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“Los militares están en una encrucijada, tienen una cita con la historia de Brasil”

Fuentes: Jacobin América Latina [Imagen: sosteniendo la camisa ensangrentada del estudiante asesinado durante un enfrentamiento con la policía en el episodio conocido como "La batalla de la Rua Maria Antônia" en 1968. Créditos: Jacobin]

Zé Dirceu, veterano de la izquierda brasilera y uno de los principales estrategas del Partido de los Trabajadores, habló con Jacobin Brasil sobre su historia en la lucha armada contra la dictadura, el encuentro con Carlos Marighella y Olavo de Carvalho en la disidencia del Partido Comunista, el papel de los militares en la política brasilera y lo que debemos hacer para derrocar a Bolsonaro.

José Dirceu de Oliveira e Silva, oriundo de Passa Quatro (Minas Gerais), es protagonista de los principales acontecimientos de Brasil desde hace al menos cuatro décadas. Militante de la izquierda revolucionaria durante su juventud, dirigente estudiantil, exiliado político, miembro fundador del Partido de los Trabajadores (PT) e influyente jefe de Gabinete de la Presidencia de la República al comienzo del gobierno de Lula, despierta pasiones de todo tipo. Es considerado un “hombre de fierro” tanto por sus amigos como por sus enemigos. Es imposible contar la historia del partido más grande de la izquierda en América Latina y también en Brasil, al menos desde la restauración democrática posdictatorial, sin pasar por Dirceu. Personaje complejo, con un pasado militante desconocido por los más jóvenes, se encuentra hoy en libertad (y sigue siendo un agudo analista de la coyuntura brasilera).

Destacándose como uno de los principales dirigentes del revitalizado movimiento estudiantil de São Paulo durante los años sesenta, Dirceu se unió tempranamente al Partido Comunista Brasilero (PCB), el “gran partido”, pero rápidamente se comprometió con la famosa “disidencia”, en conjunto con aquellos que defendían estrategias de enfrentamiento más directo a la dictadura militar, inspirados, sobre todo, por la Revolución cubana y la resistencia antimperialista de los comunistas vietnamitas. En la disidencia Dirceu conoció a figuras como el legendario líder de la lucha armada Carlos Marighella y Olavo de Carvalho, que hoy es un ideólogo influyente del bolsonarismo.

En 1968, Dirceu fue encarcelado por intentar organizar el 30° Congreso de la Unión Nacional de los Estudiantes (UNE) y recién logró salir luego de que algunos grupos guerrilleros marxista-leninistas –el Movimiento Revolucionario-8 de octubre, la Acción Libertadora Nacional (ALN) y la Disidencia Universitaria de Guanabara– secuestraron al embajador norteamericano Charles Burke Elbrik. El régimen militar negoció y liberó a Dirceu junto a otros dos presos políticos a cambio del embajador. A bordo del avión de la Fuerza Aérea Brasilera, los militantes se dividieron entre Cuba, México y Francia.

En Cuba, Dirceu hizo entrenamiento militar y retornó a Brasil clandestinamente en 1971, con el objetivo de participar en la organización de la resistencia armada. Luego del aumento de la represión, el cierre del Congreso, la proscripción de los partidos y el inicio de las torturas y los asesinatos sistemáticos de militantes de izquierda, retornó a Cuba en 1972. Como no aceptaba ser expulsado y exiliado de su propio país, volvió nuevamente a Brasil en 1975, esta vez con una cirugía plástica y nuevos documentos. Vivió cuatro años clandestinamente en el interior de Paraná, donde tuvo su primer hijo, pero recién reveló su identidad a su familia con la llegada de la amnistía, en 1979.

A diferencia de muchos de sus antiguos camaradas del partido, como respuesta a las grandes movilizaciones que generaron las huelgas del Gran ABC, Dirceu se comprometió en la construcción del PT junto con sindicalistas, intelectuales, militantes del campo, de la ciudad y de la floresta, y también de la izquierda católica, que se organizaba en las comunidades eclesiales de base, inspiradas por la teología de la Liberación.

Como diputado constituyente, participó activamente en la elaboración de la Constitución de 1988. Fue uno de los principales arquitectos de la transformación del PT en un partido de masas y en la principal fuerza electoral de la izquierda brasilera, como así también de la estrategia que llevó a Lula a la presidencia en 2002, convirtiéndose en jefe de Gabinete de la Presidencia de la República. La alegría no duró mucho: Dirceu fue removido de su cargo durante el famoso escándalo de las mensualidades de 2005, cuando el actual bolsonarista Roberto Jefferson lo acusó de dirigir un esquema de sobornos para comprar apoyo parlamentario.

Dirceu fue condenado por una interpretación dudosa de la famosa teoría del “dominio del hecho” (desautorizada por su propio autor, el penalista alemán Claus Roxin). Sus seguidores ven aquí la primera manifestación de una táctica de lawfare contra el PT, proceso que preparó el terreno para el golpe parlamentario contra Dilma y para el encarcelamiento de Lula.

Demonizado, Dirceu fue encarcelado nuevamente durante la operación Lava Jato. Hoy está en libertad gracias a la decisión del Supremo Tribunal Federal de 2018, que identificó errores en la fijación de la pena por el tribunal Regional Federal de la 4 Región, el mismo que condenó a Lula. Odiado por unos y amado por otros, el papel histórico de José Dirceu como militante y operador político es incuestionable. Conocedor profundo de la historia de la izquierda brasilera, partícipe comprometido de sus victorias y de sus fracasos, sigue pensando en términos estratégicos y reivindicando a la clase trabajadora como sujeto político crucial. Esta entrevista, concedida en medio de la pandemia, fue editada y el material bruto puede verse en este video. Dirceu habla sobre las luchas del pasado y analiza el dramático impase político que vive Brasil en la actualidad.

