Entrar en contacto con la obra de José Martí constituye una experiencia fascinante, que nos pone en contacto una rara oportunidad de conocer, en un mismo autor, una visión del mundo dotada de una ética acorde a su estructura, esto es, el núcleo más vital de una cultura, en el sentido en que la entendía […]
Entrar en contacto con la obra de José Martí constituye una experiencia fascinante, que nos pone en contacto una rara oportunidad de conocer, en un mismo autor, una visión del mundo dotada de una ética acorde a su estructura, esto es, el núcleo más vital de una cultura, en el sentido en que la entendía aquel Martí de los italianos que fue Antonio Gramsci. En esa perspectiva, y precisamente por su valor para la tarea de conocernos y ejercernos nosotros mismos en nuestra propia circunstancia, conviene llamar la atención sobre tres grandes peligros que nos acechan en la obra de Martí: el del anacronismo, que nos lleve a asumir como si fueran contemporáneos pensamientos y situaciones correspondientes al último cuarto del siglo XIX; el de la fragmentación, que nos mueva a recordar y citar frases aisladas de su obra, al calor del enorme atractivo estético y moral de su palabra escrita, y el de olvidar su humanidad, esto es, el hecho de que si lo sentimos como un contemporáneo, ello se debe a que fue por entero un hombre de su tiempo, como intentamos nosotros serlo del nuestro.
Ante estos peligros, no hay recurso mejor que leer a Martí desde las advertencias de su propia obra, en particular aquella que hiciera en 1894 a los que deseaban intervenir en el debate sobre la lucha por la independencia de Cuba:
Estudien, los que pretenden opinar. No se opina con la fantasía, ni con el deseo, sino con la realidad conocida, con la realidad hirviente en las manos enérgicas y sinceras que se entran a buscarla por lo difícil y oscuro del mundo. Evitar lo pasado y componernos en lo presente, para un porvenir confuso al principio, y seguro luego por la administración justiciera y total de la libertad culta y trabajadora: ésa es la obligación, y la cumplimos. Ésa es la obligación de la conciencia, y el dictado científico.1
Encarar estos peligros desde tal advertencia, es, sin duda alguna, la manera mejor de construir sobre un terreno realmente sólido y fecundo el vínculo que nos permita asumirlo como nuestro contemporáneo.
Atendiendo a lo anterior, quizás convendría empezar primero por el tercer peligro. La obra de Martí, en efecto, no nace ya completa, como Palas Atenea de la cabeza de Zeus en el mito griego. Ella expresa, por el contrario, un largo proceso de forja de la vida misma – la inteligencia, la afectividad, y sobre todo el carácter – del autor, desde la disyuntiva con que se lanza aún adolescente a la vida política en 1869 – «O Yara, o Madrid» -, hasta el párrafo admirable de su carta inconclusa a su amigo mexicano Manuel Mercado, que escribía en la víspera de su muerte en combate, 26 años después:
[…] ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber – puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo – de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencia ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.2
La vida en que tuvo lugar esa forja fue tan intensa como dura y compleja. Aunque carecemos de una biografía adecuada, aportes como la valiosa cronología elaborada por el historiador Ibrahim Hidalgo nos dan cuenta de una infancia y una adolescencia vividas en condiciones de modestia que lindaban con la pobreza, atemperada y enriquecida por afectos y solidaridades como los de su maestro, Rafael María Mendive, y de su amigo y compañero Fermín Valdés Domínguez. Esa adolescencia culmina en 1870, con la condena a trabajos forzados primero, y al destierro en España después, impuesta por las autoridades coloniales españolas en castigo por sus actividades de propaganda a favor de la independencia de Cuba.
