Algo no tan divertido sucedió camino a la recuperación económica. En las dos últimas semanas, lo que debió haber sido un debate serio sobre cómo salvar a una economía en apuros graves se convirtió, en cambio, en un teatro político trillado con los republicanos soltando los viejos lugares comunes sobre el gasto gubernamental derrochador y […]
Algo no tan divertido sucedió camino a la recuperación económica. En las dos últimas semanas, lo que debió haber sido un debate serio sobre cómo salvar a una economía en apuros graves se convirtió, en cambio, en un teatro político trillado con los republicanos soltando los viejos lugares comunes sobre el gasto gubernamental derrochador y las maravillas de los recortes fiscales. Es como si el funesto fracaso económico de los últimos ocho años nunca hubiera sucedido – y, con todo, los demócratas han estado, increíblemente, a la defensiva.
Aun si una importante ley de estímulos sí se aprueba en el Senado, existe un riesgo real de que se castren partes importantes del plan original, en especial, la ayuda a gobiernos estatales y locales.
De alguna forma, Washington ha perdido todo sentido de lo que está en juego, de la realidad de que bien podríamos estar cayendo en un abismo económico, y, si sucede, va a ser muy difícil volver a salir. Se dificulta exagerar el grave problema económico en el que estamos. La crisis empezó con la vivienda, pero la implosión de la burbuja en la época de Bush ha provocado que las fichas del dominó se caigan en Estados Unidos y en todo el mundo.
Los consumidores, su riqueza diezmada y su optimismo hecho añicos por el colapso en los precios de las casas y un mercado bursátil que se desliza, han restringido su gasto e incrementado su ahorro, algo bueno a largo plazo, pero un gran golpe para la economía. Los constructores de bienes inmuebles comerciales, al ver que las rentas descienden y los costos aumentan, están recortando inversiones. Los negocios están cancelando planes para expandir su capacidad porque no están vendiendo lo suficiente para usar la que ya tienen. Y las exportaciones, que era una de las pocas áreas con fuerza en los dos últimos años, ahora se están hundiendo mientras la crisis financiera golpea a nuestros socios comerciales.
Entre tanto, nuestra principal línea de defensa contra las recesiones, la capacidad habitual de la Reserva Federal para apoyar a la economía reduciendo las tasas de interés, ya se ha excedido. Ha bajado las tasas básicamente a cero, y la economía sigue en caída libre.
No es de sorprender, entonces, que la mayoría de los pronósticos económicos advierta que a falta de la acción gubernamental, nos encaminamos a una crisis profunda y prolongada.
Algunos analistas privados pronostican una tasa de desempleo de dos dígitos. La Oficina de Presupuesto del Congreso es ligeramente más optimista, pero su director, no obstante, advirtió recientemente que «ausente un cambio en la política fiscal… la reducción en la producción del país relativa a los niveles potenciales será la más grande, en duración y profundidad, desde la Depresión de los 1930».
Como señaló el gran economista estadounidense Irving Fisher hace casi 80 años, la deflación, una vez que comienza, tiende a alimentarse de sí misma. Conforme caen los ingresos en dólares de cara a una economía deprimida, la carga de la deuda se hace más difícil de soportar, mientras que las expectativas de mayores descensos en los precios desalientan el gasto en inversiones. Estos efectos de deflación deprimen aún más a la economía, lo que conduce a más deflación, y así sucesivamente. Y las trampas deflacionarias pueden continuar por mucho tiempo. Japón experimentó una «década perdida» de deflación y estancamiento en los noventa y lo único que le permitió escapar de ella fue el auge mundial que estimuló las exportaciones del país. ¿Quién rescatará a Estados Unidos de una trampa similar ahora que el mundo entero se está desplomando al mismo tiempo?
¿El plan económico de Obama, de ser promulgado, aseguraría que Estados Unidos no tendrá su propia década perdida? No necesariamente: diversos economistas, me incluyo, pensamos que el plan se queda corto y debería ser sustancialmente más grande. Sin embargo, es seguro que el plan de Obama mejoraría nuestras posibilidades.