Cauê Seignemartin Ameni y Hugo Albuquerque.- Conociste a Carlos Marighella en los años sesenta, y junto con él con y otros adoptaste la línea de confrontación directa contra la dictadura, en contra de lo que sostenían muchos dirigentes de la izquierda organizada ¿Cuál fue el significado de este posicionamiento en la época y qué representa en la actualidad?

Zé Dirceu.- Marighella fue un luchador histórico por los derechos del pueblo brasilero y por la defensa de la soberanía brasilera. Marighella viene de la tradición negra, bahiana, nordestina, de las luchas nacionales de la década del 1930 contra la dictadura de Vargas. Recordemos que al primer gobierno de Vargas, que era un gobierno provisional, le siguió la constituyente de 1934, pero que en 1937 Vargas dio un golpe de Estado junto al Estado Mayor del Ejército. Después de la Segunda Guerra, Vargas fue derribado por los mismos militares, y Marighella se convirtió en diputado constituyente, para luego ser perseguido por Dutra (un militar que dirigió un gobierno represivo, a favor de EE. UU., combatió al sindicalismo independiente y forzó al PCB a entrar en la clandestinidad). Marighella, entonces, viene de una tradición rebelde, libertaria. Un hombre de gran valor.

Imagínate: yo era un joven, tenía menos de veinte años, y conocí a Marighella, que era entonces un ícono, una leyenda, como Apolônio de Carvalho (Apolônio luchó en la guerra civil española contra el fascismo franquista y en la resistencia francesa contra el nazismo). Marighella venía de una determinada tradición dentro del PCB, con la cual yo me identificaba. En 1965 me afilié al PCB, pero compartía una interpretación del golpe de 1964 que me ponía en oposición al Comité Central del partido. Porque pensábamos que el golpe implicaría una reestructuración del capitalismo brasilero.

El golpe no fue solamente un acuartelamiento militar, contra las libertades democráticas, sino también una ruptura con la línea nacionalista, desarrollista e industrialista. Cuando Marighella comenzó a oponerse a la mayoría de las decisiones del PCB, estaba mirando a la Revolución cubana, que para nosotros era, evidentemente, una luz. Fue entonces cuando me acerqué a él.

Me invitaron a una reunión donde presentó un plan estratégico de lucha, defendiendo que “el deber del revolucionario es hacer la revolución”, con autonomía táctica. En el fondo era una reacción a la burocratización y a la falta de acción del partido. Entonces se dio una confluencia entre nosotros. Todavía me acuerdo de Marighella hablando encima de los mapas de Brasil acerca del triángulo estratégico São Paulo-Rio-Belo Horizonte.

Marighella era un libertario. Fue asesinado en una emboscada. Yo estaba en Cuba y fue un baldazo de agua fría. Nos deprimió. Fue muy difícil afrontar la muerte de Marighella, porque era la dirección de la resistencia armada contra la dictadura, era el que había creado la primer organización revolucionaria de São Paulo, rompiendo con el Comité Central del PCB y fundando la Alianza Libertadora Nacional (con la cual teníamos algunas divergencias, porque defendían una estrategia de “liberación nacional” y nosotros insistíamos en una estrategia socialista). Cuando me metieron preso, me quedé sin partido, sin organización. Pero en Cuba hice entrenamiento militar, sin ser afiliado a la ALN, en la “casa de los 28”, que era el tercer ejército de la organización.

La memoria que tengo de Marighella es, primero, la de un patriota, porque la cuestión de la soberanía era central para él (y hoy está muy amenazada en Brasil). Por cierto, el general Augusto Heleno, que fue ayudante de campo del general Sylvio Frota durante la dictadura, estuvo involucrado en la tentativa de golpe contra el general Ernesto Geisel el 12 de octubre de 1977. Su manifiesto es el gobierno de Bolsonaro. Este grupo atacaba a Geisel llamándolo “comunista”, por su distanciamiento en las relaciones con EE. UU. El Ejército brasilero tiene esta vocación de someterse a la hegemonía norteamericana. Los EE. UU. no son simplemente una república, son un imperio. Y ese imperio tiene sus intereses, que son contradictorios con los intereses nacionales brasileros.

Cauê Seignemartin Ameni y Hugo Albuquerque.- El general Heleno es una pieza clave en el gobierno de Bolsonaro. Es difícil entender por qué el PT lo resucitó, junto a otros generales, en la operación Minustah en Haití. Y no hizo nada aun sabiendo que era acusado hasta por los medios norteamericanos de masacrar a dirigentes sociales en las favelas haitianas. Generales como él, el vice Mourão, el general Santos Cruz y otros, retornaron con esas ansias políticas y parece que allí también hicieron algún tipo de acuerdo con los EE. UU., que era el país más interesado en el control político de Haití, porque se estaba acercando demasiado a Venezuela y a Cuba durante el gobierno de Jean-Bertrand Aristide. ¿Piensas que fue un error del gobierno petista enviar tropas brasileras a Haití?

Zé Dirceu.- Estuvo entre el error y la imposibilidad. Es necesario considerar la correlación de fuerzas, las condiciones históricas en las cuales asumimos el gobierno. Fuimos el único de los gobiernos progresistas –de la ola que fue elegida entre fines de los años noventa y comienzos de los años dos mil– que no tenía la mayoría en el Congreso. Todos los otros gobiernos tenían la mayoría. Es una característica de la democracia brasilera, en parte una herencia de la dictadura.

