Traducido para Rebelión por Caty R.
«Cuando los ricos se declaran la guerra son los pobres los que mueren»
(J. P. Sartre, filósofo)
La historia de las civilizaciones humanas es también la historia de la creación de comunidades destinadas a aumentar su espacio vital y por lo tanto a provocar guerras para fundar estados de los cuales algunos acaban convirtiéndose en imperios. Está en la naturaleza humana someter al vecino. La historia está repleta de países que llegaron al apogeo del poder y luego desaparecieron.
Pequeño recordatorio de los grandes imperios de la historia
¿Quién no recuerda la civilización de los faraones, que duró más de 30 siglos y desapareció dejando un Egipto hundido en el caos? ¿Quién no recuerda las civilizaciones persas? Las civilizaciones aztecas y mayas fueron aplastadas por los conquistadores, que eran pocos pero disponían de una tecnología terrible: cañones y armas de fuego. Los historiadores occidentales conceden un lugar especial al Imperio romano, que duró más de 10 siglos tras la fundación de Roma por Rómulo y Remo. Sabemos que los imperios declinan de formas diversas. Lo más habitual es una lenta agonía y la pérdida de poder del Estado central que ya no controla a su periferia la cual, por ese hecho, adquiere tendencias emancipadoras. Fue el caso del Imperio español y el portugués, abatidos por la espada y el hisopo, que perdieron gradualmente sus colonias debido a la expansión de una toma de conciencia autóctona que predicaba la independencia.
La reciente historia de los imperios muestra que éstos son mortales y que la causa de su desaparición puede ser un largo desgaste, el imperio se derrumba por los escalones. Hay que recordar que el coste humano de la expansión es muy grande. La población amerindia se hundió, bajando de unos 80 millones de habitantes a principios del siglo XVI a unos 12 millones cien años después. Las masacres, los trabajos forzados, las deportaciones, la destrucción de las sociedades indígenas y sobre todo las enfermedades que llevaron los europeos son responsables de ese desastre. Los abusos de los conquistadores españoles fueron denunciados por el dominico Bartolomé de las Casas. En 1950, en la Controversia de Valladolid, el fraile logró convencer al rey y a la iglesia de que los indios americanos tenían alma…
El Imperio otomano, menos estudiado por los historiadores occidentales, duró más de seis siglos y se desintegró bajo los golpes de dos potencias de la época, Inglaterra y Francia, que no cesaron de atizar las tensiones religiosas en la región correspondiente a la actual Siria, ¡hace 150 años! Parece que la historia se repite. Paulatinamente, «el europeo malo» perdió las provincias ortodoxas, Bulgaria, Grecia y Argelia. Asfixiado por sus acreedores, el Imperio llegó a un final poco glorioso. A principios del siglo XX, incluso antes de que terminase la guerra, los famosos representantes de Inglaterra y Francia, Sykes y Picot, procedieron al despedazamiento de lo que quedaba del Imperio. Se abolió el califato y el 29 de octubre de 1923 Mustafá Kemal proclamó la República de Turquía sobre los escombros del Imperio otomano.
La tentación imperial sigue presente en Inglaterra
Un análisis magistral de Mikhael Tyurkin de la situación actual del Reino Unido nos muestra un semblante de «imperio» en decadencia que vive de una renta que desaparece poco a poco. Tyurkin escribe «En el curso de los últimos decenios, el Reino Unido se considera el cerebro de un imperio global en el que Estados Unidos sería el músculo». Pero pasa el tiempo y «el Imperio en que nunca se ponía el sol» está en pleno hundimiento. Con un cinismo total, la aristocracia británica se dispone a malvender las riquezas nacionales para mantener su forma de vida en detrimento del pueblo» (1).
