Nacido en Cangas de Onís (Asturias), el escritor Rafael Reig ha publicado la novela Sangre a borbotones (Premio de la Crítica de Asturias y finalista del Premio Fundación Lara), el ensayo-novela Manual de literatura para caníbales y otras obras, como Esa oscura gente (1990), Autobiografía de Marilyn Monroe (1992), La fórmula Omega (1998), Guapa de […]
Nacido en Cangas de Onís (Asturias), el escritor Rafael Reig ha publicado la novela Sangre a borbotones (Premio de la Crítica de Asturias y finalista del Premio Fundación Lara), el ensayo-novela Manual de literatura para caníbales y otras obras, como Esa oscura gente (1990), Autobiografía de Marilyn Monroe (1992), La fórmula Omega (1998), Guapa de cara (2004), Hazañas del capitán Carpeto (2005) o Visto para sentencia (2008). Hasta el pasado mes de octubre escribía en el diario Público, proyecto en el que participaba desde sus inicios. La ironía y la irreverencia de sus columnas supuso un estilo único en la prensa española. Desde 2007 tiene un blog dentro del colectivo Hotel Kafka http://www.hotelkafka.com/
En esta entrevista repasa su experiencia como columnista, su visión de la literatura y de los medios de comunicación, y hasta del futuro de la izquierda.
Eres un escritor que ha vivido durante dos años la experiencia de columnista de prensa, ¿cuál es tu balance?
Algo más, fui columnista en La Razón y también, durante bastante tiempo, en La Voz de Asturias, donde escribí y aprendí muy a gusto. Muy positivo, he aprendido a escribir como el mester de clerecía, con sílabas contadas, y a enfocar lo que escribo hacia un interlocutor. No tengo mayor queja y creo que es un gran aprendizaje.
Pareciese que hoy, para que un escritor sea reconocido, debe estar saliendo periódicamente en la prensa: columnas de opinión, entrevistas, presentaciones, declaraciones… Quizás por eso muchos escritores son columnistas, o quizás es bueno que el escritor salga de su mundo literario y escriba sobre cosas inmediatas y en un formato más fácil de divulgar. ¿Qué piensas?
Me llama la atención que un escritor deba ser reconocido. Lo que habría que reconocer es un escrito, no al tipo que lo escribe. Imagino que tiene que ver con la transformación de los escritores en marcas: no interesa lo que escriben, sino su firma, su personalidad arrolladora, su intensa biografía y otras pamplinas. Por eso también los escritores cada vez tienen que escribir más, una novela cada dos o tres años. Es, por supuesto, la cultura de la sobreproducción y el consumo masivo. Aparte de que hay que ganarse la vida, sí creo que es bueno escribir en la prensa, porque tiene una respuesta inmediata y te sirve de diapasón, te ayuda a afinar y a sintonizar mejor con los lectores.
Llevas tiempo y con clara repercusión pública, utilizando el blog como forma de expresión y comunicación ¿cual sería tu experiencia sobre ese soporte?
En primer lugar, no hacer demasiado caso a los que saben. Empecé con el blog y me puse a hacer todo lo contrario de lo que dicen los doctores de la Iglesia internauta. ¿Entradas muy breves, rapidez, impactos fugaces? Naranjas: yo me largo entradas de tres folios. ¿Actualidad, inmediatez, cercanía? Más naranjas: yo escribo sobre Propercio o sobre Wittgenstein. ¿Tono coloquial, juvenil y directo? Otra carretada de naranjas: yo escribo, con la mayor precisión de la que soy capaz, cosas bastante elaboradas y que exigen esfuerzo (a mí seguro y, supongo, al lector). Como el blog no funciona mal, me empieza a resultar sospechosa todas esta poética-web de la que nos quieren convencer. ¿Por qué nos aseguran que lo que nos interesa es lo posmoderno, fragmentario, cotidiano y patatín patatán? No veo mucha diferencia entre eso y la violencia con la que nos quieren convencer de que en realidad necesitamos y queremos un coche nuevo cada cinco años. Todo esto me hace desconfiar, no sólo de la preceptiva oficial sobre la retórica web, sino de la ideología de la estética de la posmodernidad o como rayos se llame ahora.
Según tengo entendido primero fuiste responsable de Opinión en Público, posteriormente estuviste a cargo de dos columnas, «Carta con respuesta» y «Papelera de reciclaje». Finalmente un desacuerdo con la nueva función que te propuso la dirección provocó tu salida. Algo de eso contaste en tu blog; también el director de Público, Félix Monteira, respondió a mis preguntas sobre este asunto. ¿Qué conclusiones has sacado pasadas ya varias semanas de aquella salida?