El ministro de Defensa, que ejerce el comando cotidiano de las Fuerzas Armadas de la República no logra –porque la alta cúpula militar no lo acepta– promover al personal. Quienes se encargan de las promociones son el Ejército, la Marina y la Aeronáutica. El poder civil brasilero todavía no es un poder soberano. La tutela militar es histórica en Brasil, forma parte de la historia de los militares en la política. Es así desde 1889, desde el comienzo de la República. La Revolución de 1930 fue, en gran medida, una alianza militar, con los militares tenientes. En 1932, en São Paulo, un general dirigió a las tropas paulistas, que llegaron a tener un sesgo separatista contra el gobierno provisional de Getúlio Vargas. En 1935 vino la revuelta de los tenientes, que dirigió el Partido Comunista y que terminó igual que todas las otras: aplastada cobardemente con derramamiento de sangre. Y luego vino el golpe de 1937, que es un golpe del Ejército, cuando el general Pedro Aurélio de Gois Monteiro pidió a Francisco Campos que copie la constitución polaca –de ahí el nombre “Polaca Fascista”– del general Józef Piłsudski.

Estoy haciendo este recorrido histórico para mostrar que, desde 1937 hasta 1945, surge una dictadura militar en Brasil: es el Estado Nuevo, protofascista. Y después de la Segunda Guerra, los militares exigen que Getúlio renuncie, puesto que vuelven de la Fuerza Expedicionaria Brasilera articulados con los EE. UU. para dar ese golpe. El gobierno del general Eurico Gaspar Dutra, electo un año después de esto, fue abiertamente proamericano y represivo, llevó al Partido Comunista a la clandestinidad y nos introdujo en la Guerra Fría. Si no mandamos tropas a Corea, fue gracias a la oposición popular y democrática de 1953-54 (pero, después del golpe militar, mandamos tropas a República Dominicana en 1965).

Los militares intentaron dar un nuevo golpe en 1950, alegando que Getúlio no tenía la mayoría absoluta; en 1955, el mariscal Henrique Teixeira Lott dio un contragolpe que dividió al Ejército. En 1961, una junta militar, con los tres comandantes, intentó tomar el poder, porque no querían traspasar el poder a Jango Goulart, pero Leonel Brizola se levantó en armas en el sur con apoyo de la policía gaúcha, dividió al Tercer Ejército, generó una cadena de legitimidad por las radios, movilizó al país e impidió el golpe. Aquí viene el acuerdo del parlamentarismo. En 1964, los militares logran dar un golpe apoyándose en la Escuela Superior de Guerra (ESG), con el llamado “grupo de la Sorbonne”, representado por el general Castelo Branco. Después los militares impusieron cinco presidentes electos en el Estado Mayor de las tres fuerzas, y se quedaron en el poder hasta 1985. Por eso, esa historia de que no hubo golpe de Estado ni tutela militar, ¡es mentira! Los militares toleraron el poder civil, pero nunca lo aceptaron.

Ahora están sometiendo nuevamente a las Fuerzas Armadas Brasileras al Comando Sur de los Estados Unidos. La política exterior brasilera es definida por la embajadora de los EE. UU. en la ONU y por los representantes norteamericanos en la Unesco y en la FAO. Si no estamos completamente sometidos a la Organización Mundial del Comercio (OMC), es porque ahí están en juego los intereses de la industria brasilera, y principalmente los del agronegocio.

Brasil atraviesa un momento gravísimo. Por eso la oposición de las clases medias –cosmopolitas, urbanas– está creciendo. Es un gobierno que va a llevar a la devastación del Amazonas, cuando deberíamos prohibir los desmontes, e invertir solo en el desarrollo extractivista sustentable, preservando la biodiversidad. Brasil no necesita devastar el Amazonas para ampliar la frontera agrícola. Solamente teniendo en cuenta tierras que pueden ser recuperadas, tenemos 40 millones de hectáreas. Al mismo tiempo, el gobierno tiene una política anticientífica, que niega el calentamiento global, que es negacionista. Y también es negacionista con la pandemia. ¡Cosa de genocidas!

Un gobierno enemigo de la cultura, de la educación, de la prensa. Que por haberse unido al fundamentalismo religioso tiene una visión de la vida y de la sociedad basada en la Biblia (no hay ningún problema con que las personas elijan basar sus vidas en la Biblia, pero lo que no puede  suceder es que esto se quiera imponer a la República, a la mayoría del país, que es cristiana, pero no neopentecostal). En síntesis, este es un gobierno que no acepta el pluralismo, la diversidad, ni la libertad. La agenda de Bolsonaro es una suerte de oscurantismo mezclado con autoritarismo y con el sometimiento a los EE. UU., que atenta contra la soberanía nacional (por eso Marighella vuelve a estar presente).

Pero tienes razón, nosotros nos equivocamos. Me llaman la atención dos cosas: el comando militar en el Amazonas y las misiones en el exterior, porque es ahí donde los militares construirán una alianza con los norteamericanos. Es lo mismo que pasa con los procuradores: Sérgio Moro y algunos ministros de los tribunales superiores van a estudiar a EE. UU. y vuelven articulados con los intereses de allá.

Tenemos un problema grave en las Fuerzas Armadas si el general Villas-Bôas elogia a Regina Duarte y los tres comandantes emiten un documento oficial elogiando el golpe de 1964. Deberían haber sido apartados de su cargo para responder a un proceso disciplinar, como sucedió en Uruguay y en Chile, y como sucedería en cualquier país democrático del mundo. ¿Hay alguna duda acerca de hacia dónde nos dirigimos? La democracia está en terapia intensiva. Ya estamos viviendo un gobierno autoritario, que está equipando a la Policía Federal, al COAF (Consejo de Control de Actividades Financieras), a la Hacienda y a Ministerio Público. La Policía Federal está al servicio de Bolsonaro.