«El pasado 10 de mayo, escribe el autor, el primer ministro británico David Cameron hizo una visita inesperada a Sotchi para buscar un acuerdo con Vladimir Putin (…) Sin embargo, haga lo que haga Cameron, probablemente no podrá evitar el hundimiento de un imperio que sigue siendo uno de los países más poderosos del mercado mundial desde hace siglos, incluso después de su desintegración oficial. No cabe duda de que ningún país del mundo ha encarnado la modernidad mejor que Gran Bretaña. La pasión del jugador geopolítico experto, una autodisciplina increíble, el maquiavelismo de la familia real y de la aristocracia, todo ello multiplicado por el espíritu inglés típico, en los siglos XVIII y XIX convirtió un pequeño reino insular en el «Imperio en el que nunca se ponía el sol». Gran Bretaña siempre ejerció una política cruel y cínica, pero con la elegancia de un gentleman. Hay que añadir la situación insular, que permitió a Inglaterra abstenerse de participar realmente en los conflictos europeos y azuzar a las potencias occidentales unas contra otras según el clásico principio romano «divide y vencerás». Instalado confortablemente en las islas británicas, el establishment inglés está henchido de un sentimiento de excepcionalidad (…) Hay que señalar que fue precisamente Gran Bretaña la que ayudó a los imperios ruso, austrohúngaro, alemán y otomano a hundirse en la Primer Guerra Mundial (1).
Mikhael subraya el principio de la decadencia: «Sin embargo en el siglo XX el poder de Gran Bretaña llegó a su cénit y empezó a decaer. En ese momento su vástago perturbado, Estados Unidos, se hizo grande (…) Probablemente la muerte de Margaret Thatcher se ha convertido en el símbolo principal de la decadencia del Reino Unido. La Dama de Hierro se hizo famosa por ser una de las creadoras del modelo económico liberal, que se instaló a la manera clásica a los lados de Albión (…) Así, la antigua fábrica mundial pasó definitivamente a casino global, las especulaciones bursátiles y los servicios bancarios de la City se convirtieron en el único motor del país. Dicho sea de paso, la pérfida Albión debe mucho de su festival especulativo al hundimiento de la URSS: desde el campo socialista arruinado cascadas de activos materiales se dirigieron hacia Occidente (…)» (1).
«La economía británica, continúa el autor, ya no es competitiva y está condenada a corto plazo: muchos expertos afirman que el modelo no sobrevivirá mucho tiempo a su creadora. En la actualidad la deuda de Gran Bretaña (9.800 millones de dólares) es la segunda del mundo después de la de Estados Unidos y el montante de sus intereses es 18 veces mayor que el de los griegos. Es decir, que Inglaterra sigue en la lista de los gigantes económicos por inercia, pero sería más honrado hacerle un hueco añadiendo otra letra al acrónimo PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España). El Guardian ironiza al respecto: «El Gobierno de Cameron ya está feliz con que el país se libre de la recesión en el primer trimestre de 2013» (1).
«(…) En estas condiciones, el Gobierno busca febrilmente nuevas fuentes de economía. Está llegando a un punto que los parlamentarios empiezan a hablar seriamente de la venta por 1.500 millones de libras del palacio de Westminster y el Big Ben (…) Los días felices en que otros recogían los beneficios y los británicos se apropiaban de ellos ya pasaron. Ahora se ven obligados a combatir cada vez más abiertamente, sufriendo importantes pérdidas de imagen, en las cruzadas occidentales modernas y mostrando al mundo su talón de Aquiles. Un ejemplo claro de esta evolución fue la operación de 2011 en Libia cuando el primer ministro inglés David Cameron (con el gallo galo Nicolás Sarkozy) tomó la iniciativa de arrimar el hombro para eliminar a Muamar Gadafi» (1). Ahora se ve más claro que Gran Bretaña cada vez se mostrará más agresiva en el extranjero, sobre todo con los débiles.
Gordon Brown: la nostalgia del Imperio por el dominio de la lengua
¿Qué le queda al Imperio británico salvo la lengua? Gordon Brown, ex primer ministro de su Graciosa Majestad, en uno de sus discursos no escondió la ambición de perpetuar el dominio. Declaró: «El inglés es mucho más que una lengua: es un puente por encima de las fronteras, una fuente de unidad en un mundo que cambia rápidamente (…) es una fuerza para la economía, los negocios y el comercio y también para el respeto mutuo y el progreso (…) En total, 2.000 millones de personas en el mundo aprenderán o enseñarán el inglés de aquí a 2020. Hay más niños aprendiendo inglés en las escuelas chinas que en las escuelas británicas. Quiero que Gran Bretaña haga un nuevo regalo al mundo con la ayuda y el apoyo a todos los que quieren aprender el inglés, dando acceso en cualquier circunstancia a las herramientas para su aprendizaje o su enseñanza (…) Haremos de nuestra lengua el idioma común del mundo. La lengua que ayude al mundo a hablar, reír y comunicarse» (2).
