14 años después, la ex asambleísta ecuatoriana reflexiona acerca de su participación en la Asamblea Constituyente, el origen de la declaratoria de la Pachamama como sujeto de derechos y los retos de su implementación.
Mónica Chuji Gualinga es kichwa amazónica. De padre de ascendencia achuar. Creció en una familia de dirigentes comunitarios y provinciales, durante los años 70 y 80. Ha participado en movilizaciones y defensa del territorio desde siempre, pero en los últimos años se ha dedicado a la reflexión y a otros trabajos. “Reflexionar a partir de la experiencia -y los cambios y la relación con la madre naturaleza- ya que el caos actual amerita aportar con reflexión”, dice Mónica.
La presente entrevista es parte de esas reflexiones 14 años después de pertenecer a la Asamblea Constituyente ecuatoriana, que consagró a la Pachamama como sujeto de derechos en la Constitución. Mónica es directora adjunta para América Latina y el Caribe de la organización indígena global Indigenous Peoples Rights International con la cual desarrolla un trabajo de acompañamiento y asesoría con distintos pueblos.
– ¿Qué significa ser kichwa y cómo es su relación con su pueblo?
Los Sarayaku somos oriundos de la provincia de Pastaza (Ecuador). De ahí, hemos viajado desde hace 40-50 años buscando tierras fértiles al norte de Sucumbíos. El término territorio lo propusimos porque para nosotros la tierra, con la noción territorio, engloba las dimensiones de la vida articuladas y dependientes, donde hemos vivido, sentido, construido y deconstruido la vida con nuestras prácticas culturales ancestrales, no todas buenas, y otras que hemos renovado e inventado. El territorio como concepto aglutina todas las dimensiones para los pueblos indígenas, los sueños, la vida, espiritualidad, allí están todas nuestras energías, el agua, la biodiversidad y todos son interdependientes. Una alteración tiene consecuencias. Los seres vivos de todas las especies dependemos del territorio y, por eso, es super sagrado para los pueblos indígenas.
El territorio como concepto aglutina todas las dimensiones para los pueblos indígenas
– ¿Cómo conciben ustedes a la tierra: un sujeto, una persona, ¿etc.?
En muchos idiomas se le nombra de diversas formas. La concebimos como la madre tierra, la madre naturaleza, como un ser vivo. Es obvio, si una planta da frutos es porque está viva, si se seca es porque murió. El principio fundamental es que todo lo que está en el planeta está vivo. Los bosques están vivos, son bosques muy espirituales que están interconectados profundamente con todas nuestras energías. Una forma de sintetizar eso, en el caso ecuatoriano, fueron los derechos de la naturaleza que significa que está viva.
– ¿Qué retos enfrentó al ser miembro de la Asamblea Constituyente en 2008?
Yo fui elegida para la Asamblea Constituyente que redactó la nueva Constitución para Ecuador. Presidí la Mesa de recursos naturales y biodiversidad. La tensión fue muy alta, poniendo de manifiesto el coraje y la contradicción del presidente de la República y de todo su gobierno pese a que yo fui asambleísta de la bancada oficialista; sin embargo, la voz que primaba allí y las bases en las que me sostenía para hacer las demandas históricas eran precisamente las de donde yo vengo: la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), trabajo en comunidades y organizaciones regionales, etc.
Fue una mesa tensa donde la gente que participó como asambleísta carecía del mínimo conocimiento sobre la temática que se debatía. No sabían lo que significaba biodiversidad como tal, el territorio, los derechos de los pueblos indígenas. Era un espacio donde, además de presidir, debía educar a la gente para que hubiera un nivel de debate y eso complicaba mucho más llegar a acuerdos porque ellos desconocían qué era el Convenio 169 de la OIT sobre pueblos indígenas y tribales, qué contemplaba, el derecho a la consulta libre, previa e informada, no podían decidir y dependían del gobierno, del oficialismo, para decidir qué decir. Ese fue un punto de conflicto en la mesa.
Cuando se trataba de revisar la territorialidad indígena y los asentamientos tradicionales, dónde estaban ubicadas las principales concesiones petroleras y mineras hubo tensiones: se debatía, especialmente, la consulta previa que el Estado debe cumplir para extraer los recursos naturales excepto en zonas intangibles donde está prohibida su explotación. Eso generó muchísima tensión porque había también asambleístas vinculados –de una u otra forma– con empresas mineras y petroleras que alguna vez habían pasado por allí o simplemente porque algunos creían, en ese momento, que la opción era extraer todos los recursos naturales para la inversión, que también era la postura del presidente Correa en ese momento.
La tensión también nacía de las grandes diferencias entre la visión moderna, oficial que tiene la sociedad mestiza respecto a los pueblos indígenas, y la visión de los pueblos indígenas que es una concepción diferente desarrollada milenariamente. Hemos sido sociedades que no escribíamos, orales, por eso no hay libros escritos donde se teorice sobre cómo concebimos la relación con la madre naturaleza, con los territorios, como quiera llamarse y con todos los seres vivos. Esa es la concepción que yo defendía.
