En un escenario muy similar al de Allende y sus tensiones con la Unidad Popular, tironeado entre entre ‘autoritarios’ y ‘demócratas’ o entre ‘radicales’ y ‘moderados’, Chávez puede intentar forzar el tránsito a una economía centralizada o poner paños fríos al proceso de cambios para recuperar el apoyo de los sectores más escépticos. Pasarán aún […]
En un escenario muy similar al de Allende y sus tensiones con la Unidad Popular, tironeado entre entre ‘autoritarios’ y ‘demócratas’ o entre ‘radicales’ y ‘moderados’, Chávez puede intentar forzar el tránsito a una economía centralizada o poner paños fríos al proceso de cambios para recuperar el apoyo de los sectores más escépticos.
Pasarán aún varios meses antes de que sean digeridos del todo el elevado ausentismo electoral y la pérdida de tres millones de votos que en diciembre de 2006 dijeron SI a la elección de Hugo Chávez pero que un año después dijeron NO a su propuesta de nueva reforma constitucional. Es claro que una correcta lectura de ambos factores puede dar indistintamente la pauta al ‘chavismo’ para remontar su derrota y reforzar su proceso de cambios, o a los vencedores para asestar un golpe definitivo en las elecciones a gobernadores de 2008.
Pero no cabe duda de que es el seno de las propias fuerzas sociales partidarias de los cambios -al menos hasta ahora- donde radican las claves de ambos enigmas. El resultado del referendo refleja un indudable desplazamiento de quienes apoyan a Chávez y la irrupción de un ciudadano ‘de a pié’ cuya fisonomía sociopolítica no está del todo clara. Es posible que quiera ‘respeto, inclusión, igualdad de oportunidades, seguridad, inversiones y empleo’ -como sostienen algunos analistas del medio local, pensando básicamente en las capas de ingresos medios de la población. Pero también es probable que las respuestas deban buscarse en unos sectores poblacionales, muy organizados, cuyas demandas de participación no cuadran con lo que han visto hasta ahora.
El error de haber mezclado el tema de la reelección presidencial con las demás propuestas -entre ellas, la posibilidad de una mayor descentralización del poder en el ciudadano de a pié- ha sido mencionado como una explicación posible para la pérdida de apoyo electoral. Pero tras del supuesto de que los votos podrían trasvasijarse a la propuesta de una Constitución socialista emerge algo mucho más de fondo: ¿está madura Venezuela para transitar hacia un modelo que muchos continúan asociando con un aparato estatal centralizado e ineficiente, dirigido por una enorme y no pocas veces corrupta burocracia?
Como suele ocurrir en los regímenes donde un partido o una coalición partidaria se consolida en el poder por un largo período -generando estructuras clientelares utilizadas para acceder a los recursos públicos o a los resortes del poder-, el voto opositor venezolano parece albergar un rechazo a los vínculos poco trasparentes habidos entre el PSUV y el Estado (sucedió antes en la España de Felipe González y el PSOE, y de esa crítica tampoco han estado exentos en Chile los gobiernos de la Concertación).
En el caso venezolano, la misma dinámica de ‘empoderamiento’ popular insuflada por Chávez ha generado una brecha en la percepción respecto de quiénes deben conducir el proceso de cambios. Un amplio sector sostiene que aquéllos comenzaron en 1999 con la llegada de Chávez a la presidencia, y que su figura y el equipo dirigente que lo rodea son la clave del proceso. Otros, en cambio, arguyen que -con su irrupción desde el Caracazo de febrero de 1989- son los sectores populares los verdaderos protagonistas del proceso y en ellos radica la continuidad de su eventual profundización.
Entonces, el rechazo a la aparición de líderes infalibles y de un aparato centralizado que termina por sustituir a los sectores populares se extiende por defecto al temor de que sean el PSUV y la nueva dirigencia estatal quienes asuman la conducción de un modelo que además careció de tiempo y de voluntades para sometérselo a un abierto debate.
Algo de todo ello hay cuando, en los días siguientes al referendo, Chávez admitió: ‘Me equivoqué en la selección del momento estratégico para hacer la propuesta. Pudiera ser que esos tres o más millones aún no están maduros para asumir un proyecto abiertamente socialista’. Y José Albornoz, secretario general de Patria Para Todos -un pequeño partido de cuadros que apoya a Chávez- complementó: ‘El pueblo nos ha mandado una respuesta que estamos obligados a considerar: no tiene sentido una propuesta si el pueblo no la quiere, porque el socialismo no se decreta’.
Interrogantes y opciones
Dentro y fuera de Venezuela, algunos analistas advierten que la victoria del NO podría incluso fortalecer el proceso de cambios. De momento, el triunfo opositor ha permitido que se consolide una Constitución Bolivariana de 1999 que hasta ahora era sistemáticamente desconocida por la derecha venezolana. A su vez, el reconocimiento de la vigencia de un régimen democrático deslegitima cualquier intento golpista. Hasta ahí llega el consenso relativo. Pero a partir de ello los caminos se abren en un incierto abanico, y en muchos casos el escenario se asemeja a los dilemas del Presidente Salvador Allende y sus conflictos con los partidos de la Unidad Popular.
En el caso de la oposición, no está claro qué hará -o podría hacer- con su triunfo. Su confluencia durante el referendo no necesariamente se extrapola a la elaboración de un proyecto y de un frente común antichavista para las elecciones de gobernadores de 2008 y presidenciales de 2012. También podría intentar convocar en 2009 a un referendo revocatorio del mandato de Chávez -previsto por la Constitución para el tercer año de cada administración. El oficialismo especula que, de ser así, cabría la posibilidad de replantear el tema de la reelección indefinida.
En cuanto al ‘chavismo’, el referendo permitió el total afloramiento de una división entre ‘autoritarios’ y ‘demócratas’ o -si se quiere- entre ‘radicales’ y ‘moderados’. Chávez puede intentar forzar el tránsito a una economía centralizada o poner paños fríos al proceso de cambios para recuperar el apoyo de los sectores más escépticos.
Chávez ya ha anunciado que emprenderá la rectificación de los errores que provocaron su derrota electoral. Pero para recuperar los 3,5 millones de votantes que se abstuvieron deberá esforzarse en un combate a fondo contra la corrupción y avanzar en la estructuración de una nueva burocracia. Es claro que ya no podrá proponer otra reforma constitucional, pero sí una Asamblea Constituyente que dé a la transición al socialismo la legitimidad y fuerza necesarias. Ello tendría que hacerlo en algún momento antes de la elección presidencial de 2012.
Podría quedarse allí, y para los moderados sería bastante. Pero los radicales apuntan que también puede tensionar al máximo los espacios que le permite el marco constitucional y legal vigente. En este ámbito se inscribe un resuelto impulso a la participación popular a todos los niveles, garantizar el desarrollo de la reforma agraria, intervenir y aun nacionalizar los monopolios de la distribución de bienes, someter al capital financiero (‘con expropiaciones si es necesario’, dicen) para asegurar el crédito a los pequeños empresarios y la financiación de los programas de vivienda popular.
Las similitudes entre Allende y Chávez no terminan en las tensiones intestinas de sus respectivas bases partidarias y de un proyecto de cambios insuficientemente digeridos por las respectivas sociedades. También entonces como ahora ha quedado en claro que los liderazgos o los personalismos son ‘condición necesaria pero no suficiente’ para lograr que el colectivo social se empape de nuevos hábitos y conductas.