En este, nuestro Ecuador, consagrado al Corazón de Jesús por García Moreno, el Santo del Patíbulo, se toma el nombre de Jesús en vano y, por cierto, no existe corazón alguno para albergar a los pobres cuando la naturaleza o las perversiones humanas se ensañan con ellos. Los ejemplos los tenemos a millares surgir a […]
En este, nuestro Ecuador, consagrado al Corazón de Jesús por García Moreno, el Santo del Patíbulo, se toma el nombre de Jesús en vano y, por cierto, no existe corazón alguno para albergar a los pobres cuando la naturaleza o las perversiones humanas se ensañan con ellos.
Los ejemplos los tenemos a millares surgir a lo largo del tiempo, se trate de incendios o inundaciones, de tsunamis o el fenómeno de El Niño, de guerras o terremotos. Si hablamos de guerras, nunca podremos olvidar 1941, el año fatídico de la llamada invasión peruana, que fue realmente una tenebrosa y oculta invasión norteamericana, pues fue la Standard Oil de Rockefeller, asentada en el Perú, la que organizó y atizó la candela para arrebatarle a nuestra patria la Amazonía, entregada por el dictador Federico Páez a la Shellangloholandesa, su gran rival de entonces.
Ocupada, saqueada y martirizada la provincia de El Oro, su población fue obligada a huir por selvas y montañas para salvar la vida de su gente. Así llegaron contingentes de mujeres, niños y ancianos a Cuenca, Loja, Guayaquil y otras latitudes. Eran los pobres de siempre, mientras los ricos huían del país a sus elegantes santuarios en el exterior, apoderándose por míseros centavos de las tierras dejadas por los agricultores damnificados.
Ocho años después de esta tragedia se produjo el Terremoto de Ambato, que mató a cinco mil habitantes y sepultó poblaciones como Pelileo. Gobernando entonces Galo Plaza Lasso, que siempre prefirió el engorde de sus vacas de Zuleta al pan de los desvalidos, constituyó con potentados curuchupas una Junta de Reconstrucción que se abalanzó a devorar la cuantiosa ayuda internacional bajo la bendición del obispo Bernardino Echeverría, luego Arzobispo de Guayaquil y de yapa Cardenal al servicio de la oligarquía del Puerto. Para los damnificados, que sumaban millares de familias, lluvia de promesas y desilusiones. Siempre fue así. Siempre, menos ahora, con ocasión del horrendo terremoto del 16 de abril que azotó principalmente a las provincias de Manabí y Esmeraldas.
En esta ocasión, el gobierno progresista de Rafael Correa encaminó la acción oficial y ciudadana desde el ángulo de servicio real a las poblaciones brutalmente golpeadas por el sismo. Esto ha contribuido al sorprendente clima de activa solidaridad nacional e internacional, que augura un porvenir optimista y constructivo.
Claro que no han faltado casos de aprovechadores de la ocasión con agendas de beneficio propio, especialmente electoral, unos cuantos dentro de las filas oficiales y otros, muchos más, dentro de los opositores.
Así tenemos que la viveza criolla, manejada siempre con éxito por los sectores dominantes y los políticos que los representan, piden convertir a las provincias afectadas en «zonas francas», biombo detrás del cual se ocultan los aptitos por establecer aquí paraísos fiscales semejantes a Panamá y países del Caribe.
Por su parte, algunos columnistas de los grandes medios claman porque, dada la situación, el gobierno se amplíe hasta convertirse en una especie de «junta de notables», en la que participarían momias y momios que han hecho la desgracia del Ecuador en las últimas décadas.
Por fortuna, en el país avanza paso a paso una necesaria conciencia histórica, que defiende y propugna que aquí el único notable es el pueblo. No los vivos de siempre, que igual saquean los bolsillos ajenos que las tumbas donde deben reposar tranquilas y respetadas las víctimas de la gran tragedia.
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