Nunca a lo largo de la historia los imperios decadentes han tenido la capacidad de maniobrar para mantener sus estructuras de dominación con la fortaleza de ahora mismo. el inmenso poder bélico y de propaganda que el orden capitalista ha sido capaz de acuñar al paso de las décadas (pagado, eso sí, por todos los […]
Nunca a lo largo de la historia los imperios decadentes han tenido la capacidad de maniobrar para mantener sus estructuras de dominación con la fortaleza de ahora mismo. el inmenso poder bélico y de propaganda que el orden capitalista ha sido capaz de acuñar al paso de las décadas (pagado, eso sí, por todos los ciudadanos y preceptivo, por supuesto, de ser usado siempre contra ellos) es tal que cualquier atisbo de mella en sus estructuras por causa de desgastes exógenos no es más que un espejismo, ilusión ésta la mayor parte de las veces acuñada y fomentada por los propios gabinetes de influencia de las corporaciones imperiales. resulta pues impensable que los actores que detentan el poder global, que cuentan con los servicios de los ejércitos profesionales y con el apoyo tácito y recurrente de los grandes medios de persuasión para reducir cualquier tipo de disidencia, se encuentren en un momento de inflexión y que el viejo orden se tambaleé peligrosamente.
La unipolaridad que conforma las relaciones internacionales desde el desmembramiento, a inicios de la década de los noventa del siglo pasado, de la unión soviética se encuentra además apuntalada por una pléyade de instrumentos jurídico-sociales (ONU, Consejo de Seguridad, OCDE, etc.) que beben de las mismas fuentes del derecho capitalista y que, automáticamente, ponen fuera de juego cualquier iniciativa lo suficientemente peligrosa para los intereses del sistema al que dan cobertura y, para el caso de verse sobrepasados por la insistencia o por el encono de grupos o naciones, no se duda en recurrir al auténtico árbitro internacional con que las autotituladas democracias occidentales suelen imponer sus más feroces criterios de supremacía: la OTAN.
Así, los ejemplos contemporáneos de Yugoslavia, Sudán, Afganistán, Irak, Libia o Costa de Marfil ponen de manifiesto y a las claras el papel de la fuerza y la agresión como las auténticas doctrinas de las relaciones internacionales y el afán, cada vez menos disimulado de las antiguas potencias coloniales de continuar con su rapiña y depredación una vez que sus títeres criollos han perdido la capacidad de dirigir a sus conciudadanos de acuerdo a los intereses de la falsamente llamada comunidad internacional.
De esta forma podemos intuir que la mismísima protesta ciudadana que se ha orquestado de forma aparentemente ocasional en diversas ciudades españolas desde las manifestaciones del día 15 de mayo está abocada al fracaso si se pretende ésta como un vehículo real de cambio bajo esa generalista demanda de democracia real ya. para el caso de que tal movimiento no forme parte del gran teatro del mundo con que los imperialismos juegan a despistar a la sociedad en momentos de crisis, se hace totalmente necesario abandonar esa óptica de lúdico ecopacifismo con la que se abanderan la mayor parte de las reivindicaciones y tener en cuenta la necesidad de atraer al bando indignado a los sectores con capacidad militar operativa, sean estos miembros del ejército regular o sean entes autónomos con análogas capacidades.
Para ello resultará necesario dejar los juegos malabares a los que se refieren con enconado cinismo los telediarios e iniciar o bien la conquista de las herramientas de participación política actuales (partidos, sindicatos) iniciando afiliaciones masivas que permitan a la malhumorada turbamulta tomar el control de tales organizaciones o bien la creación de un estado paralelo apuntalado por un orden de guerra (que a la postre resultará el real con la adscripción al mismo de los elementos arrinconados y denostados por el actual sistema) al que habrá que dotar de medios suficientes para aguantar la contrarrevolución que de forma certera se producirá.
No habrá pues cambio sin lucha ni habrá revolución sin liquidar las viejas estructuras. la oligarquía puede soportar concentraciones, puede tolerar manifestaciones, desórdenes y un número más o menos creciente de jóvenes durmiendo en las baldosas durante quince días; incluso podría tolerar ciertas agresiones y malestares que obliguen a sus adláteres a pontificar bravamente en los muchísimos foros y medios de que disponen, pero lo que nunca pondrá en juego son las herramientas que apuntalan el (su) poder: los medios de producción, siendo la toma y control de éstos la condición indispensable para cualquier intento de mejorar el actual marco social; control que no se logrará sin reactivar las abotargadas conciencias de las clases populares, sumidas en tracas festivaleras que van desde la degenaración futbolera hasta la magnificación de la impostura tecnológica pasando por las quimeras de la tercera vía o de la clase media, de forma que la sociedad deje a un lado su actitud perruna y servil y se vuelva fiera, reivindicativa, luchadora, cabal… nadie les (nos) dará nada a toda esa masa indignada, a todos los que saben (sabemos) que el mundo hace muchos siglos que está del revés. o mejor, que lo tienen del revés aquellos que tienen nombres y apellidos ya sean rosthchil, morgan, rockefeller o botín y que se acurrucan en comisiones trilateraes, en clubes o foros tipo Bildelberg, G8, G20 y/o en estados o megaentidades políticas como EEUU,la UE, Israel, Suiza y otros núcleos opacos de la esfera internacional. no queda otra: tendremos que coger lo que es nuestro y trabajar duramente por mantenerlo, pero si no estamos dispuestos a los mayores sacrificios, previsiblemente incluso a morir como esos también indignados que se embuten en cinturones de explosivos y se despanzurran contra esta hipocresía, no conseguiremos nada.
Luchar, trabajar, vivir… y no perder nunca de vista que esta calaña que nos oprime será capaz incluso de destruir el propio planeta, la civilización, con tal de no perder el control de lo que estima patrimonio propio. pero quizás ahora sí sea ya el final de la historia, de esta historia y ahora ya no quede ni un ápice de realidad detrás del telón del teatro por lo que el levantamiento, la insumisión, la revuelta no es ya una opción: es la única oportunidad de sobrevivir.
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