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Los oligarcas necesitan padrino (o madrina)

Fuentes: Descolonización: Política y Cultura

En 1862 un grupo de terratenientes aragüeños se dirige a la Reina de la Gran Bretaña, en una carta que Federico Brito Figueroa incluye como anexo en su Historia Económica y Social de Venezuela.

Los susodichos terratenientes comienzan describiendo el “estado de anarquía” que, desde su punto de vista, reinaba en Venezuela y en “estos pueblos” de América Latina, que para ellos son todos iguales:

“… una guerra atroz ha venido a ser como el estado normal de estos pueblos, convertidos ya en muchas partes en hordas nómadas que viven en los bosques de donde salen para caer sobre el caminante indefenso, sobre los campos y los pueblos, que roban, destruyen y acuchillan sin piedad, persiguiendo de muerte al hombre laborioso y manteniendo a los propietarios despojados de sus propiedades que ellos poseen y disfrutan.

«Donde tantos crímenes se cometen de un carácter tan atroz, no puede caber duda de que hay una total ausencia de toda autoridad superior que pueda suprimirlos, y aun parecerá increíble, pero es lo cierto que en muchos casos y con frecuencia las mismas autoridades y el Gobierno de la nación apoyan y protegen los mismos desafueros que debían castigar”.

Para ellos, el estado que describen (la “situación-país”, como les gusta decir a algunos que hablan como agentes de un organismo transnacional) ha ocasionado “la relajación de costumbres, ha hecho nacer la holgazanería y el pillaje, que ocupan el lugar del trabajo y la economía, fuentes principales de toda riqueza pública y particular”. Y la salida que encuentran a la degradación en que encuentran al país no es otra que requerir el auxilio de una potencia extranjera. En sus palabras:

“Es un deber que tienen las naciones civilizadas de Europa de tender la vista a estos países e intervenir en ellos de una manera directa cuya intervención no podrá menos que producir los mejores resultados”.

Y entre todas las naciones “civilizadas” se invoca la intervención de la Gran Bretaña:

“Ninguna de las naciones de Europa puede con más ventajas poseer a Venezuela como la Gran Bretaña, y creemos que le sea más ventajosa esa posesión que la que tiene en la India Oriental. El paso que en esta materia debe darse está muy indicado, y aun es de extrañarse que hasta ahora nada se haya hecho en esto. Hay en Venezuela, entre los hombres pensadores, la opinión de que conviene a ésta desprenderse del territorio de la Guayana y negociarlo en la Gran Bretaña, pagando con él la deuda extranjera contraída con súbditos ingleses, y además la deuda externa de la República que reconocerá o pagará en los términos que se estipule, que ambas deudas no montan a diez millones de libras esterlinas. Esta opinión es mayor cada día, pero la multitud, el populacho y los demagogos se oponen a este traspaso de territorio, o por lo menos no manifiestan buena voluntad a que se realice tal idea”.

Ni más ni menos, planteaban vender la mitad del territorio de la república, toda aquella Guayana ubicada al sur del Orinoco, incluyendo la Guayana Esequiba, pero también los actuales estados Bolívar y Amazonas; estas tierras les parecían ricas y deshabitadas, intercambiables por la “deuda externa”. En el desventajosísimo intercambio les quedaría a ellos la seguridad de contar con la protección de la reina británica. La oposición entre los “hombres pensadores” y “el populacho” es muy clara. Por eso se denuncian los males de la “oclocracia” (el gobierno de los plebeyos), y se fija una posición clara sobre la democracia:

“… este malestar tiene su principal origen en la ignorancia de sus habitantes, y muy particularmente en el gobierno republicano que adoptaron después de su emancipación, pues la experiencia tiene bien comprobado que tal sistema de gobierno es de poca duración, muy principalmente en aquellas naciones en que la civilización no fuera un fuerte contrapeso para darles vida por algún tiempo, y luchar con los gravísimos inconvenientes que encierra el sistema democrático, especie de utopía que ha caído en el más completo descrédito”.

Para la oligarquía de estas tierras, el mayor prestigio era considerarse “herederas de los conquistadores”. Su orgullo existencial era, ha sido y parece que sigue siendo, sentirse europeas, apenas prestadas a Venezuela, donde viven, ejercen su poder y se enriquecen con el trabajo de otras y otros. La separación con el pueblo de pardos, indios, afrodescendientes e incluso con los blancos pobres, les resultaba (y les resulta) un factor de identificación, de distinción, el origen de sus derechos y la razón de su supuesta superioridad. Por algo, entre las rutinas de estas familias siempre estuvo enviar a estudiar a sus hijos a Europa. Se sienten extranjeros en su propia tierra, poblada de ignorantes y de hordas que tendrían que estar felices del yugo que ejercen sobre ellas.

Cuando los oprimidos y las oprimidas se levantan y reclaman sus derechos y la igualdad prometida por la República, como era el caso por allá en 1982 (pero sigue siendo cada vez que el pueblo pretende exigir su dignidad de iguales), piden el auxilio de aquellos a quienes consideran “civilizados”: Para entonces los británicos, ahora los anglosajones del Norte.

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