España, 1871 – 1874; México, 1875 – 1876; Guatemala 1877 – 1878; Cuba, 1878 – 1879; Nueva York, 1880; Venezuela, 1881; Nueva York, 1881 – 1895 y, en ese año final, Cuba otra vez y para siempre. Ese es el periplo fundamental de su existencia, a lo largo del cual se enamora, tiene un hijo, ve fracasar su matrimonio, debe vivir lejos de los suyos, sufre reveses, es expulsado de su país y de países que ama como al suyo propio, y habita durante la cuarta parte de su vida en una sociedad que siempre le fue ajena. En el proceso, también, conoce triunfos, descubre y entiende el mundo, y las razones y maneras de transformarlo, y se gana el aprecio y la admiración de muchos, en muchas partes. Y todo esto, siempre, en condiciones de una modestia material tan extraordinaria como su riqueza moral, sintetizadas en las frases con que saluda a los trabajadores irlandeses pobres de Nueva York que habían encontrado su guía en el padre McGlynn: » ¡La verdad se revela mejor a los pobres y a los que padecen! ¡Un pedazo de pan y un vaso de agua no engañan nunca!» 3
La formación del pensar martiano a lo largo de esa vida puede seguirse en los textos que le van dando forma. Ese proceso abarca su primera juventud, quizás en lo que va de la publicación de su alegato El Presidio Político en Cuba, en 1871, al artículo Extranjero, publicado en 1876, con que se despide de México, del que lo expulsa la hostilidad del porfirismo. «Aquí», dice, «fui amado y levantado; y yo quiero cuidar mis derechos a la consoladora estima de los hombres». Por lo mismo, añade, «donde yo vaya como donde estoy, en tanto dure mi peregrinación por la ancha tierra, – para la lisonja, siempre extranjero; para el peligro, siempre ciudadano.»4
A ello sigue un período de maduración de sus ideas políticas al calor de su experiencia hispanoamericana, que podría ir desde su folleto Guatemala, en 1878, a su fecunda labor de corresponsal del periódico La Opinión Nacional, de Caracas, a lo largo de 1881 y 1882. Y en 1884 ingresa a su madurez, con aquella carta extraordinaria que dirige al General Máximo Gómez para comunicarle que no podrá acompañarlo en un nuevo intento de reiniciar la lucha por la independencia de Cuba, concebido como un proyecto puramente militar. Allí, le dice a Gómez:
Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento; y cuando en los trabajos preparativos de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante el espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Uds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra? 5
Con esa carta se inicia el camino de Martí a su plenitud. En ella se anuncia ya la idea de que el problema de la independencia no es el cambio de forma, sino el cambio de espíritu, para evitar que la colonia siga viviendo en la independencia, que encontrará su más plena expresión en el ensayo Nuestra América, publicado en enero de 1891, que sintetiza su experiencia de hispanoamericano, transformada ya en la demanda de una revolución democrática continental. Esa plenitud martiana alcanza sus cumbres más altas en la creación del Partido Revolucionario Cubano y su periódico, Patria, en 1892, que constituyen un verdadero ensayo general de una Cuba nueva, como parte de una empresa «americana por su alcance y espíritu»6, encaminada a culminar lo que en 1889 había llamado «la estrofa pendiente del poema de 1810». Porque, en efecto, la América nuestra ya es por entero consustancial a su patria cubana. Así lo expresará en 1895 en el Manifiesto de Montecristi, que firman él y Máximo Gómez, para llamar al asalto final contra el colonialismo español en Cuba: «Honra y conmueve pensar», dirá allí,
que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo. 7
Y a lo largo de todo ese proceso, la dimensión afectiva de la humanidad de Martí se expresará en el contrapunto constante entre el discurso político, la creación poética y la delicada honestidad de los afectos que inspiran su correspondencia personal. No se podrá nunca comprender al Martí revolucionario sin vincularlo al Martí poeta. Crear fue la palabra de pase su generación, y esa actividad creadora incluyó desde su infancia una intensa actividad lírica, que alcanza sus expresiones más conocidas en lo que va de su Ismaelillo – el libro de poemas que dedica a su hijo recién nacido en 1882 -, hasta sus Versos Sencillos, de 1891.
Es únicamente desde esta lectura de cuerpo entero que podemos encarar el peligro de la fragmentación del pensar martiano. Y es curioso constatar cómo pudieron contribuir el propio Martí – y la lealtad de los primeros martianos – a la formación de este peligro. Porque, en efecto, la organización inicial y más conocida de su obra completa – dispuesta por él mismo ante la eventualidad de su muerte – ocurre por temas, no por años, y si bien permite profundizar con rapidez en aspectos puntuales, dispersa y oculta en cambio las conexiones transversales en la formación y transformación de su pensar.
A grandes males, grandes remedios. La edición crítica de las Obras Completas de José Martí, que ya adelanta el Centro de Estudios Martianos en La Habana, está organizada cronológicamente, y ayudará sin duda a conjurar el peligro de la fragmentación. Pero aun si no se dispone de esa edición, el riesgo disminuirá en la medida en que se tenga presente el elemento organizador que, en el pensar martiano, representa su compromiso irreductible con Cuba en su América. En esta tarea, también, serán siempre útiles otros dos recursos. En primer lugar, el de poner en contexto las expresiones parciales – a veces mínimas, como la frase que nos enseña que «honrar, honra» – de su pensar. Y, enseguida, la atención constante a las advertencias que nos ofrece la historia de la cultura, en lo que hace al valor, el significado y los dilemas que en su tiempo planteaban términos como el de «naturaleza» y, por supuesto, todo el inmenso campo de lo que hoy llamamos la perspectiva de género.