Estamos viviendo una situación de emergencia nacional, por eso es necesario un frente político amplio para enfrentar al bolsonarismo. Esto no tiene nada que ver con la disputa de 2022. En lo que a mí respecta, estoy dispuesto a constituir un frente con la izquierda o con el centro democrático (la derecha liberal que se opone a Bolsonaro es otra cosa).

Cauê Seignemartin Ameni y Hugo Albuquerque.- Las Fuerzas Armadas juegan un papel de tutela común en América Latina, pero en Brasil se parecen más a un metapartido. Geisel parece haber hecho, junto con el general Golbery do Couto e Silva, una maniobra interesante para mantener el poder y conservarlo a fines de los años setenta, puesto que sino deberían haber dado comienzo a una represión absurda, como en Argentina ¿Será que la coyuntura actual empuja a este grupo, que es más “del subsuelo” que “de la Sorbonne”, hacia una especie de guerra de las Malvinas bajo la forma de una pandemia, como los militares argentinos hicieron en los años ochenta, colocando el pie en el acelerador?

Zé Dirceu.- Los militares nunca tuvieron el apoyo de la mayoría de los brasileros. En 1966 perdieron las elecciones en Río de Janeiro y en Minas, después de impugnar candidatos inventando la inelegibilidad en el domicilio electoral. Después de esa derrota, justamente por no tener la mayoría, acabaron con las elecciones presidenciales, eliminaron partidos y persiguieron a los representantes legislativos. Había elecciones controladas cada dos años en Brasil, para concejal y alcalde, gobernador, Cámara y Senado, pero no había elección directa para presidente. En 1974, después de seis años de represión (la represión intensa comenzó en 1968), perdieron las elecciones de nuevo: el pueblo fue a las urnas y de los 21 senadores, 16 fueron para el MDB, que era la oposición permitida por la dictadura, y solo 1 para Arena (los otros eran independientes). En 1978, el MDB eligió al presidente del colegio electoral y al sucesor de Geisel. Los militares hicieron entonces el Paquete de abril y cambiaron los criterios de los colegios electorales.

El general Geisel no tenía opción, no tenía más legitimidad, ni siquiera a nivel internacional. Eso lo llevó a encaminarse en una política contra EE. UU., no solamente por los intereses nacionales, sino principalmente por la cuestión de los derechos humanos, ya que el gobierno de Jimmy Carter dio comienzo a una política mundial de condena a los gobiernos que torturaban, reprimían a la oposición y violaban los derechos humanos. Independientemente de cómo Washington utiliza estas cuestiones como instrumento para sus propios intereses imperialistas, el hecho es que pasaron a defender los derechos humanos en Brasil (a pesar de que no los defendían, por ejemplo, en Arabia Saudita, como tampoco lo hacen en la actualidad). Los EE. UU., como ustedes saben, apoyaron a Anastasio Somoza García en Nicaragua, Alfredo Stroessner en Paraguay, Rafael Trujillo en República Dominicana, Augusto Pinochet en Chile, a muchos de los peores dictadores de América Latina, al mismo tiempo en que combatían a Velasco Alvarado en Perú, porque era una dictadura militar nacionalista, popular, que hizo una reforma agraria y comenzó a desarrollar el país.

Creo que también hay un factor histórico: Geisel asumió una plataforma desarrollista, estatista e industrialista, para concluir el proyecto de desarrollo nacional getulista, que era originalmente un programa del Ejército, en un momento en el que este era el más interesado en la industrialización de Brasil, tanto por razones de defensa nacional como por el potencial “conflicto” con Argentina. De esta manera, Geisel creó el segundo plan de desarrollo nacional. Este proyecto de desarrollo estableció que en los sectores estratégicos, cualquier inversión externa debía repartirse entre un tercio del exterior, un tercio privado nacional y un tercio estatal, con el fin de fortalecer a Petrobrás y al BNDES. Está claro que en el proceso Geisel endeudó al país y que los beneficios del crecimiento no favorecieron a las clases trabajadoras (tanto así que aumentó la pobreza, crecieron las favelas, etc.).

Lo que quiero decir es que hubo una reacción a Geisel también a causa de eso: porque interfirió en la sumisión del país a los intereses de EE. UU. Rompió con el acuerdo militar brasilero-americano, que solo se repitió más tarde (por desgracia), creó el acuerdo nuclear con Alemania para importar tecnología y enriquecer uranio (somos uno de los pocos países del mundo, fuera de las potencias nucleares, que enriquece uranio y tiene tecnología para fabricar cualquier artefacto nuclear).

Hoy no veo ninguna disidencia en las Fuerzas Armadas, pero en algún momento surgirá alguna. Es evidente que las contradicciones que atraviesa la sociedad van a entrar ahí también, a pesar de que las Fuerzas Armadas se transformaron en una especie de casta durante los últimos 30 años. El corporativismo ya era un rasgo acentuado, pero ha empeorado: salieron ganando con la reforma previsional, se jubilan sin límite de edad, muchos se jubilan antes de los 50 años, tienen las mejores escuelas, van a ganar ahora la gratuidad de la educación, clausula de representación y una dieta diaria. Tienen su propio sistema de salud, sus propias escuelas, sus casas y departamentos, sus clubes propios, como una verdadera casta. Como en Chile, donde los militares se apoderaron de parte de los ingresos estatales del cobre y apoyaron la política ultraliberal de Pinochet para todo el resto de la población, los militares en Brasil están alineados con Washington. Las Fuerzas Armadas brasileras hoy forman parte de la estrategia militar del Comando Sur de los Estados Unidos. Y ahora recibieron una bofetada de Boeing, incluso habiendo cedido Alcântara y Embraer.

