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El debe y el haber de la región

Los desafíos y las perspectivas económicas del 2008

Fuentes: APM

América Latina atraviesa un período de crecimiento sin antecedentes, en un contexto mundial favorable. Cómo traducir esta bonanza en bienestar general.

El 2007 ya se va, y con el inicio de un nuevo año es buen momento para esbozar que puede pasar en los próximos doce meses en nuestra América Latina. Para 2008, el panorama a priori es favorable, pero debemos hacer un balance para saber dónde estamos parados y definir hacia dónde vamos.

La región atraviesa desde el cambio de siglo por un período de alto crecimiento, entre el 5 y el 6 por ciento promedios, por encima del mundial. A su vez, esta expansión favorece a todos los países sin excepción. El precio de los principales productos de exportación regional (recursos naturales o commodities) se ha multiplicado, a la vez que han aumentado las cantidades exportadas.

El comercio intraregional también ha crecido en forma sustancial. A modo de ejemplo, el intercambio bilateral entre los socios mayores del Mercado Común del Sur (Mercosur), es decir, Argentina y Brasil, va a rozar los 23.000 millones de dólares, una cifra considerable. Y fuera del terreno meramente económico, también se ha acrecentado el intercambio cultural y el conocimiento entre las poblaciones de las naciones latinoamericanas.

No obstante, estas tasas de expansión no se tradujeron en mejoras de la población. La riqueza generada se ha derramado, pero por sobre todo se ha concentrado en pocas manos -en algunos grupos económicos locales y en corporaciones internacionales. Algunas políticas sociales han tenido tímidos resultados, nada comparándose con la expansión del aparato productivo descrito.

El mundo fuera de nuestra región aporta a esta expansión. El apetito de China por recursos naturales, sumados a India y a toda Asia en general, es el causante del boom de los commodities. Nada parece indicar que esta tendencia cambie en el mediano plazo, por lo cual el crecimiento no debiera detenerse en igual lapso. Es decir, el contexto va a continuar favorable.

Los desafíos son varios. Garantizar el crecimiento, redistribuir progresivamente la riqueza, proteger de la depredación a los recursos naturales, mejorar los servicios básicos brindados por el Estado. En este sentido, no todo parece tan claro.

El abanico de ideas económicas oscila entre el librecambismo de Chile y el socialismo de Venezuela. Por un lado, un grupo de naciones encabezadas por la nación trasandina, a las que deben sumarse Colombia, Perú, México y la mayoría de los países de América Central, que depositan sus esperanzas de crecimiento en la firma de tratados de libre comercio (TLC) básicamente.

Los miembros del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) tienen una visión más «keynesiana» de la economía, aunque entre ellos existen diferencias. Aquí las negociaciones para firmar TLC con otros países y regiones chocan con los intereses locales y con una idea de desarrollo autónomo que no gusta demasiado a los graduados de Chicago.

Por último, Bolivia, Ecuador y Venezuela que llevan adelante políticas que se encaminan hacia una economía socialista, con control de los recursos naturales (la tierra incluida) por parte de los Estados, y una manifiesta intervención en todas las esferas económicas.

Al establecer estas diferencias entre los países de la región, llama poderosamente la atención el espíritu de integración que manifiestan los jefes de Estado. Porque los modelos de Economía Política antes descriptos en algún momento van a chocar entre sí.

Por las diferencias enunciadas, se hace difícil comprender cómo van a implementarse ciertas políticas económicas anunciadas en cuanto encuentro presidencial se produzca. En distintas ocasiones se ha mencionado avanzar para poder contar con una moneda única en Sudamérica. Cuando se menciona este tema, se piensa de inmediato en la Unión Europea (UE) y el euro, la moneda adoptada por 12 naciones del Viejo Continente.

El euro es el fruto de un proceso de confluencia macroeconómica de las naciones participantes durante muchos años. Y estos requisitos que debían cumplirse pueden definirse de raíz neoclásica, o neoliberal. A su vez, se creó el Banco Central Europeo (BCE), que tiene una matriz monetarista, similar a la de la Reserva Federal de Estados Unidos. Es decir, manejar las variables económicas a partir de la oferta monetaria.

Las medidas que dieron origen al euro se firmaron en Madrid el 15 de diciembre de 1995, y entró en vigencia el 1 de enero de 1999. Se trata de medidas fiscales, de raíz neoclásica, aunque con las licencias que se permiten las naciones europeas. Si se piensa en este modelo para la moneda sudamericana, estaríamos repitiendo el error de adoptar medidas de países avanzados en naciones atrasadas. Más allá de las apreciaciones que podamos hacer sobre las propias medidas.

Las críticas se extienden a la discusión dentro del Mercosur sobre el arancel externo común (AEC) y sobre la política comercial en general. ¿Debe convertirse la región en plataforma de exportación de las multinacionales? Depende el modelo de integración que se adopte, esta presunción puede convertirse en realidad o no. Eventos como la instalación de la pastera Botnia sobre la vera de un río compartido entre dos naciones es un ejemplo en este sentido.

El Banco del Sur, creado recientemente, e iniciativas como el Fondo Monetario del Sur, también merecen claros y amplios debates. Nos hemos referido a ambos temas, pero la pregunta es la misma: ¿qué modelo es el que se va a tomar? Si se convierten en réplicas de los órganos multilaterales de crédito, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el futuro no va a ser venturoso.

El terreno en el cual no se ha avanzado demasiado es en la integración productiva. El motivo principal de este estancamiento es que todas las naciones quieren (y necesitan) importantes inversiones y garantizarse el crecimiento económico. Por lo cual, ese esfuerzo altruista que se necesita en momentos como los actuales, es retaceado a favor de beneficiar a la producción fronteras adentro.

Las políticas públicas deben cambiar radicalmente. Por el lado de los ingresos, nuestra estructura impositiva es regresiva y se debe avanzar hacia una de tipo progresiva, donde los ganadores de la expansión actual y de antaño sean quienes más tributen al Estado. A su vez, la política de gastos también debe cambiar en este mismo sentido, ya que de poco sirve que las corporaciones paguen altos impuestos si luego se les van a devolver de alguna otra manera.

Incrementar la coordinación en la defensa del interés sudamericano es central. En este sentido, algunas declaraciones y acciones concretas que se produjeron en los últimos días (reforma constitucional de Bolivia, el «affaire» valija en Argentina) parecen confirmar que estamos en el camino correcto.

Avanzar en la integración, no dejarse vencer por las presiones de los sectores de poder ni creer dogmáticamente en las recetas foráneas parecieran ser las claves para que el sueño de los Libertadores pueda concretarse. Que así sea.

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