I En el año 2000 la editorial Letras Cubanas sorprendió a sus lectores con un artilugio raro: un catálogo de veintinueve poetas que rondaban los veinticinco años. La mayoría de ellos eran desconocidos para el público, pero unos meses después los mil quinientos ejemplares de Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo , aquel catálogo irreverente, habían […]
I
En el año 2000 la editorial Letras Cubanas sorprendió a sus lectores con un artilugio raro: un catálogo de veintinueve poetas que rondaban los veinticinco años. La mayoría de ellos eran desconocidos para el público, pero unos meses después los mil quinientos ejemplares de Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo , aquel catálogo irreverente, habían sido vendidos.
Ese mismo año ―o al siguiente, dejo al alcance del lector atento la precisión de la referencia, pero en cualquier caso con sorprendente celeridad para nuestros hábitos― la editorial electrónica CubaLiteraria puso en Internet la edición digital del aludido tomito, que aún hoy puede bajarse desde allí y desde otros sitios de la red de redes. Así se abrió el siglo XXI para las ediciones de poesía en la isla.
Como prologuista y cómplice de aquella muestra he dicho alguna vez ―más en broma que en serio, pero con entera convicción― que ese libro fue una especie de cirugía necesaria, aplicada a sangre fría y con intenciones urgentes de pro(con)mocionarlo, a un Corpus… que difería en exceso su irrupción pública en la vida literaria. El parto, como se vería luego, resultó dilatado, múltiple y fecundo.
Presionada por la sombra que proyectaban sobre ella sus hermanos mayores ―mi propia promoción, que durante los diez o quince años anteriores había volteado el canon poético dominante en Cuba― los muchachos del 2000 no encontraban un modo eficaz de acceder al espacio público con su propio discurso generacional ―más o menos identificable― dentro de la lógica de continuidad y ruptura que hasta hoy caracteriza la historia de la lírica cubana.
Pero la apremiante irrupción que supuso la presencia en las librerías y espacios literarios de Cuerpo sobre cuerpo… hizo visibles las conexiones latentes entre las voces personales aportadas al concierto nacional por los más jóvenes, algunas de las cuales ya empezaban a validarse por sí mismas.
Las más notables de estas poéticas se apartaban radicalmente de las retóricas de éxito ―soflamas de una palabrería disfuncional y reiterativa― ocupadas por círculos de epígonos para satisfacer las expectativas de críticos e instituciones que, en el centro mismo de la crisis, centraron su examen y fomento en las maneras y no en la mirada específica de los poetas más trascendentes de la promoción anterior, hasta (des)significar casi todos los sentidos de la expresión poética que antes habían llevado a un cambio profundo.
La realidad ―se dice, sobre todo la evanescente realidad que acompaña a la poesía― jamás es lineal y casi nunca su percepción es del todo objetiva. Por lo tanto estaré de acuerdo cuando algún colega me diga que no fue así. No todos, claro, no en todo. Quizá no fue probadamente así, pero mucho de eso hubo y permanece insistiendo alrededor. Aunque los autores más curtidos entre quienes habíamos comenzado a publicar en revistas literarias y editoriales de aquí y allá durante los ochenta y noventa del siglo pasado ―Sigfredo, Carlos, Damaris, Emilio, Teresa, Alberto, Nelson, Omar, y varios otros― sostuvieran con firmeza su estatura mayor, con el lápiz y el teclado en la mano o mediante el traspaso de un lector interesado a otro de sus textos publicados antes.
II
La superación de la norma poética conversacional como discurso dominante ―metamorfósis que resultó de un complejo proceso de acumulaciones, cuyos elementos definitorios hay que buscar en evoluciones de lo literario pero también en mutaciones de lo real― difundió en la isla una lectura parcial, fragmentaria, interesada, de muchas nociones poéticas modernas, vanguardistas y posmodernas europeas y norteamericanas y de sus teorías resultantes, que condujo en parte ―por asimilación incompleta, por ignorancia múltiple o por la arbitrariedad que sostenía las políticas poéticas excluyentes de quienes las propusieron como norma― a la proliferación de auténticos laberintos escriturales y a la subvaloración u olvido de una función intrínseca del texto literario: su función comunicativa.