Pierre Bourdieu habló de «Vulgata planetaria» a propósito de la lengua inglesa, forma parte del pack de la globalización que consiste en «consumir» solo en ese idioma. Lo vimos en el «monumento» de los Anales del Instituto Pasteur que decidieron publicar en inglés señalando así la pérdida inexorable de la lengua francesa a la que, curiosamente, se «defiende» más en el extranjero que en casa.
La nostalgia «melancólica» del Imperio francés
Se dice que en muchas ocasiones el orgulloso Napoleón se presentaba como sucesor de Carlomagno, depositario del Sacro Imperio Romano Germánico que se restauró tres años después del «hundimiento» del Imperio Romano de Occidente en el siglo V. Esa nostalgia del Imperio permite comprender la aventura napoleónica que acabó en Waterloo y sobre todo tras el desastre de Berézina en Rusia. Así se entiende que Vladimir Putin, el nuevo «zar» ruso celebrara en septiembre de 2012 en Borodin el segundo centenario de la «guerra patriótica» contra Napoleón, preludio de la retirada de Rusia y la caída de Napoleón. Putin declaró: «Fue aquí donde del 26 al 28 de noviembre de 1812 el ejército ruso, bajo el mando del mariscal Koutouzov, acabó de aplastar a las tropas napoleónicas…».
No es mi intención relatar las venturas y desventuras de Francia a lo largo del tiempo. La tentación del imperio y la dominación siempre han sido las líneas maestras de este país. Recordemos al Rey Sol, que iba a la guerra y se implicaba totalmente en el saqueo de nuevos territorios, confiando a Colbert el cuidado de establecer la «trata» negrera y publicando el Código negro, que es un compendio de todo lo que un pueblo puede hacer a otro para envilecerle, invadirle, obligarle a abjurar y someterle a la esclavitud… No fue una singularidad, mucho más tarde, en la década de 1880, hubo políticos que codificaron la vida de los indígenas argelinos en el execrable Código de los indígenas. Así se construyeron los imperios del África Occidental Francesa (AOF) y del África Ecuatorial Francesa (AEF). Naturalmente había fricciones entre Francia e Inglaterra. Cada país conmemora sus victorias: Ièna, Austerlitz o Wagram el gallo francés y Waterloo o Trafalgar la pérfida Albión. Sin embargo existían acuerdos para despedazar los estados débiles, así como el saqueo del Palacio de Invierno en Pekín… y después Oriente Medio.
Según Eric Zemmour, Francia es heredera del Sacro Imperio Romano, ¡nada menos! Es cierto que en la escuela nos enseñaron que Carlomagno fue un emperador francés entronizado en Aix-la-Chapelle ¡Y tardamos mucho tiempo en comprender que se trataba de Aachen! Según Zemmour la actual Europa, que no pone a Francia en el lugar adecuado, es un fracaso. Eric Zemmour describe «su Francia» en un ensayo, Une mélancolie française. Dice Malakine: «(…) Los políticos franceses tenían la ambición secreta de abarcar toda la orilla izquierda del Rin hasta los Países Bajos y todo el norte de Italia. Ese proyecto acabó en Waterloo con el desmantelamiento del imperio napoleónico y el regreso a las «fronteras naturales». A partir de ahí Zemmour pone la fecha del comienzo de la crisis de identidad nacional y la decadencia francesa (…) El principio de los años 90 con el hundimiento del bloque del Este y la reunificación alemana marcó un punto de ruptura definitiva con el modelo «galorromano». Europa tomó entonces la forma imperial alemana tradicional, la del Sacro Imperio Romano Germánico, un conjunto heterogéneo de fronteras imprecisas y decisiones lentas, lo que Zemmour denomina mordazmente «el sacro imperio estadounidense de las naciones germánicas» (3).
Después de esos circunloquios Zemmour, un francés de origen «argelino-bereber-judío» señala a las culpables de la caída del Imperio francés: «según él la inmigración, que cambió definitivamente el aspecto étnico de Francia a partir de los años 70, y la autorización de reagrupación familiar. No duda en comparar esa ola migratoria con la caída de Roma provocada por las invasiones bárbaras» (3).
