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Reseña de "Cuentos del arañero", de Hugo Chávez Frías

Los cuentos de un presidente socialista que combatía y estudiaba, hablaba y escribía mucho (y lo hacía francamente bien)

Fuentes: El Viejo Topo

«Cuentos del arañero», de Hugo Chávez Frías, Vadell Hermanos Editores, C.A. Jorge Legañoa Alonso, Caracas 2012, 258 páginas (compilado por Orlando Oramas León y Jorge Legañoa Alonso)

Debo admitirlo. Dudaba si sería capaz de escribir libremente y con espíritu crítico sobre el libro de un revolucionario socialista y democrático admirado, sobre alguien que fue tan en serio y tan consistentemente como el presidente venezolano recientemente fallecido. Temía que el reconocimiento y respeto a él debidos, por decirlo al modo de Salinas, me impidieran decir las cosas que pensaba y sentía mientras leía estas narraciones sobre su vida y su obra política y humanista.

Falsos temores. No sé si el presidente Chávez (hablaré de él a veces como si estuviera entre nosotros, no es fácil hacerlo de otra forma) tiene otras publicaciones, no sé exactamente el papel que han jugado los compiladores en la edición, pero, sea como sea, por lo leído en este libro de cuentos -breves, muy breves en general- editado por Orlando Oramas León y Jorge Legañoa Alonso (se da noticia de ambos en la contraportada del volumen), no sólo fue el revolucionario Chávez alguien que hablaba magníficamente y demostraba estar siempre (en general) muy bien informado, sino que además escribía con gracia, con mesura y con sentimiento verdadero. El líder de la revolución bolivariana, además de todo lo demás (que es mucho y de gran trascendencia), tenía también mano para la narrativa. No es pasión cegada, no es exageración servil. Prueben, lean, sientan y opinen, este es el apretado resumen de esta reseña. «Revolución es amor y humor» creo que afirmó en alguna ocasión el presidente bolivariano. Amor y bastante humor -por tanto, revolución- pueden encontrarse fácilmente en estas narraciones.

Cuentos de arañero -publicado en Venezuela antes del fallecimiento del autor- se abre con una hermosa y significativa cita («Si uno pudiera volver a nacer y pedir dónde, yo le diría a papá Dios: Mándame al mismo lugar. A la misma casita de palmas inolvidable, el mismo piso de tierra, las paredes de barro, un catre de madera y un colchón hecho entre paja y goma- espuma. Y un patio grande lleno de árboles frutales. Y una abuela llena de amor y una madre y un padre llenos de amor y unos hermanos, y un pueblito campesino a la orilla de un río») y tiene la siguiente composición: un prólogo de los editores, los cuentos de Chávez divididos en ocho apartados -«Historias de la familia», «Crónicas de pelota», «Del cuartel», «Próceres», «Hombres de revolución», «Del llano», «Abrazado a la masa» y «Fidel»- y un excelente «Testimonio gráfico» que, a pesar de nuestras singulares tentaciones (las mías por ejemplo), conviene no saltarse.

Sobre el estilo literario del autor apuntan los editores del volumen: «Chávez dialoga, tutea, narra al detalle, se adelanta a veces, va atrás, superpone historias; rompe la lógica gramatical sujeto-verbo- predicado. Es parte de su estilo, su técnica narrativa, con la cual mantiene en vilo, enseña, polemiza, pone a pensar y convence. Se trata, sin lugar a dudas, de un fenómeno de la comunicación directa, cercana, permanente con su pueblo».

No está mal visto, en absoluto. Como tampoco está desencaminada la elección de este fragmento del presidente Chávez con el que abren su prólogo: «Permítanme siempre estas confidencias muy del alma, porque yo hablo con el pueblo, aunque no lo estoy viendo; yo sé que ustedes están ahí, sentados por allí, por allá, oyendo a Hugo, a Hugo el amigo. No al Presidente, al amigo, al soldado… El [lenguaje] del presidente, del líder político, forjador de conciencias, educador, del declamador, del poeta. Pero también el ciudadano de a pie y más, del veguero de campo adentro. De ahí el uso diáfano de vocablos que forman parte del habla popular, aunque algún diccionario no los reconozca: «jamaqueo», «choreto», «jalamecate», «firifirito», «espatilla’o», «esperola’o», «kilúo», «arrejuntar», entre muchos otros».