He ahí pues, esbozado apenas, el hombre entero. Y es desde esa humanidad que cabe situarlo en su tiempo, y en el nuestro, con una salvedad que siempre es útil.
El tiempo, en efecto, constituye un elemento fundamental para la organización de nuestro entendimiento. Por lo mismo, hay que tratarlo el cuidado necesario para evitar sobre todo la confusión entre el tiempo cronológico, vacío de significado social, y el histórico, que sólo encuentra en lo social su significado. Esta distinción resulta especialmente importante para nosotros, integrantes de aquel pequeño género humano advertido en 1815 por Simón Bolívar, que vino a constituirse de modo original en el marco del proceso, más amplio, de la formación del sistema mundial y expresa – como ningún otro grupo humano del mundo – las contradicciones y las promesas en que ese sistema involucró a nuestra especie entera
En esta perspectiva, cabe preguntarse por los puntos de contacto y de conflicto entre el tiempo cronológico y el histórico en lo que hace a la formación y las transformaciones de la cultura y el pensamiento social de la América Latina. Para Francois – Xavier Guerra8, por ejemplo, el siglo XVIII se inicia en Hispanoamérica hacia 1750, con la Reforma Borbónica, y concluye con la disolución del imperio español en América entre 1810 y 1825. Aún más breve podría ser el XIX, delimitado por lo que va de las guerras de independencia – en sus dimensiones civil y patriótica -, a las de Reforma, que definieron los términos en que vino a constituirse el sistema de Estados nacionales que harían viable una inserción nueva de Iberoamérica en el sistema mundial por entonces aúnen formación.
Aquí, sin embargo, hay que hacer otra importante salvedad. Como lo señalara el historiador panameño Ricaurte Soler, en la transición del siglo XIX al XX en nuestra América opera un factor externo de trascendencia aún mayor que la Reforma Borbónica en nuestro ingreso al XVIII: el surgimiento del imperialismo como fase superior del capitalismo. Esa novedad en la historia del moderno sistema mundial, diría Soler, conspiró activamente contra el contenido progresista de la Reforma Liberal, favoreciendo en cambio la formación de un sistema de Estados de corte autoritario, que promovían el libre comercio mediante la oferta, como ventaja mayor de las economías de la región, de recursos naturales y mano de obra baratas, a cambio de capital de inversión y de vías de acceso para la comercialización de esos recursos como materias primas en el mercado mundial.
Esa frustración del componente más radical y democrático de las revoluciones de independencia constituyó un importante elemento formativo en una nueva generación de jóvenes intelectuales de la región – que tendría en Martí a un auténtico primus inter pares -, los cuales se percibían a sí mismos como modernos en la medida en que se ejercían como liberales en lo ideológico, demócratas en lo político, y patriotas en lo cultural, y aspiraban desde allí a representar con voz propia a sus sociedades en lo que entonces era llamado «el concierto de las naciones». Para esa generación, en efecto, la formación del Estado Liberal Oligárquico opera una circunstancia de crisis cultural que, hacia 1881, Martí captó en los siguientes términos:
No hay letras, que son expresión, hasta que no hay esencia que expresar en ellas. Ni habrá literatura hispanoamericana hasta que no haya – Hispanoamérica. Estamos en tiempos de ebullición, no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos. Están luchando las especies por el dominio en la unidad del género.[…] Lamentámonos ahora, de que la gran obra nos falte, no porque nos falte ella, sino porque esa es señal de que de que nos falta aún el pueblo magno de que ha de ser reflejo.9
Desde allí empieza a tomar forma la transición a nuestro siglo XX, que encontrará su acta de nacimiento en el ensayo Nuestra América, publicado simultáneamente en periódicos liberales de Nueva York y México el 30 enero de 1891.
Las líneas de fuerza en torno a las cuales irá cristalizando nuestro pensamiento social y nuestra cultura contemporáneos, surgen así de un pensamiento democrático de orientación popular y antioligárquica, radical en su afán de ir a la raíz de nuestros problemas, y centrado en la construcción de nuestras identidades a partir de la demanda de injertar en nuestras repúblicas el mundo, siempre que el tronco en que ese injerto se haga sea «el de nuestras repúblicas». Y ese pensamiento alcanzará su primera plenitud en la década de 1920, a través de la obra de José Carlos Mariátegui, para prolongarse hasta nuestros días en la de Ernesto Guevara, y en la de la Revolución Cubana.
