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Los intelectuales y el 15-M: una modesta propuesta para autoabolirnos

Fuentes: Rebelión

Éste no es un artículo más sobre el futuro del movimiento 15-M, ni tampoco un diagnóstico teórico más certero que otros que circulan por la red. Ni predicción de futuro, ni análisis final: intento de apertura, leña para el fuego que alienta la rebelión y el cambio, modesta aportación de alguien que sólo quiere ser […]

Éste no es un artículo más sobre el futuro del movimiento 15-M, ni tampoco un diagnóstico teórico más certero que otros que circulan por la red. Ni predicción de futuro, ni análisis final: intento de apertura, leña para el fuego que alienta la rebelión y el cambio, modesta aportación de alguien que sólo quiere ser un obrero anónimo de la palabra.

En los últimos meses han corrido ríos de tinta sobre lo que es y no es el movimiento 15-M. De manera bienintencionada, pero no siempre generosa, algunos han querido ver en las asambleas de las plazas la confirmación de todas sus teorías: son comunistas, son ilustrados, es la multitud que se levanta sobre su suelo inmanente para abatir el capitalismo, hasta la colmena sin obreros ni reina. Otros, de manera menos bienintencionada, han gritado «son marionetas de Rubalcaba», «perroflautas» (¡qué mente fascista habrá inventado este neologismo!) «infiltrados de ETA». Y, por último, no pocos sectores de la izquierda, víctimas de teorías milenarias de la conspiración que dotan al poder de una racionalidad que por fortuna no tiene, han visto en el 15-M la consagración de Punset y sus discípulos de la nueva fe de los comunicadores de masas, la apoteosis del nuevo libro de estilo del capitalismo reinventado.

Es lógico todos queremos tener razón, todos queremos ver en el 15-M la confirmación de nuestra visión del mundo y nuestros anhelos. Todos -y por todos aquí me refiero sobre todo a las y los intelectuales- queremos dar consejos, dirigir, mostrar: «por ahí no», «por aquí sí», «nuestra experiencia histórica dice que», «no seáis ingenuos». Publicamos incluso libros para decir, «esto ya os lo decíamos nosotros», «por fin la gente me hace caso» y no nos damos cuenta de que llenar las bibliotecas de nuevos libros no es cambiar la realidad, no nos damos cuenta de que hablando así, mirando así a la plaza, no somos más que entomólogos que diseccionan la insurrección como se destripa a un insecto. Me cuenta Ángeles Diez -mi socióloga de cabecera- que los más oportunistas o los más inconscientemente reaccionarios ya sueñan incluso con el momento en el que el 15-M dejará de existir en las plazas para existir sólo en las bibliotecas, mariposa disecada, pero sobre todo, wishful thinking.

Sin embargo, ha llegado el momento de invertir la mirada, ha llegado la hora de suspender el goce infinito que proporciona el voyeurismo intelectual, dejemos por un minuto de mirar obsesivamente a la plaza, invirtamos el campo visual, mirémonos ahora a nosotros mismos mirando, o incluso mejor, dejemos de una vez por todas que el movimiento 15-M nos mire a nosotros, seamos objetos y no sólo sujetos del análisis. Para hacer esto podríamos empezar por leernos un libro ya clásico de Frances Fox Piven y Richard Cloward –Poor People’s Movements– sobre los éxitos y fracasos de los movimientos sociales en Estados Unidos. En este libro se puede leer cómo históricamente los movimientos sociales de base -el movimiento sindical en los años treinta o el movimiento de derechos civiles en los años sesenta- obtienen sus mayores conquistas en el momento de la insurrección y se apagan y pierden su fuerza cuando las dirigencias tratan de orientar y estructurar la protesta. Muchas veces con la mejor de las intenciones las y los dirigentes de estos movimientos, sacaron a la gente de la calle para encerrarlos en despachos, desconvocaron protestas para redactar estatutos y formar organizaciones que acabaron siendo cooptadas por unas elites que están siempre más tranquilas cuando saben con quién tienen que lidiar y cuánto vale un o una dirigente.

Las tesis de Fox Piven y Cloward son, por supuesto, más que discutibles; y si bien es cierto que a veces una organización potente, estructurada y vanguardista como el PCE durante la dictadura puede ser una herramienta de resistencia efectiva, muchas otras veces la «organización», «la estructura», los «lideres», «la vanguardia del partido» y la «lista de demandas» pueden ser una manera de domesticar la insurrección (la propia historia de la dirigencia del PCE durante la transición no es ajena a esta catástrofe). En este sentido, los medios y los políticos se mueren de ganas por poner cara y precio a las y los líderes del 15-M, pero el movimiento ha hecho algo mucho más importante, ha robado la Política (con mayúscula y en femenino), a los políticos (con minúscula y en masculino) como se roba el fuego a los dioses, y de paso ha inventado nuevos lenguajes -«Democracia en construcción, perdonen las molestias»- y un nuevo tiempo de decisión afuera del tiempo acelerado de los mercados, «vamos despacio porque vamos lejos».

Esta nueva forma de la política no debe renegar de la fuerte tradición de lucha que hay en España y en otras partes, pero tampoco debe rendirle pleitesía, porque cuando menos ha creado, por derecho propio, un espacio -la asamblea- en el que se puede escuchar:

-A un militante de una asociación de vecinos explicando cómo defendieron el cierre de una escuela pública en Carbanchel, porque las asociaciones de vecinos pueden ser una forma potente de organización basada en el conocimiento que da vivir con otras.

