Sobre la capacidad de pensar la política con cierta perspectiva podemos distinguir tres grupos. El primero constituye el cerebro del sistema. Son pocos, muy informados y planean los pasos a futuro. No pueden decidir en un todo lo que sucederá, pero conocen el movimiento de las fuerzas económicas y sociales e intentan encauzarlas en un […]
Sobre la capacidad de pensar la política con cierta perspectiva podemos distinguir tres grupos. El primero constituye el cerebro del sistema. Son pocos, muy informados y planean los pasos a futuro. No pueden decidir en un todo lo que sucederá, pero conocen el movimiento de las fuerzas económicas y sociales e intentan encauzarlas en un sentido determinado.
A modo de ejemplo y yendo al caso de Uruguay, los subsidios a la forestación a partir de la apertura democrática fueron pensados para una posterior instalación de las pasteras. A su vez, esta tendencia creciente por la cual los tribunales internacionales dictaminan justicia, nos va llevando a abandonar nuestra soberanía jurídica, y en otro terreno, la inseguridad y la guerra abonan el camino de un nuevo orden de vigilancia y control extremos y en suma, la lenta y progresiva ruina de las repúblicas y la puesta en tela de juicio de las virtudes de las instituciones de la democracia, abren las puertas a un nuevo orden institucional. Este orden no se impondrá a la fuerza, pero entre las tendencias históricas que llevan a él se incluye el accionar de este grupo que tiene la capacidad de planificar y ordenar sus pasos en función de una mirada a largo plazo.
Alguien podrá argüir que este artículo comienza con una veta conspiranoica, pero alcanza con ver las historias de las guerras y se verá cómo fueron preparadas y orquestadas con anticipación por los innumerables beneficios otorgados a unos pocos. Entre los documentos que exhumó la revolución rusa, hubo uno muy curioso en el que los planificadores de la educación argumentaban sobre las virtudes de enseñar griego y latín «cuya dificultad enseña la necesaria humildad a los súbditos».
Volviendo a nuestros grupos, existe otro que se caracteriza por no planificar nada en absoluto, salvo pasos tendientes a ganar las elecciones. Su mirada no va más allá de cinco años y sólo en una cuestión asaz baladí. Aquí se encuentra, entre otros, el progresismo y la izquierda que ha clavado su reloj histórico en los sesenta. No sólo no planean a futuro; ni siquiera evalúan los pasos dados. El progresismo, argumentando que el capital nacional no es suficiente para reactivar la economía del país, apuesta a la inversión extranjera, la cual traería aparejada el encadenamiento productivo. Luego de una década de progresismo, tanto en Uruguay como en varios países de Hipanoamérica ¿cuál ha sido el resultado? El resultado es que al encadenamiento productivo no se lo encuentra ni con una lupa y lo que sí encontramos es que nuestras economías han profundizado su carácter agrario y extractivista, se han primarizado, en tanto las economías avanzadas se despegan cada vez más de nosotros. ¿El progresismo ha evaluado las virtudes de su apuesta al capital extranjero? Si por otra parte tendemos la mirada hacia la educación, el panorama es sumamente triste. ¿Dónde está el plan para mejorar un ámbito vital para la república? ¿Quién lo ha visto? ¿Por qué no se escribe? ¿No tuvieron suficiente tiempo para lanzarlo a andar? Alguien dirá que no tienen las herramientas intelectuales suficientes. Sea, pero en ese caso, lo más saludable sería estimular el debate. Que el gobierno, amén de administrar, se convierta en el dinamizador de la discusión. Ni eso. Todo transcurre en una atonía penosa en tanto crece en la población el desinterés y la desesperanza.