Las contradicciones van a surgir: el sector agropecuario quiere que haya un plan nacional de desarrollo, porque Brasil es totalmente dependiente del exterior para la producción de agrotóxicos, de alimentos, de vacunas, de remedios, porque no concluimos la industrialización de productos químicos finos de los fármacos ni tampoco hicimos una revolución científica y tecnológica. Brasil entró en la fase de automatización de forma tardía, luego en la de robotización y ahora en la de inteligencia artificial.

Cualquier gobierno que quiera que este país sea autónomo e independiente tiene que hacer una revolución educativa y tecnológica, tiene que garantizar los recursos para esto, y la iniciativa privada no va a invertir. Brasil es una potencia científica. No solo es un país que tiene una industria de base, tiene una de las agroindustrias más modernas, tiene también dos factores fundamentales, la soberanía alimentaria y la energética, tiene mercado interno, bancos públicos, base industrial, capacidad tecnológica. Tiene potencial para dar un salto en el desarrollo durante los próximos veinte años.

El mundo va a entrar ahora en una fase de desglobalización y de poderes regionales e intereses nacionales. No hay mayorías estables en Europa y crecen el nacionalismo extremista y la xenofobia antiinmigración. El Reino Unido abandonó la Unión Europea, Alemania ahora le da la espalda a la Unión Europea durante la pandemia (está cuidando sus intereses particulares, como hizo cuando salvó a los bancos propios, durante la crisis que se extendió de 2008 a 2011, mientras hundía a Grecia y a España).

Por lo tanto, será otro mundo. Y los militares tienen que responder al país a esta pregunta: ¿cuál es el futuro de Brasil? ¿Ser un exportador de materia prima y alimentos? ¿Un país que tiene 50% de saneamiento y tiene que construir todavía más de 15 millones de departamentos y residencias? Donde un tercio de la población no tiene acceso a los bienes básicos, 12,5 millones están por debajo de la línea de extrema pobreza y 50 millones por debajo de la línea de pobreza. Tenemos casi 17 millones de brasileros que no tienen ningún ingreso.

La élite brasilera no está a la altura de la realidad de Brasil. Hay mucho egoísmo. ¿Cómo puede un país tener alícuotas de 2 a 6 mil reales de impuesto al ingreso? Si alguien llega a 6 mil, paga la misma alícuota que alguien que gana 60 mil o 600 mil. No se paga impuesto al lujo ni a las ganancias, ni a la herencia ni a las grandes fortunas. La propiedad y la renta no pagan impuestos. Quien paga los impuestos es la clase trabajadora, los paga en los bienes de consumo, que pagan IPTU, IPVA, es lo pequeño y lo micro, además de que los tres bancos se apropian de buena parte del ingreso nacional. La tasa de interés básica debería ser cero en este momento. Y no pagar los intereses de la deuda pública economizaría centenas de miles de millones. Dos tercios de la deuda pública brasilera implican pagar intereses de 4% a 8%, cuando en todo el mundo los intereses son negativos.

Esos altos intereses representan una apropiación de ingresos de la clase trabajadora, de la inmensa mayoría de los brasileros, incluso de los pequeños y medianos empresarios, empresas pequeñas y microempresas, y hasta de algunas grandes empresas. Tereza Cristina [ministra de Agricultura de Bolsonaro], en una reunión ministerial, dijo que el agronegocio no aguanta pagar intereses del 9%, mientras que el trabajador paga 50% para comprar bienes de consumo durables.

Y es evidente que si no se combate la concentración de los ingresos, de la riqueza y de la propiedad, Brasil no podrá salir adelante. Pero la oposición liberal no quiere saber nada de todo esto. Luciano Huck, Armínio Fraga, hablan de la desigualdad, pero no quieren discutir la reforma tributaria ni meterse con los intereses. La clase trabajadora tiene dos formas de participar en la riqueza nacional: mediante los salarios o mediante los servicios públicos universales, el Sistema Único de Salud, la educación pública gratuita de primer y segundo grado, las jubilaciones, el seguro de desempleo, la cultura pública, el espacio público y el subsidio para comprar casas. Brasil tiene que hacer un nuevo programa nacional. Hoy es la pandemia, mañana puede ser el calentamiento global, la miseria y la pobreza lo que llevarán al mundo a una tragedia.

Cauê Seignemartin Ameni y Hugo Albuquerque.- ¿Y el resto de América Latina está caminando hacia lo que fue Argentina en los años ochenta, repitiendo el desastre de la guerra de Malvinas solo que en forma de peste?

Zé Dirceu.- El neoliberalismo, lo que Paulo Guedes quiere hacer en Brasil, lo que Macri hizo en Argentina, lo que Pinochet hizo en Chile, etc. Los pueblos se levantaron y enfrentaron a las Fuerzas Armadas en Chile y en Ecuador, pero no las enfrentaron en Colombia, que se dividió en una guerra civil, y el ejército ni siquiera salió a las calles, dejó al país tres o cuatro semanas parado con manifestaciones. En Ecuador la situación es la misma que en Bolivia. Dieron un golpe de Estado para restaurar el viejo régimen.

Volvimos a lo que era antes, donde se desconoce a los indígenas, que son la mayoría del país, y se desconoce sus diferencias religiosas y lingüísticas. Es como dice ahora el ministro de Educación, Abraham Weintraub: “solo hay un pueblo”. ¿Conocemos este discurso? ¿De dónde viene este discurso de que solo hay un pueblo? ¡Del nazismo! No hay negros ni blancos, no hay hombres ni mujeres, no hay pobres ni ricos, no hay cristianos, umbandistas, espiritistas, agnósticos ni ateos, ¿se entiende? Ya conocemos esto. Los militares están en una encrucijada, tienen una cita con la historia de Brasil, ¿van a cuidar sus intereses corporativos y a alinearse con los EE. UU. y con las depredadoras élites brasileras o van a quedarse del lado del pueblo? Esa es la cuestión.

