El franquismo disponía de sus herramientas de propaganda y control de las conciencias. Mensajes y discursos que impregnaban el cuerpo social y que oscilaron desde el filonazismo (en el primer franquismo), hasta el pensamiento nacionalcatólico (tras la derrota de la potencia germana y sus aliados en la segunda guerra mundial). Mediante la escuela y los […]
El franquismo disponía de sus herramientas de propaganda y control de las conciencias. Mensajes y discursos que impregnaban el cuerpo social y que oscilaron desde el filonazismo (en el primer franquismo), hasta el pensamiento nacionalcatólico (tras la derrota de la potencia germana y sus aliados en la segunda guerra mundial). Mediante la escuela y los medios de comunicación, la dictadura anuló cualquier atisbo de conciencia crítica y trató de ahormar una sociedad a su medida. Publicaciones como «Escorial», «Revista de Estudios Políticos» y «Arbor» contribuyeron a este fin.
En «Génesis del ideario franquista o la descerebración de España» (Publicaciones de la Universitat de València), Luis Negró Acedo, de la universidad francesa de Caen, explica el predicamento de estas revistas, que ni mucho menos quedaron encerradas en círculos elitistas. El profesor de Historia y Literatura publicó en 2006 «El diario El País y la cultura de las élites durante la transición» y en 2008 «Discurso literario y discurso político del franquismo». Su último libro, publicado en 2014, ha sido presentado esta semana en el Fòrum de Debats de la Universitat de València.
Las intenciones del franquismo respecto a la educación pudieron apreciarse en las Comisiones de Depuración que funcionaron a partir de 1936, y que purgaron desde las escuelas de primaria hasta la universidad. En el ámbito estrictamente ideológico se arremetió contra las corrientes renovadoras que procedían del krausismo (con Julián Sanz del Río, desde mediados del siglo XIX), y que cristalizaron en la Institución Libre de Enseñanza. Prueba de estas embestidas es un libro de la época, «Una poderosa fuerza secreta: la Institución Libre de Enseñanza», publicado por la editorial «Española» en 1940. En una veintena de artículos firmados por cualificados docentes, explica Luis Negró, «se denigra a los institucionistas desde todos los puntos de vista; desde el insulto personal, a la acusación de sectarismo y corrupción».
Además, como se les acusaba de «masones», podían ser objeto de la «Ley contra la masonería y el comunismo» (1940), que establecía tribunales especiales y la posibilidad de imponer la incautación de bienes o las penas de prisión. Pero hay una idea de fondo, que abarca libros de texto, programación de radio, prensa, cine y discursos oficiales. «Las ideas no son buenas por su rigor lógico, contenido o resultados; es bueno lo que es católico», zanja Luis Negró Acedo. Uno de los puntales teóricos de este sesgo fue el filósofo y erudito Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), que en su «Historia de los Heterodoxos españoles» sostiene que en España hay libertad de cultos contra la voluntad del país, y que la fe, la revelación y la ley moral son la base de toda historia. «Delante de una verdad revelada, no cabe el pensamiento crítico», apunta Luis Negró.
Toda una batería legislativa del primer franquismo apuntaba en la misma línea. En 1936 se prohibió la reproducción, comercio y circulación de libros, periódicos, folletos, impresos y grabados de literatura socialista, comunista, libertaria y en general «disolvente». De este modo podía prohibirse casi todo. Otro Decreto de 1937 afectaba a la depuración de bibliotecas, y a destruir o negar el acceso a obras (españolas o extranjeras) peligrosas para los lectores. Las normas en la radio estatal y para la censura cinematográfica eran particularmente estrictas. Con estos mimbres, entre 1940 y 1945, se forja el ideario que regirá el pensamiento oficial hasta la muerte del dictador, en 1975. Hay tres publicaciones que marcan la pauta: «Escorial» (aparecida en noviembre de 1940), «Revista de Estudios Políticos» (enero de 1941) y más tarde «Arbor» (1944). Las dos primeras (con prácticamente los mismos discursos y las mismas firmas) se hallaban en manos de la Falange, mientras que «Arbor» representaba al catolicismo integrista.
Comandada por Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo, «Escorial» fue un punto más agresiva en su adhesión al nazi-fascismo. Pero poco a poco fue escorándose hacia el nacionalcatolicismo (donde convergieron las tres revistas), con un punto de referencia histórico: el Concilio de Trento. La defensa cerrada de la unidad de España no se oculta en los escritos teóricos. Así se expresa Alfonso García Valdecasas, uno de los fundadores de la Falange y primer director de la «Revista de Estudios Políticos»: «En el Imperio Romano los españoles incorporados a la fe católica y a la disciplina imperial, definen esencialmente con afán de unidad y de perfección en la unidad de creencias, la fórmula del credo que va a permitir durante siglos el mantenimiento de esta unidad».