Había entonces confrontaciones entre dos formas de ver, dos vivencias, eso no solamente se visibilizó en la mesa, sino en el pleno de la Asamblea donde 130 asambleístas teníamos que opinar y había gente políticamente de izquierda que tampoco entendía y se sumaba a los partidos tradicionales, conservadores, cuando se trataba de derechos indígenas, de nuestras propuestas y reivindicaciones, no hubo diferencia entre la izquierda y la derecha al menos, en ese punto. Ahora, diría yo que hay una apertura mental para incorporar la dimensión ambiental territorial y el tema de derechos indígenas y comprender otras lógicas de vida.
– En la academia, especialmente, blanca, norteamericana y eurocéntrica se ha negado que el origen de los derechos de la naturaleza esté en los pueblos originarios. ¿Qué piensa al respecto?
Ciertas ONG se han vanagloriado, han hecho una campaña internacional diciendo que son los inventores de los derechos de la naturaleza, que esos derechos se los venía pensando y repensando desde otras latitudes, en otros momentos de la historia y que nada tienen que ver los pueblos indígenas con su incorporación en la nueva constitución. No obstante, lo cierto es que desde que los pueblos indígenas hemos estado activos en la vida política organizativa y una de las posturas históricas –basadas en la vivencia, en la experiencia y en el tiempo– ha sido precisamente cómo nosotros concebimos a los seres vivos con los que convivimos, sabemos quiénes son y la razón de su existencia.
Esa ha sido una enseñanza, que la hemos vivido y aprendido, reaprendiendo y desaprendiendo, pero es mediante la experiencia práctica y hemos sabido que todo lo que está a nuestro alrededor tiene vida, tiene derecho a seguir existiendo y no somos nadie para coartar su ciclo de vida. Cuando hemos tenido que hacer nuestras chacras, huertas, hemos prescindido de ciertos espacios, tumbado árboles y montes, son prácticas de la agricultura y somos conscientes que hacemos eso con un bosque que está vivo, pero lo hicimos porque necesitamos cultivar, pero no en lugares sagrados, sino donde considerábamos que no hacíamos mucho daño. Para nosotros hasta los seres considerados inertes tienen una energía, tienen vida.
De esa reflexión, parte esa ONG que dice mejor démosle un nombre: digámosle que es el derecho de la naturaleza, parte de la razón, la reflexión propia y profunda de la práctica y la vida misma, de los pueblos indígenas. De allí que, en la asamblea, alguna otra gente, compañeros de otras ONG vinieron a plasmar a escribir, a buena hora, en torno a esa reflexión. Yo más bien asumo la postura de que los derechos de la naturaleza fueron construidos con base en el pensamiento, la lógica y la vivencia de los pueblos indígenas, con el apoyo de ciertas personas de ciertas organizaciones, lo cual me parece super bien. Esto significó que esas instituciones se han sensibilizado y se logró materializar y poner en papel aquello que, teórica y verbalmente, los pueblos indígenas habíamos sostenido, madurado y construido.
De la teoría a la práctica
– ¿Cómo se vive la plurinacionalidad que dio origen a la Constitución ecuatoriana de 2008?
Es un planteamiento político, jurídico y sistémico relacionado con una construcción diferente de la arquitectura de nuestros Estados porque era vertical y los pueblos originarios eran vistos como pueblos de segundo, como subcultura, y bajo esta lógica se desarrolló la política pública. La plurinacionalidad ha implicado cuestionar al Estado y plantear uno que reconozca a los pueblos milenarios que han habitado estos territorios desde antes de la Conquista europea. Es una justicia histórica, con un valor político y simbólico profundo que tiene como propósito una redistribución del poder político y de la riqueza para todos. La pluralidad política no es solo un concepto que nace de los indígenas para los indígenas; al contrario, reta todo el sistema y tiene qué ver con la inclusión de todos los sectores sociales: mujeres, jóvenes, hombres, campesinos porque al final de las personas que no hacen parte de la élite capitalista son explotadas y no son tratadas como sujetos de derechos. De eso se trata la plurinacionalidad, como todo proceso se sigue realizando poco a poco. Nos sirve lo que está en la Constitución para exigir, asumirlo y pedir su implementación.
La pluralidad política no es solo un concepto que nace de los indígenas para los indígenas
– Usted ha dicho que el término Sumak Kawsay ha sido utilizado a conveniencia: ¿Cómo ha ocurrido esto?
