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Los planos y contraplanos del Sahara Occidental

Fuentes: Rebelión

Hay una teoría que dice que lo más pequeño puede llevar a lo más grande, y lo más grande puede redirigir hacia lo más pequeño. Pues bien, yo me he propuesto hoy hacer este experimento: partimos de la cosa más pequeña imaginable. Una imagen; un plano muy cerrado de unos ojos. Nada más que eso. […]

Hay una teoría que dice que lo más pequeño puede llevar a lo más grande, y lo más grande puede redirigir hacia lo más pequeño.

Pues bien, yo me he propuesto hoy hacer este experimento: partimos de la cosa más pequeña imaginable. Una imagen; un plano muy cerrado de unos ojos. Nada más que eso. Los dos son grandotes, crédulos, sombríos (sombríos por lo negro, y sombríos por lo triste) bajo dos cejitas tupidas. Los dos miran simétricos desde el fondo de una fotografía desteñida y ya irrepetible.

Aquí empieza el experimento: abrimos un poco el plano hasta que se ve la cara. Se trata de un chaval, un adolescente saharaui. Abrimos el plano otro poco, hasta ver el DNI: tenía 14 años. Se llamaba Nayem. Dejó de tener edad alguna y de llamarse de ningún modo desde el pasado 24 de octubre

Si se siente curiosidad, se abre el plano otro poco, hasta toparse con el incidente. El niño iba por las calles de Rabat en un coche que intentaba acceder a un campamento saharaui de El Aaiún, levantado a modo de protesta, y que no quiso frenar cuando los soldados marroquíes le dieron el alto. Pudieron no hacerlo por temor a resultar agredidos por los propios militares, lo cual al parecer es común en los controles; eso quién lo sabe. El coche fue entonces disparado a quemarropa. La escena resultante de disparar a quemarropa un coche lleno de gente es de caos, de cristales, de heridos, y del intenso terror que debe producir preguntarse si entre todos esos heridos del interior del vehículo habrá, por azar, algún muerto.

Abrimos otro poco más el plano, hasta que surja la pregunta: ¿por qué ocurrió? ¿Por qué unos hombres con pistola disparan a otros hombres y matan a un chaval? Pues por casualidad, no. Que haya despertado aluviones de protestas, levantado jaimas simbólicas, tampoco es azar. El incidente si vale para algo es para poner rostro y escenario al conflicto saharaui-marroquí: desde sus inicios de Marcha Verde y desentendimiento de un Franco moribundo, hasta un presente de soberanía marroquí no reconocida y promesas internacionales no cumplidas. De esclavitud de un pueblo por parte de un gobierno que, con uno de los monarcas más ricos del mundo, se mete al bolsillo a costa del pescado y los fosfatos saharauis un beneficio más grande que todas sus ayudas humanitarias.

Pero, ¿eso lo explica todo? Sigamos el experimento, ni cortos ni perezosos. ¡Abrimos el plano aún más, otro poco más, hasta que parezca imposible abrirlo más! Y se llega a la pregunta, quizá la clave, tal vez la última (o no): ¿por qué no se hace nada? Que un país robe a otro es algo deleznable pero humano, tan humano que es comprensible cuando el escenario es de permisión. Habría que preguntar con especial insistencia por la razón de a) que las grandes potencias, EEUU, Europa o la ONU, miren para otro lado; b) que la ONU, el supuesto padrecito, no cumpla sus promesas; c) que las empresas (yanquis, españolas) compren a Marruecos productos saharauis o exploten sus tierras, manteniendo ocultas sus grandes tripas huecas donde deberían existir pero no existen las entrañas, la vergüenza, la ética.

Ahora, en esta fase del experimento, el plano ya está abierto del todo. Imposible ampliar. Ya podemos ver una extensa panorámica del mundo, el globo entero, ese hervidero de maravillas y aberraciones; en él, la humanidad pululante, la institución natural e ilógica, donde los ricos roban a los pobres y donde todo el tinglado lo mueve la mentalidad empresarial (que es la misma que comprende que la explotación impune sale más rentable que hacer justicia, esa misma). Si esa mentalidad de los poderosos mueve el tinglado, no hay de qué sorprenderse; el dinero en cantidades industriales debe tirar, porque es el origen primero de casi todos los males. Es el hombre, y su irresistible tendencia a aplastar al otro. Con el sencillo ejemplo del Sahara entendemos qué carajo ocurre en los tercerosmundos que no avanzan, qué picarescas a inmensa escala se traen entre vecinos fronterizos, y, por supuesto, comprendemos de quiénes son todos los muertos y todos los desnutridos, y todos los campamentos arrasados. La respuesta: del que organizó todo y del que lo permitió, del que roba y del que lo permite: es decir, de todos los hombres.

Y a partir de esa realidad, entre otras muchas cosas, explicamos la permisividad de los poderosos.

Y de ahí, como es obvio, pasamos al dominio marroquí sobre el Sahara, la excesiva presencia policial y la discriminación sobre las gentes saharauis.

Y de esa situación vamos a la violencia, a la muerte. A los cientos de muertos de los altercados del otro día en el campamento del Aaiún, por ejemplo.

Y de ahí, cómo no, a los ojos sombríos. Que son siempre el principio y el final de todo experimento como éste.

Sitio web: http://cronicasdelotroladodelespejo.blogspot.com/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.