Una amplia zona de la poesía publicada en Cuba durante esos años noventa ―años de profunda crisis en economía y valores, pero también de resistencia y libertad estética, que nada hay que olvidar― y casi toda la crítica dominante benefició con excesiva frecuencia a los textos portadores de esos nuevos códigos : fragmentarios, cerrados sobre sí mismos hasta el enclaustramiento, profundamente intelectualizados, pero también y en no poca medida, confusos en lugar de oscuros, incomprensibles en lugar de ambiguos, distantes del rigor, la pluralidad y el riesgo que le hubieran permitido constituirse en una expresión literaria modélica, en un experimento pertinente de otra escritura.
En un poema antológico de los años ochenta, «La luz, bróder, la luz», Sigfredo Ariel nos proporciona su clave para acoplar el imaginario simbólico de un escritor, las alternativas del mundo cotidiano y la recepción crítica de los textos que se proponen: la miseria y la grandeza posibles de ese proceso que lleva a alcanzar el punto de invención poética. Los versos finales del poema develan ―con toda la claridad que es posible mostrar en nuestros días― la intención del poeta, el sentido y el destino de su (la) poesía: quedará la luz, bróder, la luz, y no otra cosa .
Es la misma clave de luminosa certidumbre ante el fluir de lo oscuro que Teresa Melo extrae y re-crea diez años después en «Fin de siglo», un poema que ya sentimos perdurable: Por desear la luz, por retenerla, atravesamos cualquier oscuridad . Refulgencia del cuerpo de la estrella que no se retiene sin intención, que no se nos entrega fácil, y que debemos alcanzar ―siempre que se trate de poesía― más allá de escuelas y de dogmas y de todo el caos de la agónica época pos.
III
La nueva hornada había llegado con los años ceros, estremecida en lo más íntimo ―ahora sí― por el continuo estruendo de lo real: en la memoria adolescente pervivía la caída del Muro y el tocar fondo de la sobrevivencia cotidiana, en las pantallas de televisión el planeta se sacudía con el derrumbamiento de las Torres Gemelas, las guerras del petróleo en Asia central, los foros antiglobalización. Sobre las imágenes de Matrix , Bolos for Columbine y Good bye Lenin , más allá de las cadenas de emails, los episodios mangas y la proliferación de blogspot, emergían el cambio climático, el mapeo cerebral, la clonación, los secretos del genoma humano y la nanotecnología. Se movían entre explosiones, cortes de luz, marchas antiterroristas y emigraciones masivas, en un mundo que transmutaba los hechos ―duros y específicos― a imágenes diluidas, desmontadas, maceradas como hojas de coca para soportar el dolor y olvidar.
Con escasas posibilidades de encontrarse en medio del vendaval y apertrechados de tiempo ―buenos tiempos sin mucho que hacer― para releer la historia, la ciencia, la cultura, sus propias sagas familiares, las novedosas formas de convivencia social y el aluvión de informaciones que se les venía encima. Solos, cada uno de ellos, casi siempre sensitivos, escépticos, distantes de la vida literaria pero sumergidos del todo en la literatura: propia y ajena, antigua y contemporánea, la poesía, sin otro límite que sus propias miradas.
Así se echaron a escribir, dando continuidad al juego. Indiferentes a lo que pasaba con ellos, a lo que pasaba fuera de ese juego que eran sus vidas, plantadas como fichas en el tablero móvil de un tiempo, un espacio y una sensibilidad ―real o virtual― donde todos los seres humanos coexistían y se enfrentaban. Escribían esa enormidad desde su ser individual, poco viciados por el afán de trascender. La resultante era Un libro raro , un Patio interior con bosque , un Discurso de Safo , unas Páginas del agua . Eran Los días del perdón , una Oración del suicida , unas Historias contra el polvo , y eran también Los días del cinematógrafo y Aislada noche y bajo tea , textos que no hacían libro aún pero exigían un lugar en la memoria. Eran un Aqua sex y unos Poemas tempranos y una muy personal Forma de llamar desde Los Pinos . Era el sutil Cinema y el agudo in útero y luego, al fin, El Cabaret de La Existencia y El Mundo como Objeto , en todo su esplendor. Nuevas voces que llevaban consigo los auténticos goces, malestares, incertidumbres y preguntas de un planeta que hervía.