Ese concepto surge en el pensamiento amazónico ecuatoriano. Una de las primeras personas que teoriza este concepto es Carlos Viteri Gualinga, de la provincia de Pastaza. Él profundizó este concepto en su tesis de antropología y, a partir de ahí, se ha ido desarrollando el pensamiento indígena Kichwa particularmente. En el marco del proceso de la Constitución, creo que hubo una apropiación de este concepto, por parte del partido oficial, cuando gobernaba Rafael Correa. Empezó a ponerse de moda, esta palabra, esta frase, que la gente sabía que significaba Buen vivir y nada más, pero no conocían las implicaciones espirituales, lingüísticas, culturales, cosmogónicas y de la dimensión de la vida. Se usa, por un lado, como propaganda política, como gancho para atraer gente con una posición progresista, alternativa y, por otro lado, se le vacía de contenido y es utilizada como un cliché para decir que el gobierno, en ese momento, la revolución ciudadana, caminaba con el pensamiento ancestral de los pueblos indígenas. Fue utilizado como una frase política vacía que sirvió para justificar la violencia en los territorios, el ingreso a zonas intangibles y sin hacer un proceso real de consulta, pues creo que la consulta es un mecanismo democrático y es paso fundamental para obtener el consentimiento.
Hubo realmente una manipulación terrible, un desprestigio del concepto que los pueblos indígenas construyeron a partir de la práctica milenaria
Con el Sumak Kawsay se pretendió fue decir: vamos a explotar los territorios indígenas para darles un Sumak Kawsay a todos los ecuatorianos. Hubo realmente una manipulación terrible, un desprestigio del concepto que los pueblos indígenas construyeron a partir de la práctica milenaria y creo que eso es lo que vivimos actualmente, esa herencia de vaciamiento que le dio a una práctica milenaria teorizada por los amazónicos.
– ¿Qué tan eficaz, en la práctica, ha sido la consagración de los derechos de la naturaleza en la Constitución ecuatoriana?
Como todo derecho escrito es una herramienta que sirve para sumar a una resistencia que vienen haciendo los pueblos. Ninguna Constitución ni ningún derecho ha sido, por buena voluntad, implementado desde el Estado ni desde los gobiernos. La Constitución nos da la garantía de poder exigir, eso es lo que pasa con los derechos de la naturaleza. Sin embargo, en la práctica te puedo decir que no, no es un derecho que se ha respetado por parte del Estado ni de los gobiernos locales ni de las corporaciones, pero ha servido para protestar, defender y dar una batalla jurídica por parte de los pueblos. Hay una batalla desigual, pero al menos ha servido simbólicamente porque la Constitución ecuatoriana reconoce que la Pachamama es un ser viviente, un conjunto de seres vivientes diversos que han existido siempre y a los que no se les puede impedir el curso de su vida y por eso cuando hay un abuso, hay que pararlo. ¿Y quién debe pararlo si no nosotros mismos?
Los derechos de la naturaleza tienen un valor político y ético de vanguardia que sirve para exigir el cumplimiento de lo que se reconoció en la Constitución.
Pero de la teoría a la práctica, si esto ha significado una disminución del abuso a la Pachamama, no podría decir tajantemente ni sí ni no, más bien no que sí. Pero es un instrumento que permite profundizar el debate, sensibilizar y hacer que la gente sepa que vivimos en un planeta vivo y del cual vivimos que, si atentamos contra ella, lo hacemos contra nuestra propia vida. Los derechos de la naturaleza tienen un valor político y ético de vanguardia que sirve para exigir el cumplimiento de lo que se reconoció en la Constitución.
– ¿Pero la protección es efectiva?
Hay varias sentencias que no se cumplen. Hace falta la voluntad política de los gobiernos de turno. El problema es que nos gobierna gente capitalista a ultranza, que ve a la Pachamama en términos de dólares, que piensa que todo tiene un valor comercial y solo piensan en su existencia. Hace falta una concientización global y un compromiso de todos los Estados y todos los actores claves que tienen gran incidencia en el mundo. Las sentencias no se cumplen o se cumplen a medias.
– ¿Qué les hace falta a los movimientos sociales, incluido el movimiento de los pueblos originarios, para consolidar los derechos de la naturaleza?
Lo primero es desprendernos de la idea de que solamente a ciertos grupos o movimientos les corresponde la defensa del planeta. El Jahua pacha, kay pacha y uku pacha, los mundos diversos. Creo que es injusto que ciertos sectores estén defendiendo la Pachamama, quienes deben asumir la responsabilidad deben ser las grandes corporaciones. Debe masificarse su defensa porque si seguimos creyendo que solo estos grupos deben defenderla, solo ellos hacen el trabajo y además se les estigmatiza. La academia comete ese mismo error colonizador: ver a la gente que está conectada con la naturaleza, considerarla como primitiva, salvaje, no modernos, y que deben ser salvados. Hay que superar esto y plantearlo como una cuestión de vida que nos atañe a todos los ecuatorianos. Hace falta un cambio del sistema, que los Estados y los gobiernos asuman una posición firme y también falta un remezón a nivel planetario que evidencie que estamos en un punto de no retorno del planeta…
* J. Fernanda Sánchez Jaramillo es comunicadora social y periodista, magister en relaciones internacionales, abogada, candidata a doctora en derecho. Escribe sobre los derechos de la madre tierra, los demás animales y los pueblos originarios.