Luego tenemos un tercer grupo insignificante en cualquier parte del mundo. Gentes en general aisladas que logran avizorar en parte el futuro. No están preocupados en llevar a cabo medidas, no están exigidos por la consigna histérica «tenemos que hacer algo ahora», lo que lleva a dar una cuota legislativa a las mujeres o un empleo simbólico a alguna minoría. Cuando la verdadera acción no se lleva a cabo, como mecanismo psicológico, el hombre tiende a llevar a cabo una acción sustituta para llenar el vacío, para evitar la angustia de no hacer lo que se debe hacer. Todos lo hacemos en todos los terrenos. En vez de engañarse a sí mismo con acciones que giran en el vacío, es mejor reconocer que lo que se debe hacer no se puede hacer ahora y que el ahora exige otras acciones, que en el caso de este tercer grupo no es otra cosa que pensar la realidad y compartir las ideas. Se podrá argumentar que pensar no alcanza, pero en tiempos de pobreza intelectual pensar se convierte en una actividad revulsiva, ya que pensar es una forma de actuar. ¿De qué sirve moverse si uno no sabe adónde va? Alguien preguntará: «¿todavía más palabras?». En realidad se precisan más palabras cada vez que aún no alcanzamos las palabras suficientes.
Este tercer grupo de gentes advierte un nuevo ordenamiento mundial donde las corporaciones dictaminan la vida de todos y el control crece en aras de la libertad del individuo. Ante ese futuro, no tienen otro recurso que el pensamiento, y puesto a hablar sin miedo, diría que no tienen otro recurso que apelar a la verdad, una energía que guarda en su seno fuerzas insospechadas. He aquí una diferencia sustancial con el primer grupo, heredero del rol asignado por Platón a los filósofos en su República. Aquel buen hombre, preocupado por la justicia, había determinado que unos pocos, una suerte de filósofos guardianes, debían planear la República ideal de tal manera de determinar quiénes se procrearían, qué mitos, o qué mentiras, eran necesarias imponer en las mentes de la mayoría (el uso de la mentira era tributario de los jefes), y determinaba qué tipo de arte podía sobrevivir. Detengámonos un momento en el rol asignado al arte por Platón. Hablando de los poetas dice: «Tampoco es necesario que sean amigos de la risa. Porque cuando alguien se entrega a una risa violenta, casi seguro que sufre después una alteración violenta«. Y agrega: «Habrá de mantenerse la prevención con respecto a cualquier innovación en el canto, al objeto de no echarlo todo a perder; porque no se pueden modificar las reglas musicales sin alterar a la vez las más grandes leyes políticas». Si para alcanzar su propósito fuera necesario ocultar ciertos textos de Homero o Hesíodo, todo será para el bien de La República: «Y no se les dejará que convenzan a los jóvenes de que los dioses han engendrado algo malo y que los héroes en nada superan a los hombres». Así esa actividad suprema del espíritu, el arte, pasa a ser reprimida por la política. Si liberáramos nuestra imaginación a la más desatada de las tormentas, no se nos podría ocurrir una imagen más penosa del rol del arte.
De igual manera que Platón digita esa cosa maravillosa de consecuencias insospechadas, es decir, el arte, es decir, la verdad, el primer grupo digita, en la medida de sus fuerzas, la realidad, mientras el segundo grupo lo deja hacer y se convierte en aliado, pues «La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas». Ahora bien, el tercer grupo difiere radicalmente con el primero al descubrir algunas de las tendencias del futuro y alertarnos sobre lo que se viene, al alertarnos sobre los aspectos del presente que preparan el futuro y ante los cuales estamos ciegos. Pero hay un punto más importante aún que caracteriza a este grupo. No tiene una verdad preestablecida acerca del hombre. No lo encaja en un ataúd y le clava por encima una tapa de madera. No pretende digitar el arte para un propósito determinado ¿Cómo saber qué mundos nos puede descubrir un pensador, un artista, si lo dejamos librado a su inspiración? ¿Qué certeza tenemos de las cimas que puede alcanzar un hombre como para castrar sus capacidades de antemano? Shelley fue más sabio que Platón al decir que los poetas son los legisladores desconocidos del universo.
Y aquí arribamos al aspecto fundamental de este grupo de gente dispersa por el mundo. Avizoran un futuro nefasto, nos advierten sobre él, apuestan al pensamiento, a la verdad, pero no saben, no pueden saber y en ese sentido, no pueden prever las fuerzas que puede llegar a desatar la verdad, las fuerzas que puede desatar la energía liberada del hombre. Si el lector lo prefiere de esta manera, este grupo confía en la belleza del misterio.
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