Tres años después de la publicación de Cuerpo sobre cuerpo… nos fuimos a una gira por todo el país. Iban algunos de ellos y otros, que recién habían llegado o cuyos mejores poemas no conocíamos antes. Y varios equilibristas mayores de mi promoción, para alcanzar certeza. Nos fuimos a esa empresa por el Bicentenario de José María Heredia, flanqueados por cinco trovadores. Para hacerle un Homenaje al primer poeta de América, según lo escribiera Martí, para reconocer esta isla indistinta llamada Cuba.
Fue un descubrimiento que cambió el destino de muchos, un toque de luz, un hecho irrepetible, imposible de contar. Y en el 2004 nació otro libro de poetas jóvenes para Letras Cubanas, más de trescientas páginas en diez mil ejemplares, para CubaLiteraria ―ya saben, dejo al alcance del lector atento la precisión de las referencias― y luego para Monte Ávila editores en Caracas, para los nuevos lectores de las redes de Internet en cualquier momento y lugar: La Estrella de Cuba. Inventario de una Expedición .
La diversidad temática y estilística que se aprecia en ese libro también revela muchas de las claves características de la poesía cubana contemporánea (dada a poéticas más o menos clonadas o dialogantes, pero también a estéticas o gestos contrapuestos y hasta excluyentes entre sí) sin que se resienta demasiado la dramaturgia de ese discurso combinado. Eso lo convierte en una suma representativa de qué y cómo escriben, en cada una de las regiones culturales del país los poetas cubanos nacidos después de 1960, integrantes de dos promociones distintas más no necesariamente enfrentadas en su (re)visión del sentido y la utilidad específica de la poesía.
Por los estremecimientos que provoca, por los sentidos que propone y por la contundencia de lenguaje que presenta, la poesía cubana que entra al siglo XXI ―la reunida en esos muestrarios y la que anima en otros volúmenes― puede ofrecer un testimonio decantado de la pertinencia de la escritura poética como creación. De sus esencias y sus alrededores, continuaremos dialogando en estas páginas.
Qué más pedir que no sea ambición.
Alberto Edel Morales Fuentes
[Cabaiguán, 1961] Escritor, investigador y promotor cultural. Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana, 1984, y Master en Desarrollo Cultural por la misma Universidad, 1992. La editorial Letras Cubanas ha publicado en La Habana sus poemarios Viendo los autos pasar hacia Occidente , 1994, y Escrituras visibles , 1999. Para la misma editorial seleccionó y prologó el catálogo de jóvenes poetas cubanos Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo , 2000, junto a Aymara Aymerich, y la muestra La Estrella de Cuba. Inventario de una expedición , 2004, reeditada en Caracas por Monte Avila Editores en el 2006. Su poemario Lejos de la corriente fue publicado en Tenerife, en el 2002, por la editorial Globo y corregido y aumentado para Ediciones Unión, de La Habana, en el 2004. Ediciones Luminaria publicó en Sancti Spíritus, en 2005, su relato testimonial Los pies en la tierra . Ediciones Pleamar realizó en La Habana, en el 2007, la edición manufacturada de Otro color, otras figuras geométricas . Mantiene inédita la novela Que te vuelva a encontrar . Obtuvo, entre otros, los premios Nacional de Talleres Literarios, Pinos Nuevos, Revolución y Cultura y Razón de Ser. Ha impartido conferencias o realizado lecturas en instituciones culturales y académicas de Cuba, España, Venezuela, Argentina, Puerto Rico, México, Estados Unidos, Alemania y Honduras. Sus textos aparecen en numerosas antologías, publicaciones periódicas y sitios digitales de la isla y de otros países. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y Miembro de Honor de la Asociación Hermanos Saíz. Le fue conferida la Distinción Por la Cultura Nacional y la Ro set a de la Ciudad de Cienfuegos. Es director fundador de la revista de literatura y libros La Letra del Escriba y del Centro Cultural Dulce María Loynaz . Reside en La Habana.
Alberto Edel Morales Fuentes.
[email protected] y [email protected]