El 21 de febrero de 1848, «un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo…» Frase, con la que Marx y Engels daban comienzo a su «Manifiesto Comunista». De aquella, todas las fuerzas de Europa se unieron para combatir, en santa cruzada, a tal fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses […]
El 21 de febrero de 1848, «un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo…» Frase, con la que Marx y Engels daban comienzo a su «Manifiesto Comunista». De aquella, todas las fuerzas de Europa se unieron para combatir, en santa cruzada, a tal fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes. Hoy, 171 años después, el comunismo ya no resulta peligroso, o eso se supone. Ha sido sustituido por el fantasma del «fascismo», pero con una diferencia: que ni el Papa ni el resto de los hoy «zares» de Europa le presentan «cruzada». Parece, que todo lo contrario: se asume benévolamente. Hay discusión, sin embargo, de si lo que ocurre en Europa, incluyendo a España, es ascenso del fascismo o de la extrema derecha o del desencanto con la izquierda; más allá de debates académicos y me temo que inútiles y bizantinos, es obvio que estamos ante «algo» que no augura mejores tiempos. Este «algo», tal y como se presenta, obedece a premisas netamente fascistas lo que no quiere decir que sea un fascismo genuino, pero para el caso y en mi opinión tiene poca importancia que sea o se le parezca. Su base ideológica no se debería de frivolizar.
Apliquémosle el sello o nombre de fascismo, extrema derecha, neofascismo… el caso es que, por consideración de la democracia, y así tiene que ser, llega a los parlamentos y a los gobiernos. Otra cosa es que se acepte su ideología y sus consecuencias en la vida social y política. Es una realidad que ha llegado como movimiento político y de masas; que se le vota en las democracias europeas y que se asienta en los parlamentos. España, ya en este nuevo año, no es una excepción. Así pues, «no somos diferentes».
El intelectual holandés Bob Riemen (febrero 1962), nos dice que «el fascismo es una expresión de los instintos y sentimientos más oscuros del ser humano y siempre está larvado en el seno de la democracia, es un riesgo que nunca se extingue, por lo cual siempre hay que estar alertas, atentos a sus brotes, para remediarlos con la firmeza de los principios democráticos».
España no escapa a los cantos de sirena que nos dicen que todo va mal. Nos cantan al sentimiento nacionalista, a la exaltación de ‘la patria’, al estorbo del pobre, a los valores del hombre que es por sí un valor superior y no admite cuestionamiento alguno, siendo la mujer la fiel compañera, no solo de cama, también de cocina. Se canta contra la libertad individual y la autodeterminación de las personas y de los pueblos, buscando a toda costa eliminar a la oposición política y social, a quienes se les menciona como «no españoles». Todo lo que huela a variedad o a diferencia es demonizado y cuestionado.
No me parece que ante esos cantos del fascismo, nos tengamos que amarrar al palo mayor del barco, cual Ulises. Hay que salir a cubierta y con razones y políticas sociales, con justicia social y libertad, combatir el motín que pueda surgir y así negarles el timón de la nave. El fascismo de hoy es de corbata y camisa blanca, de sonrisa y buenos modales, es «democrático», acepta, se supone, el juego de partidos políticos. Se camufla y se mimetiza en función del tiempo actual, por eso puede resultar no peligroso. Pero, lo es.
A mi juicio sostener, con la frivolidad que caracteriza a cierto academicismo que el fascismo no existe, es ridículo e incluso peligroso. El fascismo es élite y las élites nunca han querido al pueblo, nunca. No se nos olvide. Los cantos de sirena están aquí. Solo con la dignidad de la democracia, se los puede y debe combatir.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.