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Los «factores internos» también importan

Fuentes: Rebelión

«Hay que cuidarse de las explicaciones sencillas, porque suelen ser no una explicación, sino un consuelo».René Zavaleta

Desde el inicio del nuevo milenio se ha popularizado una forma de hacer análisis político, cuyo locus consiste en la sobredeterminación de las variables externas sobre los factores internos a modo de un condicionamiento que deja poco margen de acción a las fuerzas sociales y actores políticos de los distintos Estados nacionales para «hacer su historia». De acuerdo con esta perspectiva, en el mundo globalizado de hoy las cuestiones fundamentales se deciden por las grandes potencias y los bloques geopolíticos que estos representan, con especial énfasis en la dimensión militar y financiera de sus proyectos.

Sin embargo, dicha concepción del ejercicio y transfiguración del poder político no es del todo novedosa. Antes de la entrada en vigor del neoliberalismo y del boom de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, ya se habían suscitado acalorados debates en torno a la dialéctica que envuelve las complejas relaciones entre los actores internos, los Estados nacionales y la comunidad internacional como variables explicativas de los procesos de cambio o regresión política. La polémica latinoamericanista entre «exogenistas» y «endogenistas» es tan solo un ejemplo de los disensos en torno a dicha cuestión [1]. No obstante, desde la antigüedad, la narración histórica se ha dividido entre quienes han hecho proezas de los grandes sucesos que terminarán por transformar las estructuras sociales; y aquellos que han puesto especial énfasis en dinámicas, a veces desapercibidas, que generan cambios cualitativos cuyo impacto no se ve sino en el largo plazo. Ambas narrativas, acentuando en menor o mayor medida la influencia de factores externos. ¿Eventualidades o determinantes?

Roma no cayó por las invasiones germánicas, sucumbió por el agotación de un modelo socioeconómico que terminó por acelerar las luchas de clases, y con ello, el desastre del esclavismo; el ancien régime se desmoronó cuando la aristocracia resultó un obstáculo frente a la burguesía que ya poseía el poder económico desde tiempo atrás; la gran guerra tuvo como preámbulo la expansión imperialista de un capital financiero cuyas sedes tienen una adscripción nacional específica. Es decir, aun en la sociedad roja actual —diría Manuel Castells— las formaciones estales tienen gran peso, y con ello, los actores y fuerzas internas que hacen posible que la nación sea un factor real de poder, aunque en última instancia la nación sea una ficción o una abstracción.

El geopoliticismo es un neoexogenismo

La geopolítica no es una disciplina científica ni tampoco puede ser un instrumento para la liberación de las clases, pueblos, comunidades y naciones oprimidas. Eso que llamamos geopolítica, se trata en realidad, de un discurso instrumental que aglomera un conjunto de técnicas estatales y supraestatales para justificar la dominación y el expansionismo político-militar. Esto es así tanto por el lado de las fuentes integrantes del discurso geopoliticista como por sus implicaciones prácticas.

En lo que respecto a su doctrina, la geopolítica tiende a ver a la sociedad desde una óptica organicista —tradición que inaugura Edmund Burke, uno de los principales críticos de la revolución francesa y pilar del pensamiento conservador—, además de sustentarse en una filosofía pragmática donde el único criterio de verdad es el que deviene en una utilidad real, que, en este caso, se cristaliza con la efectivización de los intereses nacionales por encima de cualquier otro imperativo. Por otro lado, el discurso geopoliticista se ha vituperado desde su génesis a la actualidad por las principales potencias mundiales que han buscado exportar sus instituciones al resto del mundo, y últimamente, por un creciente número de países que bajo el pretexto de preservar la «seguridad nacional», instrumentalizan programas y políticas antipopulares y contrainsurgentes para mantener el descontento social a raya.

En contrasentido a tales intenciones civilizatorias, es pertinente, viable y necesario las prácticas concretas de solidaridad y apoyo mutuo entre las naciones no alineadas, lo que no equivale en lo absoluto a la justificación de la moral internacional kelseniana, mucho menos a un decisionismo schmittiano, sino a un internacionalismo efectivo que aunado a las luchas de clases situadas pueda desplegar socializaciones duraderas y contrahegemónicas a las impuestas por la clase capitalista trasnacional. El sesgo realista que se construye desde el exterior debe ser limitado por una adecuada ponderación y conjugación dialéctica de la complejidad interna de cada formación social.

Lo internacional, lo nacional y lo local

La formación de una multipolaridad en el ámbito internacional es un hecho que comprueba la tesis que así como el modo de producción capitalista es un sistema que se revoluciona incesantemente a sí mismo, lo mismo sucede con el reacomodo de las naciones y sus interrelaciones mutuas. Sin embargo, la política no se hace en las cumbres internacionales ni en los lobbies o los parlamentos, aunque sea en estos espacios donde se institucionaliza y se fetichiza.

¿Quién hubiera pensado que la República Popular China, hoy el país más poderoso del mundo tendría como antecedente una lejana e insignificante «zona liberada» en la sierra de Jinggangshan? Si el viejo tonto removió las montañas [2], fue por qué se entendió desde temprano que dentro de los confines nacionales, a veces en lo remoto respecto al centro se encuentra la potencia para emprender los procesos revolucionarios. Antonio Gramsci también comprendió que, y sin embargo, las regiones importantes [3]. La plurinacionalidad o el abigarramiento social de algunas demarcaciones territoriales reviste una importancia crucial que desborda toda ímpetu por explicar los procesos de construcción de lo «común» desde la lejanía y frialdad de los fenómenos exógenos.

En síntesis, la política y el análisis político poseen escalas multinivel donde toda configuración socioespacial está influenciada por factores externos e internos, que en determinados momentos o coyunturas pueden ser determinantes al calor de las correlaciones de fuerzas que se condensan en el Estado, más allá de este y contra este.

Notas:

[1] Diego Giller. Espectros dependientes. Variaciones sobre la “teoría de la dependencia” y los marxismos latinoamericanos . Buenos Aires: Universidad Nacional de General Sarmiento, 2020.

[2] Mao Tse-Tung. “El viejo tonto que removió las montañas” en: Obras Escogidas de Mao Tse-tung, Tomo III . Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1972.

[3] Antonio Gramsci. “Algunos temas sobre la cuestión meridional” en: Escritos Políticos (1917-1933) . México: Siglo XXI, 1981.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.