De hecho, destacadamente, uno de los mejores cuentos del libro está dedicado a un gran escritor, Arturo Uslar Pietri: «La vida, decía alguien, es como una obra de teatro. Yo recuerdo mucho al escritor Arturo Uslar Pietri. La vez que lo visité en su casa, lo conocí y le saludé. En esos días se había retirado de una columna que tenía en el diario El Nacional, y le pregunté: «Doctor, ¿por qué usted se retiró?» «Mire, antes que me echen -algo así me dijo-, porque la vida es como una obra de teatro, y yo me retiré a tiempo». «Hay dos momentos muy importantes para un actor en una obra de teatro. ¿Cómo se entra en la obra, el momento en que el actor entra a la obra? ¿Cómo entra? Y el momento en que el actor sale de la obra». Entonces él me decía: «Yo salí. Usted entró. Vaya a ver cómo va a salir de esta obra». El compañero Chávez por la puerta grande, pero antes de tiempo. Demasiado pronto.

Para abonar el deseo del lector -de esto se trata básicamente- apunto algunos de los pasajes destacables de este libro escrito para lectores chavistas, para medio chavistas e incluso para no chavistas (los antichavistas excluidos por supuesto; de hecho, se excluyen ellos mismos).

Uno de los cuentos que más dicen del compromiso poliético del presidente venezolano y, por supuesto, de la revolución socialista cubana y de los seres humanos que la habitan y cuidan dice así:

«Una vez en este mismo salón me reuní con un grupo de médicos cubanos. Nosotros tenemos que apoyarles en algunas cosas, porque a mí no me gusta que estén durmiendo por allá en esas situaciones que vi. Me trajeron unas fotos, y mandé a un equipo a inspeccionar. Bueno, la casa de los pobres, pues. Entonces se paró un hombre como de cuarenta años y me dijo: «Presidente, no se preocupe. Yo vengo del África, donde dormíamos en la selva, a veces en el suelo. La situación allá es veinte veces más grave que la pobreza que ustedes tienen aquí». Y me dio una clase ese médico porque me dijo: «Presidente, ubíquese usted en un barrio de estos. Supóngase que llegó usted, médico y al día siguiente, llega una cama con un colchón nuevo y la gente durmiendo en el colchón viejo. No, tenemos que dormir igual que ellos, no puede haber privilegios». Y le dije: ‘Tiene usted razón, perdóneme en mi atrevimiento. Tiene usted razón, profesor de la verdad».

El cuento «Pata en el suelo» abona el mismo sentimiento: «[…] Entonces, al pobre campesino le meten un tiro, le matan los cochinos, le tumban el rancho, a veces le violan la hija, le golpean al muchacho y él tiene que morir callado. Ahí es cuando ocurren las cosas que han pasado en el mundo, porque la gente tiene dignidad. De repente, se obstina el campesino, agarra un machete y puede pasar cualquier cosa. Ahí es cuando ocurren los problemas, por el abuso del poder. Así que yo comprometido estoy, porque vengo de allí, yo nací pata en el suelo y con orgullo lo digo: soy campesino, pata en el suelo».

El temor de un padre que no limita su amor o preocupación por su ámbito estrictamente familiar queda reflejado en «Un pedazo del alma»: «Yo fui padre la primera vez a los veintiún años. Nació Rosa Virginia, mi terrón de azúcar. Fue creciendo Rosa y vino María y después Huguito. Los veía a ellos muy pequeños, pero yo decía: «Estos no son los únicos niños del mundo». Yo veía que ellos tenían vivienda, que podían ir a la escuela. Si se enfermaban, los llevaba al Hospital Militar. Recuerdo que cuando veníamos a Caracas, me paraba en la autopista, en algún borde y les decía: «Miren, ustedes tienen suerte. Tienen un padre que puede, más o menos, proporcionarles un sustento, porque soy militar profesional y tenemos un sistema de seguridad social que los atiende a ustedes. Pero allá arriba, en aquellos cerros, vean cómo andan los niños, muchos sin padre, muchos sin atención de ningún tipo». Es decir, fui preparando a mis hijos para lo que vino después, que fue muy doloroso. Nunca olvidaré, como padre, la noche del 3 de febrero de 1992: dejar la casa, dejar los hijos dormidos, echarles la bendición, darles un beso, dejar la mujer y salir con un fusil en la oscuridad. ¡Eso es terrible!, porque uno deja un pedazo del alma».