Fui el primer responsable de Opinión del periódico, con Nacho Escolar, pero desde el número cero tuve mis dos columnas diarias. Me fui a casa, con mis columnas, por exceso de trabajo y porque no me gustan mucho las oficinas. Además, entonces, en Público había una redacción muy joven con el inevitable exceso de entusiasmo: a mi edad resultaba agotador. Con respecto a la salida, mi conclusión es que mis columnas eran demasiado visibles para tener tan poca sintonía con la línea editorial del periódico. O sea que molestaba. Los empresarios tienen el convencimiento de que los trabajadores no son más que factores productivos, y que les pertenecen, como la maquinaria, los armarios o las sillas. Partiendo de ese punto de vista, consideran legítimo cambiarles de puesto, de función o de uniforme. En unas ópticas obligaban a las dependientas a no llevar nada (salvo ropa interior) bajo la bata, como quien pone en un escaparate lo que le da la gana. Eran «sus» dependientas y, si se transparentaban las bragas, el cliente se iba más satisfecho, ¿cuál es el problema? ¿No es suya la empresa? Aunque les hayan contratado para una cosa y aunque la hagan bien, es su potestad utilizar su maquinaria y herramientas como les apetezca. ¿Es que alguien les va a impedir utilizar la llave inglesa como martillo para clavar un clavo si a ellos les parece bien? Ahora te mando a Cultura, ahora te vas a la envasadora, ahora te enviamos de comercial a Cuenca, etc. Si el trabajador no está de acuerdo es como si la silla no está de acuerdo en que la utilicen sólo para colgar chaquetas: importa un rábano y además no es concebible, ¿o acaso se da la palabra a las sillas de tu propiedad? No se puede hacer nada. Dar un portazo, si te lo puedes permitir, como hice yo. En France Telecom lo que hicieron fue suicidarse uno detrás de otro. Aparte de coger calle o pegarte un tiro, no veo muchas opciones, ya que al parecer todo el mundo está convencido de que la propiedad privada de un medio de producción es un derecho.
Durante mucho tiempo respondiste a cartas enviadas por los lectores a Público. Si tuvieras que mandar ahora tú, como lector, una carta al diario, ¿de qué trataría?
Probablemente de Javier Solana, uno de los tipos más sombríos de la reciente historia española.
¿Qué periódico sueles leer?
Leo los periódicos nacionales (El País y el ABC, sobre todo), leo The Guardian y el NYT y leo bastante a menudo Le Monde. También periódicos digitales, como Rebelión.
¿Cómo valoras el mundo de los medios de comunicación y la situación actual de la prensa en España tras tu experiencia en Público?
Tras mi experiencia y antes lo valoro igual: libertad limitada y administrada por empresarios con sus intereses. Qué te voy a contar a ti: tu libro sobre la prensa reflejaba con sospechosa exactitud lo que yo pienso: debes de ser telépata o algo así.
El pasado verano tus colaboraciones en Público consistieron en compartir propuestas de lecturas que te habían marcado en tu vida. ¿Crees que la gente lee con buen criterio?
Hace poco un amigo me preguntó si un libro era bueno. Hombre, le dije, depende de la vida que lleves. Yo creo que la gente lee con buen criterio; de hecho: con el mejor que tiene. La cuestión es: el criterio que tenemos depende de la vida que llevamos. A mí lo que no me gusta es la vida que llevamos, que es la que da forma a nuestro criterio y nos hace leer desde cierto sitio y con determinadas expectativas.
¿Hasta que punto crees que interviene la crítica literaria que tiene su asiento en la prensa escrita sobre el éxito de un libro o un autor?
Pues yo creo que poco de forma inmediata, porque los compradores de libros no leen suplementos literarios. Sin embargo, es el cimiento para construir reputaciones, a las cuales los lectores sí somos muy sensibles.
En tu narrativa y de manera especial en libros como Literatura para caníbales o Visto para sentencia, la desmitificación de la Literatura en tanto actividad elitista aparece como un rasgo constante ¿hay un espacio literario posible más allá del que marcan las industrias del ocio y el entretenimiento?
Pues confío en que sí, pero desde luego no es un espacio que esté ahí esperando a que lo ocupemos, ya preparado para recibirnos. Hay que tirar la puerta abajo y abrirse sitio: el espacio hay que hacerlo (a menudo a tortazos), no existe previamente; existe la posibilidad de lograrlo.
Existe un importante debate actual sobre los derechos de autor, internet, la desaparición del libro de papel por la llegada del ebook, ¿qué piensas de todo ello?
Que es un timo y se trata de obligarnos a consumir más, más deprisa, más caro. Los soportes no serán compatibles entre sí, habrá que cambiarlos cada dos años (obsolescencia programada), debilitará (más si cabe) la red de bibliotecas públicas… en fin, un desastre mayúsculo. Una necesidad que nadie sentía, pero que permitirá aumentar el consumo y sacar más pasta a las empresas.
El pasado 28 de noviembre participaste en Madrid en un acto público sobre la «refundación de la izquierda» organizado por Izquierda Unida. ¿Cuál es tu opinión sobre ese llamamiento y del papel de esa coalición?
A mí me parece indispensable que la izquierda salga del armario y se haga visible. No necesariamente en el parlamento: como dijo en aquel acto Isaac Rosa, fuera del parlamento también se hace mucha política. Incluso en la clandestinidad, la izquierda tenía más presencia social que ahora. No creo que la prioridad deba ser ahora electoral, sino de movilización, de ocupar espacio y promover debate.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.