-Una feminista explicando por qué el trabajo doméstico o el cuidado de los vulnerables lo hacen de manera no remunerada mayoritariamente las mujeres porque nuestras construcciones de género nos han convencido de que el trabajo doméstico no es trabajo y el cuidado es una inclinación natural de la mujer.

-Dos militantes de las brigadas antirracistas explicando cómo intervienen para parar las detenciones y maltratos a los inmigrantes indocumentados; explicando qué es un CIE, un Centro de Internamiento para Extranjeros, un mini Guantánamo que debería también indignarnos.

-Un grupo de estudiantes de Juventud sin futuro explicando que mientras vivamos en un mundo capitalista los jóvenes no pueden tener presente ni futuro, sólo pueden vivir el tiempo de la precariedad y la incertidumbre.

-Alguien más habla de los bancos y de los políticos como ellos, y de las personas que están sentadas en la plaza como nosotras. Nosotras contra Ellos, la plaza, nosotras, contra ellos y su patriarcado capitalista.

-Alguien que estuvo internado en un psiquiátrico habla de la necesidad de cuestionar la normalidad y las camisas de fuerza.

-Alguien que pide un minuto de silencio por las y los desaparecidos del franquismo y cuenta que el edificio que tenemos en frente fue la Dirección General de Seguridad, un centro de tortura.

Todo esto y muchas otras cosas escuché un día en el debate alternativo del Estado de la nación en la Puerta del Sol, y eso sin asistir el primer día, cuando se debatieron las propuestas de economía, educación y salud. ¿No es esto en sí mismo un evento? ¿de verdad necesitamos insistir en «ordenar» esta explosión de Política por miedo al futuro?

Eduardo Hernández cuenta que en los pocos meses que el movimiento tiene de vida se han roto muchas de las convecciones burguesas que definían la esfera pública; ya no se aplaude al o a la que habla bien, al o a la que exhibe su capital cultural, o no se les aplaude sólo por eso, se apoya y se aplaude más a los y las que se ponen más nerviosos/as a las y los que carecen de capital cultural o de palabras y citas, para que puedan expresar lo que tienen que expresar con sus palabras que valen tanto o más que las de un profesor universitario.

Las y los que hablan en las plazas no son nadie, son Esther, Juan o como mucho Silvia de la asociación de vecinos de Vallecas. En las plazas los intelectuales tienen que esperar su turno como todo el mundo y carecen de apellidos y de currículo. Es lógico que muchos intelectuales se pongan nerviosos, acostumbrados como estamos a que nos den la palabra, la autoridad y el púlpito inmediatamente. Por eso resulta doblemente patético escuchar a Agustín García Calvo -con todo el respeto que nos merece su trayectoria- pontificando en la plaza y dando instrucciones a la asamblea para que no propongan nada, porque proponer es caer en el lenguaje del padre, del Estado, del orden que se trata de combatir. Si él mismo no puede ver que «lo que nos queda de pueblo», para usar un concepto suyo, son estas asambleas, es que debe de estar ciego o que debe de preferir los cenáculos libertarios que preside tan patriarcalmente.

Y García Calvo por desgracia no está sólo en sus delirios iluministas, los intelectuales del manifiesto «Una Ilusión compartida» asumen una posición igualmente iluminista y despótica al firmar un manifiesto que transpira un tufillo progre y oportunista que tira para atrás. ¿Pero cómo se puede firmar una manifiesto en plan vanguardia histórica cuándo hasta hace tres días muchos de los firmantes apoyaban a un gobierno que ha implementado las medidas mas regresivas y reaccionarias de los últimos veinte años? ¿Cómo se puede hablar como si uno fuera promotor e inventor de una reconstrucción de la izquierda cuando el 15-M te ha pillado tomando copas en Cannes o disfrutando de las regalías de tu último libro por cortesía de la Ley Sinde que has defendido a capa y espada en tu columna semanal? Esta «ilusión compartida» debe de ser la de seguir siendo «izquierdistas profesionales» no sea que aquello del «no nos representan» también les alcance a ellos.

Otros con suficiente capital cultural para derrocharlo, como Fernando Savater, pueden permitirse directamente ejercer la violencia epistémica que les otorga su tribuna y hacer pasar por filosofía aseveraciones del tipo, «el 15-M me ha servido de tontómetro para medir el nivel de estupidez y cinismo de algunos». Frente a tanta desfachatez y tanto despropósito sólo nos queda desclasarnos como intelectuales, escindirnos completamente de esta manada de déspotas iluminados y apóstoles de la banalidad y el oportunismo. De todas maneras, como intelectuales no somos más que mutiladas y mutilados. Ya Antonio Gramsci advirtió de que todo hombre es un intelectual, pues no existen hombres ni mujeres que no tengan ideas sobre el mundo en el que viven, pues sólo la separación artificial y violenta entre trabajo manual y trabajo intelectual ha hecho posible que existan intelectuales con el tiempo y los privilegios suficientes para dedicarse profesionalmente a pensar, leer y escribir.

Por eso, cuanto más avance el 15-M más necesario será abolirnos, no por «antiintelectualismo», sino porque lo más intelectual que podemos hacer ahora mismo es, aunque el ego se resienta, acudir a las asambleas, aportar lo que buenamente podamos a las comisiones con humildad, escuchar de tú a tú, hablar sin apellidos ni título y, como mucho, sentirnos orgullosas de lo que hacemos igual que un carpintero se siente orgulloso de la mesa que ha construido. Obreras de la palabra, no señores respetables, a cada cual según su necesidad, de cada cual según sus destrezas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR