Publicado en Temas para el Debate nº 158, enero de 2008
Hace treinta o cuarenta años existían lugares en el mundo en donde los muy ricos, las grandes fortunas del globo podían acudir para poner a buen recaudo una parte importante de sus patrimonios. Eran una especie de «caja B» que servía para ocultar el origen poco apropiado de sus bienes, para hacerlos invisibles a los ojos de las autoridades o simplemente para proporcionar seguridad y vías de escape ante circunstancias que se tomaran como poco propicias o peligrosas.
Pero, a diferencia de lo que hoy representan los paraísos fiscales, no se podía considerar que fuesen lugares en los que se llevaran a cabo operaciones económicas en el sentido estricto o pleno del término.
Los nuevos paraísos no son meros depósitos sino auténticos espacios económicos especializados en proporcionar un nuevo y específico tipo de cobertura a un nuevo y singular tipo de operaciones económicas y financieras. Los paraísos fiscales son naciones o territorios que se organizan expresamente para servir de centros financieros a no residentes y para ello se caracterizan, fundamentalmente, porque no establecen impuestos sobre las operaciones o ganancias que allí se realicen, o porque solo lo hacen de forma simbólica, porque garantizan el completo secreto sobre lo que se lleva a cabo en su interior y porque no exigen que las sociedades que operen allí tengan una efectiva presencia física.
Hoy día, la práctica totalidad de las grandes empresas del mundo y sobre todo los bancos (desde luego también las más grandes de España como Telefónica, Repsol, La Caixa, Banco de Santander, BBVA, las grandes constructoras…) tienen filiales en estos paraísos, allí mismo obtienen altos beneficios y gracias a ellos disfrutan en otros lugares de condiciones más favorables.
Puede decirse, por tanto, con total rotundidad que los nuevos paraísos son la base de las operaciones financieras de la nueva economía globalizada de nuestra época.
Lo paradójico es que, en realidad, y gracias a esas características señalas, las empresas que se instalan en un paraíso fiscal solo existen virtualmente. La mayoría de ellas son filiales que no cuentan sino con una línea de teléfono y alguna representación compartida porque no van allí nada más que a cubrir objetivos que no requieren presencia operativa muy compleja:
– Ubicar en esos lugares los beneficios corporativos para no tener que pagar impuestos.
– Realizar operaciones de emisión de títulos de todo tipo que no serían permitidas en los países normales en los que actúan.
– Ocultar situaciones de endeudamiento o de dificultad, gracias al secreto garantizado, para permitir así que las cotizaciones de sus activos sean artificialmente más elevadas.
– Realizar blanqueo de dinero o traficar con fondos ilegales y criminales procedentes del comercio de armas, de drogas, de personas o destinados al terrorismo. O ambas cosas a la vez.
Con poco más que un teléfono y una mínima representación jurídica las grandes empresas y financieros del planeta disponen en estos paraísos de la estructura suficiente puesto que lo que llevan a cabo son simples operaciones contables, órdenes de compra y venta, inversiones especulativas y, en definitiva, la pura ingeniería financiera que hoy día inunda los mercados financieros.
Eso es lo que explica, por ejemplo, que en tres microterritorios del Pacífico como Anguilla, Barbados y las Islas Vírgenes británicas haya cerca de 60.000 sociedades, que en Liechtenstein (con poco más de 30.000 habitantes) se encuentren radicadas 40.000 empresas, que en Nauru, una isla del Pacífico de solo 21 kilómetros cuadrados, haya 400 bancos, o que en las Islas Caimán (30.000 habitantes aproximadamente) estén domiciliados 544 bancos, 70 fondos financieros y 30.000 compañías flotantes y que sea el quinto centro financiero mundial.
La razón de ser de los paraísos fiscales
La aparición de los paraísos fiscales y su utilización absolutamente generalizada por los bancos y las grandes empresas del planeta no es una simple casualidad histórica. Como tampoco el hecho de que sean los propios gobiernos que a veces dicen querer terminar con ellos quienes les proporcionen la base material para que puedan existir. El gobierno español, por ejemplo, concedió en 2002 a Gibraltar, que tiene unos 28.000 habitantes, 100.000 números telefónicos pertenecientes al plan de numeración español, lógicamente, no para que hablaran del tiempo entre ellos; y la Unión Europea permite, al menos hasta 2010, que allí se puedan seguir registrando las sociedades ficticias utilizadas en el blanqueo de dinero, en la especulación de todo tipo y en la financiación de operaciones al margen de las leyes continentales.
Estos paraísos son un instrumento necesario y consustancial a la nueva lógica que gobierna la economía mundial desde finales de los años setenta.
Diversos factores produjeron entonces la configuración de un nuevo tipo de actividad financiera que se superpuso a la tradicional actividad productiva como fuente de beneficio y, en consecuencia, como destino privilegiado de los recursos. Los más importantes fueron tres:
– La sobreabundancia de dólares en los mercados que a su vez fue consecuencia de otras cuatro circunstancias: la gran demanda de créditos para hacer frente a las deudas pública y privada que generó la crisis, la subida en los precios del petróleo, la sobreoferta ocasionada por la depreciación del dólar que originó el resurgir de las economías occidentales que habían quedado destruidas en la guerra, y el incremento espectacular de los beneficios empresariales que se fue propiciando a medida que se iban aplicando las medidas de ajuste neoliberales en todo el mundo.
De esa forma fue creciendo un flujo financiero que poco a poco superaba y se separaba de las transacciones comerciales.
– La aparición de las nuevas tecnologías que permitiría hacer un uso mucho más rápido de ese flujo financiero, llevar a cabo operaciones instantáneas y movilizar el dinero sin ningún tipo de limitación, con extraordinaria rapidez y bajísimo coste, hacia cualquier punto de planeta.
– La desregulación y completa liberalización de los mercados financieros.
Hasta entonces, la gestión de los recursos financieros disponibles se realizaba con el fin de facilitar la puesta en marcha de los negocios productivos que eran la fuente principal de los beneficios. Por eso se encontraban fundamentalmente concentrados en la esfera nacional. Pero cuando se fueron acumulando activos financieros, cuando los mercados financieros se independizaron de los mercados de mercancías y cuando apareció la posibilidad mencionada de movilizar el dinero con extraordinaria rentabilidad por todo el globo, se hicieron desaparecer las fronteras financieras y surgió el auténtico y quizá único mercado completamente globalizado de nuestra época: el financiero.
En la teoría económica no hay la más mínima prueba de que este completa liberalización de los movimientos de capital sea eficiente o mejor que su control por las autoridades monetarias. Pero a pesar de su falsead, se impuso la idea (que a Margaret Thatcher le gustaba reiterar) de que los mercados financieros liberalizados son siempre eficientes.
Lo que en realidad estaba ocurriendo es que había aparecido una nueva forma de ganar dinero: comprando y vendiendo dinero bajo la forma de activos financieros cada vez más sofisticados.
Los grandes empresarios y financieros ya no comprarían divisas, por ejemplo, para invertir en empresas de otras naciones, sino para venderlas rápidamente en los mercados. Incluso ya no se compran acciones para disponer de nuevas empresas que produzcan más bienes y servicios, sino para hacer subir su precio por cualquier medio posible y venderlas de nuevo… y así incesantemente en todos los lugares y a todas las horas del día.
Keynes había afirmado con razón que la única posibilidad de garantizar el buen funcionamiento como suministrador de recursos a la actividad productiva era que hubiera separación entre ahorradores e inversionistas. Y eso es precisamente lo que ha desaparecido hoy día. Los ahorradores y los inversionistas son los mismos, los que ahora ganan más dinero que nunca: los grandes fondos, las empresas multinacionales, los bancos internacionales, es decir, los llamados «inversores institucionales».
Y esa confusión es lo que crea inestabilidad y lo que ha hecho que la lógica de las finanzas especulativas sea la absolutamente predominante y la que rige en la economía mundial.
Es de esa forma que la economía mundial se ha convertido en un auténtico casino, como dijo el Premio Nobel Maurice Allais. Y Keynes decía que generalmente se está de acuerdo en que los casinos, por el interés público, deberían ser inaccesibles y caros.
Pero lo que ha ocurrido es exactamente todo lo contrario: la expansión de la ideología liberal ha extendido la convicción de que las reglas y los controles que pongan trabas a los mercados (aunque éstos sean en realidad tan ineficientes y problemáticos como los financieros) son indeseables y, sobre todo, que cada uno ha de resolver su vida como pueda, de modo que cada vez se aboga más indisimuladamente por la eliminación de impuestos.
El orden social y económico que genera todo eso y en el que vivimos es, en realidad, el capitalismo de siempre pero ahora sin frenos ni límites, en el que los que tienen dinero pueden hacer lo que quieran para ganar más dinero. Y los paraísos fiscales son simplemente su expresión más paradigmática o quizá más exagerada: la muestra de que las grandes compañías y los empresarios y financieros más potentes del mundo no quieren trabas a la hora de contabilizar su beneficio.
Juan Torrez López es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga (España). Su web personal es www.juantorreslopez.com