Más que tablero electoral, lo que tenemos es una triste pista de baile. Una serie de movidas, alianzas, desafiliaciones, rupturas y nuevas alianzas de una oposición que está llevando un discurso sin convicción, tratando de repartirse el voto anticorreísta. Todos los posibles candidatos buscando explotar un nicho de votantes que están dispuestos a votar a […]
Más que tablero electoral, lo que tenemos es una triste pista de baile. Una serie de movidas, alianzas, desafiliaciones, rupturas y nuevas alianzas de una oposición que está llevando un discurso sin convicción, tratando de repartirse el voto anticorreísta. Todos los posibles candidatos buscando explotar un nicho de votantes que están dispuestos a votar a cualquier-cosa-menos-Alianza-PAIS, pero que incluso ese nicho tiene su techo. Hemos llegado al punto en que Guillermo Lasso tiene la posición más consistente, por ningún otro motivo que por mantenerla por los últimos ocho años que viene haciendo campaña. No se puede decir lo mismo de su binomio, Andrés Páez, quien alguna vez representó a la antítesis de CREO, pero que ahora, bueno, ya juró su lealtad. Veamos a dónde lo lleva. Si algo debe estar implícito en esa lealtad es una visión compartida del mundo. Lasso, en todo su discurso, no esconde nada (o casi nada). Lo difícil es separar la paja del trigo, pero algo que atraviesa su candidatura es esa idea neoliberal donde el éxito está garantizado por el trabajo duro en un mercado que es eficiente en asignar recursos y que, al final del día, nos hará prósperos a todos. Un banquero que, por ser empresario y ya tenerlo todo, no tiene por qué robar. Una separación implícita entre el poder político y el poder económico. Páez debe estar de acuerdo.
La que definitivamente está de acuerdo es Macarena Valarezo, por su ya famosa frase: «Me da terror que vuelva otro muerto de hambre a la Presidencia». Ni la aclaración que acompañó al comentario disimuló esa idea perversa donde solo los pobres roban. Sí, Valarezo enfatizó que nunca quiso «criticar la pobreza de (su) pueblo (sic)», pero debajo de todo está la convicción de que los empresarios son más honestos que el resto (y no estoy poniendo palabras en su boca, ella lo dijo en la misma entrevista). Que por arte del mercado, el dinero vuelve a la gente menos codiciosa y más proba para hacer, básicamente, cualquier cosa.
No es tanto que ese entendimiento del mundo se basa en la equiparación de dinero con virtud y mercado con prosperidad, en un marcado sesgo clasista. Lo peor del comentario es que carece de cualquier tipo de memoria histórica. Y, a su vez, es un comentario que viene de alguien que apoya a quien representa, en sus intereses más primarios, a un sector que no ha tenido el empacho de hacerse del poder político para crear condiciones donde la acumulación de capital (y, por qué no, la extracción de la plusvalía) sea la prerrogativa de un grupo selecto (de ‘empresarios probos’, si se quiere).
Será poco probable escuchar de la boca de algún candidato estas palabras (aunque Álvaro Noboa lo usó como mensaje en alguna de sus campañas). Lasso mantendrá su distancia con quien ha manifestado todo lo que él dice entre líneas. Y lo hará porque tiene un grupo de asesores de imagen que entienden lo tóxico que puede ser un comentario de ese calibre para sus aspiraciones presidenciales.
Pero en su esencia, eso es lo que Lasso quiere transmitir. Esa visión donde solo el que ha generado riqueza individual puede generar riqueza colectiva, y que el agregado de esa riqueza colectiva equivale al bienestar general. Lasso, al igual que Valarezo (y por extensión Páez), entiende a la sociedad como una pirámide donde el Estado debe garantizar las condiciones para que la cúspide (i.e. los empresarios probos) genere riqueza, porque el mercado luego se encargará de repartir lo que sobra. Una visión del mundo tan cierta como pensar que los ricos no roban.