Hay realidades que hablan sin bozales pero no las encontraremos en las fábricas de propaganda. Todo lo que sale de esas factorías de ilusión es chatarra, ha sido elaborado para mentes infantiles y sin conciencia que caminan con el yugo y las cadenas sin sentir el peso ni el ruido. Son productos diseñados para el […]
Hay realidades que hablan sin bozales pero no las encontraremos en las fábricas de propaganda.
Todo lo que sale de esas factorías de ilusión es chatarra, ha sido elaborado para mentes infantiles y sin conciencia que caminan con el yugo y las cadenas sin sentir el peso ni el ruido.
Son productos diseñados para el sometimiento, para la cabeza baja, para no compartir la frustración, para encerrarnos en nosotros mismos y tirar la llave lejos, a cualquier río.
Los propagandistas se cuelan en nuestras casas, en nuestras escuelas, imponen su trabajo en los quioscos, en las librerías, hablan con su voz convincente pero de piedra, escriben con pulso firme pero lleno de borrones, se premian entre ellos, se aplauden, pero dicen todos lo mismo.
Son los más eficaces esclavos con la que cuenta el poder para tenernos bien atados, con los cerebros entretenidos en cuestiones que no nos emancipen, que no nos permitan ver con claridad hasta donde llegan con su depredador instinto.
En fin, en nuestras manos está seguirles el juego, devorar la bazofia que sale de sus laboratorios o ignorarlos completamente buscando la verdad que se abre paso en medio del ruido ensordecedor que producen estos peligrosos charlatanes armados de cámara y pluma que quieren conducirnos a la violencia de la ignorancia, al horror de un mundo sin preguntas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.