Cauê Seignemartin Ameni y Hugo Albuquerque.- El ideólogo que está detrás de los militares es el excomunista Olavo de Carvalho, que también tiene influencia en el Ministerio Público, en la Policía Federal y en los tribunales. Escribiendo sobre el fascismo, León Trotsky dijo que el excomunista Mussolini fue uno de los principales ideólogos del fascismo nazi. Olavo parece querer ser nuestro Mussonlini, un excomunista tramando una estrategia nazifascista. Él alega que te conoció y te acusa de ser el gran gramsciano detrás del PT. Como no tenemos una buena biografía para rastrear su trayectoria y entender por qué se acerca a EE. UU., nos gustaría saber quién era él y en qué se transformó hoy.

Zé Dirceu.- En efecto, conocí a Olavo de Carvalho junto a Rui Falcão y otros, como João Leonardo da Silva Rocha, que fue asesinado por la dictadura en la Casa del Estudiante de São João, en la década de los sesenta, donde teníamos un local. Teníamos un mimeógrafo a alcohol y hacíamos reuniones ahí. Yo era el secretario de agitación y propaganda de la disidencia. La imagen que tengo de Olavo de Carvalho es que no tenía carisma ni liderazgo, que era medio intelectual. Hoy sería un yuppie, casi un dandy. No lo recuerdo como un comunista. Eramos todos del Partido Comunista, pero él no se destacaba.

No recuerdo mucho porque no tengo buena memoria. Como dices, él me acusa de ser –título que no merezco, que tal vez merezca Marco Aurélio García– un gramsciano y de haber sido el creador de una estrategia para tomar el poder a partir de Gramsci (hasta tengo el diccionario en la mesa, el Diccionario Gramsciano). Evidentemente el PT es una obra colectiva, no de una u otra persona. En un primer momento, el PT fue un partido plural de muchas corrientes políticas (no es así hoy, que tiene mucho más poder que cualquier corriente política e ideológica). También fue un partido de intelectuales, de gente que podía formular políticas, de historiadores y de filósofos. El PT es una creación colectiva. Olívio Dutra siempre decía que éramos una orquesta.

Olavo de Carvalho construyó la ideología de la extrema derecha brasilera, que es protofascista, pero no construyó una estrategia para tomar el poder. Él estaba en otro lado y fue adoptado como ideólogo por las ideas que pregonaba y se asoció a la aventura bolsonarista –porque esto es una aventura y le está costando caro al país– y, para combatir a la izquierda y al PT, las élites del país conspiraron, sedujeron a su enemigo y durmieron con él, que hoy es enemigo de ellas. Ahora están intentando separarse, quieren un divorcio amigable, pero está difícil porque Bolsonaro no solo quiere reprimirnos a nosotros, sino también a ellas, comenzando por la Rede Globo y por la Folha de São Paulo y el PSDB, que para él son todos comunistas.

Creo que Olavo de Carvalho también tiene ese rol dada la absoluta miseria intelectual de Bolsonaro, de los militares y de las élites brasileras. No hablo de la oposición. Estoy hablando de Luciano Hang, dueño de Madero, o de Flávio Rocha. Lo que dice el Partido Novo no funcionó en ninguna parte del mundo. ¿No vieron lo que sucedió en Argentina, Chile, Ecuador, Colombia y Perú? Los pueblos latinoamericanos no aceptan el neoliberalismo. Esa ideología no tiene lugar en Brasil. Y está hundiendo al mundo entero.

Entonces creo que gran parte de la responsabilidad no es nuestra [del PT]. Por más que hayamos cometido errores en el gobierno, no fueron errores tan grandes como los que cometió Fernando Henrique Cardoso: tipo de cambio fijo, venta de 1 billón del patrimonio por 1000 millones de dólares, aumento de la carga tributaria en un 6%, apagón, desempleo, además de haber quebrado a Brasil dos veces para ir a pedir socorro al FMI con el plato en la mano. Pero el pacto de no votar a Fernando Haddad en la segunda vuelta para seducir al bolsonarismo es otra cosa. El PSDB fue la vanguardia de la reforma laboral y previsional, dos proyectos de Guedes. Es inútil culpar solamente al PSL por el extremismo de derecha, por lo que está sucediendo en el país.

De todos modos, es hora de unir a todo el mundo para sacar a Bolsonaro.

Cauê Seignemartin Ameni y Hugo Albuquerque.- Después de la renuncia de Moro queda más claro que la centroderecha, representada por Estadão, Folha, Globo, Band, parte del agronegocio, el PSDB, el DEM y hasta por el general Santos Cruz, van rumbo a un conflicto con Bolsonaro, lo que podría desencadenar un proceso de impeachment o la anulación de los resultados electorales. Al mismo tiempo, tú vienes de una generación que derrotó a la derecha radical y vio que, por ejemplo, en 1968, la Marcha de los cien mil no debilitó a la dictadura de la misma forma en la que lo hicieron las huelgas del Gran ABC de fines de los años setenta. Dada la coyuntura de la pandemia, ¿cómo podría organizarse esta oposición de un frente amplio, visto que no es posible hacer grandes marchas? ¿Cuál sería la mejor estrategia para unir desde la centro-derecha hasta la extrema izquierda para derribar a Bolsonaro?

