Mi compañera de departamento en la Universidad de California Fatima El-Tayeb lleva años estudiando la cultura y la historia de las minorías étnicas, religiosas y sexuales en Europa. Una de las tesis fuertes de su trabajo es que Europa se dice laica, tolerante y libre de racismo (en muchos países se cuestiona incluso la validez […]
Mi compañera de departamento en la Universidad de California Fatima El-Tayeb lleva años estudiando la cultura y la historia de las minorías étnicas, religiosas y sexuales en Europa. Una de las tesis fuertes de su trabajo es que Europa se dice laica, tolerante y libre de racismo (en muchos países se cuestiona incluso la validez de la raza como categoría de análisis sociocultural), pero en realidad se piensa consciente o inconscientemente como blanca y cristiana. Esta realidad, según El-Tayeb, tiene que ver con la incapacidad de los países Europeos para lidiar con su pasado colonial; un pasado apuntalado de maneras diferentes sobre la supremacía del hombre blanco occidental cristiano sobre sus suborddinados de color no occidentales y no cristianos. ( sobre El-Tayeb ver: https://muse.jhu.edu/journals/american_quarterly/related/v060/60.3.el-tayeb.html)
La virulencia e intensidad que está tomando el debate sobre el velo en Francia y en distintas partes del Estado español no hace sino confirmar las tesis de El-Tayeb. La prohibición del velo y otros atuendos -el burka o el hiyab– que apuntan bien hacia la práctica del islán o hacia la proveniencia de países no occidentales sirve para reforzar la supremacía blanca occidental. En este contexto, el Islán no es simplemente una opción religiosa más – como cree el multiculturalismo más laxo del PSOE-sino una marca étnica de otredad que se vuelve por diferente, insoportable a la mirada blanca europea. Algunos lectores objetarán que España nada tiene que ver con el colonialismo moderno belga o francés ni con nociones de supremacía blanca de la sociedad norteamericana, pero España tiene el dudoso privilegio de haber inaugurado la modernidad colonial y de haber acuñado un concepto como el de «pureza de sangre», una amalgama de religión, racismo biológico y etnocentrismo que, después de cuarenta años de promoción franquista –¿recuerdan el día de la raza?–, sin duda sigue vivo en la sociedad española. Es verdad que los trabajadores inmigrantes españoles de los años sesenta y setenta fueron racializados junto con sus pares del sur de Europa, pero también es cierto que la presencia de la población Romaní (gitana) durante siglos en España y las brutales condiciones de exclusión y racismo a las que les hemos sometido y les seguimos sometiendo han servido para reafirmar nuestra condición de blancos europeos. Los gitanos son percibidos como gitanos, entre otras cosas, para que nosotros sigamos siendo blancos, payos.
El debate sobre el velo, por tanto, no es nuevo sino que está necesariamente contaminado por los pasados coloniales europeos y sus nociones de superioridad blanca occidental, también el español que durante buena parte del siglo XX ocupó países del norte de África con presencia islámica. Los intentos por prohibir el velo en los espacios públicos pueden retrotraerse, como ha señalado Antonio Cuesta, al siglo XIX, momento en el que Lord Crommer, administrador británico de Egipto decidió prohibir el velo y erigirse «en emancipador de las mujeres egipcias al afirmar que la sociedad y la religión islámica estaban atrasadas y eran claramente inferiores a la cultura europea» (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=100311). Pero más allá de los orígenes coloniales de la prohibición del velo, el debate reestablece un campo de visión netamente colonial en el presente. De un lado estamos nosotros: los occidentales blancos, europeos, avanzados, tolerantes y supuestamente laicos y del otro lado están ellos (y sobre todo ellas): bárbaros, atrasados, incivilizados, practicantes de una religión y unas costumbres intolerantes y regresivas. De un lado estamos los salvadores, los mesías del occidente y del otro esas mujeres que tienen que ser salvadas de los brazos de esos hombres de piel cetrina, bárbaros que las someten a la más cruel y abyecta de las sumisiones. ¿En qué se diferencia esta forma de estructurar la realidad de las justificaciones imperialistas de W. Bush para «liberar» a los iraquíes del yugo de Sadam Hussein?
