Cada cual debe hacerse responsable de aquello que homenajea. Sin atenuantes. Hacerse responsable de los dichos y los hechos, de sus ponderaciones y sus exageraciones, de sus amores y de sus odios. Nadie rinde homenajes inocentemente. Todo homenaje es una partida con los dados cargados y el problema es saber con qué y hacia dónde. […]
Cada cual debe hacerse responsable de aquello que homenajea. Sin atenuantes. Hacerse responsable de los dichos y los hechos, de sus ponderaciones y sus exageraciones, de sus amores y de sus odios. Nadie rinde homenajes inocentemente. Todo homenaje es una partida con los dados cargados y el problema es saber con qué y hacia dónde. Dime qué (y cómo) homenajeas y te diré quien eres. ¿Hay algo peor que ser homenajeado por enemigos disfrazados de amigos?
Una manera eficaz de hundir a un oponente -incluso si es más fuerte- es homenajearlo, sepultarlo con laureles de hipocresía y levantarle estatuas invisibilizadoras. Punto final, «crimen perfecto». El arte de homenajear en manos de la burguesía desarrolló estrategias impecables en las que el criminal se envuelve en aureolas para saltar a la fama presumiendo, ante los suyos, la cabeza coronada con espinas, de su enemigo. Ya hasta hay protocolos diplomáticos para ese ceremonial macabro.
Todo el truco depende del grado de camuflaje que se aplique al odio y del disfraz «mediático» o verborrágico que inunde entre loas al «target» de los homenajes. No importa si se trata de personas, animales, conceptos o cosas… no importa si se trata del pasado, del presente o del futuro siempre habrá, mientras dure el capitalismo, un homenaje preparado para dar sepultura ideológica a quien se quiere borrar de la Historia. A la vista de todos.
Por ejemplo: Pocos imaginan la cantidad y la calidad de los homenajes ardorosos que el PRI (Partido Revolucionario Institucional) de México, ha rendido desde siempre, a Emiliano Zapata, a Pancho Villa y a los líderes revolucionarios que más le interesa traicionar mientras, en la práctica, reina el entreguismo terrateniente, el rentismo saqueador y la furia monopólica con la saliva tóxica de la demagogia institucionalizada donde reptan inclementes los homenajes, los monumentos, los libros apologéticos y, desde luego, los desfiles de genuflexos expertos en oratorias orgiásticas para obturar ideas y acciones revolucionarias. Disfrazados de todo lo contrario. Y eso no es exclusivo de México.
Hemos visto homenajes a profesores ilustres, cuya lucha al lado de sus estudiantes y su obra patrimonio crucial de los pueblos, en la práctica viven ignorados, perseguidos y censurados con toda impudicia e impunidad. Hemos visto homenajes a lideres, sociales y políticos, en los que se despliegan los elogios más memoriosos cargados con efectismos imaginativos y con palabrería relumbrante… sólo para convertirlos en fetiches inalcanzables, inimitables y sobrehumanos. La muerte misma vestida de halagos. Dice Vicente Feliú «hacer imposible es sueño de alcanzarte».
Desde luego que se trata de una lucha en el terreno de los símbolos. Un combare semántico encarnizado en plena lucha de clases. Un baile de máscaras ideológicas en el que todo está planeado para que nos extraviemos en confusiones y nos derrote la parafernalia burguesa. Una ofensiva ideológica de la clase dominante para arrebatarnos las palabras, los ritos sociales, las ceremonias de la lealtad… y arrogarse ellos el derecho de pronunciarlas, de sustituirnos hasta en el acto de la memoria en combate al lado de nuestros principios y nuestros liderazgos. Se trata de una trampa enredada con las «formas» para poner en pie de igualdad, es decir, para fingir que es lo mismo un homenaje que los pueblos rinden a sus baluartes revolucionarios y la pachanga de lambiscona que obsequia la burguesía a sus amantes.
Esos homenajes que nosotros queremos, para fortalecer la moral de la lucha y resaltar los aportes individuales y colectivos, deben alejarse aceleradamente del formato convencional burgués que pone los aplausos antes que las ideas y los hechos. Los homenajes que queremos, y que debemos hacer, deben ser obra de la crítica y de la auto-crítica y no de la lisonja ciega. Los homenajes que necesita la revolución deben profundizar nuestras tareas de unidad y de acción en torno a las mejores ideas y luchas, sintetizadas en el aumento de las fuerzas cualitativas y cuantitativas que necesitamos, permanentemente, para la revolución mundial de los trabajadores sepultureros del capitalismo.
Homenajes para construir prestigio revolucionario; para dar «larga vida» a los camaradas y a sus contribuciones históricas; para ser fieles a los principios y a las tareas sin fabricar mitos de ocasión o escenarios para el arribismo de mercenarios. Necesitamos desarrollar la cultura nueva de los homenajes sin el almíbar tramposo del «culto a la personalidad» y sin dejar de valorar la fuerza de los modelos para la praxis que vamos construyendo desde las bases y que buscan puntos de convergencia en la acción. Homenajes, pues, para profundizar con ellos la crítica y la autocrítica desde lo dicho y lo hecho. Homenajes dinámicos y dialécticos, homenajes fraternos y en combate, homenajes para luchar por la vida y no para decorar tumbas.
Por ejemplo. Marx no necesita mausoleos, ni estatuarias, para rendir homenaje al aporte monumental de su obra. Ya de eso ha tenido bastante en manos de sus enemigos que luchan, de mil modos, para hundirlo en el pantano del olvido. Ningún homenaje supera al homenaje de llevar a la práctica su método y sus recomendaciones liberados de los mecanicismos, dogmatismos y misticismos, por ejemplo, que lo asedian de tiempo completo. Eso vale para homenajear así a todos los que luchan y han luchado por la emancipación de la humanidad y por la muerte definitiva del capitalismo en un mundo donde dicte su voluntad la clase mayoritaria que lucha por emanciparse.
No caigamos en las trampas de los homenajes burgueses por bien disfrazados que nos los vendan. No caigamos en la tentación del homenaje decorativo. Es preciso defendernos todo tipo de engaño que nos ha derrotado más que la fuerza. Rendir homenaje a los nuestros es tarea de claridad, de compromiso y de firmeza en la lucha, debe darnos fuerza moral y fuerza de unidad por la fuerza del ejemplo. Ni lacrimógenos ni sublimes. Que nada nos convierta en «sobrehumanos». «Desde hoy nuestro deber es defenderte de ser Dios» insiste Feliú. Y tiene razón.
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