A la democracia le hacen bien las expresiones de sinceridad de ciertos actores políticos. Por un lado está esa identificación con algún modo de ser y una expresión de su absoluta transparencia. Y por otro, la doble postura para entender la política. En Ecuador (un país por tradición racista y excluyente) hay cierta inclinación para […]
A la democracia le hacen bien las expresiones de sinceridad de ciertos actores políticos. Por un lado está esa identificación con algún modo de ser y una expresión de su absoluta transparencia. Y por otro, la doble postura para entender la política.
En Ecuador (un país por tradición racista y excluyente) hay cierta inclinación para legitimar quién debe ejercer el poder. Si es blanco o adinerado, se justifica su aspiración a gobernar al resto. Si es cholo, mestizo, indio, afro o montuvio, no tiene ningún sentido. La idea predominante es que no nacieron para gobernar a seres -de algún modo- superiores.
Y eso revela a una actora política que grita a los cuatro vientos que los ‘muertos de hambre’ no pueden ni deben gobernar. Ese país ‘blanco mestizo’, con unos valores y unas estéticas, estaría predestinado a gobernar. El resto, no. Y así se evidencia, en plena campaña electoral, el modo de ser de la política y la justificación para votar por los más ‘blanquitos’.
Por ahora, eso no cae solo en el campo de la anécdota, sino -además- en el reflejo de cómo se asume la política. Y, siendo así, queda claro cuál es la propuesta política que ciertos actores excluyentes y neocoloniales tienen para el país.