De los intelectuales se espera que sean la conciencia del pueblo, no los perros guardianes de los mandatarios. Una minoría de ellos suele conformarse con esta segunda categoría vendiendo su alma al mejor postor y depositando su ética en el frigorífico. La viñeta de Forges «El séquito» publicada en el diario El País el pasado […]
De los intelectuales se espera que sean la conciencia del pueblo, no los perros guardianes de los mandatarios. Una minoría de ellos suele conformarse con esta segunda categoría vendiendo su alma al mejor postor y depositando su ética en el frigorífico. La viñeta de Forges «El séquito» publicada en el diario El País el pasado 28 de febrero me hizo reflexionar sobre la historia reciente del mundo árabe y el papel desempeñado por los intelectuales. Aparece en el dibujo la figura de Gadafi rodeado de un número de pedigüeños y oportunistas incluida una referencia a una universidad madrileña.
Dictadores como Saddam y Gadafi no se han limitado a avasallar a sus pueblos, crear un potente aparato de propaganda formado por seguidores, políticos y medios de comunicación, sino también consiguieron atrapar a intelectuales, algunos de cierto prestigio, para exaltar las virtudes del tirano.
Saddam llegó a formar un ejército de escritores, periodistas y toda clase de intelectuales, iraquíes, árabes y de otras nacionalidades que han cantado durante décadas las proezas de sus actos y revolución. Los servicios prestados no eran gratis; muchos recibían a cambio dinero, regalos e invitaciones a hoteles de cinco estrellas. Fueron redactadas varias biografías del dictador que lo colocaron al nivel de grandes personajes y reyes de la historia. Incluso él mismo llegó a publicar varias novelas como Zabida y el rey, Los hombres y la ciudad y La fortaleza inexpugnable. Se rumorea que un destacado novelista árabe había hecho de negro para el dictador.
Las legaciones del régimen en el extranjero hacían grandes esfuerzos y gastaban importantes sumas de dinero en su afán de acercar a escritores, profesores de universidad e intelectuales para utilizarlos en la tarea de embellecer la cara del despótico régimen que representaban. Miles de opositores iraquíes con pasaportes caducados durante años tenían pánico a pisar su embajada, mientras que gente de cultura de otras nacionalidades hacían de ella su segunda casa.
Gadafi, prácticamente una copia de Saddam, pero aún más primitivo, repitió su ejemplo con esta élite cultural. Trípoli se convirtió en la Meca de los admiradores verdaderos o falsos del tirano. Varios coloquios internacionales fueron organizados por las autoridades libias en torno al pensamiento de Gadafi, en los que participaron importantes figuras y representantes de la cultura árabe y europea. Ensalzaron su Libro verde, la Tercera Teoría Universal que venía a resolver los problemas de la Humanidad, detrás de dos teorías ya fracasadas según él: el capitalismo fundado por Adam Smith y el comunismo obra de Karl Marx.
Los desvaríos del Gadafi alcanzan tal nivel de disparates que le hacen pronunciar frases como: «la mujer es una hembra y el hombre un macho» o su genial afirmación «la mujer come y bebe al igual que el hombre come y bebe. La mujer odia y ama al igual que el hombre odia y ama. La mujer piensa, aprende y entiende así como el hombre piensa, aprende y entiende». Es realmente un texto que se puede incluir más bien en la literatura burlesca.
En el mundo de la literatura él tampoco quiso quedarse atrás; publicó dos antologías de cuentos, una con el largo título de La tierra, la tierra, la aldea, la aldea y el suicidio del astronauta y la segunda La huida al infierno. En esta última Gadafi auguraba el surgimiento de revoluciones en todas partes, menos en su patria. Decía: «la tiranía del individuo es la más llevadera. Se trata de un individuo que el grupo podrá apartar, incluso podrá apartarlo otro individuo con lo necio que fuera por algún medio. En cambio la tiranía del grupo es la peor clase de tiranías. ¿Quién podrá resistir la corriente arrasadora? ¡Cuán amo la libertad de las masas y su desencadenamiento sin líderes, rompiendo las ataduras, cantando y festejando después del suspiro y la terquedad. Pero al mismo tiempo la temo. Yo amo las masas como amo a mi padre y la temo como lo temo a él».
Con el mismo fin, estos regímenes autoritarios crearon premios literarios y medallas para comprar las conciencias. Algunos muy sustanciosos que pocos podían rechazar.
El novelista egipcio Sunallah Ibrahim no aceptó el Premio de Narrativa del año 2003, concedido por el gobierno de su país, alegando que las autoridades egipcias no tenían credibilidad para dar premios.
Baha Tahir, otro novelista egipcio que galardonado con el Premio Mubarak del año 2009, decidió devolverlo durante las revueltas de sus conciudadanos contra el gobierno y la dura represión empleada contra ellos.
Esta fue también la actitud de Juan Goytisolo, cuando dejó plantadas a las autoridades libias después de otorgarle el premio Internacional de Literatura en 2009. No lo admitió por razones políticas y éticas, según las propias palabras del novelista publicadas en El País el 22 de agosto del 2009. Al ser rechazado por el escritor español, el premio fue otorgado al destacado crítico egipcio Yabir Usfur que recientemente declaró que iba a devolver el dinero del premio al pueblo libio porque no podía admitir un premio concedido por un verdugo.
No deja de ser llamativo que el Premio Internacional de Literatura de Gadafi fundado en 2007 afirmara en sus bases que «será otorgado a autores cuyos escritos representan la defensa de los derechos humanos». ¿A qué derechos y a qué dignidad se refiere un coronel llegado al poder por un golpe de estado en 1969 y que sigue aferrado a él, usando métodos de represión y encerrando a sus opositores. Gadafi como otros tiranos árabes han corrompido con su dinero a muchas conciencias y han cerrado bocas, dejando en delicada y comprometida situación a miles de opositores árabes que han pagado con su vida o han tenido que abandonar su tierra por la persecución de sus regímenes.
Numerosos coloquios fueron organizados en Trípoli y El Cairo sobre el pensamiento y la literatura de Gadafi. Este, al ver figuras tan relevantes elogiando su talento, creyó, quizá, que gozaba de grandes talentos. Puede uno disculpar a los intelectuales libios por estar viviendo bajo la misericordia del régimen de Gadafi. Pero difícilmente podremos comprender la postura de destacados hombres de cultura de otros países árabes y extranjeros. Coloquios bajo títulos tan sugerentes como: «Gadafi, literato y creador», «el espacio y el tiempo en la creación literaria de Gadafi», «la muerte y la eternidad en la literatura de Gadafi», «las técnicas narrativas y el lenguaje de los cuentos de Gadafi».
Las bibliotecas árabes y algunas extranjeras contienen centenares de libros y artículos redactados por intelectuales conocidos sobre el pensamiento y la literatura de algunos de los peores dirigentes autoritarios que ha tenido el mundo árabe durante toda su historia. Tarde o temprano sus autores tendrán que explicar su inadmisible actitud.
* Waleed Saleh es profesor de estudios árabes e islámicos de la UAM