El respeto y amor por sus padres, por su padre en este caso, queda reflejado en un cuento titulado «Los dedos de mi padre»: «Acabo de hablar con mi padre y a mi padre lo amo, lo admiro y, además, lo metí en este lío. Mi padre Hugo de los Reyes Chávez, un maestro jubilado. Estaba criando cochinos y gallinas ponedoras desde hacía varios años, hasta el 4 de febrero en la mañana. Dejó las gallinas, dejó los cochinos, dejó cuatro vacas flacas, dejó un fundito que le costó toda su vida de maestro y se fue a la batalla. Él andaba fundando comités bolivarianos por los pueblos y buscando firmas para la libertad, no de su hijo, sino de los soldados. Yo estaba prisionero, me enteré y lo lloré. Incluso escribí un poema llamado «Los dedos de mi padre», que se perdió porque me allanaron a los pocos días y se llevaron los manuscritos. Y perdió tres dedos porque se desprendió la carrucha en esos ríos donde no ha llegado la mano del desarrollo y todavía se pasan en carrucha, por allá en los llanos, en el pie de monte. Recuerdo que hablaba de las manos de mi padre, las mismas que me enseñaron a escribir la a, la e, la i, la o, la u. Las mismas que junto a las de mi madre y su amor, hicieron posible, por la mano de Dios, que viniera al mundo junto con mis hermanos».

Su abuela, Rosa Inés, es uno de los grandes personajes del libro y también de la biografía de Hugo Chávez. Lo explica así en «YO VENDRÍA A BUSCARTE: «Quizás un día mi vieja querida, dirija mis pasos hasta tu recinto, con los brazos en alto y como alborozo, colocar en tu tumba una gran corona de verdes laureles: sería mi victoria y sería tu victoria y la de tu pueblo, y la de tu historia; y entonces por la madrevieja volverán las aguas del río Boconó, como en otros tiempos tus campos regó; y por sus riberas se oirá el canto alegre de tu cristofué y el suave trinar de tus azulejos y la clara risa de tu loro viejo; y entonces en tu casa vieja tus blancas palomas el vuelo alzarán y bajo el matapalo ladrará «Guardián», y crecerá el almendro junto al naranjal, también el ciruelo junto al topochal, y los mandarinos junto a tu piñal, y enrojecerá el semeruco junto a tu rosal, y crecerá la paja bajo tu maizal, y entonces la sonrisa alegre de tu rostro ausente llenará de luces este llano caliente; y un gran cabalgar saldrá de repente y vendrán los federales, con Zamora al frente, y las guerrillas de Maisanta, con toda su gente, y el catire Páez, con sus mil valientes; o quizás nunca, mi vieja, llegue tanta dicha por este lugar, y entonces, solamente entonces, al fin de mi vida yo vendría a buscarte, mamá Rosa mía, llegaría a tu tumba y la regaría con sudor y sangre, y hallaría consuelo en tu amor de madre, y te contaría de mi desengaño entre los mortales, y entonces tú abrirías tus brazos y me abrazarías cual tiempos de infante, y me arrullarías con tu tierno canto y me llevarías por otros lugares…»

«EL ARAÑERO» da cuenta del hermoso título elegido para el volumen: «Ustedes saben que yo vendía arañas. Desde niño, más o menos, tengo noción de lo que es la economía productiva y cómo vender algo, cómo colocarlo en un mercado. Mi abuela terminaba las arañas y yo salía disparado. ¿Pa’ dónde iba a coger? ¿Pa’l cementerio? Estaría loco. Allá estaba a lo mejor una señora acomodando una tumba, a lo mejor un entierro. Si había un entierro entonces yo aprovecharía ¿verdad? Pero no, ¿pa’ dónde? Pa’l Bolo. Más de una vez mi papá me regañó: «¿Qué haces tú por aquí?» «Vendien- do arañas, papá». Todas las tardes, a las cinco, se veían allá los hombres del pueblo. Mi papá jugaba bolos porque él es zurdo y lanzaba bien».

Fidel Castro es una de los grandes referentes del compañero Chávez. El significado de la revolución cubana queda recogido en este cuento: «Recuerdo el caso triste de un niño que finalmente murió. Un niño al que conocimos Marisabel y yo el 24 de diciembre de 1998. Un muchacho, cuarto bate de un equipo de béisbol. Había perdido una pierna, lo llevamos a La Habana y pasó tres meses allá con su mamá. Fidel fue conmigo a visitarlo cuando estuvimos en enero de 1999. Estaba feliz. Hay una foto jugando al béisbol. Pero no había nada que hacer. Era una enfermedad terrible. Finalmente vino a morir aquí y hoy es un angelito. No olvido su sonrisa, sus ojos, su foto de cuarto bate, pero no se pudo hacer más nada. Cosas de Dios, decimos nosotros los católicos. Un muchacho grandote, sano se veía. De repente, un día dio un batazo, iba corriendo por segunda y se cayó, le dolía mucho una rodilla. Por ahí comenzó un cáncer en los huesos. Él me contaba y el papá contaba que tenía dolores, pensaban que era del juego. Y los médicos en Cuba decían que si se hubiese hecho exámenes un año antes, a lo mejor se hubiese actuado a tiempo. Pero cuando ellos actuaron ya aquí le habían cortado una pierna. Y allá no pudieron hacer más nada, había avanzado mucho la enfermedad. Cuántos niños pierden la vida porque no hay prevención, no hay atención. No sólo eso, sino cuando se le descubre una cosa grave tampoco se le atiende, porque no puede pagar. Anuncio algunos de los detalles, y esto va a ser muy importante para nuestro pueblo. Voy a utilizar mucho el avión presidencial para enviar a Cuba a venezolanos. Será todos los meses. ¿A qué? Bueno, allá los operarán y no nos van a cobrar nada, les vamos a pagar con un porcentaje o algo de petróleo o de derivados del petróleo. Eso es parte de los acuerdos que vamos a firmar dentro de pocos días con el buen amigo y tremendo líder de América Latina, que se llama Fidel Castro».

Su Bolívar es descrito así: «Bolívar era de pelo ensortijado, más negro que blanco; ese era el verdadero Bolívar a quien también desfiguraron. Es mentira que hablaba duro. No, la voz de Bolívar era chillona, inaguantable. Se subía en las mesas, le rompía los papeles al Estado Mayor. «¡Esto no sirve!». Así lo dice Andrés Eloy Blanco en un poema que se llama «Los desdentados». Cuenta Andrés Eloy que muchos años después de muerto el Libertador, había un acto en la plaza Bolívar de Caracas y la estatua, las coronas, las flores y los discursos oficiales. El presidente, todos de «paltó» y de levita, rindiéndole honores a Bolívar. Y detrás de las matas estaban unos viejitos, no tenían dientes, agachados, viendo el acto, y se reían. Entonces, viene la lectura de la última proclama y un señor, con voz de locutor: «Colombianos, habéis presenciado…», rememorándolo. Y los viejitos se reían y hablaban de Bolívar. ¿Por qué se reían? El poeta termina descifrando la incógnita. Al final dijo uno de los viejitos: «Mira, lo que dicen éstos, dicen que era alto, dicen que era fuerte, dicen que hablaba grueso. No. Era chiquitico, era flaquito, tenía la voz chillona y fastidiosa». Y dice uno al final: «¡Carajo!, pero se nos metió en el alma y nos hizo libertadores».

No siempre consistente en este difícil nudo, hay textos que rezuman sabor feminista. En el titulado «MANUELA SÁENZ» por ejemplo. «La historia es muy machista y las mujeres no aparecen, pero también andaban a caballo, como Manuela Sáenz. La dibujaron las oligarquías que la odiaron y quedó en la historia como la amante de Bolívar. Ella no fue la amante de Bolívar, ella fue primero «Caballeresa del Sol», capitana de los ejércitos de San Martín y coronela en Ayacucho. El Mariscal de Ayacucho la ascendió en el campo de batalla, junto a un grupo largo de oficiales hombres y mujeres. Porque la Coronela se fue a caballo, pistola en mano, sable en mano, a rendir tropas españolas allá en el campo de Ayacucho.Era mujer de batalla. Salió espada en mano la noche que casi matan a Bolívar en Bogotá, y ella lo obligó, prácticamente, a que se tirara por la ventana. Seguramente, por dignidad, él no quería tirarse, pero como hay un dicho inglés que dice: «Si tu mujer te pide que te lances por la ventana, ve mudándote a la planta baja». Bolívar estaba casi muerto. Mataron a su edecán, Ferguson, e hirieron a otro, Diego Ibarra, un sablazo y un tiro en un brazo. Ya iban al cuarto a buscarlo. Ella los entretuvo y les dijo: «No, está abajo en la sala de reuniones». ¡Mentira! Él estaba vistiéndose, agarrando la pistola para salir, y ella lo obligó a que se fuera por la ventana. Después hizo un muñeco que puso en la plaza, lo vistió como Santander y le puso un letrero: «Santander». Ella misma lo fusiló: ¡pa-pa-pa! Y le dijo a Bolívar: «Eso es lo que tú tienes que hacer con Santander, ¡fusilarlo!». Bolívar nunca quiso fusilar a Santander. Le perdonó la vida y, al final, a él no lo perdonó la oligarquía santanderista».