Zé Dirceu.- Si se tienen en cuenta las encuestas, se observa que la inmensa mayoría de los empresarios está en contra del lockdown, aun si algunos están a favor del aislamiento. La juventud y las mujeres, las personas con bajos niveles de escolarización y bajos ingresos, son las que más apoyan el aislamiento social. Entre las mujeres y los jóvenes es donde se concentra la mayor oposición a Bolsonaro, fundamentalmente por la cuestión de la libertad. No es solo una cuestión material, no es solo el desempleo, ni tampoco el carácter autoritario. Es el oscurantismo de Bolsonaro y la amenaza a los derechos de las mujeres y a las libertades de la juventud.

Bolsonaro no tiene más apoyo en la superestructura del país, ni en los partidos. Pero todavía tiene bases de apoyo en el Poder Judicial, en el Ministerio Público, en la Policía Federal, en las Policías Militares, en todos los Estados Mayores, en las empresas de seguridad, en las milicias y en las Iglesias neopentecostales. Bolsonaro se quedará solamente con su 20%. Más del 65% del país va a estar en contra: va a desaprobar su gobierno y apoyará el impeachment. El primer problema, para quien calcula hacer el impeachment, es que existe riesgo militar. El segundo riesgo es la guerra civil. Bolsonaro dice que va a reaccionar, y lógicamente no van a aceptar el impeachment. Puede ser que toda esa demostración de fuerza y exhibición desmedida, todos esos discursos de Carlos, Flávio, Eduardo y del propio Bolsonaro, diciendo que están repartiendo armas, como dice el mismo Bolsonaro, para armar “al pueblo” (al pueblo de él), no sea más que una farsa.

Las manifestaciones a favor de Bolsonaro son cada vez menores, y la inmensa mayoría de la clase media es morista, progresista o conservadora (pero está en contra de Bolsonaro). Entonces, ¿dónde buscará apoyo para dar un golpe de Estado? En las Fuerzas Armadas (porque ni el Poder Judicial ni el Parlamento van a apoyarlo). Está intentando reclutar a los partidos “fisiológicos” del centro, pero hay fisuras, a causa de los ataques a los gobernadores.

Bolsonaro está en una contradicción: desde Pará hasta Bahía, los gobernadores apoyan el distanciamiento social, y defienden otra política federativa (y tributaria).  Resultado: el país está en un empate. Como la oposición liberal no tiene coraje, y no pierde de vista a Guedes (a quien quiere preservar), solo le queda [a esa oposición liberal] esperar a ser convocada por Mourão y por las Fuerzas Armadas para hacer una transición por arriba, como hicieron en 1985 y como hicieron con Collor. Como hicieron también con Dilma: dieron un golpe y anunciaron lo que Guedes está haciendo ahora, con el “Puente para el futuro”, que ya había anunciado Temer.

Pero todo tiene un límite. Esto es así para ellos [el bolsonarismo], para nosotros y para la oposición liberal de derecha. Bolsonaro no tiene forma de aprobar en el Supremo, en la Cámara de Diputados ni en el Senado una legislación que transforme el régimen en un régimen unipersonal y autoritario (no sin antes hacer un golpe de Estado). Bolsonaro quiso gobernar por decreto, y el Supremo no se lo permitió. Quiso censurar a la prensa, y el Supremo no se lo permitió. Quiso quebrar la autonomía universitaria, y el Supremo no se lo permitió. Quiso imponer la “Escuela sin Partido”, y el Supremo tampoco se lo permitió. Y muchas de sus decisiones sobre el medioambiente, la educación y la cultura no prosperaron porque el Congreso dejó que caducara la Medida Provisional, o dejó caer el veto presidencial.

Bolsonaro está queriendo repetir el Lava Jato. Lo que comenzó a hacer ahora en Río es poner el tema de la corrupción en el centro de atención, un tema que en Brasil siempre sirvió como instrumento político en la retórica de la derecha. La dictadura y el golpe de 1964 era “contra la corrupción” primero, luego contra la “subversión” (comunista). Es fácil imaginar que hubo corrupción en la época de la dictadura, cuando no se podía investigar ni publicar. De lo que más hablan los militares es del Lava Jato, como si no hubiese corrupción en las Fuerzas Armadas. Ahora mismo apareció la noticia de oficiales de la Marina y del Ejército que estaban robando dinero en un esquema que incluía a empresas para lavar ropa. La Justicia Militar está investigando. Y todo esto es algo que a la prensa le cuesta descubrir. Es necesario hacer una investigación en los tribunales militares de toda la corrupción que hay en las Fuerzas Armadas.

Estamos viviendo un empate que está llegando a un límite. La tendencia es que Bolsonaro está perdiendo apoyo. Muchos creen que será competitivo en 2022, pero falta mucho para eso. Los riesgos que estamos corriendo en la pandemia, la crisis económica que se viene, los conflictos políticos que van a acentuarse… Ver todo eso y pensar que pronto se va a acabar la pandemia y que pronto podrán retomar su política sin que haya lucha política ni lucha social en Brasil es vivir en otro mundo.

La tesis liberal de “menos derechos, más empleos” es puro cuento. El ser humano no acepta la esclavitud, no acepta ser superexplotado como los trabajadores de plataformas. En efecto, los trabajadores de plataformas ya comenzaron a organizarse y a luchar. El problema es: ¿dónde estamos nosotros, la izquierda? ¿Estamos junto a esos trabajadores, luchando y apoyándolos? ¿Fuimos a dialogar, a preparar con ellos una carta de derechos? ¿Les ofrecemos apoyo organizativo y asistencia jurídica? ¡No! ¿Y después vamos a decir que ellos no luchan? Luchan, sí, claro que luchan. Comenzaron a luchar de forma espontánea, de la misma forma en que las mujeres trabajadoras se levantaron en los barrios populares de las grandes ciudades en la década del setenta para luchar contra la hambruna. Lo que cambió la historia de Brasil fue la entrada de los trabajadores en la lucha contra la dictadura.

