Se ha discutido mucho sobre si la llamada «propiedad intelectual» podía ser considerada como una auténtica propiedad. Los debates actuales sobre las patentes de software y el canon de la SGAE han conseguido que participen y sean oídos, no sólo los juristas y legisladores, sino todos los ciudadanos. Lo que había sido una polémica para […]
Para los romanos, creadores del derecho tal y como lo entendemos hoy, sólo podría ser objeto de propiedad aquello que pudiéramos poseer físicamente (una finca, un esclavo), los derechos estaban vinculados a la posesión. La apropiación de las ideas surge con el triunfo del modo de producción capitalista. Al mismo tiempo que se privatizan los montes públicos (y las propiedades de la iglesia) mediante la amortización, se «inventan» y desarrollan las denominadas propiedades industrial e intelectual, a las que se cataloga como formas «especiales de propiedad» por las que el uso de determinada técnica se atribuía sólo al titular inscrito en el registro de la propiedad intelectual o industrial.
La distinción entre una y otra propiedad radica básicamente en el uso de ellas. Así la propiedad industrial protege las marcas y las invenciones con usos industriales, mientras que la intelectual se ocupa de las obras artísticas, literarias o científicas. En las leyes españolas y europeas siempre los programas informáticos han sido considerados como propiedad intelectual. También se diferencian ambas propiedades en que mientras las industriales se inscriben en el registro de patentes y marcas, existe otro registro con alcance más limitado para la propiedad intelectual. Así ha sido hasta ahora, ya que los grupos de presión formados por las grandes multinacionales del sector intentan por todos los medios que se legalice las patentes de software. Estas corporaciones, desde que existen, han presionado a los estados para que cada vez menos bienes y servicios sean de uso común. La mercantilización de la cultura no nos puede sorprender, es otra forma de aumentar la cuenta de resultados de las grandes corporaciones.
Pero, desde un principio hubo juristas que criticaron la creación de estas nuevas propiedades. Por una parte, los que partiendo del derecho romano, entendieron que al ser derechos inmateriales son inapropiables. Y otros entienden que lo creado por la mente humana nunca es obra de una sola persona, sino que es fruto de un acervo cultural y social.
Una de las cosas que nos diferencia del resto del mundo animal, es que los humanos nacemos con muy pocas conductas programadas genéticamente, todo lo adquirimos por el proceso de endoculturación. Nada mas nacer, a los niños nos visten de azul y a las niñas las visten de rosa y les ponen pendientes, seguidamente ninguno se libra del bautismo. A partir de ese momento somos una esponja seca que va absorbiendo todos los conocimientos de nuestro entorno a los que tenemos acceso. Primero, aprendemos el lenguaje, él que será imprescindible para adquirir el resto de conocimientos que conformaran nuestro propio saber, según Noam Chomsky esta facilidad con la que aprendemos el lenguaje sí que tiene relación con nuestra «programación» genética.
La cultura no es más que la acumulación de saberes trasmitidos de generación en generación para adaptarnos al medio del que formamos parte.
La cultura es algo vivo o cambiante, pero en nuestra civilización los cambios ocurren mucho más rápidos gracias, entre otras cosas, a las nuevas tecnologías, si lo comparamos con la lenta evolución cultural de las sociedades prehistóricas. La técnica actual no es más que la mejora o evolución de otras técnicas anteriores. Nada se inventa de la nada o «ex-novo», como dirían los juristas. Los grandes inventos son fruto del trabajo de muchos hombres y mujeres aunque, en ocasiones, aparece como inventor una persona en concreto que no deja de ser la cúspide de una pirámide humana y, en la mayoría de las ocasiones, el que aparece como titular de una patente no es mas que una corporación multinacional que se ha apropiado del fruto del trabajo de sus empleados a cambio de un salario. Claro que estos argumentos pueden utilizarse también a favor, podría decirse ¿que diferencia existe entre fabricar un automóvil o crear un programa informático? Bueno, nadie va a negar el derecho a cobrar por realizar un trabajo, pero sí podemos criticar las situaciones de abuso que el sistema de patentes esta creando: monopolios y consiguiente unilateralidad en la fijación de precios, así como que suponen un freno a la innovación.
También, los defensores de las patentes dirán que de esta forma se fomenta la investigación y desarrollo, ya que se garantiza que durante un tiempo se se reserva el uso del procedimiento patentado, financiando así de esta manera la investigación. Pero lo paradójico es que, a pesar de vivir en economías de mercado, la investigación y desarrollo dependa, muchas veces, de entidades financiadas con presupuestos públicos, es decir, financiadas por todos nosotros. Me estoy refiriendo a las universidades, muchos avances tecnológicos se desarrollan en estos centros, para ser apropiados seguidamente por entidades privadas. Además, prácticamente todos los investigadores son formados en las universidades públicas. No es disparatado creer que las personas formadas en entidades financiadas a cargo de sociedad estén en deuda con ella y que, sin perjuicio de ser profesionales bien pagados, los frutos de su trabajo reviertan en mayor medida al colectivo social que ha invertido en su formación.
Quizás, lo más grave no sea el aspecto económico, sino la privatización de las herramientas para comunicación. En la era de las comunicaciones, estas están en manos de un monopolio llamado Microsoft, su sistema operativo, navegador, cliente de correo son de uso mayoritario, creando estándares haciendo complicada la subsistencia de otros programas. Es como si el castellano o inglés estuvieran sujetos a patente y la mayoría de la gente los usara gratis pero «pirateados» y de forma clandestina. Si, realmente, el poder político tiene un sincero interés en fomentar la sociedad de la información no lo puede hacer sino desde herramientas de todos nosotros, es decir, software de código abierto y libre.
No esta nada clara la legitimidad de las propiedades intelectuales e industriales, por ello las diferentes legislaciones no la reconocen de un modo absoluto, sino que la sujetan a términos temporales y/o a su uso efectivo. Cuando leemos o escuchamos a sus defensores parece que estuviéramos hablando de la propiedad de una finca, no es así en ningún caso como hemos visto. De todas formas el problema es de tipo económico, nuestros sueldos no nos alcanzan para, que una vez pagada la hipoteca, la comida, la luz y el agua, pagar los que nos piden por la música, los libros, las comunicaciones o el software. La cultura no debe ser un bien accesible solo para los mas pudientes. Tenemos un problema los ciudadanos con los «propietarios de la nada». Pues nada es una idea registrada en un papel.