Los «intelectuales» mercenarios, esos que viven de la cooperación internacional y que investigan y solemnizan todo aquello para lo cual hay financiamiento, son los mismos que pregonan su grave «compromiso» de «empoderar» (vaya palabreja) a los subalternos mediante toda suerte de asistencialismos paralizadores que cumplen la función de mantener sus corazones y sus […]
En otras palabras, las reivindicaciones étnicas, sexuales, culturales y de derechos humanos que no se desprendan de una reivindicación económica estructural, constituyen el principal mecanismo contrainsurgente en países con débil institucional democrática y con correspondientes gobiernos corruptos, ya que el resultado a la vista del culturalismo es la parálisis política, el divisionismo y la dispersión de la sociedad civil y del Estado, que se agotan en la competencia desleal por los financiamientos externos, los cuales sólo solucionan el problema consumista clasemediero de las roscas de colmilludos que inventan «rigurosos» proyectos sin ningún contacto con la realidad.
Uno de los más voceados productos de los financiamientos externos progre son los «nuevos movimientos sociales», constelados de «líderes» abundosos en verborrea «políticamente correcta», quienes a la vez son dueños de oenegés que cubren lo inimaginable en materia de subalternidades, y quienes se quedarían sin ingresos si de pronto la injusticia, el hambre, el racismo, el sexismo, la miseria y las violaciones a los derechos humanos, desaparecieran de la faz de la tierra.
Son estos «intelectuales» mercenarios los que niegan que todo movimiento social que dependa del financiamiento internacional es un movimiento muerto, sin representatividad política y sin agenda reivindicativa genuina, y que además le hace el juego a la falsa democracia oligárquica y neoliberal. Y lo niegan porque sus centros de investigación viven gracias a que ellos hacen semejantes afirmaciones públicas para darle al mundo el confite de que de hecho la cooperación internacional cumple una función emancipadora de los subalternos y no un papel contrainsurgente y de injerencia foránea en asuntos internos.
Los financiamientos externos van de la mano con el poder corporativo transnacional, al extremo de que la manera de pensar progre está ya determinada por sus criterios, los cuales se complementan en sus objetivos globalizantes. Por ejemplo, los criterios progre en materia de derechos humanos, justicia social y cultura vienen enlatados y aparecen en manuales que enseñan a los jóvenes periodistas cómo escribir de manera «políticamente correcta». Lo cual ha llevado a absurdos idiomáticos, como el uso de la palabra «tema», que ahora se antepone a todo.
Un buen ejercicio para políticos y oenegeros sería hablar durante cinco minutos evitando usar esta palabra, recordando que hace pocos años no la usaban, para comprobar que no puede sustituir a palabras como «problema», ya que un tema es la materia de un discurso y, en tal sentido, no tiene estatuto de realidad concreta como lo tienen los problemas sociales y económicos a los que se les endilga la categoría de «tema» al hablar, por ejemplo, del «tema de las maras», del «tema de la minería a cielo abierto», del «tema de la pobreza». Estas realidades sólo pueden abordarse y solucionarse como problemas, y no meramente como temas de un discurso. Pero la mistificación contrainsurgente del idioma forma parte del espejismo culturalista impuesto por la cooperación internacional a países con una oligarquía, una burguesía y una clase política incultas e ignorantes, a las que los «intelectuales» mercenarios progre sirven como fieles lacayos «rebeldes» que no se diferencian en mucho de los machacantes «intelectuales» neoliberales que sueñan con un Estado sin estadistas en el que reine por siempre una inocua casta de gerentes.