La inevitabilidad de la decadencia occidental y del ascenso de Asia
¿Estamos asistiendo a la caída de la civilización occidental? ¿Esta civilización es superior a otras? El padre de la sociología universal Ibn Jaldún, en su obra magistral Los Prolegómenos, señaló la evolución de las civilizaciones, que pasan por tres etapas, la llegada, el apogeo y la decadencia.
Así, analiza la decadencia de la civilización musulmana como un lento y largo debilitamiento en el que el centro cada vez tiene menos control sobre la periferia. ¿Cómo se construyó la supremacía occidental? En nombre de la regla de las tres «ces»: cristianismo, comercio y colonización. Occidente esclavizó a los pueblos. Lean este párrafo antológico atribuido al rey de los belgas: «Cuidaos de que los salvajes se desinteresen de las riquezas que rebosan sus suelos y subsuelos. Vuestro conocimiento del Evangelio os permitirá encontrar fácilmente los textos que recomiendan a los fieles que amen la pobreza. Por ejemplo ‘Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos’, ‘Es difícil que un rico entre en el cielo’. Haced todo lo posible para que los negros tengan miedo de enriquecerse. Enseñad a los jóvenes a creer, no a razonar…» (4).
Occidente procedió a despedazar los territorios a su antojo sin tener en cuenta los equilibrios sociológicos que las sociedades sometidas tardaron siglos en consolidar. Negaba y arrasaba la historia de los países colonizados e imponía una nueva narrativa, una nueva identidad y una nueva religión. Durante cinco siglos, en nombre del deber de civilización, Occidente dicta las normas, reglamenta, castiga, recompensa o margina a los territorios que no pasan por el aro. Así, a sangre y fuego, las riquezas del Sur fueron expoliadas por los países del Norte (5).
¡Pero no era suficiente! Además había que demostrar que Occidente es depositario de la raza superior. Kishore Mahbubani, el eminente diplomático de Singapur, escribió: «(…) Esa tendencia europea a mirar desde arriba, a despreciar las culturas y las sociedades no europeas, tiene unas raíces profundas en la psique europea. Casi siempre los colonizadores eran personas mediocres pero debido a su posición, y sobre todo a su color de piel, podían comportarse como reyes de la creación. En realidad (la actitud colonialista) permanece muy vigente en este principio del siglo XXI (…) A menudo nos sorprende y nos indigna, en cumbres internacionales, cuando un representante europeo, lleno de soberbia, dice más o menos lo siguiente: «Los que los chinos (o los indios, los indonesios o quien sea) deben comprender es que…» a continuación señala cínicamente principios que los propios europeos no cumplen nunca» (6).
El futuro será cada vez más sombrío. Entre los antiguos imperios que viven en la ilusión de la grandeza y no quieren prescindir de nada -podrían vivir muy bien reduciendo su tren de vida- y la llegada inevitable del liderazgo asiático los países pequeños, en particular aquéllos cuyos recursos serán cada vez más las variables de ajuste y que incluso podrían desaparecer como Estados-naciones, dejan su puesto a los pueblos abandonados. La guerra de todos contra todos continuará. Y nadie ha dicho que los «nuevos imperios» serán más indulgentes…
Notas:
(1) Mikhail Tyurkin http://www.voltairenet.org/article179279.html «Le crépuscule de la puissance britannique», 6 de julio de 2013.
(2) http://plurilinguisme.europe-avenir.com/index.php?option=com_content&a…
(3) http://horizons.typepad.fr/accueil/2010/03/la-mlancolie-franaise-deric…
(4) Discurso del rey de Bélgica Leopoldo II a los misioneros belgas en 1883, http://aridopabulo.blogspot.com.es/2009/03/discurso-del-rey-leopoldo-ii-en-la.html
(5) Chems Eddine Chitour «Déclin ou chute de l’Occident». Mondialisation.ca, 29 de noviembre de 2012.
(6) Kishore Mahbubani, The Irresistible Shift of Global Power to the East, 2008.
Chems Eddine Chitour es ingeniero de la Escuela Politécnica de Argelia. Es autor de varias obras sobre la energía y los retos estratégicos. También trata de explicar en sus obras la historia y las mutaciones del mundo. Así, ha escrito varios ensayos sobre la historia de Argelia, la educación y la cultura, la globalización, los retos del islam y la emigración.