La oposición liberal parece ver a los militares como una bomba nuclear. Entonces estaríamos en una especie de “guerra fría” contra Bolsonaro. Pero ni Bolsonaro va a aceptar eso, ni el país lo va a tolerar. Habrá un desenlace, tarde o temprano.

Cauê Seignemartin Ameni y Hugo Albuquerque.- El capital terminó recomponiéndose y básicamente hizo de la destrucción del mundo del trabajo su estrategia. Reconfiguró la relación capital-trabajo, la relación de explotación, en nuevos términos: esos trabajadores precarizados son definidos como emprendedores. Podemos tomar también el caso de los “microempresarios” que, hablando estrictamente, si abrimos El Capital, no son capitalistas, pero que aun así se perciben como tales.

Zé Dirceu.- De a poco se van transformando en parte de una economía integrada: un prestador de servicios o un productor asociado a grandes conglomerados, donde hay explotación. Sin contar la explotación por medio de los intereses. De todas formas, la explotación continúa: cada vez participan menos de la riqueza que crean. Aumenta la concentración de la riqueza y la precarización, a medida que caen los ingresos de grandes porciones de las clases trabajadoras. En la década de los setenta, el capitalismo brasilero produjo mucha miseria en las grandes ciudades, pero también generó una clase obrera industrial. Esa clase obrera tenía (y tiene hasta el día de hoy) un salario que es de 5 a 10 veces mayor que los salarios de los sectores del comercio o de servicios.

La contradicción es que no hay forma de que la economía del mundo crezca, ni tampoco la economía brasilera, con ese nivel de concentración de la riqueza que se generó. La revolución tecnológica en curso va a agravar el problema. Es preciso pensar una solución: puede ser un programa de ingreso mínimo, o un sistema de servicios sociales universales, o ampliar el acceso a sectores como el tiempo de ocio, cultura y turismo, generando nuevos empleos, o reducir la jornada de trabajo a cuatro horas. De una forma u otra, es necesario dar una respuesta al problema: ¿qué hacer con la parte de la población que no encuentra trabajo?

Cauê Seignemartin Ameni y Hugo Albuquerque.- Dirceu, tu vienes de la izquierda revolucionaria, que participó en la lucha armada contra la dictadura, pero que a finales de los años setenta se alineó con figuras como Lula, del nuevo sindicalismo, para construir un partido de masas con base en la clase trabajadora. Además de la maduración de las condiciones históricas objetivas de la clase trabajadora, que viene de Getúlio, hubo un gesto político de su parte, de crear un partido que fuese de masas y de izquierda junto a los trabajadores ¿Qué significa ese espíritu de final de los años setenta para el PT hoy? Siempre volvemos a la vieja cuestión leninista: ¿Qué hacer?    

Zé Dirceu.- Lo que hicimos en la década del setenta: ir al pueblo, ir a los barrios. ¿Dónde estamos nosotros, la izquierda institucional, cuando una madre ve que su hijo tiene problemas con las drogas? La Iglesia evangélica le da una clínica. Cuando pierde el empleo el jefe de hogar en una familia, sea hombre o mujer, la Iglesia evangélica lo cuida. Hasta cuando una familia está pasando por una separación, con litigio o sin él, la Iglesia evangélica ofrece terapia para las parejas por medio de la televisión.

Cuando hay un incendio o una inundación en el barrio, ¿dónde está la solidaridad? ¿Dónde estamos nosotros? Esa es la pregunta que tenemos que hacernos: ¿dónde están los sindicatos y los partidos de izquierda? Estamos en la lucha institucional, estamos en los gobiernos. Y todo eso es muy importante. Pero tenemos que volver a construir redes en los barrios, en la vida cotidiana de las personas, en la lucha política y social: formación, asistencia jurídica, vida cultural. Es evidente que estamos luchando del lado del pueblo en lo institucional, en los tribunales, en el Parlamento, en nuestros gobiernos. Basta ver a nuestros gobiernos en el Nordeste, que son un contrapunto a Bolsonaro.

Las izquierdas ya están comenzando a articularse de nuevo, aunque estén atrasadas en lo que concierne a las redes digitales, que desde 2008 son el principal instrumento de la vida política. Nosotros pasamos de 10 a 0 en las redes en 2018. Además nos perdimos el tren de la historia en lo que respecta a las transformaciones del mundo del trabajo: hoy existe una realidad de pequeños y medianos empresarios, microemprendedores individuales, informales, casi todos en los barrios. También está pendiente la renovación generacional de los partidos; nosotros, los viejos dirigentes, tenemos todos setenta años.

El mundo está viviendo una tragedia y los tiempos que se anuncian no son buenos, a menos que ocurran grandes transformaciones. Por lo tanto, es necesario que encontremos y generemos nuevos caminos.

Jose Dirceu fue dirigente estudiantil y guerrillero urbano durante la dictadura. Durante la democracia fue abogado, diputado, jefe de Gabinete de la Presidencia de la República y uno de los principales arquitectos del Partido de los Trabajadores. Recientemente, publicó su autobiografía en la editorial Geração.

Cauê Seignemartin Ameni es editor del Jacobin el Brasil, editor de la autonomía literaria y  uno de los organizadores del pirata literario del partido de Editoras Independentes (FLIPEI). Hugo Albuquerque es editor de Jacobin Brasil, editor de Autonomía Literaria, abogado y director del Instituto Humanidade, Direitos e Democracia (IHUDD).

Traducción: Valentín Huarte, para Jacobin.

Fuente: https://jacobinlat.com/2020/10/07/los-militares-estan-en-una-encrucijada-tienen-una-cita-con-la-historia-de-brasil/