¿Dónde está el reservorio de las «esencias» del país? Sin duda, en los reyes católicos, la España imperial de Carlos V y la de Felipe II. Después vino la decadencia (con los austrias «menores», en el siglo XVII) y la disolución de las esencias, con los borbones y sobre todo con la ilustración. El siglo XIX condensará todos estos males, y al liberalismo se le condenará sin paliativos (excepción hecha de los pensadores «tradicionalistas»: Balmes, Donoso Cortés y Menéndez Pelayo). Según Luis Negró, «el franquismo pasará ‘de puntillas’ por la Restauración antes de llegar a la dictadura de Primo de Rivera, prólogo de la verdadera historia; además, la II República fue sistemáticamente denostada».
Un referente teórico, en campo de la filosofía, fue Luis Vives, humanista del siglo XVI que el franquismo interpretó a su manera. Se le presenta como español, católico y universal, bebedor de las esencias tomistas y agustinianas, pero -recuerda Luis Negró Acedo- «Luis Vives estaba cerca del erasmismo, una corriente crítica del pensamiento católico». A la modernidad (empezando por Descartes) se la juzgará desde la perspectiva cristiana. En la primera época (filonazi) se hará alguna concesión a la filosofía alemana. A veces se cita a Hegel, pero con reparos, y a Heidegger (que pertenecía al partido nazi), pero se descalifica rotundamente a Nietzsche. Un caso singular es el de Ortega y Gasset: «Su racionalismo era difícilmente aplicable al catolicismo ultramontano de la España del momento; pero los falangistas, empezando por Primo de Rivera, habían sido sus discípulos y aplicado la teoría orteguiana de las minorías selectas», explica el autor de «Génesis de la ideología franquista o la descerebración de España».
No es la filosofía sino la teología la que rige los principios de la sociedad española. La «Revista de Estudios Políticos» tomará a Santo Tomás de Aquino y su magna obra, «Suma Teológica», como grandes principios inspiradores. Especialmente, por frases como ésta: «Los hombres se pliegan sin duda al imperio de los demás cuando son súbditos y subordinados. Pero lo hacen libremente, por lo que se requiere en ello cierta rectitud de dirección para dirigirse a sí mismos en el hecho de obedecer a las autoridades». La revista «Arbor» manifestará la misma devoción tomista. Por lo demás, la facultad de Teología será ápice y clave de los conocimientos universitarios.
Luis Negró resalta a otro de los prohombres franquistas, José Corts Grau, catedrático y rector de la Universidad de Valencia entre 1952 y 1967, que en 1943, en las páginas de la «Revista de Estudios Políticos», sentaba cátedra. Considera Corts Grau que el liberalismo destruyó al hombre, lo apartó de la verdad y lo acabó desarraigando de su patria. El catolicismo es, además, «nuestro primer valor espiritual» y vínculo y nervio de España, una nación forjada por la iglesia, el papa y Dios. A todo este pensamiento carpetovetónico no resultaba ajena la idea de «imperio», apoyado en la fuerza y proyectado espiritualmente hacia América Latina. Nada se decía -recuerda Luis Negró- de México, que no reconoció al franquismo, o de los países americanos que acogieron a exiliados. De hecho, la guerra civil había constituido la primera fase de un proceso de «salvación», en el que política y religión caminaban de la mano.
El problema es lo que ocurrió al fenecer el franquismo y principiar la transición. Lo apunta Negró Acedo: «En los estudios sobre la cultura del franquismo realizados por personas de fuera del régimen, se decía que una revista como Escorial era de estirpe liberal». En 1971, José Carlos Mainer, catedrático de la Universidad de Zaragoza, historiador de la literatura y uno de los primeros en estudiar la producción falangista de la posguerra, sostenía la citada tesis. No fue el único. Elías Díaz, catedrático de Filosofía del Derecho, se abonaba a la idea en un libro sobre el pensamiento español publicado en 1974. El 27 de julio de 1976 el diario El País afirmaba en un artículo titulado «Cuarenta años de páramo cultural»: «A estas alturas del siglo continúa en pie y bien vivo el punto cuarto del manifiesto de la revista Escorial». Este punto pedía en 1940 «traer al ámbito nacional los aires del mundo tan escasamente respirados por pulmones españoles y respirados, sobre todo, a través de filtros tan provechosos, parciales y poco escrupulosos». El precio de la transición