El escritor rastrea el siniestro origen de grandes fortunas en una nueva novela de su antihéroe Juan Urbano «En el ‘president’ Torra hay una mezcla de hombre de paja y pirómano que puede dar con todo al traste», dice
Benjamín Prado (Madrid, 1961) creó hace ya tres lustros a su investigador Juan Urbano, un antihéroe ilustrado, profesor de lengua y literatura, llamado a protagonizar una serie de diez novelas «merodeando distintos géneros». Los treinta apellidos (Alfaguara) es la cuarta que llega al lector y responde al deseo de su autor de «escribir una de piratas». A caballo entre la historia y la intriga, cabalga entre el pasado y el presente. Rastrea el siniestro origen de algunas de las grandes fortunas españolas, cimentadas sobre negocios tan oscuros como el tráfico de esclavos. Constata cómo diversificaron sus negocios a lo largo de dos siglos, cómo ocupan hoy su lugar en los mercados bursátiles y el tiburoneo financiero defendiendo sus intereses «caiga quien caiga».
«Los negreros españoles blanquearon muy bien su dinero», admite Prado, que comparte con Balzac y con Lope de Vega la convicción de que «detrás de cualquier gran fortuna hay un crimen». Cree «que la historia siempre es una intriga» y le divierte escribir novelas «que me enseñen cosas sobre momentos de nuestra historia, sobre cómo afectaron a determinadas personas en determinados lugares y épocas». En esta ocasión la Cataluña y la Galicia que se enriquecieron comerciando con seres humanos.
Cada novela de la serie de Juan Urbano juguetea con un género. «Gente que camina con el histórico; Operación Gladio, con el de espías y Ajuste de cuentas, con el negro». «Pero esta es de piratas y negreros», dice su autor. Precisa que «hoy los piratas están en su casa sentados delante del ordenador, que es lo que ahora llamamos navegar», y cuenta «cómo algunas de las grandes fortunas españolas proceden el tráfico de los esclavos que cazaban en Guinea y vendían en Cuba».
«Alguien muy poderoso de nuestra economía dijo en un corrillo que ‘nosotros llamamos al Ibex 35 el treinta más cinco, porque hay cinco que entran y salen, que si Zara, que si Mercadona, y los otros somos las 30 familias que llevamos mandando en España desde hace 200 años», explica Benjamín Prado, dando claves de título y de la conexión ente dos épocas.
Un pasado y un presente conectados por lo peor de la condición humana. «Salvadas las distancias, no es lo mismo ir a un país y cazar a lazo a 500 personas, meterlas en un barco y llevarlas al otro lado del Atlántico y vender a las cien que han sobrevivido tras matar a 400 a palos que tener un niño cosiendo balones en Bangladés durante 16 horas al día y pagarle veinte céntimos», plantea. «Pero sigue siendo explotación, otro tipo de esclavitud, y sigue explicando cómo persiste la situación a la que alude el título».
Entre esos apellidos estaban algunos de los negreros españoles «que blanquearon muy bien su dinero, porque lo hicieron en favor de la Corona», asegura Prado. Nobles aristócratas para quienes se creo el Senado, «llamado por eso Cámara alta, decorativa para unos, cementerio de elefantes para otros, pero que permite que algunos puedan preservar sus prebendas e inmunidades».
«Tener determinado apellido te obliga a defender unos intereses que pueden no coincidir con lo que deseas. A defender unos castillos que se tratan de tomar al asalto y no acariciando los muros», plantea Prado. «La novela se pregunta si es obligatorio defender por el apellido cosas nada limpias, más bien muy oscuras», y se centra en dos linajes, uno catalán y otro gallego, que acabarán unidos: los Quiroga de Feijóo y los Espriu i Maristany.
El apellido catalán lo porta Juan de Maristany, «un negrero del Masnou que, entre otras cosas, se cargó la cultura rapanui». «Apareció por la Isla de Pascua, se llevó a casi todos los varones, que se le murieron, y a los sacerdotes guardianes de la lengua rapanui que ha desaparecido. Los dos o tres varones que volvieron a la isla lo hicieron con las enfermedades europeas que contagiaron a los demás, así que si no sabemos nada de las estatuas, de los moáis, es porque Juan de Maristany saqueó la isla y masacró a su gente».
La novela es también «una crítica del nacionalismo», del que Prado abomina. «Soy internacionalista y no me gusta ningún nacionalismo, ni el español, ni el catalán ni el serbio». «Hay que eliminar fronteras, no crear nuevas, y dejar de llamar a las personas ilegales», reclama. «Estamos a punto de llegar a Marte cuando en realidad retomamos a la Edad Media. Retrocedemos hablando de guerras de identidad, de conflictos raciales y guerras religiosas». Es «un fracaso de la civilización» para Prado del que sería una prueba la situación en Cataluña, que espeluzna al escritor. «En el ‘president’ Torra hay una mezcla de hombre de paja y pirómano que puede dar con todo al traste».
Juan Urbano, escritor por encargo -«negro a mucha honra»- que cita a Lope, a Quevedo y a Cervantes, «es cada vez menos escéptico». «Del cinismo al civismo, está haciendo un camino muy largo tras cambiar una sola letra», se felicita su creador. «Ha comprendido que en esta vida merece la pena comprometerse con causas que considera justas, razonables y sensatas, y seguirá en ello», concluye.
Fuente: http://www.elnortedecastilla.es/culturas/libros/benjamin-prado-negreros-20180522214322-ntrc.html