Uno no tiene que estar a favor de la mutilación femenina o de Sadam Hussein para afirmar que la liberación es un asunto interpersonal y colectivo que atañe fundamentalmente a los pueblos y colectivos oprimidos y subyugados. No se puede liberar a bombazos ni por decreto ley. Pero además: ¿a cuántas mujeres que llevan el velo hemos escuchado dar su opinión sobre el asunto? ¿Cuántas lo llevan por motivos diferentes a los que imaginan nuestras mentes blancas europeas? No podemos responder a estas preguntas porque no escuchamos, simplemente nos limitamos a transformar el cuerpo de estas mujeres en un campo de batalla sobre el que proyectamos nuestras propias ansiedades raciales, religiosas y económicas. Baste recordar aquí que muchas de las imágenes de mujeres llevando el burka que aparecen en los medios no son ni siquiera de España, están ahí simplemente para representar el espacio colonial descrito antes. En este sentido, no puede sorprender la vehemencia con que la senadora del PP Alicia Sánchez Camacho defiende la prohibición del velo en los espacios públicos; superficialmente puede que veamos en la senadora a una mujer libre, moderna y europea, pero en el fondo su discurso no hace más que defender lo que la derecha ha defendido siempre: España, una, grande y libre, Santiago y cierra España que aquí frente a las apariencias seguimos siendo católicos.
Tiene razón Santiago Alba Rico cuando defiende que frente al debate sólo hay dos opciones: o aceptamos todos los símbolos religiosos y no religiosos en las escuelas o forzamos a todos los estudiantes a llevar uniformes exactamente iguales. Y añade, «Prohibir el uso individual de símbolos religiosos en nombre del laicismo significa en realidad -al revés- prohibir el uso laico de los símbolos y, en consecuencia, reconocer legalmente su monopolio por parte de doctrinas o instituciones religiosas» (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=105478) . De hecho, ¿Cómo se pueden dar lecciones de laicismo cuando, entre otras cosas, el Estado español gasta 650 millones de euros en financiar a profesores de religión católica en centros públicos? España con cuarenta años a las espaldas de nacional-catolicismo es el país menos indicado para liberar a otros de la intolerancia religiosa.
Esto, sin embargo, no significa que no podamos ser solidarios con los inmigrantes. De hecho, mientras intentamos prohibir el velo a voces y por decreto ley sin escuchar a las mujeres que lo llevan, en Orihuela, el pueblo de Miguel Hernández, Noura Benrabah, una marroquí de 25 años es expulsada de un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) y deportada a su país, a pesar de estar pendiente un juicio, porque el policía que la custodiaba abusó sexualmente de ella en la comisaría alicantina (Público 13 de julio del 2010). Noura presentó la denuncia a instancias de una agente que la animó a denunciar el caso, pero con todo y con eso fue deportada el pasado 12 julio y se encuentra en paradero desconocido. Si de verdad queremos contribuir a la emancipación de las mujeres musulmanas e inmigrantes deberíamos luchar por que se le haga justicia a mujeres como Noura que son abusadas sistemáticamente en las comisarías y Centros de Internamiento de Extranjeros, mini-guantánamos que por cierto también deberíamos ayudar a cerrar. Mucho me temo que en lugar de estas luchas solidarias estamos muy ocupados en proyectar nuestras ansiedades sobre el velo y en acusar a los inmigrantes de copar la seguridad social, de «invadir» nuestras escuelas públicas y de recibir créditos y ayudas por delante de los propios españoles. Estas historias xenófobas y nada originales arrecian con la crisis económica, pues como explicó Etienne Balibar el racismo anti-inmigrante funciona como distractor y mecanismo de compensación para las clases asalariadas autóctonas. Cuando se pierden derechos sociales y poder adquisitivo acumulados durante años tranquiliza pensar que hay otros que tienen incluso menos, porque han sido despojados de sus derechos de ciudadanía y de sus papeles.
Ojalá me equivoque, pero de no canalizar el descontento y la pérdida de derechos sociales, en España podemos ver muy pronto conflictos raciales todavía más violentos de los que se dan ahora. Por eso, ahora más que nunca se hace imprescindible una alianza multiétnica de los trabajadores asalariados frente al avance salvaje de las políticas capitalistas. Gritemos alto y fuerte: Los inmigrantes no nos quitan el trabajo son los banqueros quienes lo hacen; los cuerpos de las mujeres inmigrantes no coartan nuestra libertad, es el cuerpo nacional de policía al servicio del capital quien lo hace; los inmigrantes no colapsan la seguridad social, la seguridad social colapsa por los ajustes que impone el FMI y la Unión Europea; mi enemigo no es el que habla otro idioma, practica otra religión o tiene otro color de piel, mis enemigos son los dueños del dinero (Botín, Díaz Ferrán) y sus cómplices (Zapatero, Rajoy); con velo o sin velo somos todos iguales, porque, como dicen los zapatistas, somos todos diferentes. Somos dueños de una parte de nuestro destino, descartemos una solución racista para la crisis, elijamos la lucha solidaria en la mejor tradición internacionalista mundial.
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