La enorme vitalidad de la cultura construida por los latinoamericanos a lo largo del período ascendente de su siglo XX histórico se expresa, hoy, en la riqueza con que se despliega la (re)construcción de nuestras identidades en el marco de la desintegración de la bárbara civilización que dio de sí al neoliberalismo cuyas consecuencias ya amenazan la sostenibilidad misma del desarrollo de nuestra especie. Nuestra América ha venido a situarse, así, en aquel lugar de la historia en que ubicara Martí a los Estados Unidos en 1886. Todo, en efecto, nos dice hoy que será aquí, entre nosotros y por nosotros, donde habrán «de plantearse y resolverse»
todos los problemas que interesan y confunden al linaje humano, que el ejercicio libre la razón va a ahorrar a los hombres mucho tiempo de miseria y de duda, y que el fin del siglo diecinueva dejará en el cenit el sol que alboreó a fines del dieciocho entre caños de sangre, nubes de palabras y ruido de cabezas. Los hombres parecen determinados a conocerse y afirmarse, sin más trabas que las que acuerden entre sí para su seguridad y honra comunes. Tambalean, conmueven y destruyen, como todos los cuerpos gigantescos al levantarse de la tierra. Los extravía y suele cegarlos el exceso de luz. Hay una gran trilla de ideas, y toda la paja se la está llevando el viento.10
El tiempo de resistir, así, abre paso otra vez entre nosotros al tiempo de construir. Y en esa construcción, otra vez también, tocará un papel de primer orden a la cultura de los latinoamericanos. Aquí, ahora, el problema principal para nuestras comunidades de cultura consiste en crecer con nuestra gente, para ayudarla a crecer. Una vez más, no hay entre nosotros batalla entre la civilización y la barbarie, como lo quieren los neoliberales, sino entre la falsa erudición y la naturaleza, como lo advertía en 1891 José Martí. Por el contrario, el pensamiento social y la cultura de los latinoamericanos llegan otra vez a aquel punto de ebullición en el que los encontrara Martí al ingresar a su primera madurez.
Hoy luchan de nuevos las especies – pobres de la ciudad y el campo, trabajadores manuales e intelectuales de la economía formal y la informal, indígenas y campesinos – por el dominio en la unidad del género. O, si se quiere, por constituirse en el bloque histórico capaz de crear finalmente el mundo nuevo de mañana en el Nuevo Mundo de ayer. Para eso están, precisamente, las reservas más profundas de nuestra cultura y nuestra eticidad, sintetizadas en la convicción de la utilidad de la virtud y la posibilidad del mejoramiento humano que nace del conocimiento de nuestro proceso de formación, y se expresa día con día en la labor de constituirnos. Desde esa convicción, podemos leer sin peligros a Martí: él es uno de los nuestros, como nosotros somos de los suyos.
Universidad de Panamá, 5 de julio de 2007
1 Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. III, 121: «Crece».[Patria, 5 de abril de 1894
4 Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VI, 362, «Extranjero». El Federalista. México, diciembre 7 de 1876
5 Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. I, 177 – 178: «Al General Máximo Gómez» [New York, 20 de octubre de 1884].
6 Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. III, 138 – 139: » «El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución y el deber de Cuba en América» .[Patria, 17 de abril de 1894]
7 Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. IV, 101: «Manifiesto de Montecristi»
8 Así, por ejemplo: Guerra, Francois-Xavier, 2003a: «Introducción»; «El ocaso de la monarquía hispanica: revolución y desintegración» y «Las mutaciones de la identidad en la América hispánica», en Guerra, Francois – Xavier y Annino, Antonio (Coordinadores), 2003: Inventando la Nación. Iberoamérica. Siglo XIX. Fondo de Cultura Económica, México. Guerra, Francois – Xavier, 1993: Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Editorial MAPFRE, Fondo de Cultura Económica, México, y 1988: México: del Antiguo Régimen a la Revolución. Fondo de Cultura Económica, México (2a. ed.), 2 t.
9 Cuaderno de Apuntes 5.[1881] En Martí, José, 1975: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana. Tomo 21, p. 164.
10 1975, XI, 144: «El cisma de los católicos en Nueva York». El Partido Liberal, México. La Nación, Buenos Aires, 14 de abril de 1887.