La fuerza de la revolución venezolana se expresa muy bien en cuentos como «NO LO PARABA NADIE»: «Carlos Andrés Pérez me conocía, yo trabajé con él y le hablé varias veces por distintas razones, de trabajo, sobre todo, ahí en Seco- nasede. Me conocía muy bien, Jesús Ramón Carmona, que era ministro del Despacho, y Heinz Azpúrua, que era jefe de la Disip y estuvo detrás de mí durante cinco años, siguiéndome, buscando alguna cosa y siempre me dijo cada vez que me interrogó: «Puedes irte, Chávez, algún día cometerás un pecadillo. Yo te agarro algún día». Un día después del 4 de febrero él fue al DIM y me llama el general del DIM: «Mira, aquí está el general Heinz, que quiere hablar contigo». «¿Quería una muestra? ¿Quería un pecadillo?». «Bueno, -dijo Heinz- lo felicito Chávez, de verdad, no pudimos detener esto». «No, es que no lo iban a detener, mi general -le dije yo- ni que me hubieran arrestado a mí, o a Arias, o al otro; esto no lo paraba nadie. Es un proceso imparable, inevitable, eso no depende de un hombre. Si usted me hubiera agarrado preso hace un año o dos años, quizás hubiera sido hasta peor». Y en verdad era así, fue un proceso desatado. La revolución que volvía».

El último cuenta de Próceres muestra la pulsión antiimperial del autor: «Yo cuento esto no sólo para mis amigos, no sólo para mí mismo y mis compañeros, sino ustedes yanquis, sepan bien qué es lo que hay aquí dentro: conciencia y fuego que nada ni nadie podrá apagar mientras viva. Y mientras yo viva, este fuego y esta conciencia estarán al servicio de la Revolución Bolivariana, de la liberación de Venezuela, de la independencia de Venezuela, de la grandeza de Venezuela. Ya basta, no sólo de traiciones, ya basta de pactos con la oligarquía, ya basta de derrotas, compatriotas. Llegó la hora definitiva de la gran victoria que este pueblo está esperando desde hace doscientos años. ¡Llegó la hora!, no podemos optar entre vencer o morir. Nosotros estamos obligados a triunfar y nosotros triunfaremos»

El ingeniero internacionalista Manuel Martínez Llaneza recordaba recientemente lo dicho por nuestro mejor pensador, por El Roto: «Mejorar las condiciones de vida de la gente es populismo. Lo ortodoxo es amargarles la existencia». Hugo Chávez Frías no fue un ortodoxo.

(MMLL proseguía: «Chávez hablaba como tenía que hablar para que lo entendieran los que quería que lo entendieran. La enorme ventaja es que eso no se lo dictaba ningún asesor de imagen, sino su entendimiento y su corazón. Era un hombre culto, leía mucho, sabía de muchas cosas que pondrían en un aprieto a más de un dirigente europeo lleno de cifras (no digamos una Cospedal o Botella); por más asesores que tuviera (y no lo creo) no se pueden improvisar citas, fechas, comentarios sin un convencimiento profundo de que lo que se dice se conoce suficientemente bien para poder hablar. Y su pueblo lo entendía. Y le interesaba lo que decía. Y quería aprender de ello»).

PS: ¿Críticas? Este es el único cuento que, en mi opinión, no merece la firma del presidente venezolano. El único: «JACQUES CHIRAC Recuerdo mucho a un hombre que es de la derecha francesa, mi amigo Jacques Chirac. Hace poco vino por ahí nuestro también amigo, Dominique de Villepin, fue ministro de Chirac. Estuvimos hablando varias horas y le recordaba: «Dominique, no te acuerdas la última visita que le hice a Chirac». Es un buen conversador Chirac y un hombre muy efusivo. Estábamos en un almuerzo y yo con unos mapas que siempre cargo, explicándole ideas de Venezuela para el futuro: el ferrocarril y la faja del Orinoco, la petroquímica, la agricultura y los ríos, el Orinoco. Todo aquello. De repente se para Chirac y agarra la copa de vino y dice: «¡Brindo por Venezuela, que será una potencia mundial!» Yo me levanto y con humildad respondo: «Bueno, brindo, Presidente, pero no, no seremos una potencia, seremos un país desarrollado». Y ripostó Chirac: «¡No le ponga límite a sus sueños!»


 

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)