Quizás el acto más revolucionario que se puede hacer en nuestro tiempo es defender los derechos humanos. Quizás también el más peligroso. Porque defender los derechos humanos supone en primer lugar «denunciar» a aquellos, individuos, instituciones, estados, que sistemáticamente los violan. Y quedar expuesto a sus represalias. Les ha ocurrido a nueve compatriotas, nueve activistas […]
Quizás el acto más revolucionario que se puede hacer en nuestro tiempo es defender los derechos humanos. Quizás también el más peligroso. Porque defender los derechos humanos supone en primer lugar «denunciar» a aquellos, individuos, instituciones, estados, que sistemáticamente los violan. Y quedar expuesto a sus represalias.
Les ha ocurrido a nueve compatriotas, nueve activistas de la campaña BDS (Boicot, Desinversiones, Sanciones) contra Israel, que en el verano de 2015 tuvieron la osadía de participar, a través de las redes sociales, en una campaña en contra de la participación en el festival musical ROTOTOM del cantante estadounidense Matisyahu, quien, entre otras lindezas, se había pronunciado públicamente a favor de los atroces bombardeos israelíes sobre Gaza apenas un año antes, en julio de 2014. Aquella operación que el ejército israelí bautizó con el eufemístico término de «Margen protector» destruyó, en apenas siete semanas, más de 18.000 viviendas, dejó sin hogar a 108.000 familias y causó la muerte de 2.300 personas, entre las cuales más de 500 eran menores de edad. La población palestina de la Franja de Gaza aún no ha podido recuperarse de la devastación causada por aquellos bombardeos, entre otras cosas porque el gobierno israelí impide la entrada de los materiales necesarios para la reconstrucción. Conviene recordar esto, recordar la sistemática violación de los derechos humanos que Israel ejerce contra la población palestina, porque esa es la clave de la acción de la campaña BDS y de todas las otras formas de resistencia «no violenta» con las que la población palestina enfrenta cada día la atroz cotidianidad de la ocupación. Esa es la clave de la acción de los nueve activistas que se atrevieron a denunciar la connivencia del cantante Matisyahu con el estado de Israel y especialmente con lo más extremo y racista de ese estado, el movimiento de colonos; de hecho su letrista, Ephraim Rosenstein, vive en una de estas colonias en Cisjordania.
Aquella denuncia no tuvo éxito, la presión mediática y política de la embajada israelí y del lobby sionista, utilizando como tantas otras veces torticeramente la acusación de antisemitismo, consiguió revertir la decisión inicial de la organización del festival que finalmente cursó la invitación al cantante estadounidense. La campaña contra la participación de Matisyahu en el festival ROTOTOM no había tenido por supuesto nada que ver con el hecho de que este sea judío sino con su posicionamiento respecto a las políticas del estado de Israel, su defensa de la colonización de los territorios palestinos ocupados y su desprecio hacia los derechos de la población palestina.
Pero sin duda esa circunstancia, el hecho de que Matisyahu sea judío, venía muy bien a la campaña de desprestigio y criminalización que el gobierno israelí había lanzado ya contra el BDS. El dato de que haya muchos judíos participando en movimientos de solidaridad con Palestina y de manera muy activa en el BDS, no importa. No dejes que la verdad estropee una buena campaña de difamación.
Y aquí surge ese denominado «Comité legal contra el antisemitismo y la discriminación» cuyo presidente el abogado Abel Isaac de Bedoya presentó la denuncia, aceptada a trámite por un juzgado de Valencia, en la que se acusa de » antisemitismo e incitación al odio» a los nueve activistas del BDS. Nueve activistas que se atrevieron a sacar a la luz el apoyo del cantante Matisyahu a la política de apartheid de Israel y a las acciones, crímenes de guerra en muchos casos, llevadas a cabo por su ejército. Nueve activistas en la defensa de los derechos humanos expuestos a la represalia de la poderosa maquinaria de comunicación del gobierno israelí.
La desfachatez de esta acusación nos podría hacer pensar que no puede tener recorrido, que un mínimo sentido de la justicia y la verdad la tirará por tierra. Y confiamos en que así sea. Pero no podemos olvidar el estado del mundo en el que vivimos, donde la verdad sucumbe muchas veces al poder de la propaganda y donde una pareja como la de Trump-Netaniahu, tan bien avenidos ellos, tan de acuerdo en casi todo, tan arrogantes, tan racistas, tan seguros de su valía como despreciativos de la de «los otros», pueden decidir, y deciden, sobre la vida y la muerte de cientos de miles de personas o de todo un pueblo.
A punto de terminar este artículo me llega una noticia de Palestina: ha muerto Muhamad- Aamad – Jalad, 25 años, herido hace tres meses por disparos del ejército israelí cuando acudía al hospital de Nablus para su última sesión de quimioterapia. Hacía un año le habían diagnosticado un linfoma y esa iba a ser su última sesión de «quimio». No llegó a recibirla. Tras tres meses en la UCI , Muhamad ha muerto. No ha sido el cáncer. Lo ha matado la ocupación.
Sé que esta noticia no ocupará ningún titular de prensa, al fin y al cabo no es sino un episodio más del día a día en la vida de la población palestina bajo la ocupación israelí. Pero quiero recordar que es contra la normalización de hechos como éste, esa atrocidad cotidiana de la política israelí en los territorios ocupados, contra lo que lucha el BDS. Y los nueve activistas españoles objeto de la campaña difamatoria del aparato de propaganda israelí.