italia, Alemania… Todos sufren la avalancha. Occidente se tira de los cabellos. Los líderes de la Unión Europea se han pronunciado por medidas que acentúen la cooperación contra las criminales redes de inmigración ilegal e impongan severas sanciones a los responsables. Sin embargo, como suele ocurrir, algunos se proyectan sobre efectos en vez de ahondar -y arremeter- en las causas. Que si Tailandia lleva el peso de la culpa, por su condición de lugar de tránsito habitual para cientos de ciudadanos chinos… Que si el dinero que obtienen las mafias en el trasiego humano… Que si se hará necesario levantar cercas, como en la frontera de México con los Estados Unidos…

¿En la práctica? Nitidez de mediodía tropical. Los motivos saltan a la vista de quien los llame sin prejuicio clasista o anteojeras colocadas ex profeso. «En los últimos años aumentó en 200 millones la cantidad de sujetos que viven en la extrema pobreza, sobre todo en el África subsahariana, Asia central y suroriental y Europa del Este.» En contraposición, «muchos de los países industrializados gastan en seguridad social entre el 20 y el 30 por ciento de su Producto Interno Bruto».

Detengámonos aquí. Aun cuando, de acuerdo con datos de la Organización Internacional del Trabajo, desde 1990 ha disminuido el ritmo de crecimiento del citado monto en las naciones primermundistas, la diferencia entre el Norte satisfecho y su creatura: el Sur subdesarrollado y muriente -miseria, sida, junto a otros jinetes apocalípticos- se ha convertido en un abismo insalvable.

Como en el siglo V, y antes, un imperio crea su propia destrucción, a despecho de sus intereses. Por ello, la paulatina toma de Picadilly Street, la Puerta del Sol, los alrededores de Notre Dame, la Quinta Avenida neoyorkina.

Entretanto, la nueva Roma, confiada, soberbia, se entrega a los placeres… Aunque al parecer comienza a despertar. Se asusta y grita. Grita vanamente.